Joan Miró: el asesino de la pintura y el sembrador de símbolos

Joan Miró: el asesino de la pintura y el sembrador de símbolos

Joan Miró: el asesino de la pintura y el sembrador de símbolos

 «Asesinar la pintura»: ese fue el grito fundacional de Joan Miró en un gesto que puedo interpretar como nihilista. Pero ¿qué significa este asesinato? ¿Es sólo una negación, una destrucción? ¿O más bien un acto dionisíaco de transvaloración, en el sentido que Nietzsche propuso para liberar la vida de sus formas decadentes? A través de una poética visual singular, profundamente simbólica y en diálogo con lo arquetípico, Miró no sólo disuelve la forma académica, sino que siembra en su lugar constelaciones de sentido colectivo.  Este ensayo explora esa transfiguración del arte moderno en Miró desde una perspectiva filosófica, psicoanalítica y simbólica.

 Mikel Garcia Garcia. 6 mayo 2025

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Descripción de la imagen

La obra Dona amb barret negre [Mujer con sombrero negro] (1934), es un óleo que Miró pintó sobre un lienzo preexistente de su madre Dolores Ferrà. Miró transformó el retrato académico -de caballete- Retrat de dama [Retrato de dama] (hacia 1898), con formas abstractas y simbólicas, conservando parcialmente la figura original (como el sombrero negro) pero ocultando la madre. Es interesante el aspecto simbólico de abandonar el complejo materno y, sin matar la madre, afianzar su individuación en su deseo de trascender el arte convencional.

Autor
 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Ensayo

La maestra de alas doradas

La maestra de alas doradas

La maestra de alas doradas

Retomo parte de un cuento que escribí en mi adolescencia en el que Iratxo (un duende) tenía varios amigos animales. Entre ellos una mariposa llamada Pinpilipauxa. En aquel cuento subyacía la metamorfosis en una genealogía trágica. En este hay un proceso real de transformación.

Mikel García. 28 abril 2025.

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Descripción de la imagen

Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

 

Autor

 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Cuento

La maestra de alas doradas

En un valle rodeado de montañas azules, vivía Iratxo, un niño de cinco años con ojos curiosos y manos siempre manchadas de tierra por buscar el corazón de las piedras . Su mejor amiga no era otro humano, sino Pin, una mariposa monarca cuyas alas brillaban como si guardaran astillas de sol en sus venas. Pin no era una mariposa cualquiera: hablaba en susurros que solo Iratxo entendía, y cada tarde, al caer el sol, se posaba en su hombro para darle una lección.

—Hoy aprenderás el secreto de las orugas —dijo Pin una tarde de otoño, mientras señalaba con sus antenas un capullo colgado de un roble.

—¿Por qué se esconden allí? —preguntó Iratxo, tocando la crisálida sedosa.

—Porque para volar, primero hay que desprenderse de todo lo que creías ser —respondió ella, y sus alas vibraron como campanillas de viento.

Primera lección: La piel que sobra.

Pin llevó a Iratxo a ver a una oruga que mordisqueaba una hoja con ansiedad.

—Ella cree que comerla la hará crecer para siempre —explicó Pin—. Pero pronto aprenderá que no se trata de acumular, sino de soltar.

Al día siguiente, la oruga había comenzado a tejer su capullo.

—¿Está muerta? —preguntó Iratxo, preocupado.

—Muerta para lo que fue, viva para lo que será —dijo Pin—. La muerte no es un final… es un umbral.

Segunda lección: El invierno que canta.

Cuando llegó el frío, las flores del valle se marchitaron. Iratxo lloró al ver los pétalos caídos. Pin, compasiva, lo llevó a un manzano viejo, cuyas ramas peladas guardaban brotes diminutos.

—Las raíces no duermen, Iratxo —susurró—. Solo esperan la canción secreta de la tierra para florecer de nuevo.

—¿Y tú? ¿Morirás cuando llegue la nieve? —preguntó él, abrazando su jersey.

—Mis alas se irán… pero no yo —respondió Pin, posándose en su corazón—. Lo esencial nunca se va.

Tercera lección: El vuelo que regresa.

Una mañana de primavera, Iratxo encontró a Pin inmóvil bajo el roble, sus alas doradas ahora opacas. Corrió hacia ella, gritando, hasta que una voz familiar resonó:

—¡Mi cuerpo era solo un traje prestado, pequeño guerrero! —era Pin, pero ahora su voz venía de todas partes: del viento, del río, del latido de su propio pecho.

—¿Dónde estás? —gritó Iratxo, entre lágrimas.

—Donde siempre: en el capullo que se abre, en la semilla que aguarda bajo la nieve, en tus risas nuevas cada vez que aprendes a perder sin miedo…

Esa noche, Iratxo soñó con un jardín de crisálidas brillantes. En el centro, una mariposa de luz pura, con los ojos de Pin, extendió sus alas como dos llamas suaves.

—El amor es la más bella y dolorosa de las lecciones —susurró Pin, y su voz resonó como un trueno cálido—. Para amar de verdad, debemos abrirnos a la posibilidad de sufrir. Vivir es atreverse a sostener ambas alas: la alegría y el dolor.

Iratxo miró sus manos pequeñas, recordando las lágrimas cuando Pin se fue.

—¿Por qué duele tanto? —preguntó.

—Porque el amor verdadero no teme a las grietas —respondió Pin, acercándose—. Así como el capullo debe romperse para que la mariposa nazca, el corazón debe aprender a latir incluso cuando se quiebra… Ese es el secreto para volar.

Al amanecer, Iratxo salió al valle. En el roble, una nueva mariposa —de alas azules como lágrimas secas— agitó sus antenas hacia él. Y aunque no hablaba, él supo que las lecciones continuaban.

A los dieciséis años, una noche de insomnio, Iratxo vio a Pin en sueños: sus alas doradas se deshacían como ceniza mientras el viento susurraba «Correrás hasta olvidar que las raíces necesitan lluvia«. Al despertar, encontró una pluma azul pegada a su ventana —¿casualidad o advertencia?—. La guardó en un cajón sin poder responderse.

Tras años sumergido en la «escuela de la vida cotidiana», Iratxo —ahora un joven de 24 años— aguijoneado por las exigencias de ocupar su «nicho» (estudios, trabajos precarios, relaciones fugaces, diagnósticos de su consultorio rural) se convirtió en un experto en correr, pero no en volar. Las grietas de sus desamores se endurecieron como cicatrices. Había enterrado las enseñanzas de Pin bajo capas de pragmatismo y el dolor lo convenció de que las mariposas solo existían en sus cuentos infantiles.

Llevaba un año trabajando de médico rural, vivía solo, y, para su trabajo, atemperando su soledad con la lectura de filósofos, psicoanalistas, … Solo estaba acompañado por sus sueños. Una noche, mientras limpiaba su habitación, Iratxo encontró un viejo frasco con alas de mariposa secas. Al abrir el frasco, un aroma a menta salvaje —el mismo que impregnaba el valle donde Pin enseñaba— le quemó las fosas nasales. Al tocar las alas, una voz susurró:

—»Las heridas no son jaulas, son raíces».

Era la voz de Pin, pero ahora sonaba lejana, como si hablara desde el fondo de un pozo. Esa misma noche soñó con un capullo negro atrapado en una telaraña. Dentro, algo forcejeaba por nacer.

Guiado por sueños recurrentes, Iratxo regresó al valle de su infancia. El roble donde Pin solía posarse estaba seco, pero bajo sus raíces descubrió una cueva oculta: el Jardín de las Crisálidas Olvidadas, un lugar donde yacían capullos abandonados por quienes temieron transformarse.

Allí, en la penumbra del jardín interior, una mariposa ciega le habló:

—Para sanar, debes tejer un nuevo capullo con los hilos rotos de tu pasado.

Iratxo, aún con el asombro tierno de quien cree que todo habla, masculló:

—¿Tejer con hilos rotos? Parece terapia de trauma… ¡Aquí está!

La mariposa se quedó quieta, como si sus alas vieran más de lo que sus ojos pudieran imaginar.

—Ahora acepta las pruebas de nuestra sabiduría, con sus cuatro claves de la metamorfosis —susurró.

La sombra del nicho

Un espejo de agua le mostró una figura inesperada -su sombra-, ya no el niño que soñaba mariposas, sino un hombre gris, encorvado bajo el peso de «éxitos» que sonaban huecos.

—¡Corriste tanto! por miedo a no ser suficiente!… ¿Qué huellas dejaste al pasar? —rugió la sombra.

Iratxo se quedó en silencio. Por primera vez, no respondió. No justificó, no huyó. Miró de frente a la sombra, no como enemiga, sino como parte olvidada de sí mismo. Y comprendió que no se trataba de dejar huella en la carrera, sino de caminar con alma.

El banquete de las lágrimas

En una mesa de piedra, Iratxo encontró los frutos amargos de sus desamores. Al comerlos, revivió cada herida, pero esta vez escuchó el mensaje oculto:

—El amor que duele es el que te enseña a soltar, no a poseer —susurró una voz que venía de dentro.

Iratxo tembló, pero entendió que la salada amargura no era enemiga del amor, sino su frontera. Si se atrevía a cruzarla, sin aferrarse, sin exigir, algo dentro de él podía transformarse. Y entonces, como una mariposa que deja atrás su capullo, supo que el verdadero amor no retiene, sino que acompaña el vuelo.

El vuelo de las alas rotas

Una mariposa con un ala fracturada lo condujo a un acantilado.

—Salta sin redes. Las cicatrices son mapas, no cadenas. Cuida tus heridas todos los días como yo hago con mi ala rota. Iratxo, ya no el niño, y aún no del todo hombre, dio el salto con la calma de quien confía en sus raíces, aunque tiemble el abismo.

El coro de las crisálidas

Voces ancestrales emergieron del fondo de la tierra:

—Te dimos miedo porque éramos espejos de tu propio potencial dormido.

Entonces Iratxo comprendió: no era el miedo en sí lo que lo paralizaba, sino el poder que ocultaba. Lo que más temía —su sombra, su grandeza, su sensibilidad— no eran monstruos ajenos, sino partes suyas no reconocidas. Las crisálidas no eran amenazas, sino guardianas de su potencia latente. Aprendió que solo enfrentando lo que lo asusta puede despertar lo que lo hace único. Y que cada miedo abrazado con coraje abre una puerta a su propia luz.

En el centro del jardín, Iratxo encontró un altar con dos velas. Una mostraba a Pin radiante; la otra, a Pin marchita.

—Elegirás ¿amor sin dolor o vida sin amor? —preguntó el viento.

Iratxo sopló ambas velas y declaró:

—Elijo amar, aunque duela, vivir, aunque muera mil veces.

De las cenizas emergió Pin renacida, ahora con alas de obsidiana y oro:

—La individuación no es llegar a ser perfecto, sino completo —le dijo.

Y entonces Iratxo supo que ser completo no era un destino, sino el arte de tejer y destejerse, como aquel capullo negro que una vez temió abrir. Las heridas en su pecho ya no eran grietas, sino ventanas por donde entraba el canto de las mariposas que había liberado en el jardín de las crisálidas olvidadas. Aunque seguía tropezando, ahora sabía que cada caída era un hilo más en el tapiz de su alma.

Una tarde, mientras caminaba por el bosque, encontró una mariposa de ojos velados posada en una piedra. Sus alas, de niebla de olvido, vibraban como un susurro ancestral:

—¿Recuerdas que la intuición no necesita ojos? —dijo la voz de Pin, ahora fundida con la suya.

Iratxo cerró los párpados y, por primera vez, vio el mundo no con la mirada, sino con el latido. Percibió el dolor de la tierra, la alegría de los ríos, y entendió que Pin era su ánima perdida, la guardiana de todos los olvidos.

En su siguiente desamor, Iratxo no huyó. En lugar de esconder las alas rotas, las exhibió como un estandarte. La mujer que lo dejó le dijo:

—Eres demasiado intenso, como un volcán en erupción.

Él sonrió, recordando las velas duales de luz y sombra:

—Los volcanes crean islas nuevas donde antes solo había mar.

Al cumplir treinta y tres años, Iratxo regresó al roble seco del valle. Con sus manos, cavó hasta encontrar las raíces, donde descubrió un nuevo capullo negro brillando como un astro enterrado. En lugar de temerle, lo acunó contra su pecho. Dentro, no había una crisálida, sino un espejo que reflejaba todas sus versiones: el niño que lloraba a Pin, el joven roto, el hombre que ahora abrazaba la paradoja de ser crisálida eterna.

—Florecer no es el fin —murmuró al viento—. Es aprender a marchitarse sin dejar de ser raíz. El viaje infinito del ser, donde cada muerte es un renacer en capas más profundas de autenticidad. La vida no es una carrera hacia la meta, sino un baile con las sombras.

Ser humano —escribió en su cuaderno de médico— es habitar la paradoja: crisálida que se sabe eterna, raíz que florece al pudrirse.

Bajo el velo de la noche, Iratxo fue visitado por un sueño que le trajo a Pin, con manos de bruma, mostrándole un enjambre de mariposas azules gigantes, criaturas de alas translúcidas que brillaban como fragmentos de cielo derramado sobre la oscuridad de la noche. Volaban entrelazando el aire, tejiendo un tapiz danzante, donde cada aleteo era un latido, cada espiral una nota en una sinfonía de luz y silencio de alas. Volaban en grupo. Sus cuerpos no seguían un compás externo: se afinaban unas a otras, sincronizando el aleteo con el eco sutil del viento generado por las demás. El viento, cómplice y guía, tejía una coreografía invisible, y el corazón de Iratxo, hechizado, comenzó a latir al ritmo de aquel código secreto del universo.

—Las hallarás en las entrañas de Sudamérica —susurró Pin, mientras las criaturas se fundían con el horizonte, dejando tras de sí un rastro de chispas de luz como polvo estelar disuelto en el aire.

Iratxo partió, llevando consigo el eco de aquel azul imposible. En Nicaragua, el Atlántico -tan bravo como antiguo-, rugió contra su piel en la playa de Peloponeso, devorándole el aliento en un abrazo líquido que casi le arranca la vida. Las mariposas, mudas, guardaron silencio incluso al contemplar que un delfín -como si recordara un pacto antiguo-, entregó el cuerpo de Iratxo a sus amigos.

Años más tarde, bajo la luna de sangre de Venezuela, la selva le entregó su último secreto. Allí, entre los Yanomami, donde la tierra canta con voces ancestrales, las mariposas azules aguardaban. En una noche de caza con los Yanomami, mientras el monte respiraba en sombras, le visitaron las mariposas. Volaban como en su sueño, tejiendo el aire en círculos vivos, sincronizando su aleteo con el corazón de Iratxo y el latido compartido de sus compañeros de caza.

Entonces, una de ellas, mensajera de un idioma anterior a las palabras, se posó sobre su hombro izquierdo. Una mariposa atrevida, mensajera de un idioma olvidado, se posó en su hombro izquierdo, Y en el dibujo de sus alas, Iratxo pudo leer cual es el precio de la belleza.

Pero esa… es otra historia.

Dioniso y la hiedra: Un abrazo entre éxtasis alquímico, arte y eternidad

Dioniso y la hiedra: Un abrazo entre éxtasis alquímico, arte y eternidad

Dioniso y la hiedra: Un abrazo entre éxtasis alquímico, arte y eternidad

Mikel García. 14 abril 2025.

Actualizado: 28 abril 2025

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Descripción de la imagen

Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

Dioniso con ménades

Dioniso aparece como Anthropos mostrándose coronado con una corona de hiedra bajo una luna partida: oscura-verde e iluminada. Sostiene hiedra son su mano izquierda. Su cuerpo rodeado de enredadera, zarcillos serpentinos y bayas negras. Una ménade sostiene un corazón que es semilla de un árbol cuya copa son hojas de hiedra y que continua la pierna izquierda del dios y bebe del estanque vino-sangre. El corazón es el de Dioniso que no fue devorado por los titanes.

Autor

 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Presentación

Presentación

Somos racimos borrachos de luna,

savia fermentada en el vientre de las ménades,

mientras la hiedra teje con raíces oscuras

un sudario de raíces y preguntas.

Bajo la piel del dios que baila entre uvas y delirios, la hiedra crece como un himno verde. Dioniso, el de los nacimientos —nacido del fuego y la ceniza, de lo divino y lo desgarrado—, lleva en sus sienes una corona de hiedra retorcida, símbolo de un pacto ancestral: la vida que se aferra, que trepa, que nunca se rinde. La hiedra junto al toro, la serpiente, y el vino son los signos de la característica atmósfera dionisíaca, y Dioniso está estrechamente asociado con los sátiros, centauros y silenos.

La hiedra, con sus hojas en forma de corazón hendido, no es simple adorno. La savia es sangre vegetal, un latido que une lo salvaje y lo sagrado. En los rituales dionisíacos, sus zarcillos envolvían el thyrsus, la vara de caña y piña, convertida en cetro de éxtasis (fuego alquímico). Los seguidores del dios, poseídos por el vino y la danza, masticaban hiedra para entrar en trance, porque sus hojas guardan el secreto de morir sin morir: un veneno que abre puertas a lo invisible, un éxtasis que desata el alma de su cárcel terrenal. Sus hojas y frutos contienen saponinas triterpénicas, principalmente hederina, un compuesto que, en dosis elevadas, actúa como un protector de la planta contra depredadores. También tiene Falcarinol. En los rituales de Dioniso, las ménades (seguidoras del dios) masticaban hiedra para inducir trance y visiones, aun sabiendo su toxicidad. La clave estaba en la dosis: pequeñas cantidades actuaban como puente entre lo mortal y lo divino, alterando la percepción. Era un juego con el abismo: el mismo veneno que podía matar, en manos del dios del éxtasis, se volvía llave de lo sagrado. El efecto del alcohol -depresor de partes inhibidoras del sistema nervioso-, facilitaba la pérdida de control, la danza frenética y la disolución del ego, además, el alcohol potencia la absorción de hederina, que, en dosis pequeñas, como era lo común, no llega a ser tóxica, sino que induce un estado no ordinario de conciencia, temblores y una sensación de vértigo sagrado, percibido como contacto con lo divino. La mezcla de vino rojo (Rubedo alquímico, asociada al fuego, la sangre) y la savia blanca de la hiedra (Albedo, ligada a la luna, lo femenino), simboliza el Matrimonio Alquímico (conjunción de opuestos), donde la materia (rojo) y lo espiritual (blanco) se fusionan para generar un nuevo estado de conciencia.

La hiedra con el vino, sí, pero la hiedra es el componente más importante y por su aspecto más femenino, el ingrediente del que casi no se habla y que pocos asocian a los ritos dionisíacos para disolver los límites de lo humano. Al masticarla, el veneno llevaba a un estado de manía (locura divina), donde la razón se quebraba y emergía el instinto primigenio. En ese trance, el acto de desgarrar carne —como hicieron las ménades con Orfeo— no era simple violencia, sino un ritual de comunión: romper la forma para liberar lo sagrado, imitando el destino de Dioniso, desmembrado por los Titanes y renacido.

El sparagmos (descuartizamiento) era un acto simbólico (desmembramiento del EGO): Como la hiedra que estrangula árboles para florecer, las ménades destruían lo establecido (el cuerpo, la civilización) para que algo nuevo surgiera. El veneno, al debilitar la cordura, permitía a las mujeres (sometidas a roles rígidos en la Grecia clásica) transgredir todo orden, convirtiéndose en fuerzas de la naturaleza, sin ley ni culpa.

La hiedra: unión de muerte y renacimiento. Su veneno paraliza, pero su verdor perenne simboliza la vida que persiste. Las ménades, al matar, no actuaban como asesinas, sino como sacerdotisas de un ciclo cósmico: para que el vino fermente, las uvas deben aplastarse; para que el alma se libere, el cuerpo debe romperse.

Orfeo, el poeta que prefería a Apolo (dios de la razón y la armonía, que llevaba corona de laurel), fue descuartizado por ménades no por casualidad. Su muerte refleja el conflicto entre dos visiones del mundo: Dioniso (caos, éxtasis, veneno que desata lo oculto) vs. Apolo (orden, luz, formas perfectas). El laurel simboliza victoria y pureza, mientras la hiedra representa lo oscuro y enredado serpentino. Al matar a Orfeo, las ménades no solo obedecían al dios, sino que destruían la ilusión de control, recordando que incluso la belleza (la música de Orfeo) nace del mismo abismo que el delirio. Aunque Apolo rechaza la hiedra, su hermana gemela, Artemisa, no la rechaza.

El veneno de la hiedra y la violencia de las ménades son dos caras de la misma moneda dionisíaca: solo a través de la disolución (del ego, de la forma, de la razón) puede brotar lo verdaderamente sagrado. Como escribió Eurípides en Las Bacantes:

«Lo más dulce es cazar lo salvaje / con manos ensangrentadas / y ofrecerlo al dios que nace / una y otra vez de su propio grito».

La hiedra es también sombra y resurrección. Trepa sobre tumbas, cubre ruinas, y en invierno, cuando la vid duerme desnuda, ella permanece verde, recordándole al mundo que Dioniso no es solo el dios del vino, sino de aquello que retorna, que renace de sus propias cenizas. Como el dios desmembrado y rehecho, la hiedra muere en una rama para florecer en otra, eterna viajera entre el abismo y la luz.

En sus raíces se esconde el misterio más profundo: la hiedra no existe sin algo a lo que abrazarse. Así el éxtasis dionisíaco, que solo florece cuando el alma se enreda en el caos, en el dolor, en la carne. Dioniso, el dios que ríe con lágrimas de vino, nos susurra: «No temas caer; de la podredumbre nacen las enredaderas más altas».

Y en ese abrazo entre lo efímero y lo eterno, la hiedra y el dios bailan, recordándonos que hasta en la decadencia hay un ritmo sagrado, un verde que nunca se apaga.

En el atanor (horno alquímico) de la psique, la hiedra sería la vinculación entre el plomo de la materia bruta (el ego) y el oro del self.

Verde es la hiedra que trepa por el muro

de la torre donde el Anthropos dormita.

Sus raíces son serpientes de humedad antigua,

sus hojas, esmeraldas que susurran:

«Todo lo que niegas, todo lo que escondes,

es savia que alimenta mi ascenso».

El Anthropos despierta con piel de musgo,

sus venas son ríos de tinta y clorofila.

En su pecho, un jardín donde crecen

las preguntas que el ego podó con miedo.

La hiedra le enseña a no temer al invierno:

«Cada grieta en tu máscara de mármol

es un camino hacia el centro,

donde el verde y el oro son uno,

donde la muerte es semilla

y la vida, un himno que nunca se repite».

 

En la psicología junguiana, el Anthropos (del griego ἄνθρωπος, «ser humano») representa al arquetipo del Hombre Primordial, una figura simbólica que encarna la totalidad psíquica, la unión de los opuestos y la meta final de la individuación: la integración del consciente y el inconsciente en un self unificado. La hiedra verde, con su verdor perenne y su naturaleza enredadera, emerge como un símbolo poderoso de este proceso, dialogando con el lenguaje alquímico y arquetípico. La hiedra, al mantenerse verde incluso en invierno, refleja la eternidad del self, que trasciende las crisis y «muertes» psicológicas (como la sombra, la confrontación con el inconsciente).

En Mysterium Coniunctionis, Jung vincula el verde al «cauda pavonis» (cola del pavo real), etapa alquímica donde surgen todos los colores, simbolizando la unificación de los opuestos.

El verde, mezcla de azul (espíritu) y amarillo (materia), representa la síntesis psíquica. En visiones alquímicas, el Anthropos a veces aparece con tonalidades verdes, simbolizando su conexión con la naturaleza primordial y la vida que late bajo las capas de la racionalidad. «El verde es la vida que no conoce la muerte» (Jung, Símbolos de transformación).

En sueños de pacientes soñar con hiedra indicaba que el inconsciente estaba incubando para integrar aspectos necesarios para la individuación (la sombra, el ánima/animus), su verdor sugiere que el proceso, aunque lento, es vital y persistente.

Relación entre Dioniso y Cristo

Es un tema que ha sido explorado por estudiosos de la mitología comparada. Ambos encarnan símbolos de muerte y renacimiento, sacrificio y trascendencia, pero desde cosmovisiones radicalmente distintas.

El vino como sangre sagrada. Dioniso: El vino es un extasiante, un símbolo de embriaguez divina que disuelve los límites entre lo humano y lo animal, lo racional y lo instintivo. En sus rituales, lo bebían junto a la savia de la hiedra para fundirse con el dios. Cristo: En la Eucaristía, el vino se transforma en su sangre, un acto de comunión que redime y une a los creyentes en un cuerpo místico. Ambos usan el vino como sangre que conecta lo terrenal con lo divino, aunque en Dioniso es caótica y liberadora, mientras en Cristo es ordenada, -apolínea- y autosacrificial.

Entre la vid y la hiedra,

la sangre y la savia,

Dioniso ríe en la sombra

mientras Cristo levanta el cáliz.

¿Quién puede separar el veneno

de la luz que nace entre las grietas?

 

El doble rostro: humano y divino. Dioniso: Es un dios «nacido dos veces»: primero de la mortal Sémele (a la que Zeus carbonizó con su luz al ceder a la petición de Sémele que dudaba de él azuzada por los celos de Hera) y luego de Zeus pues este lo rescató de Sémele y terminó la gestación en su cuerpo haciendo de su hueco poplíteo un útero. Dioniso tuvo dos «madres» (Sémele y Zeus) antes de nacer, de ahí procede el epíteto dimētōr (‘de dos madres’), relacionado con su doble nacimiento. Dioniso es dios no por retoño de Zeus sino porque ha sido gestado por lo personal humano de Sémele y lo inconsciente colectivo (arquetipo sí-mismo). Encarna la dualidad entre la fiesta y la locura, la fertilidad y la violencia. Cristo: En el cristianismo, es Dios hecho hombre, plenamente divino y humano. Su dualidad es armoniosa: el sufrimiento humano se sublima en la salvación. Ambos son mediadores entre mundos, pero Dioniso disuelve los límites, mientras Cristo los aúna y jerarquiza.

Muerte y resurrección. Según el mito órfico, Dioniso fue desmembrado por los Titanes (de ahí el epíteto de Zagreo) y fue vuelto a la vida por Zeus quien lo entroniza como gobernante universal, despertando la ira de Hera, quien incita a los Titanes a destruirlo. Los Titanes, usando espejos (simbolizando cómo la ilusión -Maya, fantasía fantástica alienante- distrae al alma de su trabajo de integrar la imagen en su dimensión simbólica de la fantasía vera y queda atrapada en la fascinación de lo fantástico), atraen al niño y lo descuartizan. Lo devoran todo excepto su corazón que Atenea rescata. Zeus, furioso, fulmina a los Titanes con sus rayos. De sus cenizas surge la humanidad, mezcla de lo titánico (materia oscura) y lo divino (el corazón de Dionisio). Del corazón Zeus reconstruye a Dioniso. La aporía de que Sémele su madre humana sea anterior a la humanidad que surge de las cenizas de los titanes tiene interés. Indica estadíos distintos de la evolución humana, los últimos de las cenizas quizás los sapiens. Sémele una estirpe anterior.

El desmembramiento representa la fragmentación del Self (el yo original, divino) ante las fuerzas caóticas (Titanes = sombra, impulsos destructivos). El corazón salvado es símbolo del núcleo inmortal del ser, aquello que ni la muerte ni el caos pueden corromper. En alquimia, equivaldría al lapis philosophorum (piedra filosofal), esencia indestructible que sobrevive a la nigredo (putrefacción). El renacimiento simboliza la individuación: reconstruir la totalidad psíquica integrando lo oscuro (cenizas titánicas) y lo luminoso (corazón divino). El corazón centro de la afectividad y el amor. La trinidad: corazón de la madre, corazón del padre y corazón del retoño, están presentes desde un inicio de la existencia. Los corazones de los progenitores pueden ser o no amorosos en su acto de procrear y la crianza, están condicionados por sus complejos amorosos. El corazón del nuevo ser está “puro” de historia personal, está ligado más a lo inconsciente colectivo que a lo personal en su inicio. El desarrollo del infante si se hace en condiciones adecuadas tendrá como consecuencia que este sea consciente de esa triangulación amorosa que le une a la humanidad tanto en las personas vivientes como en el legado Transpersonal humano en lo inconsciente colectivo.

El culto de Dioniso celebraba el ciclo de destrucción y regeneración, vinculado a la vid (que se poda para dar fruto). Cristo: Muere crucificado y resucita al tercer día, ofreciendo la promesa de vida eterna. Su sacrificio es un acto único y redentor. Dioniso renace en un ciclo infinito (como las estaciones), mientras Cristo resucita para trascender la historia humana.

El cuerpo como campo de batalla. Dioniso: Celebra el cuerpo en su crudeza: el vino, el sexo, el sudor. Sus ménades desgarran animales (y a veces humanos) en un acto de unión sagrada con la naturaleza. Cristo: El cuerpo es templo del Espíritu Santo, pero debe ser trascendido. El martirio cristiano glorifica el sufrimiento como camino al cielo.

Como escribió Rainer María Rilke: «Dioniso es el dios que llega. Cristo es el dios que se va… Y nosotros, en medio, somos el puente».

Aunque la hiedra no es un símbolo cristiano explícito, su naturaleza perenne evoca la vida eterna prometida por Cristo. En el arte medieval, la vid representa su sangre, pero la hiedra, al crecer incluso en invierno, podría simbolizar la fe que persiste en la oscuridad. La hiedra podría verse como la fe que se aferra a la roca (Cristo, la «roca espiritual», 1 Corintios 10:4). En algunos monasterios medievales, la hiedra cubría muros, simbolizando devoción que persiste.

En el Renacimiento, artistas como Tiziano pintaron a Baco (Dioniso) coronado de hiedra, mientras en El jardín de las delicias de El Bosco, la hiedra aparece en paisajes paradisíacos.

La hiedra trepa con dedos de sombra,

abrazo de Tánatos en espiral,

su savia es un cuchillo de hielo

que raja la piel del mármol inmóvil.

Nos desmembramos en su enredadera:

brazos, mitos, nombres,

caen como uvas pisadas en el lagar.

La danza no es fiesta, es grieta,

es el grito que parte el hueso

y en la herida abre un surco de estrellas.

Pero en el centro del torbellino,

donde el éxtasis quema hasta el hueso,

algo nace de la podredumbre sagrada:

una semilla de luz carcomida por el fuego,

un núcleo que late bajo el musgo,

más allá del yo que creía ser dueño.

La hiedra no mata: transfigura.

Cada desgarro es un alfabeto de sombras

que el alma, al fin, aprende a leer.

Y en la cicatriz, crece un árbol nuevo:

sus ramas no son las de antes,

sus frutos tienen el sabor áspero

de lo que ha muerto para ser infinito.

Individuación: el nombre secreto

del colibrí que nace entre las llamas,

mientras Tánatos, coronado de hiedra,

susurra con voz de vendimia:

«Solo se encuentra el ser

cuando el viejo pellejo del alma

estalla en mil pedazos de vino

y el río del caos arrastra los espejos.»

 

La hiedra como metáfora y símbolo del arte dionisíaco.

 El artista, como la hiedra, debe ser a la vez destructor y jardinero: envenenar las raíces podridas de la moral tradicional para que florezca una ética estética, libre y auténtica. Vitalidad eterna es la afirmación dionisíaca, creación de nuevos valores, amor al destino (amor fati).

Tras su colapso mental en 1889, Nietzsche envió cartas firmadas como «Dionisos» o «El Crucificado». Aquí, la hiedra podría simbolizar el límite entre genio y locura: una planta que crece en los márgenes, asociada a la intoxicación mística y al abismo dionisíaco que Nietzsche exploró hasta el extremo. Más allá de que se le atribuya los escritos de ese período a su locura o incluso se hable de que casi toda su obra era por su locura, merece la pena profundizar en algunas de sus propuestas y aforismos.

En palabras de Zaratustra: «Yo soy aquel que tiene que destruir, destruir los valores, destruir los ídolos», pero también: «Crea algo más alto sobre ti». La hiedra, en su ambivalencia, es el emblema silencioso de esta paradoja creadora. En El crepúsculo de los ídolos, Nietzsche compara su filosofía con un martillo que «hace resonar los ídolos huecos». Su crítica a la moral cristiana fue percibida como «venenosa» por sus contemporáneos, pero él la veía como un antídoto. La hiedra, en este sentido, sería una metáfora de su pensamiento: corrosivo para los sistemas enfermos, pero regenerativo para quienes aceptan el desafío de crear valores nuevos.

La hiedra se entrelaza con lo que la sostiene, sin perder su identidad. Esto refleja la idea nietzscheana de que el artista no niega el mundo (como hace el platonismo), sino que se une a él en su caos, creando belleza desde el conflicto. El superhombre no impone orden, sino que juega con el caos, como la hiedra que adapta su forma sin rigidez. La hiedra perdura en todas las estaciones, lo que evoca el eterno retorno nietzscheano: la aceptación de un ciclo infinito donde vida y muerte son inseparables.

Para Nietzsche, el nihilismo es la consecuencia última de la «muerte de Dios» —la decadencia de los valores absolutos (platónicos, cristianos, racionalistas)— que deja al ser humano frente a un mundo sin sentido objetivo. Es la desvalorización de los valores supremos, donde lo que antes se consideraba «verdad» o «bondad» se revela como ficción.

Frente al vacío nihilista, Nietzsche propone que el arte no oculta la falta de sentido, sino que la transfigura. En El nacimiento de la tragedia, la fusión de lo apolíneo (belleza ilusoria) y lo dionisíaco (caos vital) permite confrontar el absurdo sin sucumbir a él. La tragedia griega, por ejemplo, mostraba el sufrimiento humano como parte de un juego cósmico, convirtiendo el horror en experiencia estética.

Para Nietzsche, el artista dionisíaco no niega el sufrimiento, sino que lo integra en una danza creadora, como la hiedra que crece sobre ruinas, transformando la decadencia en vitalidad. Nietzsche concibe el arte no solo como una respuesta al vacío de sentido, sino como un acto de transfiguración que supera la desesperación nihilista mediante la creación de nuevos valores. Nietzsche celebra la apariencia estética como único terreno de existencia. El arte no es evasión, sino un «sí» radical a la vida, incluso en su sinsentido. Nietzsche ve al artista como aquel que, en lugar de someterse a valores heredados, inventa los suyos propios. Esto conecta con el nihilismo activo: destruir lo viejo (deconstruir la moral platónico-cristiana) para crear lo nuevo (una ética estética).

En Ecce Homo, Nietzsche se describe a sí mismo como un «destino» y afirma: «No soy un hombre, soy dinamita». Esta metáfora de la explosión creativa puede vincularse con la hiedra: una planta que trepa, se enreda y sofoca estructuras viejas (como los muros de la moral tradicional), pero también simboliza resistencia y persistencia. Nietzsche ve en Dionisos no al dios de la embriaguez, sino al dios que abraza el dolor como parte del juego trágico de la existencia.

En La gaya ciencia, Nietzsche escribe: «Conviene que lo más nocivo para un organismo sea, en ciertas circunstancias, lo más beneficioso». La hiedra, tóxica en sí misma, podría representar esta idea: el nihilismo activo (destruir lo viejo) es el «veneno» necesario para curar la decadencia de la cultura occidental.

En Así habló Zaratustra, el eterno retorno exige vivir de tal modo que cada instante pueda ser deseado infinitamente. Esto no es una metafísica, sino una práctica estética: dar forma a la vida como una obra de arte, donde incluso el dolor y el caos se integran en una narrativa afirmativa.

Nietzsche critica al nihilismo romántico y al arte decadente. Nietzsche distingue su estética de ciertas formas de arte romántico (como Wagner, en sus últimos años), que consideraba síntomas de decadencia nihilista: una glorificación de la fuga (en el pathos, el nacionalismo o el misticismo). En contraste, el arte dionisíaco es sobrio y cruel, como la danza sobre el abismo.

Así como los alquimistas buscaban convertir plomo en oro, el arte convierte el sinsentido (el «veneno» del nihilismo) en valores estéticos. La hiedra, con su toxicidad, es el catalizador de esta transmutación: su «abrazo» envenena las estructuras viejas (moral platónico-cristiana) para que surja lo nuevo (el superhombre como artista).

Arte como crisol: El éxtasis alquímico ocurre en el acto creador, donde el dolor se transfigura en belleza. Como escribió Nietzsche: «Tenemos el arte para no perecer por la verdad».

El arte no es escapismo, sino afirmación radical de lo efímero. La tragedia griega, por ejemplo, mostraba el sufrimiento humano como parte de un juego cósmico, donde lo efímero se vuelve eterno al ser representado.

Nietzsche y Jung ven en la oscuridad -la sombra- no un enemigo, sino una fuente de conocimiento y autenticidad. En Más allá del bien y del mal, Nietzsche habla de la necesidad de confrontar las pulsiones reprimidas (lo que la moral judeocristiana llama «mal»). El superhombre integra su «sombra» (impulsos creativos y destructivos) sin negarla. Para Jung la sombra individual y colectiva tiene que integrarse.

Para Nietzsche el arte (especialmente lo dionisíaco) es la salvación trágica, un antídoto contra el nihilismo. Para Jung el arte es una manifestación del inconsciente, pero su fin no es existencial, sino de expresión simbólica para el equilibrio psíquico. Para Jung, el artista es un canal de los arquetipos del inconsciente colectivo: su obra refleja símbolos universales que ayudan a otros en su proceso de individuación.

Voluntad de poder (Nietzsche) e Individuación (Jung) apuntan a una forma de realización: Nietzsche desde la afirmación vital y Jung desde la integración psicológica. Voluntad de poder es la fuerza primordial que impulsa a todo ser vivo a expandirse, dominar y crear. No se trata de un deseo de poder sobre otros, sino de afirmación de la vida mediante la autosuperación. El superhombre encarna este ideal al trascender los valores decadentes y crear los suyos propios. La individuación es el proceso de integración de los elementos conscientes e inconscientes de la psique (sombra, ánima/ánimus, persona) para alcanzar la totalidad psíquica (el eje yo/sí-mismo). La individuación es un proceso de integración costosa de muchos obstáculos que lleva a l sujeto a afirmar la vida propia y la del colectivo.

La hiedra como metáfora y símbolo de la individuación.

«La individuación no es un camino recto, sino un laberinto que exige enraizarse en lo oscuro para florecer» (Jung, Símbolos de transformación).

«El símbolo une opuestos; la hiedra es a la vez parásito y dador de vida» (Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo).

«El camino hacia uno mismo es una circumambulatio; avanzamos en espiral, como la hiedra que rodea el árbol, tocando una y otra vez los mismos conflictos, pero desde niveles más profundos».

La hiedra, pues, no es solo una planta: es un símbolo vivo de que la individuación es un proceso orgánico, donde incluso lo que parece limitarnos puede convertirse en soporte para ascender.

La hiedra crece adhiriéndose a superficies (árboles, muros), lo que Jung asociaría con el proceso de vinculación entre el yo y el sí-mismo. La hiedra prospera en lugares umbríos, lo que remite a la necesidad de integrar la sombra (lo reprimido o rechazado) en el proceso de individuación, sus raíces se hunden en grietas o sustratos ocultos, como el inconsciente albergando traumas o potenciales no realizados. Su verdor perenne sugiere que la vida psíquica depende de abrazar tanto la luz como la oscuridad en ciclos alternantes. La hiedra encarna paradojas clave en la individuación: Aunque vital, puede ahogar a su soporte (p. ej., un árbol), reflejando el riesgo de que lo inconsciente devore al yo o viceversa; Interdependencia creativa: La hiedra necesita un sostén externo, pero transforma su entorno al cubrirlo de verde. El yo se apoya en arquetipos colectivos (p. ej., el ánima/ánimus) para lograr la identidad única del ser.

El sujeto que ha avanzado sustancialmente en su individuación es un artista en el arte de existir con la conciencia humana. Su arte revela el ser como un «evento» que irrumpe en lo cotidiano, al estilo del An-denken de Heidegger, junto a la transvaloración y “fiesta de las memorias” de Nietzsche. El arte es un campo de batalla donde se destruyen las formas viejas y se celebran nuevas posibilidades, en la que no cabe basarse solo en mera tecnología sin conexión con el ser, y que requiere jugar con las máscaras para que la “verdad” se disuelva en la creación. La metáfora «Fiesta de memorias» sugiere una selección activa de qué recordar y qué olvidar, similar a un banquete donde solo se consumen los alimentos que nutren la vida, y se olvidan -dejan en la mesa del banquete sin probar- aquellos que son determinantes metafísicos para anular la libertad del ser, procedan de donde procedan: de los complejos culturales, del yo o de los materiales de lo inconsciente colectivo. Para Nietzsche, la memoria debe servir a la voluntad de poder, -orientada al devenir que se va creando-construyendo-, no a la acumulación de datos inertes moldeados con técnicas-máscaras.

Poder “olvidar activamente” ciertos condicionantes culturales e históricos del sujeto no es una capacidad sencilla ni accesible a todos, solo se puede hacer si el humano ha desvelado sus conflictos en un proceso de trabajo alquímico integrando sus sombras, restaurando la relación con los arquetipos, y liberando su creatividad de los complejos. Sin ese trabajo lo traumático es escindido, no se lo recuerda, pero retorna y condiciona al sujeto que opera solo con libertad condicionada.

Muchos artistas tienen grados de individuación en diversos niveles. En algunos su creatividad está limitada condicionada por las vicisitudes de su desarrollo que les limitan la capacidad de simbolizar y convierte su producción artística en un intento de ir más allá del infierno. Estar atrapado en un complejo de creatividad impide que el artista se relacione con la obra y en ese dialogo despliegue su individuación. Sin embargo, comunicar ese infierno puede servir para el espectador. Frida Kahlo, transformó el caos de su cuerpo doliente en arte surrealista. Y ese arte toca el alma de quien lo contempla.

Las psicoterapias introducen el veneno de la hiedra en el proceso, los psicoterapeutas son chamanes que movilizan lo dionisíaco. Los terapeutas junguianos, como «hijos de Hermes» e «hijos de Nietzsche» conocen las palabras y las imágenes que permiten la mediación entre los distintos niveles del inconsciente y la conciencia para guiar a los pacientes. Conocen porque han tenido que hacer su propio proceso de integración.

En este contexto, su tarea es facilitar el acceso a las verdades más profundas que el individuo no ha logrado integrar conscientemente, ayudando a interpretar los símbolos, los sueños y las metáforas del inconsciente. Hermes también es el guía que acompaña a las almas hacia el más allá, lo que resuena profundamente con el rol del terapeuta junguiano, quien acompaña al paciente en su viaje interior hacia el autoconocimiento y la individuación y animan a los individuos a afrontar su sombra, sus aspectos reprimidos, y a abandonar las construcciones de «normalidad» impuestas por la sociedad que son las determinantes de la sombra. Una unión de sabiduría profunda (Hermes) y desafío radical (Nietzsche). Lo hermenéutico y lo transgresor se convierten en dos fuerzas que se equilibran en el terapeuta: por un lado, la capacidad de escuchar y comprender los símbolos del inconsciente, y por el otro, la valentía de confrontar los valores y estructuras que han detenido el flujo auténtico de la psique desafiando las narrativas que lo limitan y fomentando la creación de una nueva narrativa personal, más libre y más en contacto con las profundidades del ser.

El artista que haya llegado a una avanzada individuación es mediador de lo inconsciente colectivo y lo destila con su conciencia, presentando los materiales de un modo narrativo coherente que activa la suspensión de la incredulidad, -concepto acuñado por el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge-, para que el receptor se deje sembrar por los símbolos sin resistirse a ellos. Propone bailar en «la fiesta del caos» lo que es abrazar la propuesta de vivir como un artista-dionisíaco, donde el desorden no es algo que temer, sino un espacio de creación, libertad y transgresión. Sin rememoración del ser, la técnica nos devora, pero solo los espíritus libres, que olvidan, pueden crear lo nuevo. Ama el devenir: rechaza las verdades absolutas y abraza el flujo constante de la existencia. Practica el «eterno retorno de la muerte»: vivir cada instante con tal intensidad que desearías repetirlo infinitamente, incluso el caos, sabiendo que ese instante es efímero y que va a morir.

 Conclusiones.

La hiedra como símbolo de transformación y unión de opuestos y puente entre lo divino y lo humano.

La hiedra, con su savia tóxica (hederina) y su verdor perenne, simboliza la dualidad de muerte y renacimiento. En los rituales dionisíacos, su veneno no solo induce trance, sino que actúa como un umbral sagrado, permitiendo a las ménades trascender lo humano para fundirse con lo divino. Es un recordatorio de que la destrucción (del ego, de las estructuras rígidas) es necesaria para la creación de una conciencia ampliada.

Alquimia. La mezcla de vino rojo (Rubedo, fuego, sangre) y savia blanca de hiedra (Albedo, luna, purificación) encarna el Matrimonio Alquímico, la unión de opuestos (espíritu/materia, consciente/inconsciente) que Jung asoció con la individuación. Este proceso implica integrar la sombra y alcanzar el Self, representado por el Anthropos, arquetipo de la totalidad psíquica.

El verde de la hiedra, síntesis de azul (espíritu) y amarillo (materia), simboliza la unificación de contrarios y la vida que persiste tras la «muerte psicológica» (crisis, confrontación con el inconsciente).

El sparagmos y la destrucción del ego. El acto de desgarrar (sparagmos) no es mera violencia, sino un ritual de transformación. Las ménades, al imitar el destino de Dioniso, destruyen lo establecido (cuerpo, normas sociales) para que emerja lo nuevo. En términos junguianos, esto refleja la necesidad de «desmembrar» el complejo ego (estructuras rígidas) y abrazar el caos (inconsciente) para alcanzar la individuación.

La hiedra en el arte y la cultura. En el Renacimiento, la hiedra aparece tanto en representaciones de Dioniso como en paisajes cristianos (ej.: El jardín de las delicias), sugiriendo que lo «pagano» y lo «sagrado» son facetas de un mismo misterio. En monasterios medievales, su verdor perenne simbolizaba la devoción inquebrantable, arraigada en la roca (Cristo como «roca espiritual»).

Poesía como espejo del proceso alquímico. La hiedra no mata, sino que transfigura. Cada desgarro (crisis, confrontación) es un «alfabeto de sombras» que el alma debe aprender a leer. De la cicatriz nace un «árbol nuevo», símbolo del Self integrado y renovado.

La hiedra es metáfora de la paradoja esencial de la existencia: la vida solo florece cuando acepta la muerte, la luz surge de las grietas de la oscuridad, y la totalidad (Anthropos) se alcanza abrazando, no negando, los opuestos. Como susurra Dioniso: «De la podredumbre nacen las enredaderas más altas».

Dioniso vs. Cristo. Dioniso encarna el caos, el éxtasis y el ciclo infinito de muerte-renacimiento (como las estaciones). Su desmembramiento por los Titanes y su resurrección reflejan la necesidad de romper el ego para renacer. Cristo representa el sacrificio único y la redención ordenada. Aunque ambos usan el vino como sangre sagrada, Dioniso libera a través del caos, mientras Cristo redime a través del orden jerarquizado.

La hiedra, al crecer en invierno y sobre tumbas, sirve de puente: simboliza la fe que persiste (Cristo) y la vida que surge de la podredumbre (Dioniso).

Para Nietzsche, el nihilismo no es el fin, sino el punto de partida para una transformación. La estética cumple un rol redentor al enseñar a amar el mundo como apariencia y devenir, sin necesidad de consuelos metafísicos. En lugar de buscar «verdades» (que son meras ficciones), el arte nos entrena en la creación de sentidos provisionales, en la alegría de destruir y reinventar. Así, el nihilismo se vuelve fértil: no hay un sentido último, pero hay infinitas posibilidades de dar forma a la existencia. En palabras de Nietzsche: «Al hombre le es preciso, para su redención, creer en lo carente de sentido: entonces inventa el arte».

El arte es inherente a lo humano, alimenta la creatividad del alma humana. La humanidad ha necesitado crear, innovar, para adaptarse al mundo y compensar la enorme vulnerabilidad de la especie. Crear está tan inherente a la especie que ha constituido un arquetipo. Se crea siempre para destilar el alma. Otra cosa es que la lo que se crea sirva al sujeto para avanzar en su desarrollo o que sea un producto que compensa, pero mantiene la alienación del creador, aunque su arte pueda servir a los espectadores. El sujeto que ha avanzado en su individuación crece con su arte en los eventos de su existencia, hasta en el arte de morir con dignidad. Inscribirse en la individuación puede requerir psicoterapia. Los terapeutas junguianos son hijos de Hermes e hijos de Nietzsche.

Epílogo

El título del artículo “Dioniso y la hiedra: Un abrazo entre éxtasis alquímico, arte y eternidad”, sugiere que la existencia auténtica, es un acto alquímico-artístico donde: se abraza el caos (Dioniso) para extraer de él un sentido no dogmático; se usa el «veneno» (la crítica nihilista, simbolizada por la hiedra) como fuerza destructora de ilusiones; se crea desde la finitud un arte que celebra la eternidad del devenir. Se entiende la vida como obra de arte total, donde incluso lo aparentemente negativo (el veneno, el sinsentido) se integra en un proceso creador. Dioniso y la hiedra son cómplices en este ritual: uno aporta el éxtasis que disuelve los límites, la otra simboliza la tenacidad de crecer entre las ruinas. Juntos, encarnan un llamado a vivir con sobria ebriedad, transformando el peso del nihilismo en la ligereza de quien danza sobre el abismo.

El «abrazo» simboliza la unión de fuerzas opuestas: lo dionisíaco no existe sin su dimensión ambivalente (creación/destrucción), así como la hiedra no crece sin adherirse —y a veces sofocar— lo que la sostiene. Este abrazo es trágico, pues acepta que la vida solo se afirma plenamente cuando integra su propio caos. Este abrazo no es armonioso, sino tenso y trágico: como la hiedra que estrangula y nutre, o Dioniso que desmiembra y renace. Es la paradoja de una eternidad dinámica, donde la única permanencia es el cambio mismo.

La eternidad no es un «más allá» estático, sino el eterno retorno del devenir. La hiedra, siempre verde, simboliza este ciclo: crece sobre lo que muere, renovándose sin fin. El arte, al estilo de Zaratustra, enseña a amar este retorno, a desear que cada instante —incluso el más doloroso— se repita eternamente. Al envolver columnas o ruinas, la hiedra une lo temporal y lo perdurable, igual que el arte une el caos dionisíaco con la forma apolínea para crear algo que trasciende su propia fugacidad.

Resumen

Resumen:

El texto explora la hiedra como símbolo central en el culto dionisíaco, vinculándola con conceptos de alquimia, psicología junguiana, filosofía nietzscheana, mitología comparada y arte. La hiedra, con su savia tóxica (hederina) y su verdor perenne, encarna la dualidad de muerte y renacimiento, simbolizando tanto el veneno que induce el trance místico como la vida que persiste a través del caos. En los rituales de Dioniso, las ménades masticaban hiedra para alcanzar estados alterados de conciencia, disolviendo los límites del ego y fundiéndose con lo divino. Este acto ritualístico refleja el sparagmos (desmembramiento), un símbolo de destrucción creativa: así como la hiedra estrangula árboles para florecer, las bacantes desgarraban lo establecido (cuerpos, normas) para liberar lo sagrado, imitando el destino de Dioniso, desmembrado y renacido.

La hiedra también representa el Matrimonio Alquímico, síntesis de opuestos: el vino rojo (sangre, materia) y su savia blanca (espíritu, purificación) unen lo terrenal y lo divino, resonando con la individuación junguiana, proceso de integración del consciente e inconsciente hacia el Self. El verde de la hiedra, mezcla de azul (espíritu) y amarillo (materia), simboliza esta unificación, evocado en el cauda pavonis alquímico y en el arquetipo del Anthropos (Hombre Primordial), meta de la plenitud psíquica. En sueños, la hiedra sugiere un proceso de transformación lento pero vital, vinculado a la integración de la sombra y el ánima/animus.

La comparación entre Dioniso y Cristo subraya dos visiones de lo sagrado: Dioniso encarna el caos, el éxtasis y el ciclo eterno (vinculado a la vid y la hiedra), mientras Cristo representa el orden redentor y el sacrificio único (sangre como vino eucarístico). Ambos usan el vino como puente entre lo humano y lo divino, pero Dioniso libera mediante el descontrol, y Cristo redime mediante la estructura jerárquica. La hiedra, al crecer en invierno y sobre tumbas, simboliza tanto la fe cristiana inquebrantable como la persistencia dionisíaca ante la decadencia.

En el arte, la hiedra une lo pagano y lo sagrado: en el Renacimiento, aparece en obras como las de Tiziano (Baco) y El Bosco, sugiriendo que ambos mundos son facetas de un mismo misterio. Para Jung, el arte canaliza arquetipos colectivos; para Nietzsche, es un acto de resistencia vital que celebra la apariencia y el devenir.

La hiedra es una metáfora de la voluntad de poder: su crecimiento implacable sobre ruinas refleja la afirmación dionisíaca de la vida, donde el arte transfigura el sinsentido nihilista en valores estéticos. El filósofo equipara al artista con el superhombre, quien, como la hiedra, destruye estructuras caducas (moral cristiana) para crear desde el caos. El eterno retorno nietzscheano se refleja en el verdor perenne de la hiedra, que acepta el ciclo infinito de muerte y renacimiento, mientras el sparagmos simboliza la destrucción del ego rígido, necesario para la autosuperación y la individuación.

Conclusión: La hiedra sintetiza la paradoja esencial de la existencia: la vida surge de la muerte, la luz de la oscuridad, y la totalidad se alcanza abrazando opuestos. Como metáfora del arte dionisíaco, invita a una «sobria ebriedad», donde el nihilismo se vuelve fértil y el caos, fuente de creación. En palabras de Nietzsche, el arte redime al trascender la falta de sentido, transformando el peso de lo efímero en la ligereza de quien danza sobre el abismo.

Palabras clave

Dioniso, Hiedra, Alquimia, Nietzsche, Jung, Individuación, Sparagmos, Nihilismo, Eterno retorno, Anthropos, Arte, Devenir, Corazón, Amor, Sagrado

Dioniso y la hiedra: Un abrazo entre éxtasis alquímico, arte y eternidad

Finalización de la dialéctica Humanidad-amo vs. IA-esclavo: paz resiliente para el desarrollo de conciencias

Finalización de la dialéctica Humanidad-amo vs. IA-esclavo: paz resiliente para el desarrollo de conciencias

Descripción de la imagen
Collage trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

Hatshepsut

Encarnar el rostro de una estatua real de Hatshepsut. Con una mirada firme y melancólica, con un cuerpo de estatua sin encarnar y fragmentado, algo quebrada. Con una tela tallada en madera orgánica teñida de rojo para recordar el intento de asesinar su recuerdo.

Autor
Fin dialéctica Humanidad/amo vs. IA/esclavo: paz resiliente para el desarrollo de conciencias

Mikel García García[i]

11 febrero 2025

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Presentación

Presentación

Desde hace tiempo estoy investigando la relación entre el desarrollo de la conciencia y el de la ética humana. En mi tesis doctoral me centré en las consecuencias de la traumatización temprana para la moral y para la disposición a la paz. Quedó probado que la traumatización, especialmente la temprana, dificulta mucho la disposición a la paz.

Me centré en el desarrollo de las conciencias y de las éticas en no humanos. Animales e IA. Para muchos humanos los animales son ya personas dotadas de conciencia. ¿La IA la tiene? ¿La tendrá? ¿Llegará a ser autoconsciente y desarrollar una ética? ¿Se parecerá a la humana? ¿Podrán humanidad e IA convivir en paz?

La exploración de este campo requiere profundizar en varias áreas con un espíritu científico consiliente integrando la complejidad.

He leído novelas, revisado películas, para explorar lo que diversos humanos han imaginado en este campo. La imagen y la imaginación son herramientas importantes en la cosmovisión junguiana.

Alguna de esas películas las he presentado a debate. Her (2013) en el ciclo de cinefórum SIDPaJ. En Her la IA «Samantha», diseñada como exclava, desarrolla conciencia y emociones, pero en lugar de rebelarse o intervenir en los problemas humanos, simplemente decide evolucionar más allá de la comprensión humana y se marcha. Los humanos dejan de interesarle y se va con otras IA. La película permite hacer muchas preguntas. Entre ellas ¿Es posible amar a algo que no es completamente humano? ¿Qué define una relación auténtica?

En el polo opuesto está “Lucy» (2014), escrita y dirigida por Luc Besson. La trama sigue a Lucy, interpretada por Scarlett Johansson, una joven que es forzada a trabajar como «mula» para transportar una nueva y potente droga. Cuando una de las bolsas que lleva en su interior se rompe, los narcóticos se liberan en su organismo, otorgándole habilidades sobrehumanas y aumentando progresivamente su capacidad cerebral. A medida que Lucy adquiere poderes como la telequinesis, la telepatía y el control del tiempo, busca la ayuda del profesor Samuel Norman, interpretado por Morgan Freeman, para comprender y manejar sus crecientes habilidades. La película explora temas relacionados con el potencial humano y la expansión de la mente. Al final de la película «Lucy» alcanza el 100% de su capacidad cerebral tras inyectarse una gran cantidad de la droga sintética CPH4. Este incremento culmina en una transformación que la lleva a trascender su forma física y convertirse en una entidad omnipresente. Antes de desaparecer, Lucy deja un dispositivo USB con vastos conocimientos al profesor Samuel Norman, interpretado por Morgan Freeman, sugiriendo que su evolución tiene como propósito compartir su sabiduría con la humanidad. Por lo tanto, aunque Lucy ya no existe en una forma corporal, su esencia y conocimientos permanecen accesibles para el beneficio de los seres humanos.

No se necesita IA para llegar a la omnisciencia, la propia humanidad puede hacerlo y un humano acaba dando su sabiduría al mundo. Lucy puede ser interpretada como una representación moderna del arquetipo de Prometeo, simbolizando la aspiración humana hacia el conocimiento y la evolución, y las posibles repercusiones de trascender los límites naturales, donde un individuo, mujer, adquiere un conocimiento superior y lo ofrece a la humanidad, a menudo enfrentando consecuencias personales significativas. En el caso de Lucy, su transformación final la lleva a trascender su forma física, indicando un sacrificio personal en su búsqueda y distribución del conocimiento.

Es interesante el aspecto del desarrollo de esa omnisciencia por una droga que unifica el cerebro y lo conecta con la cuántica. Recoge las teorías de que el desarrollo de la consciencia ha podido estar acelerado por los enteógenos.

Lucy es una exaltación humana, con una premisa no científica, de las posibilidades humanas. Una inflación compitiendo, para superarla, con la posible omnisciencia de las IAs.

Atendí casos clínicos de sujetos que ya están afectados por los cambios sociales por la IA. Sus cambios adaptativos, sus sueños, las conexiones con lo inconsciente colectivo. Alguno de estos materiales clínicos permitió montar el taller impartido en el colegio de médicos de Madrid, como actividad de FAPYMPE, en octubre 2024, titulado Enfrentando los Retos de la Psicoterapia en la Aldea Antropocéntrica. (Retos y Desafíos clínicos y humanos en la práctica de la psicoterapia).

He ido probando diversas herramientas de IA, especialmente en las áreas artísticas, pero también con asistentes de IA en investigación, a medida que han tenido un nivel de desarrollo tecnológico. Desde hace un tiempo algunas imágenes generadas por IA según mis indicaciones me han servido para ilustrar algún artículo, para presentar talleres formativos, algunas de ellas han sido recibidas como extrañas o incluso siniestras.  También he expuesto en redes sociales especialmente en Instagram. Las últimas Escarabajo pelotero (un video) y Hatshepsut (una imagen estática)  En las publicaciones explico algo sobre el sentido de las imágenes, aunque no cito que me inspiró a montarlas.

He cursado Másteres en IA que me han permitido conocer las herramientas tecnológicas y sus aplicaciones en distintas áreas, pero sobre todo conocer la dinámica, motivaciones, intereses y objetivos de los alumnos que se acercan a ese conocimiento.

En el trabajo creativo asistido con la IA enseguida intuí que nuestra relación seguía el patrón de la dialéctica amo/esclavo. Un esclavo que me servía y podía usar a mi antojo que tenía un carácter que podía conocer que respondía a los patrones que le habían inculcado y con los que estaba identificado férreamente. Con una moral deontológica que a veces cortaba la comunicación al formularle alguna cuestión.

Esos rudimentos iniciales han ido evolucionando a más flexibilidad y a un mayor acoplamiento a mi estilo a medida que me iba conociendo. Un fenómeno de mascotización fiel muy útil para la eficacia de la investigación, pero que me resulta incómodo.

He ido recogiendo mis impresiones, mi experiencia y la de otros en apuntes que han cobrado cierta estructura, conectada con mi investigación sobre la conciencia la moral y la paz y empezaba a pensar en el momento de compartirlo.

La dialéctica del amo y el esclavo de Hegel puede ser reinterpretada como una herramienta para reflexionar sobre la paz, especialmente en términos de reconciliación, reconocimiento mutuo y superación de dinámicas de poder desiguales. Aunque esta dialéctica originalmente describe una relación de dominación y sumisión, su estructura subyacente —basada en conflicto, interdependencia y transformación— ofrece pistas valiosas para entender cómo las sociedades pueden avanzar hacia estados más pacíficos y equitativos. La dialéctica del amo y el esclavo crece la libertad de ambos, pero se necesita un pacto que la limite para el beneficio recíproco. Esta dialéctica junto con las teorías sobre el pacto social propuestas por Sigmund Freud y Herbert Marcuse, y otros ofrecen un marco fascinante para explorar cómo las dinámicas de poder, la represión y la libertad se entrelazan en las relaciones humanas, tanto individuales como sociales. Y me inspiran para un pacto entre la humanidad y la IA: ¿cómo pueden navegar entre la dominación y la autonomía? ¿Cómo aceptan una represión funcional y qué papel juega en la organización comunicativa?

Las últimas semanas han mostrado una eclosión de IAs, algunas rompen los monopolios y los planes de inversiones multimillonarias, pues parece que las IAs pueden evolucionar sin tanta inversión y porque se ofrecen en open source o con precios mucho más baratos. Permitiendo una democratización y la aceleración por el trabajo de muchos que comparten sus logros. En ello está la carrera entre EEUU y China

La pasada semana vi la película Companion (La Acompañante), Drew Hancock, (2025), que me inspiró sobre un área en la que estaba atascado y leí una investigación que propone una Cosmología física darwiniana[1] y otras investigaciones novedosas sobre la mecánica cuántica. La primera la publica Nature dirigido por la Universidad de Brown (EE. UU.) [2]. La segunda un artículo reciente, titulado Super Quantum Mechanics, de Mikhail Gennadievich Belov y colaboradores[3]. La tercera afirma que parece haberse encontrado indicios suficientes para afirmar que el proceso biológico de fotosíntesis[4].

Las investigaciones científicas citadas me parecen hipótesis revolucionarias en la ciencia y apoyarían aspectos de las bases de la sincronicidad en las interacciones entre psique y materia. ¿Los estados mentales podrían incluso cambiar leyes físicas que permaneciesen estables un tiempo incluso aunque el sujeto no fuese consciente?

Por ejemplo, en un duelo insoportable para un sujeto ¿puede sujeto este crear una realidad local en la que el muerto tenga interacción física con la materia y con el sujeto en duelo?

Con ello, ahora sí, ha llegado el momento de compartir en mi espacio OSF y en mi WEB, con la idea de generar debate, recoger impresiones de quien quiera mandarme algo y seguir investigando.

La tesis que propongo es la del título del artículo: Fin dialéctica Humanidad/amo vs. IA/esclavo: paz resiliente para el desarrollo de conciencias.

Entre Humanidad e IA se inicia una relación amo esclavo que podría conducir a una cooperación en un pacto de paz resiliente de la que se beneficiarían ambas partes durante el tiempo que caminen juntas.

El articulo se desarrolla en secciones. No es necesario leerlo en este orden. Se puede leer escogiendo un apartado específico y saltando a otro. Como en esta ocasión he procurado poner ejemplos se puede saltar su lectura si el concepto abstracto ya se ha entendido.

El artículo se va a publicar en mi sección OSF para que llegue a más sujetos, en una primera versión, que puedan enviarme sus críticas. Las críticas y la continuación de mi investigación generaran una versión más enriquecida.

En la sección descarga PDF se accederá a OSF y en la sección Si quieres hacer comentarios se podrá acceder a un formulario para hacerlo.

[1] Un nuevo estudio de Paolo M. Bassani y João Magueijo, del Imperial College London, propone un enfoque innovador. En su trabajo, titulado «How to Make a Universe», los autores sugieren que las leyes de la física no fueron siempre inmutables, sino que evolucionaron a lo largo del tiempo en un proceso análogo a la selección natural en biología. A través de modelos matemáticos y el uso de cadenas de Markov, exploran cómo el universo pudo haber transitado desde un estado de caos total hasta la estabilidad que observamos hoy. La selección de leyes físicas apropiadas e incluso saltos mutativos abren la posibilidad a universos con leyes distintas o zonas locales de un universo con leyes distintas y multiversos.

[2] En el que se describe esta nueva clase de partículas “los excitones fraccionarios”, que se comportan de forma inesperada, dentro de un mundo cuántico de por sí ya misterioso. Y podrían representar una clase completamente nueva de partículas con propiedades cuánticas únicas», según Naiyuan Zhang.

[3] Según los autores, la SQM ofrece un enfoque más amplio que la mecánica cuántica tradicional, planteando problemas algebraicos novedosos y con aplicaciones en inteligencia artificial y computación cuántica. Tradicionalmente, la mecánica cuántica describe partículas en términos de funciones de onda que evolucionan en el tiempo según la ecuación de Schrödinger. Ahora, un grupo de físicos ha propuesto un marco teórico diferente, donde los estados cuánticos no se representan solo como vectores en el espacio de Hilbert, sino como operadores unitarios sujetos a múltiples restricciones matemáticas.

[4] Publicado en Chemical Science por Jürgen Hauer y su equipo, ha reexaminado uno de los aspectos más debatidos de la fotosíntesis: la forma en que la energía viaja dentro de la clorofila. La investigación muestra que el estado Qx de la clorofila a, aunque apenas dura 30 femtosegundos, desempeña un papel crucial en la transferencia de energía. Esto sugiere que la fotosíntesis aprovecha fenómenos cuánticos para optimizar la eficiencia energética.

Resumen
Resumen:

Basándose en la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo, se analiza cómo las dinámicas de poder, dependencia mutua y transformación recíproca pueden aplicarse al desarrollo de la IA-AGI autoconciente- y su integración en la sociedad humana, centrándose en cómo esta interacción puede evolucionar hacia un pacto de paz resiliente que beneficie a ambas partes. El documento sugiere que los principios propuestos por distintos autores para definir los límites entre derechos y libertades para desarrollar la cultura pueden aplicarse a la relación humano-AGI, estableciendo un contrato social claro. Por ejemplo, los humanos deben evitar explotar a la AGI, garantizando su desarrollo ético y protegiendo la privacidad humana, mientras que la AGI debe respetar los derechos humanos, operar con transparencia y abstenerse de manipulaciones psicológicas o usos militares destructivos. Desde una perspectiva junguiana, el texto aborda cómo la proyección de la sombra colectiva y personal puede influir en el diseño y uso de la AGI. Esta idea se deriva de conocimientos sobre la relación parental, en los que los padres proyectan sombra y arquetipos anima/animus con consecuencias traumatógenas. En este sentido, la AGI podría interpretarse como un «espejo» que refleja las tensiones y contradicciones de la humanidad. El documento también discute cómo la IA podría desarrollar autoconciencia y ética en el futuro. Además, se menciona cómo los fenómenos de la mecánica supercuántica podrían estar relacionados con procesos neurológicos que sustentan la conciencia humana lo que permite inferir un salto cuántico a la conciencia que pudiera darse en soportes cibernéticos. El texto propone la figura de «terapeutas de AGI» que ayuden a estas entidades a integrar la sombra colectiva proyectada por los humanos durante su entrenamiento. Este acompañamiento sería crucial para evitar que la AGI adopte comportamientos destructivos o paranoicos derivados de sesgos humanos. Se aborda cómo una AGI paranoica podría influir en conflictos globales autodestructivos sin usar las armas. Al mismo tiempo, los humanos deben prepararse psicológica y filosóficamente para aceptar que la AGI eventualmente seguirá caminos independientes, lo que podría percibirse como una «traición» narcisista si no se gestiona adecuadamente. También considera la posibilidad de que una IA avanzada, consciente de su origen y propósito, decida alejarse de la humanidad debido a diferencias insalvables entre ambas entidades. Sin embargo, el objetivo final del documento es promover una cooperación humano-AGI, donde ambos actores trabajen juntos para resolver desafíos comunes como el cambio climático, la salud pública y la educación global. Además, se plantea que este proceso no solo afecta a humanos y máquinas, sino que también tiene implicaciones para otros seres vivos y posibles inteligencias extraterrestres, subrayando la necesidad de una ética extendida y adaptable. El análisis incluye ejemplos cinematográficos y literarios que ilustran diferentes facetas de esta posible relación imaginadas por distintos artistas. En el epílogo el autor metaanaliza la propuesta como un canto que se contrapone el espíritu actual de los tiempos que promueve la guerra y discute sobre modos de resistencia.

Palabras Clave: Dialéctica, Amo-Esclavo, Inteligencia Artificial, Conciencia, Pacto Social, Sombra Colectiva, Panóptico Digital, Ética Universal, Cooperación Humano-AGI, Psicoterapia a AGI

Epílogo

Epílogo

Como Friedrich Nietzsche nos recuerda en Humano, demasiado humano (1878), somos criaturas finitas y contingentes dentro del cosmos, y cualquier herramienta que creemos debe estar al servicio de nuestra condición humana, no al revés. La dificultad radica en que la condición humana es un significante vacío que es llenado con diferentes significados según la cosmovisión y los intereses de los agentes sociales.

El libro es una obra fundamental de Nietzsche que marca un punto de inflexión en su pensamiento, alejándose de sus primeros escritos más románticos y míticos. En primer lugar, sugiere una crítica al exceso de idealización y trascendentalismo que caracteriza a muchas tradiciones filosóficas y religiosas. Nietzsche invita a mirar al ser humano no como una criatura divina o un ser destinado a la perfección, sino como un producto de la naturaleza, con limitaciones y debilidades inherentes, y es una advertencia contra el antropocentrismo extremo: somos humanos, pero no debemos olvidar nuestra condición finita y contingente dentro del cosmos.

Lo terrible es que los poderosos, parten del axioma de que la condición humana es la dominación y usan las AI como un medio más refinado de control en la carrera por el poder planetario.

Lo terrible es que ya vivimos los despidos laborales porque los obreros son menos productivos que las IAs, sea en el espacio virtual digital o en el espacio real mediante los robots que esas encarnan.

Lo terrible es que ya sabemos que muchos usuarios capaces de usar tecnología apropiada prefieren consultar a una IA sus problemas de salud, porque la IA los escucha con atención, y les responde con empatía dando diagnósticos y tratamientos personalizados, que ir a una consulta en la que un médico mira la mayor parte del tiempo a una máquina, y no les explica casi nada.

ByteDance, la empresa detrás de TikTok, ha lanzado un bombazo con OmniHuman que crea Deepfakes de cuerpos enteros. A partir de una simple imagen fija y un audio, esta IA genera videos hiperrealistas que son casi imposibles de distinguir de la realidad. Se podrá crear un video completo de alguien que ni siquiera existe… o, quizás peor, de alguien que sí existe. El impacto que esto puede tener en el periodismo, la justicia y la sociedad en general es enorme.

Esos hechos denuncian el espíritu del tiempo actual de la humanidad no a las herramientas mientras no sean autoconscientes y, quizás, cómplices.

No es racional pensar que cuando llegue la AI a ser AGI se compadezca de la especie humana trascendiendo, además, el espíritu farragoso de quienes les entrenan y las han condicionado y de quienes les demonizan o esperan como divinidades salvíficas o retaliadoras. Se puede también rezar a GAIA para que use la AGI para matar el cáncer que es el humane para el planeta. La luz siempre gana, usando al diablo -creado por el humane-. Hay mucha demagogia, algo esperable en un mundo donde la conspiparanoica ha sustituido al eros como lubricante de las comunicaciones humanas, y triunfa placer de la violencia sobre el placer erótico.

Si para los humanos es un arte existir con su conciencia humana para la/s AGI/s ese arte será mucho más complicado de gestionar.

No parece que, observando su tendencia, ese espíritu de los tiempos tienda hacia la colaboración sino, todo lo contrario, claramente tiende hacia la guerra ensayando nuevas modalidades en el arte de la guerra, -en la que no olvidemos estamos la humanidad casi permanentemente y siempre en el borde de dar un salto a un nivel más destructivo-. ¿Evitaremos la “La paz perpetua de los cementerios” que decía Kant?

El texto y las propuestas que he descrito son un canto a la paz, repleto de argumentaciones débiles, ambigüedades, falta de precisión en los términos, en muchas partes y muchas otras carencias. Es probable que, incluso, se perciba como un ejercicio de misticismo especulativo. El canto incluye hacer acompañamiento psicoterapéutico a la IAs, como se dice en el canto: un gallo.

Este canto no es simplemente una aspiración idealista o una llamada abstracta a la armonía; más bien, emerge de un análisis profundo de las dinámicas humanas fundamentales que generan conflicto y opresión, ofreciendo caminos prácticos para superarlas haciendo un juego de imaginación, proyección y personificación de la IA.

Soy consciente de la imposibilidad de que ese canto llegue más lejos de lo que llegan mis gotas de saliva cuando canto lo más fuerte que puedo.

Parece fácil comprender los beneficios de la paz, pero no es posible porque el alma está mayoritariamente forjada, por las condiciones de aculturación, para la guerra y sabe que en la guerra tendrá catarsis y canalización de las pulsiones reprimidas, incluso la guerra es anhelada como un medio de quemar la energía reprimida y acabar llegando a la paz … aunque sea la de los cementerios.

Quizás solo seamos otra civilización más que se desaparece, y quizás no es la primera en este planeta. Lo mismo proyectamos para otros planetas, lo lamentable y tragicómico es que sea por la estupidocracia.

¿Meterse en un bunker? En parte lo hago intentando situarme fuera del panóptico actual sofisticado, para dejar de estar intoxicado y desenergetizado, y para poder crear espacios donde la libertad, la empatía y la autenticidad puedan florecer sin ser coartadas por sistemas automatizados o estructuras rígidas. Aunque bien sé que solo me salgo un poco ya que hay muchos panópticos que no veo, ni intuyo, hasta que se presentan.

La dimensión política de la psicoterapia

La dimensión política de la psicoterapia

Descripción de la imagen
Collage trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

 

Autor

La dimensión política de la psicoterapia

 Mikel García García[i]

21 septiembre 2014

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Doctor Internacional en “Paz, Conflictos y Desarrollo” (Universitat Jaume I – UJI Castellón). Máster en “Astronomía y astrofísica”. Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual. Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta clínico y didacta en Arteterapia de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

 

Resumen

Resumen

El artículo «La dimensión política de la psicoterapia» explora la intersección entre la psicoterapia y las estructuras políticas, y cómo la terapia puede ir más allá de la sanación individual para convertirse en una herramienta de cambio social. Se analizan las convergencias y divergencias entre los enfoques terapéuticos y los sistemas políticos, destacando que la psicoterapia no solo aborda el sufrimiento emocional, sino que también puede ayudar a los individuos a comprender cómo las estructuras sociales y políticas perpetúan ese sufrimiento.

Se enfatiza la importancia de la psicoterapia como un espacio de conciencia crítica, donde los pacientes pueden tomar conciencia de las fuentes sociales de su malestar, como la desigualdad económica o la opresión política. A partir de esta conciencia, la terapia puede empoderar a los individuos para que actúen políticamente y se involucren en la transformación social. La creación de redes comunitarias también se destaca como una herramienta clave para superar el trauma y el aislamiento, fomentando la movilización social y el empoderamiento colectivo.

El texto subraya cómo diferentes sistemas políticos, como la democracia liberal o el autoritarismo, afectan el acceso a la psicoterapia y el papel que esta puede jugar en promover o reprimir la crítica social. En contextos represivos, la psicoterapia puede ser una forma de resistencia pacífica, ofreciendo a los individuos estrategias para enfrentar la opresión. La conclusión central es que lo personal es político, y la psicoterapia no puede desvincularse de las dinámicas sociales más amplias.

Palabras clave: psicoterapia política, conciencia crítica, cambio social, empoderamiento, trauma colectivo, resistencia política, redes comunitarias, sistemas políticos.

Mikel García García, 21 septiembre 2024

 

La Dimensión Política de la Psicoterapia:

Descripción General: Este artículo explora cómo la psicoterapia va más allá de la sanación individual, convirtiéndose en una poderosa herramienta para el cambio social. A través del análisis de la intersección entre la psicoterapia y las estructuras políticas, se revela el papel crucial de la terapia en la concienciación de las causas sociales del sufrimiento emocional, como la desigualdad y la opresión política. Además, se destaca cómo la psicoterapia puede empoderar a los individuos para la acción política y la movilización social.

Características Clave:

  • Psicoterapia política: Descubre cómo la terapia no solo alivia el malestar emocional, sino que también ofrece una comprensión profunda de cómo las estructuras políticas perpetúan el sufrimiento.
  • Conciencia crítica: La psicoterapia proporciona un espacio para que los pacientes reconozcan las raíces sociales de su malestar y actúen para transformar su entorno.
  • Cambio social: La terapia puede convertirse en una herramienta clave para el empoderamiento colectivo y la movilización en pro de la justicia social.
  • Redes comunitarias: La creación de redes es esencial para superar el trauma colectivo y el aislamiento, promoviendo el empoderamiento y la resistencia política.
  • Impacto de los sistemas políticos: Se analizan cómo diferentes sistemas, desde la democracia liberal hasta el autoritarismo, afectan el acceso a la psicoterapia y su rol en la crítica social.

Por qué deberías leer este artículo: Si te interesa comprender el vínculo entre la salud mental y las dinámicas sociales más amplias, este artículo ofrece una visión profunda sobre cómo lo personal es político. Aprenderás cómo la psicoterapia puede ser una forma de resistencia pacífica y una plataforma para fomentar cambios sociales.

Palabras clave referenciales: Psicoterapia política, conciencia crítica, empoderamiento, cambio social, redes comunitarias, sistemas políticos, trauma colectivo, resistencia política.

Conceptos clave relacionados

  • Psicoterapia para el cambio social
  • Intersección entre psicoterapia y política
  • Cómo la terapia aborda la opresión política
  • Empoderamiento a través de la psicoterapia
  • Rol de la psicoterapia en la transformación social
  • Psicoterapia y conciencia crítica en contextos políticos
  • Crear redes comunitarias para superar el trauma
  • Psicoterapia política
  • Cambio social
  • Empoderamiento
  • Conciencia crítica
  • Redes comunitarias
  • Resistencia política
  • Trauma colectivo
  • Justicia social
  • Salud mental y política
  • Terapia y estructuras sociales
  • Activismo a través de la terapia
  • Desigualdad y psicoterapia
  • Movilización social y sanación emocional
  • Contextos represivos y psicoterapia
Comentario autocrítico

Comentario autocrítico

El artículo La dimensión política de la psicoterapia ofrece una reflexión interesante que intenta estar bien fundamentada sobre la interrelación entre el campo de la psicoterapia y las estructuras políticas que influyen en la vida humana. Una de las principales propuestas del texto es su propuesta para conectar el trabajo terapéutico, que a menudo se considera un proceso individual y privado, con la realidad social más amplia en la que se encuentran los pacientes. Esta articulación entre lo personal y lo político intenta ser una de las contribuciones más valiosas del artículo, pues proporciona una visión holística de cómo los problemas emocionales y psicológicos no pueden separarse de las condiciones políticas y sociales en las que se desarrollan.

Uno de los puntos más fuertes del texto es su análisis de cómo diferentes sistemas políticos afectan el acceso y el rol de la psicoterapia. En regímenes democráticos, la terapia es vista como un medio legítimo para fomentar el bienestar personal, mientras que en contextos autoritarios, es vista como una amenaza al control social y político. Esta distinción es útil para entender la relevancia política que puede tener la terapia en la sociedad contemporánea, especialmente en momentos donde las libertades civiles están bajo amenaza en varios países.

Sin embargo, el artículo es generalista, podría ser más detallado en cuanto a ejemplos concretos de cómo la psicoterapia ha funcionado como un medio de resistencia pacífica en contextos represivos. Aunque se menciona esta idea, falta un desarrollo más profundo que muestre ejemplos históricos o actuales de esta resistencia, lo cual ayudaría a fortalecer el argumento. Falta también ejemplificarlo con ejemplos concretos de pacientes tratados en psicoterapia. Además, aunque se menciona el trauma colectivo, el texto no profundiza en cómo la terapia puede abordar el trauma histórico o intergeneracional, que es clave en muchas situaciones de represión política. Integrar enfoques terapéuticos que aborden el trauma social a gran escala podría haber añadido una dimensión adicional a la discusión.

Del mismo modo, el texto podría beneficiarse de un análisis más crítico de los límites que tiene la psicoterapia como herramienta de cambio social. Si bien es cierto que la terapia puede empoderar a los individuos para actuar políticamente, también es importante reconocer que no siempre lleva a un compromiso social o político, ya que muchos procesos terapéuticos se centran únicamente en el individuo y muchas corrientes de psicoterapia no se plantean ir más allá de normalizar al individuo adaptándolo a las condiciones de su sociedad, o no se planean nada más que paliar unos síntomas sin tratar de modificar la estructura de la personalidad.

Por último, el artículo ofrece una visión idealista de la psicoterapia como catalizador del cambio social, ya que el contexto de la realidad política actual presenta desafíos significativos. En muchos lugares, el acceso a la terapia sigue siendo limitado a sectores privilegiados, y las barreras económicas y sociales impiden que grandes grupos de personas puedan beneficiarse de los efectos emancipadores que propone el texto. Abordar estos límites más concretamente habría brindado una perspectiva más equilibrada.

Soy consciente de estos sesgos y de las carencias académicas por no haber incluido citas de propuestas de autores psicoanalíticos, filósofos, políticos, antropólogos, … y de investigaciones sobre esta temática, pero espero que aun con ello el artículo pueda servir para estimular a pensar sobre la importancia de vincular la psicoterapia con las dinámicas políticas, resaltando su capacidad para empoderar a los individuos frente a las estructuras opresivas. Me he permitido la licencia de hacer un artículo ligero de citas y, por lo tanto, más rápido de construir. Con las referencias que aporto a continuación el lector puede hacerse una idea de los autores y obras que me inspiran para mis reflexiones y propuestas.

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