Revisión del concepto de autorregulación

Revisión del concepto de autorregulación de W. Reich. Tras la experiencia como paciente, terapeuta y padre con experiencia real de “autorregulación” es evidente que hay que revisar el concepto y su aplicación real para hacer una verdadera prevención y promoción de la salud del sistema familia-educadores-niños implicado en las relaciones significativas del infante o animal humano.

Mikel Garcia Garcia 1996

 

Puntualizaciones 1996

Puntualizaciones 1996

La primera consideración es que el acceso a ese concepto y su aplicación la hice en el contexto de la EsTeR (escuela Española de Terapia Reichiana) de la que recibí la formación por didactas y en la que hice la psicoterapia con terapeutas de la misma.

La base epistemológica de la autorregulación está en la consideración del instinto sexual como regulador del desarrollo. La formación recibida hacía hincapié en que el instinto puede llevar la dirección del desarrollo y que la función de padres y educadores es la de canalizarlo hacia su fin, siendo la neurosis de estos el problema pues va a poner freno al instinto y generar un desarrollo patológico del infante.

…según la autorregulación: un niño sano, que viene con suficiente instinto sexual como para saber asegurarse todos los recursos necesarios para satisfacer su potencialidad,  va a saber elegir lo mejor de los padres, lo mejor del otro y del entorno para crecer de la mejor manera.

 

Cuando accedes de paciente a ser terapeuta de una escuela sin un período de asentamiento de la terapia se puede producir una idealización de la teoría en la medida que haya satisfacción de los logros terapéuticos. Si, además, la pertenencia es percibida como un acceso a la “casa de los padres sabios” quienes te consideran preparado y te invitan a pertenecer, hay un riesgo de aceptación de los axiomas de la doctrina con un acto de fe.

La realidad de la experiencia vivida y de los datos recogidos con el tiempo es bien distinta.

Las bases teóricas no están bien fundamentadas.

La aplicación general conduce a una exclusión de los padres, como si solo fuesen participantes que tienen que frenarse en no contaminar con su neurosis y solo observar cómo se despliega el instinto y acompañarlo.

Hay una desidealización de los logros terapéuticos pues estaban percibidos exageradamente como si acceder al yo genital fuese el logro final y definitivo del desarrollo individual. Este yo genital tampoco tiene una fundamentación teórica tan clara y el identificarse con el mismo era una inflación o complejo del yo que impedía el desarrollo. Uno se creía bien preparado para todo y la realidad ponía las cosas en su sitio.

El primer intento de debatir entre terapeutas lo que nos estaba sucediendo en las crianzas no resultó. No se constituyó un grupo. Había resistencias. Reconocer que no se hacía tan bien era difícil implicaba superar esa inflación del yo y ser agresivos rompiendo estructuras de dogmas aprendidos, rompiendo la asimetría de relación con los didactas quienes seguían manteniendo un rol de autoridad basada en una mayor sabiduría, cuando sus directrices eran el problema. Una organización endogámica no resuelve esa asimetría.

Lo paradógico es que formulándose la autorregulación como

“la capacidad de todo ser vivo de llegar a realizar sus potencialidades y satisfacer sus necesidades. Un elemento importante de la autorregulación es la agresividad, sin ella no hay vida. La hiperprotección (impedir la capacidad de búsqueda de agredir) es contraria la autorregulación porque deja pasivo y disminuye la pulsación (base del masoquismo ¡no puedo!)”

…y siendo los terapeutas de la escuela los que podían estar más preparados por su terapia “bien realizada” y su formación, no se ejercía la agresividad necesaria para cambiar las cosas. No ser agresivos denunciaba que estuviéramos autorregulados y que aceptásemos una posición masoquista de sometimiento a la norma o la autoridad.

Cada uno, en su responsabilidad individual, podía seguir su proceso personal y cambiar las expectativas en su trabajo, con sus pacientes y grupos sociales. Pero la institución seguía emanando una percepción de la autorregulación que afectaba a colectivos como grupos de crianza.

En mi caso continué con un trabajo junguiano y propugnando revisiones de concepto, sin éxito, en la institución. Propuse un artículo[1] para publicar en la revista de la EsTeR “energía, carácter y sociedad” (que yo maquetaba), en el hacía una revisión psicoanalítica y rebajaba expectativas, no se autorizó pues tenía que dársele el visto bueno de los didactas especialistas en el tema. Nunca recibí una corrección fundamentada a mi artículo. Adjunto, al final, el texto de dicho artículo tal como lo escribí aunque hoy cambiaría algunos conceptos.

Varias de las parejas de terapeutas que teníamos hijos/as que criábamos en autorregulación empezamos a entrar en crisis de pareja que culminaron en separaciones. ¡Nos habíamos dedicado a la crianza olvidando nuestras necesidades individuales y de pareja, en una colusión narcisista!

Empecé a recibir en terapia a algunas madres que entraban en crisis culpabilizadas de no ser capaces de llevar bien una crianza autorregulada. Muchas madres se identifican con un rol que les hace sentir un valor como ser humano que compensa su inseguridad o falta de valoración propia. La autorregulación se convierte en un imperativo superyoico del ideal del yo. A la culpa subyace rabia (no reconocida) al bebé que resulta cargante y a la crianza que aliena. Condiciones para que el bebé sea rechazado y se pueda propiciar una estructura borderline.

La idea propugnada por el dogma de que el niño/a deje la teta a su ritmo llevaba a muchas mujeres a no propiciar un desprendimiento del bebé por temor a frustrar su desarrollo. Una sobreprotección. Les imponiendo la presencia y el cuidado en más momentos de los que necesitan, evitando la diversidad que los hace realmente ser libres, con referencias que quieran (¿y si los otros son neuróticos?). La idealización del esquema de salud lo que genera es el apego del cuidador. Con la crianza los padres reabren sus vínculos histórico familiares habitualmente llenos de carencias y es una razón para apegarse a su hijo buscando compensaciones.

En el 92 en una expedición antropológica para visitar los yanomami en Venezuela, había observado pautas de crianza en las que la comunidad cuida a los pequeños, incluso siendo amamantados por madres distintas, experimentando la diversidad, y con conductas de las madres de  negarse a amamantar en ciertos momentos.

En la institución se hacían algunos movimientos correctores de las altas expectativas con las que se vivía el concepto. Por ejemplo al encontrar que se esperaba que todo niño/a expresase un instinto sexual activo e intenso, los educadores se quedaban perplejos cuando los niños no se mostraban así, y empezaban a culpabilizarse de estar haciéndolo mal. La corrección a esto fue incorporar lo genético, el temperamento, ¡no todo niño tiene la misma base constitucional genética! El efecto conseguido era disminuir la culpa del educador y fomentar una tolerancia mayor al niño sin exigirle más. Aunque introducir lo genético cuestionaba la teoría esta no se ponía en tela de juicio, sino al contrario, se intensificaba la necesidad del cuidador de ser más observador, y necesitar más formación, para detectar el estilo propio del niño.

Otro ejemplo, se transmitía que el bebé tiene que estar en contacto continuamente con la teta, pues más allá de la nutrición es su objeto sexual oral, y que si no así es señal de que algo no va bien. Corrección: hay bebes que no hacen tanta demanda o que son más tranquilos… Corolario: tener la capacidad de observar adecuadamente como él bebe demanda y permitir que sea, cosa adecuada si no fuese porque se interpreta como una exigencia mayor de hacerlo mejor.

…esa madre por ignorancia, falta de contacto, por pérdida de su propio instinto, bloqueos,…estaremos ahí para recordar subrayar y contemplar sus temores y sus dificultades para favorecer que su “ser” verdaderamente se exprese, con las dificultades o particularidades de cada cual, para que cambie y lo haga mejor.

En definitiva la propia teoría de la autorregulación se convertía en una imposición a lo que era esperable, observable, como señal de buen desarrollo. Es decir, las ideas o los deseos del educador se vierten en la relación y la condiciona. Como pasa siempre.

¿Porque no aceptar que eso es lo normal y saludable? El educador no puede hacer otra cosa que funcionar según es y si le importa el hijo/a y lo envuelve en un sentimiento amoroso lo va a condicionar. De hecho que los padres tengan los hijos porque los desean es condición necesaria para crear el vínculo. La relación es algo a crear y no puede concebirse que funcione si está determinada por el instinto del infante o por el deseo cosificante del educador (educastrador).

[1] “Consideraciones en torno a la autorregulación aplicada a los sistemas sociales” 1990.

 

Consideraciones en torno a la autorregulación 1992

Consideraciones en torno a la autorregulación aplicada a los sistemas sociales, 1992

             La autorregulación es un concepto fundamental en la epistemología Reichiana y post-reichiana. Sin embargo el concepto aun no estando suficientemente definido,  se lo considera un logro clave respecto a la diferenciación de Reich del movimiento psicoanalítico. Esto condiciona un uso algo ideológico del término, corriéndose el riesgo de una idealización, lo que se manifiesta con señales como son una cierta resistencia a su revisión y una “sacralización” del mismo. Siendo además un concepto de mucha aplicabilidad en la acción social reichiana, en la profilaxis, puede convertirse en un elemento que genere un efecto contrario al que se persigue que es el desarrollo saludable del animal humano, al plantear metas inalcanzables, un ideal que determine alienación y culpa, además del fracaso consecuente. Por ello creo conveniente desarrollar un estudio profundo, hermenéutico y práctico sobre el término, y presento este artículo para ello con la intención de generar debate. Adelanto que me acerco a las posiciones psicoanalíticas para fundamentar lo que expreso. También en esta comunicación voy a presentar unas reflexiones sobre los modos de estar desde la “autorregulación” en los contextos sociales.
            Propuesta de definición y situación del concepto autorregulación.
            Se puede definir la autorregulación como una autodeterminación en la resolución espontánea de las necesidades de la funcionalidad vital. Una capacidad innata experimentada como un empuje en el que los procesos energéticos vitales se orientan, funcional y espontáneamente, hacia la finalidad de la consecución de los procesos de desarrollo, crecimiento y maduración, desde el cigoto hasta la muerte-separación de la biomasa-disolución energética en el cosmos…
            La autorregulación es posible sólo en un ser humano, y sólo se es humano en cuanto que su propio desarrollo biopsicoafectivo se produce mediatizado en la relación con otro/s seres humanos que están inmersos en una cultura concreta. La autorregulación es el principio motivacional humano, y se construye, con el empuje de los instintos, en las relaciones objetales históricas del sujeto.
            La autorregulación no determina un modo concreto de ser del sujeto humano, pero un sujeto humano autorregulado funciona básicamente en función de sus propios determinantes internos en contacto consciente autoperceptivo con los mismos, y su sociabilidad genuina está basada en la moralidad natural, y en la motilidad gratificante y placentera. Hay una posición ética natural que regula esa moral.
La autorregulación es, en el pensamiento de Reich, equivalente a la conciencia de clase en Marx.
Nada tiene que ver el concepto con la homeostasis de los sistemas biológicos o sociales. Todo sistema se autorregula, en la acepción homeostática del término, buscando la estabilidad, el equilibrio entre la tendencia al mantenimiento de la estructura (morfostasis) y la tendencia al cambio de la estructura (morfogénesis). Esta homeostasis se regula con leyes propias: retro feed back positivo o negativo… etc.
            Relaciones objetales y autorregulación según definición propuesta.
            Las relaciones con el objeto se establecen básicamente por medio de los mecanismos de identificación. Aquí se inscribe la dialéctica entre el sujeto y el objeto. En el psicoanálisis se reconoce la identificación como una de las manifestaciones más tempranas del vínculo afectivo del bebé a otra persona. En los estadios tempranos de la urdimbre afectiva la identificación toma su base en la libido oral primitiva o primaria siendo, básicamente, una identificación introyectiva. El bebé incorpora al/os objeto/s con la mirada, con la boca, con las manos…, recreándose en el contacto. El buen pecho internalizado es la precondición para lograr un yo integrado y estable y unas buenas relaciones objetales. Condiciones necesarias para que la autorregulación sea funcional al poder abandonarse el sujeto en el dar, al mundo externo, proyectando líbido y partes buenas del self sin sentirse vaciado.
            El proceso de identificación introyectiva es parte de los procesos ocurrentes pues se producen, también, identificaciones proyectivas. La identificación proyectiva determina la relación de empatía con el otro y es la base psicológica de la comunicación; permite poder situarse en el lugar del otro comprendiendo sus sentimientos y resonando emocionalmente con lo que la situación del otro nos produce en el self. Los padres sonríen provocando sonrisas en el bebé, y a la inversa, observándose una circularidad comunicativa en la que no es posible puntuar, con un registro lineal, el origen de un acto comunicativo.
            La intensidad con que se producen estos fenómenos está determinada por la capacidad de pulsación orgonótica de los sujetos que interaccionan y de la luminación que se produce entre sus campos orgonóticos. Cuando la carga energética es mayor el contacto del bebé es más manifiesto, y, así mismo, su desarrollo biofísico se caracteriza por una maduración más integrada que se expresa en la adquisición más prematura de habilidades psicomotoras.
            El bebé se va integrando, por el maternaje que lo va configurando, un objeto bueno interno y una piel continente. La introyección de la piel continente permite la emergencia de un espacio dentro del self que contiene diversas partes que dentro de un continente quedan unidas, integradas. Se entiende piel como  límite, es decir, incluye, además del órgano corporal, el campo energético.
            El bebé necesita la disposición total del objeto para poder integrarse introyectando mediante identificaciones mediatizadas por el contacto piel-piel, boca-pezón, ocular…
            El objeto sólo es tal por la existencia del sujeto. Aunque un mismo objeto libidinal fuera deseado por varios sujetos de ninguna manera seria el mismo para todos sino que tendría una materialidad específica para cada uno de los mismos. Inicialmente para el bebé los objetos se caracterizan por ser en principio sustituibles, pero hay una clara selección de objetos en base a disposiciones energéticas, siendo el cuerpo de la madre, el pecho-piel, el objeto por excelencia. Más adelante el bebé va teniendo la experiencia de la constancia del objeto y la sustituibilidad de los objetos decrece. Si la atención de cuidados al bebé se dispersa entre varios adultos los fenómenos de identificación proyectiva se acrecientan por parte del bebé, y cuando este retorna a la madre se experimenta un proceso de proyección evacuativa del malestar, que se manifiesta en forma de llanto u otras formas de protesta, antes de poder conectar con esta. El proceso es simple: el bebé que todavía no ha adquirido la constancia del objeto y que tiene un buen nivel orgonótico, en situaciones de dispersión objetual incrementa sus mecanismos de identificación proyectiva evacuando partes buenas del self (sonrisas,…) cuya función es la de empatizar controlando a los objetos para que no sean peligrosos. Consecuentemente, va experimentando un vaciamiento, un malestar por el mismo y un desgaste energético, y en el reencuentro con el pecho-madre, el bebé necesita evacuar el malestar y sentirse llenado antes de poder restablecer el contacto. La intensidad de estos fenómenos va a depender de la carga orgonótica del bebé. Con menor carga la capacidad de identificación proyectiva es menor, el malestar mayor, y en el reencuentro con el pecho-madre la recuperación del contacto es más dificultosa aún cuando la intensidad de la protesta sea menor. En el bebé con poca carga energética los fenómenos son menos manifiestos, siendo menos problemático y más normalizado.
              Creo que el bagaje disposicional (“el proceso primario» y el cuantum energético) del bebé es tan potente que determina que el objeto se ponga a su servicio mediante una relación de seducción narcisística. Habitualmente acentuamos más el poder de la madre desvalorizando el poder del bebé en quien, mediante una identificación proyectiva, se proyecta la profunda indefensión y desvalimiento del adulto. Sin embargo creo que está más cerca de lo real el considerar que la tremenda necesidad de integración del bebé se proyecta y, mediante la identificación proyectiva, el objeto se pone a su servicio  estableciéndose entre ambos una relación de seducción narcisística vivida con mutua fascinación y con fantasías de omnipotencia. El objeto adulto se pierde en el fantasma de englobamiento y su realidad yoica, el simple placer de ser, queda relegada en el éxtasis del ideal del yo que se vivencia como un sobre-ser. De vez en cuando el sujeto adulto conecta con esa pérdida yoica y el cansancio que le produce la situación, pero son ramalazos que se disipan en la búsqueda de la mutua complacencia con el bebé.
            Sólo así, en una relación psicotizada, puede entenderse que pueda desarrollarse la autorregulación, sin ella los determinantes del objeto se impondrían al bebé orientándolo hacia una represión pulsional homeostática, que sería la alternativa de sobrevivencia para este. No toda madre puede soportar esta interacción, como mínimo necesita disponer de un carácter capaz de abandonarse a un estado excisivo sin que ello implique una amenaza para la integridad de la identidad, pues de modo contrario emergerían ansiedades psicóticas, con fantasías de desmembración-aniquilación y mecanismos defensivos esquizoparanoides, viviéndose al bebé como persecutorio.
            La base energética para estos procesos se entiende en la hipótesis  plausible de que el biosistema del bebé tiene un potencial orgonótico y una capacidad de pulsación mucho mayor que el de la madre, y produce un secuestro del campo energético de esta. Secuestro que, como en el embarazo, puede facilitar descargas de estasis libidinales en segmentos concretos de la coraza de la madre. Y esa menor coraza facilitaría una mayor receptividad al contacto y, por supuesto, a los mecanismos más psicóticos del proceso primario con su base biológica de modificación de la coraza y de los telereceptores. Es común observar una mayor receptividad en las madres, a pesar de sus estructuras caracteriales, que aparecen más flexibles que en otros momentos de la vida de la mujer. Pero en profilaxis hay que insistir en la necesidad de que la madre tenga sus espacios yoicos, fuera de la seducción narcisista. Si no lo esquizoparanoide puede surgir y, desplazándose a alguna justificación adaptativa (Tengo que empezar a trabajar…), cortarse la relación inicial.
            Creo que la hipótesis del instinto sexual del bebé, maternal o paternal no es sostenible. Los fenómenos de la maternidad-paternidad no son atribuibles a bagajes conductuales innatos sino a las masivas necesidades de integración del bebé, los mecanismos que estas determinan y los procesos energéticos  que se producen.
            Pero necesariamente y antes de nada es fundamental que haya una elección consciente, y con deseo, de la maternidad-paternidad. Sólo así, si el bebé es deseado, podrá establecerse la seducción narcisística. Los padres vehiculizarán en el deseo sus identificaciones proyectivas, las correspondientes a sus propios ideales yoicos, incluyéndose aquí diversas expectativas muy distintas según la individualidad de los padres, y entre ella cabe también la de que el bebé sea autorregulado. Las identificaciones proyectivas incluyen el fantasma narcisista de englobamiento, de prolongación en el otro, la fantasía de plenitud, la ruptura de la finitud temporal, la negación de la muerte…Uno de los momentos claves de la identificación proyectiva es el de nombrar, dar un nombre al bebé se inscribe en los procesos de simbolización de los padres. Nombrado el bebé es investido de realidad en el psiquismo parental, siendo el nombre el símbolo que condensa un conglomerado difuso de deseos, linajes, mitos familiares…El nombre da existencia y significa al bebé en la mente del deseante. De cualquier forma sin el deseo, y sus identificaciones proyectivas, no habría posibilidad de proceso estructurante, ni se podría sobrellevar el trabajo que implica la crianza.
            La dialéctica del deseo es paradójica, es simultáneamente condición sin equanon para la funcionalidad de la autorregulación, y límite para la misma en la medida en que el deseo es un determinante externo que, en parte, cosifica al otro. Cuanto mayor sea la catexis libidinal de la identificación proyectiva por parte de los padres más probable es un desarrollo del bebé en la línea de la homeostasis.
            Mediante estos procesos de identificaciones y los conflictos derivados de la integración y separación se va desarrollando la identidad yoica o sentimiento de individuación. «Yo soy yo», es una expresión representativa de la identidad e implica una clara percepción de los contenidos de la «representación del self» en el yo. El self tiene una dimensión temporal, y la percepción del self permite obtener una constante derivada de la multitud de transformaciones corporales, de conducta…etc que acontecen en la vida del sujeto. Identidad como resultado de un proceso complejo de relaciones objetales determinado por la dialéctica de las identificaciones y dinamizado por el empuje energético mediante modelos libidinales específicos del desarrollo psicosexual. Identidad que integra los aspectos psíquicos autoperceptivos y los biológicos: sistema inmunitario y sistema endocrino. Identidad suficientemente estructurada en la fase genital infantil.
            Reflexiones:
            ¿Autorregulación?
            Quizás no se pueda hablar de autorregulación, o al menos no sin refererirnos necesariamente a grados o niveles de la misma o asumiendo que el concepto incluye un cuantum de determinación externa que se internaliza y actúa posteriormente como determinante interno no natural.
            Autorregulación y terapia
            Me gustaría apuntar algo sobre el proceso psicoterapéutico y la autorregulación. Considero que también el terapeuta es un sujeto deseante, como mínimo desea un resultado de cura del paciente con el que empatiza mediante una identificación proyectiva facilitada, además, porque el propio terapeuta ha sido paciente. Difícilmente puede cumplirse, entonces, el objetivo de la vegetoterapia de que el paciente encuentre su propio ritmo. Además de los límites caracteriales de terapeutizado y terapeuta, habrá siempre una cierta sobredeterminación externa al paciente, y si esta es grande el paciente puede quedar atrapado en el deseo del terapeuta identificándose con su ideal del yo. Quizás esto explique, en parte, las dificultades finales del trabajo terapéutico y apoye la conveniencia de terminar el proceso con otro terapeuta distinto. De cualquier modo y aún tomando medidas dictadas por la necesidad pragmática, considero que el principio de autorregulación menos cabe en la psicoterapia cuando no lo ha sido tampoco en la crianza, y, como estoy hipotetizando, ni en las crianzas mejor desarrolladas.
            Acción y autorregulación en contextos sociales.
            La propia acción en lo social que implica una intención de actuar sobre el medio transformándolo aleja cualquier semejanza con la autorregulación.
            En educación. Transmisión de las ideas reichianas. La tendencia que se observa en las intervenciones sociales (esas redondas, conferencias,…) a presentar un “producto” muy refinado, muy compacto, muy útil, tanto del punto de vista hermenéutico como pragmático, comparándolo con otras hermenéuticas (psicoanalítica…) a las que se desvaloriza, podemos entenderla como formando parte de la necesidad de colocar la figura de Reich en el lugar que le corresponde (rescatarlo del supuesto ataque a su figura que presuponemos siempre y que nos hace hacer en una actitud paranoica), pero no deja de ser un “identificación masiva” con los contenidos, que genera idealización, reactividad, …. . Luego cuando observamos esa reactividad es fácil que digamos “lo ves aquí está la prueba de a no escucha caracterial, de la resistencia….”. Pero si eso ya lo sabemos, ¡existe el carácter!, ¿pero porqué necesitamos provocar su aparición? Creo que esta actitud es nefasta y dañina.
            En crianza. Pasa como en el apartado anterior. Poseemos verdades, tan sagradas que las ponemos como referencias inalcanzables, esto aboca a un fracaso casi seguro, y siempre nos queda el recurso de decir “esto es una prueba de la resitencia caracterial, de los obstáculos sociales,…”.
            Propuestas
            Revisión conceptual del concepto
            Estudio de lo que realmente ocurre en las crianzas. Padres y madres juntos desnudemos nuestra experiencia, compartamos las dificultades, con humildad. Estudiemos si nuestros hijos están o no en un desarrollo saludable, relacionemos los problemas con nuestra caracterialidad, con los problemas de la pareja, con el haber perdido (o diferido) o no nuestros proyectos personales para hacer una crianza “perfecta” sacrificándonos como sujetos (quizás buscando medallas, proyectando en nuestros hijos el que sean lo sanos que no somos nosotros…). Y estando todos de igual a igual, sin asimetrías, entre los participantes, pues aunque algunos tengan más rodaje, sean didactas, como sujetos no son más que nadie, y también se cae en el grupo en una jerarquización de la salud. El más viejo (en años de terapia) estará más sano y producirá salud y sus hijos serán los más sanos… etc. Esto es también una consecuencia del propio modelo que propugnamos.
            Hacer grupos por géneros. Padres juntos. Madres juntas. ¿Estamos exentos, libres de la actitud patriarcal imperante?, o tendremos que hacer como los alcohólicos, decir que somos machistas-patriarcalistas siempre, lo ejerzamos o no en un momento concreto, como modo de estar muy atentos a que no nos salga la vena. Por eso considero interesante la experiencia diferenciada por géneros.
            Modificar ya el discurso social, saliendo de la actitud en la que estamos.
            Hacer otras propuestas de acción cuando tengamos avanzado el estudio.

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