Convivencia con los yanomami.
Relato del viaje antropológico en 1992, que hicimos mi amigo Javier Castillo y yo, para visitar los yanomamis en el Alto Orinoco Superior del estado Amazonas de Venezuela. Se acompaña de reflexiones personales sobre lo observado.
Mikel Garcia Garcia octubre 2015
Presentación viaje año 1992
En 1992 mi amigo Javier Castillo y yo, organizamos una expedición antropológica para ir juntos a visitar esa etnia en el Alto Orinoco Superior del estado Amazonas de Venezuela que es la principal área geográfica de su hábitat; específicamente, desde la confluencia del río Casiquiare, La Esmeralda y las cabeceras del río Orinoco, hasta la sierra Parima y las cuencas de los ríos Casiquiare y Siapa. Para hacerlo he utilizado mis notas apuntadas en un cuaderno de viaje, mis archivos de voz grabados in situ, materiales gráficos y revisiones de estudios antropológicos. Las palabras que aparecen de la lengua yanomami son las que escuché en el viaje de las comunidades visitadas y tampoco estoy seguro sobre si su grafía es la correcta, además, el mismo concepto puede ser nombrado con otro nombre en otras comunidades, por lo que en este apartado hay falta de rigor académico. Me parece interesante empezar situando un resumen de las características principales de esta etnia, así el relato del viaje no tendrá que recurrir a descripciones ya anunciadas y se hará más ligero.
Etnia yanomami
Viaje
Viaje
Hicimos un proyecto para obtener un aval de antropología de la universidad venezolana, y contratamos los servicios de una agencia de viajes ubicada en Puerto Ayacucho. El viaje iba a durar un mes.
El plan era navegar con una embarcación “Voladora” remontando el Orinoco hacía sus fuentes recorriendo el territorio de los Yanomami buscando sus asentamientos. Inicialmente nos decepcionó, de aluminio, de tamaño reducido, poco espaciosa para movernos. Era efectiva por la velocidad aunque pasábamos algo de frio. La embarcación transportaba los víveres necesarios, el combustible para el motor, toldos para protegernos de las lluvias diarias en la selva (tormentas intensas de breve duración como mucho una hora) y servía también de dormitorio cuando no era posible hacerlo en tierra. El guía, Henry, hablaba yanomami, tenía contactos con algunas comunidades a las que planeaba llevarnos, hacía de piloto y cocinero. La embarcación respondió bien durante todo el viaje, remontando los ríos y afluentes, Tomo, Tuparro, Bichara,caño Mañaven, Inipide, Guabiare, Rio Negro….Cuando los ríos eran estrechos nos desplazábamos con embarcaciones de madera más pequeñas y de remos. Bongos o Curiares.
Era un viaje personal y de inclusión en su cultura como observadores participantes para entenderla de un modo empático y poder hacer inferencias sobre el alma humana. En mi caso, sabía que dejaría de viajar unos años por un proyecto próximo de paternidad, por lo que el viaje estaba investido de un modo especial para elaborar, la experiencia, en años futuros. Esperábamos interaccionar con los yanomamis, e ir penetrando en comunidades lo más alejadas posible de la civilización. Recoger información oral, fotográfica y de video. Llevábamos un equipo pesado, con bidones herméticos para protegerlo de la lluvia. Nunca tuvimos problemas para grabar o fotografiar en cualquier circunstancia en que convivimos con los yanomami. Parte del material se ha perdido y el que queda tiene la calidad de la época.
A diferencia de otros indígenas amazónicos cuyo patrón de asentamiento se caracterizó por la ubicación de sus comunidades a orillas de los grandes ríos y por la práctica de la navegación ribereña; los yanomami, en un principio, habitaban en las proximidades de la sierra Parima y su zona de influencia, alejados de los grandes cauces fluviales. Sin embargo en sus mitos hay referencias de que en un origen no fue así, y que hubo una retirada de los grandes cauces fluviales. Han sido esquivos, reacios a relacionarse, “los hombres invisibles”, y han sido objeto de matanzas efectuadas por buscadores de oro que exploran la selva. Los garimpeiros, descritos por los Yanomami como urihi wapopë (los comedores de la selva), siguen destruyendo sus territorios y provocando muertes y masacres como la ocurrida en Hashimu.
Partida
De Puerto Ayacucho nos desplazamos 70 kilómetros por tierra hasta el puerto de Samariapo, que es el puerto de invierno de Puerto Ayacucho. Desde Puerto Ayacucho a Samariapo el Orinoco tiene muchos rápidos no es navegable pero es apto para hacer rafting. Existe otro puerto “El venado” que es el de verano, en esa época el Orinoco baja casi 12 metros y muchas orillas se convierten en playas.
En cuatro horas llegamos a San Fernando de Atabapo, en la confluencia de los ríos Orinoco, Guaviare y Atabapo donde pensábamos repostar. Como estaba cerrado nos quedamos a dormir en el hostal “Los mineros”. Y por la noche asistimos a una fiesta de despedida de varios médicos pasantes que estaban en el centro de salud de San Fernando. Un enfermero Roberto nos habló de un chamán bastante conocido de 85 años, llamado Level, en Ocama. Había que llegar por el rio Paramo. También conocimos a un salesiano, Ramón, de padre navarro y madre gallega, que nos habló del esfuerzo que estaban haciendo para promocionar escuelas bilingües castellano yanomami, llevadas por maestros yanomamis.
El primer problema lo tuvimos para salir de esa localidad. Había un destacamento del ejército comandado por un teniente, Alex, que no quería dejarnos seguir. La razón que nos daba era el riesgo que corríamos ya que íbamos a navegar por cauces fluviales que delimitaban la frontera entre Venezuela y Colombia, infiltrada de laboratorios de narcotraficantes. La llamaban Narcolandia. Los laboratorios estaban protegidos por militares procedentes del M19, y se solían producir escaramuzas, y según Alex, había recibido órdenes de no dejar pasar a nadie. A esta razón subyacía que esperaba una mordida. A esto nos oponíamos y movimos los resortes posibles, entre otros la relación afectiva del teniente con su pareja Ana que era médico odontóloga del centro de salud de Puerto Ayacucho. También Henry movió sus contactos en Puerto Ayacucho. Finalmente pactamos con el teniente continuar y llevar con nosotros un militar que tenía que llegar a un puesto avanzado en la selva llamado Tamatama.
Llevarlo nosotros le ahorraba al teniente montarle un transporte. Este hombre era Francisco.
No nos imaginábamos lo positivo de tal pacto, al principio estábamos irritados, pero en cuanto la voladora tomó una curva del rio y ya no podíamos ser visibles, el militar se despojó de su uniforme y apareció un hombre encantado de viajar con nosotros, extrovertido, que nos contó como pasaba solo mucho tiempo en su puesto adelantado de vigilancia y se había relacionado mucho con los yanomami. Algo similar a la película de “bailando con lobos” de Kevin Costner. Y conocía tanto que superaba los recursos del guía y gracias a él pudimos llegar a comunidades muy escondidas en la selva.
El siguiente obstáculo llegó de manos de la iglesia. Informados por el guía de una misión donde había un salesiano Nelson de Estella (Navarra), pensamos que podía ser un buen informante y además era de mi tierra. Nos encontramos con un hombre que consideraba que los indios “eran suyos” y que nosotros solo los íbamos a molestar y alterar, yendo a vivir una aventurilla por la selva. De nada le servían nuestras explicaciones, ni nos reconocía como viajeros que no turistas. Yo me harté de él y me fui, Javier, más paciente siguió un rato más.
Más adelante veríamos el impacto que comunidades protestantes instaladas en zonas de la selva tenían sobre la cultura yanomami. Habían penetrado desde Colombia y eran sectas bastante integristas “Nuevas Tribus”, protestantes adventistas norteamericanos que estaban cerca de Tamatama. Como había comprobado en el tiempo que trabajé como médico en Nicaragua, el impacto de los protestantes era aún más nefasto que el de los católicos. En Tamatama estaba el principal asentamiento, la escuela donde estudiaban los hijos de los misioneros repartidos en 17 misiones, con casas, hierba, contrataban yanomanis que les vestían a lo occidental y les pagaban con productos que les hacían ser dependientes de ellos.
Con la Ley de Misiones de 1915, las comunidades indígenas de frontera del Amazonas estuvieron bajo la tutela de las misiones religiosas. La jurisdicción legal sobre las poblaciones y los territorios indígenas quedó en manos de estas congregaciones misioneras, entre ellas la orden salesiana, la cual firmó el convenio de la Misión del Alto Orinoco con el Estado venezolano en 1937. Así, las misiones religiosas fueron los agentes externos que tuvieron el mayor impacto al generar cambios culturales entre los Yanomami durante el periodo 1950 y 1985. Estas transformaciones culturales se dieron, primero, a través de las prácticas misioneras evangelizadoras y paternalistas, y luego con la implementación de programas educativos interculturales. Las misiones católicas salesianas han tenido mayor injerencia en las comunidades yanomami cercanas a los ríos Ocamo, Mavaca y Orinoco desde 1957, mientras que las Nuevas Tribus, misiones protestantes, se concentraron principalmente en la Sierra Parima a partir de 1968 hasta su expulsión del país en el 2005. Para los Yanomami, las misiones religiosas se convirtieron en centros de gran influencia al facilitarles la adquisición de bienes manufacturados (matohi) y el acceso a servicios médicos. Aunque para estos indígenas la presencia del napë era poderosa y llena de atractivos objetos (matohi) y conocimientos diferentes, también resultaba ajena, distinta y esencialmente marginal al mundo de las relaciones interpersonales y comunitarias que constituían la comunidad (shapono) y la selva (urihi).
Primeros contactos con comunidades
La siguiente noche llegamos al Segal una comunidad yanomami en la que el maestro, Julian, nos acogió en la escuela para que pernoctáramos. Hablamos bastante con él y entre sus informaciones, las de Henry y las de Francisco íbamos perfilando la ruta a seguir. Francisco se las ingenió para intercambiar algunas provisiones nuestras con un asado de un roedor gigante, de tamaño cinco veces del de una rata, llamado Lapa, que comimos en la casa del Capitán, que tenía dos mujeres, que estuvieron todo el ratos tumbadas en sus chinchorros rodeando el fuego. Había tres o cuatro niños. Uno de ellos ceca de un año gateaba rápido y se movía yendo de un chinchorro a otro, cuando llegaba la mujer lo recogía y jugaba con él y el niño mamaba, después de un rato se iba al otro chinchorro y de nuevo era bien acogido por la otra mujer y también acababa mamando. La única luz era la del fuego, y en ese ambiente no podíamos distinguir si mamaba o solo chupaba los pezones. El asado estaba muy bueno.
Francisco iba contando historias de la zona. Habló de un personaje Bracho, residente en Mélida y médico. Parece que pilota una avioneta y consigue, filmar cosas, según Francisco hasta actos sexuales entre yanomamis, y peleas entre ellos que incluso el personaje propiciaba sembrando cizaña. Historias de caimanes, de los barbos, las comidas que hacen los yanomanis de gusanos (de sabor amargo), arañas, culebras…
A la mañana visitamos la aldea. Coexistían shaponos aislados con casas de doble vertiente. En los Shaponos lo habitual era ver a los yanomamis en sus chinchorros o cerca de ellos. Los hombres perfilando puntas de lanza, haciendo flautas… Todos los hombres tenían el labio inferior abultado porque entre su parte interna y la arcada dental tienen un cilindro de hoja de tabaco. A veces en un gesto de hospitalidad te pueden pasar su cilindro. A nosotros nunca nos lo ofrecieron. Mejor, pues nos daba mucho reparo y temíamos que vivieran como un desprecio nuestra negativa a aceptarlo. Las mujeres y las niñas tenían labios, nariz y orejas perforadas y atravesadas por palitos. Toda la mañana llovió y los mosquitos nos acribillaron.
No fue posible conectar con ningún shaman. Más adelante supimos que ya tenían costumbre de relacionarse con napes y que no aparecían si no estaba claro que se les iba a pagar algo. Pisamos una flauta que no vimos en el suelo y su dueño nos lo señaló con enfado. Tuvimos que pagarla, nos pedía 10 bolívares, le dimos 20 para que se quedara tranquilo.
Partimos hacia la Esmeralda con la idea de llegar hasta El Platanal una comunidad genuina que conocía Francisco pero Henry no.
El siguiente poblado yanomami que visitamos era Ocamo y en el residía Helena Valero a la que queríamos visitar pues conocíamos su historia. Ya era una anciana ciega y pobre.
Raptada por los Yanomami, cuando tenía trece años, recorrió con ellos miles de kilómetros a pie, cruzó las más altas cumbres del Amazonas y fue entregada a varios hombres, de los que tuvo dos hijos. A pesar de todo, siempre la llamaban napeyoma, “la que no es yanomami”. Veinticuatro años después, logra escapar con sus hijos y busca a su familia original. La encontró. Pero ellos no vieron a su Elena, sino a la madre de un yanomami, a la mujer de un yanomami. No la podían aceptar, pertenecía al bosque. Aquí también era ya una Napë. Volvió a la selva, “porque no hay sitio para mí en la ciudad. Me quedo contenta al lado de los indios, quiero enseñarles como pueden ser felices acá mismo y que en nuestra civilización no podrían estar mejor”.
Los raptos de mujeres eran una de las causas de guerras entre comunidades yanomami. Pudimos recoger información directa que informaba de la práctica de un infanticidio, de preferencia femenino, entre los yanomami, cuyo significado en aquel momento no comprendíamos, pero que podía provocar un desbalance en la proporción de individuos de ambos géneros.
En el camino hacia la Esmeralda paramos en una comunidad que conocía Henry, donde pensaba que podríamos participar de una fiesta.
La fiesta es un momento destacado de la vida de los Yanomami. Cuando todo está listo se envían a mensajeros (teshomomi) para avisar a los invitados. Uno o dos delegados de los huéspedes penetran en la vivienda y se hacen una serie de ritos. Se realiza el praiai o danza de presentación. En el haôhaômou se reafirma ceremoniosamente la amistad o se pone a prueba la valentía de los jóvenes. Consiste en sentarse frente a frente, pecho contra pecho y con las piernas entrelazadas. El wayamou empieza cuando cae la noche y finaliza al amanecer. Se lleva a cabo en cada visita. Es una especie de rito oratorio que opone turno a turno a cada visitante y uno de los anfitriones. Forma parte del sistema general de intercambios y reciprocidad. La música yanomami se basa en escalas pentatónicas y tritónicas.
Sin embargo al llegar les encontramos cabreados porque hacía un mes una comunidad vecina les había raptado una mujer y pensaban hacer la guerra. La guerra forma parte de sus vidas. La guerra trae consigo la obligación de vengarse. Un guerrero que ha matado a otro se somete al rito unokai. Está prohibido matar un águila porque para muchos guerreros en ella vive su doble animal, su otro yo. La víspera del ataque, en la misma vivienda o en la selva, acribillan a flechazos a un muñeco (no owë). Los guerreros deben estar atentos a los malos presagios. No estaba claro si finalmente guerrearían o llegarían a una negociación, pero el ambiente prebélico era evidente se les veían entrenar su puntería disparando sus arcos y había una excitación en el ambiente.
No hubo la fiesta que esperábamos e intervine médicamente. Un lactante con fiebre de 38,5º y diarreas en un grado leve de deshidratación, otros dos lactantes con sarna, y mucha gente con problemas en extremidades inferiores con linfedemas, varices, nódulos varicosas, nódulos indurados que me recordaban a las oncocercosis, problemas de la piel, paludismo, y problemas pulmonares, un sujeto me pareció que podría tener tuberculosis.
Vimos una reunión donde se repartían plumas para las flechas. Eran plumas de tamaños distintos, de aves de colores. Nos explicaron que las colocan en las flechas para dotarlas de una capacidad aerodinámica que las hace girar helicoidalmente a medida que avanzan, para que mantengan el rumbo sin desviarse. Las puntas de flecha son variadas. Para cazar aves utilizan una flecha ramificada en cinco puntas de modo que más que atravesar el ave le dan un mazazo que es mortal pero no la destroza internamente. No nos contaron nada sobre técnicas de flechas preparadas para la guerra.
La consideración de napë también la recibimos nosotros, no era peyorativa, comprendimos que para los yanomami el mundo era la selva, el borde del mundo era el borde de su selva, y nosotros que proveníamos de fuera no éramos del mundo. Géza Róheim, antropólogo y psicoanalista húngaro, en sus estudios de campo aplicó los principios freudianos al estudio de los mitos y el nivel de desarrollo de la cultura. Planteaba la pregunta de si etnias que no tenían una cultura que reprodujera el complejo de Edipo podían considerarse humanas o aún eran prehumanas.
Somos miembros de una cultura que se percibe la más evolucionada y que con un sesgo etnocentrista clasifica a otras como primitivas o no humanas, pero los yanomamis nos hacían sentir lo mismo, aunque no parecían sentirse superiores a nosotros, ni mostraban signos de querer incorporar nuestros avances tecnológicos. Hay una tribu de Indonesia que no utiliza las herramientas mecánicas en la recolección de las cosechas, porque dicen que el arroz hay que recógelo grano a grano ya que no hay que herir su alma.
¿Los yanomami nos consideraban humanos o éramos para ellos una especie de extraterrestres?
Lo más habitual era que al llegar a una comunidad nos recibiera el grupo, nos exploraran,.. No salía a recibirnos ninguna figura de autoridad, aunque a lo largo de horas de convivencia fuésemos conociéndolos. En general nos permitían colocar nuestros chinchorros en el perímetro externo a su shapono. Entre ellos y la selva. Intercambiábamos cosas, les dábamos regalos, anzuelos o telas, a veces parte de nuestras provisiones. Ellos podían invitarnos a alguna de sus comidas pero no era muy habitual. En cada comunidad podíamos estar dos o tres días en los que estábamos con la gente, salíamos a cazar con ellos, nos bañábamos en los ríos a la hora que lo hacían y junto a ellos para evitar las pirañas y cocodrilos. Pero no evitábamos las nubes de mosquitos, que también les picaban a ellos pero sin que sus cuerpos respondieran con reacciones serológicas. Participábamos en alguno de sus rituales. Y seguíamos el camino hacia otra comunidad, a veces los miembros de una nos llevaban a visitar a otra. Así llegamos hasta lugares recónditos donde era manifiesta la falta de familiaridad con los napes, y teníamos la sensación de haber regredido al paleolítico. Visitamos comunidades con poblaciones diversas. La mayor podría tener 80 individuos. La menor 10. Tengo que hacer mención especial a mi atención médica. Habitualmente en sus acercamientos buscaban nuestra atención para problemas que tenían, esperando que pudiésemos dar alguna respuesta. También aspectos sanitarios. La primera vez se acercó un hombre con una herida en una pantorrilla. Había sido mordido por un animal y estaba infectada. Llevábamos un botiquín bien dotado para estar tranquilos de atender incidencias que nos pasaran. También instrumental quirúrgico. Desbridé la herida, la limpié, y tape con antisépticos y cicatrizantes. Llevó un buen rato y el hombre aguantó estoicamente dejándome actuar sin quejarse no moverse. A partir de esta primera vez fue más frecuente tener pequeñas consultas. Esto nos daba un refuerzo para ser aceptados y era gratificante contribuir en algo a su bienestar ya que la relación que se crea así es mucho más cercana. Un intercambio en otro nivel más profundo que el de los regalos. Algunas consultas, como relataré más adelante fueron agridulces.
Punto inflexión en el viaje
En el Platanal, nos recibió Alfredo, el capitán, que parecía tener autoridad sobre varias comunidades. Culto, activista de los derechos yanomamis. Había viajado a Alemania para alguna reunión para la protección de los indígenas a nivel mundial.
En esta comunidad la exploración que hicieron de nosotros fue muy especial. Nos tocaban adultos y niños, la ropa, el pelo, las manos, se reían de lagunas cosas, de mis botas, de mi gorro, nos cogían objetos y se los pasaban entre ellos hasta que los perdíamos de vista sin saber si los recuperaríamos, aunque la cabo de tiempo, horas, siempre nos llegaban intactos,…Alfredo nos asignó un lugar para pernoctar en las afueras de la aldea. Nos trajeron tizones de fuego para que preparásemos nuestra comida, troncos de madera para que nos sentáramos, agua, observaban como hacíamos todos y lo comentaban entre ellos entre risas. Hicimos bastante arroz y salchichas y se las repartimos. A cambio se llevaron nuestros utensilios y nos los devolvieron limpios.
El inicio de la noche fue duro. Había luna llena y la selva se mostraba esplendorosa, exuberante en sonidos de insectos, de movimientos de ramajes que indicaban que animales pesados se desplazaban con velocidad, de crujidos cercanos que parecían indicar que se acercaban. Nuestros chinchorros estaban en el borde del poblado entre los yanomamis y la selva. Estábamos alertados. Y de pronto el shaman empezó a cantar. Su canto llenaba el espacio y aminoraba el ruido de la selva, nos calmaba y pudimos dormirnos, con esa nana que nos envolvía. Pero el canto ya se nos hizo pesado pues duró toda la noche y al amanecer se le unieron dos o tres personas más y los cánticos ya eran excesivos. La segunda noche no cantó, y echamos en falta su canto pues la selva nos invadía. ¿Había cantado la primera noche para ayudarnos a adaptarnos? ¡No!, preguntamos y nos enteramos que el día de luna llena cantaba en relación a un ritual dedicado a los difuntos recientes.
En el Pantanal había un enfermero, le acompañé y vi como ponía inyecciones de antibióticos, hacía tratamientos para el paludismo. No tuve que hacer nada médico.
Jacinto, era el hermano de Alfredo, trabajaba como maestro y desde hace un tiempo colabora con antropólogos informando de datos culturales y acompaña a gente que llega pensando hacer reportajes fotográficos, y nos dijo que el último que pasó, un suizo, le engañó y no le pagó nada. Nos contó como los capitanes (a veces llamados caciques) tienen que demostrar su valía, los capitanes tratan de que sus hijos estén bien preparados por lo que pueden ser objeto de elección, pero no es lo troncal el factor decisivo sino su valía.
Se produjo un hecho interesante. En el Platanal había muerto recientemente un hombre llamado Francisco, cuando nos oyeron llamar a Francisco, nuestro amigo militar, por su nombre, se alarmaron y nos dijeron que no le llamásemos así. O sea que a partir de ese momento a Francisco le llamábamos por su apellido: Bastida. Bastida nos dijo que Alfredo tenía fama de sanguinario, se decía que había matado a 9 personas en disputas diversas, y que por eso era bastante respetado. El nombre de un niño lo pone el shaman. A partir de que ya gatea se le lleva al shaman y según lo que este sueñe esa noche le pone un nombre. Sin embargo los niños de hasta tres años no dicen su nombre. Nos preguntan el nuestro pero no dicen el suyo. Si insistíamos mucho se nos acercan al oído y muy bajito pronuncian algo corto que seguramente es su nombre. Solo un niño pronunció su nombre en voz alta y después de que yo dijera el mío.
La única autoridad es el capitán que ejerce una autoridad flexible. Pero cuando toma una decisión es firme y acatada por todos.
Los hombres pueden tener más de una mujer conviviendo y los hijos del mismo hombre llaman madres a todas ellas. Los casamientos se arreglan entre familias. A veces ya las niñas tienen designado un esposo aunque sigan conviviendo con la familia hasta que tengan la regla y sean adolescentes. Se puede decir que aproximadamente la mitad de los casamientos que ocurren entre los miembros de una casa comunal se realizan dentro de la misma y la otra mitad en casas vecinas y/o casas aliadas más lejanas.
A partir de llegar al Platanal el viaje cambió radicalmente
Pactamos un precio para que celebrasen una representación de sus partidas de caza para filmarla; Presenciamos escenas de curaciones chamánicas; Participamos en un ritual de yopo; Participamos en un Reharo….
Desde el platanal nos adentramos a conectar con comunidades, mucho más recónditas: el cerrito, báquiro, caño platanal, guayaba. Con el bongo de Alfredo, y acompañados por este hicimos le viaje. Dejado el Bongo caminábamos por la selva, hasta el cerrito una hora. Esta comunidad tenía unos shaponos o malocas, auténticos, sin ningún tipo de mezclas extrañas a su cultura. Algunos se escapaban de que les hiciera fotos o filmara. Aceptaban telas rojas para sus guayucos. Había gente bastante abandonada, los viejos especialmente.
En aquel momento ya conocíamos alguno de los mitos yanomamis, pero no la variedad y matices de los mismos. Como observadores participantes, tratábamos de entender la relación de sus mitos con la estructura social y sus relaciones. Intentábamos conversar directamente con ellos sirviéndonos de nuestro guía y del militar que se nos adhirió. Buscábamos recoger información de su cotidianidad y de su cosmovisión.
Desde el punto de vista simbólico, las cosmologías y mitologías tienen múltiples representaciones: pueden tener espacios concretos de origen como pueden tener diversos orígenes considerando las dimensiones horizontales y verticales del espacio cosmológico.
Esta plasticidad simbólica se reflejaba en la evocación de los espíritus (hekura) que hacen los chamanes (shapori), en la representación del universo donde se ubican los pueblos subterráneos, los seres humanos, los espíritus, los muertos en diferentes mundos superpuestos, y en la diversidad de los mismos relatos mitológicos, que parecen aportaciones específicas de diferentes comunidades, aunque se pueden encontrar estructuras básicas, mitologemas, comunes. Solo cito aquí algunos de los más importantes. «La sangre de la Luna y el nacimiento de los yanomamis» «El nacimiento de los gemelos y el origen de las aguas» «El mito del fuego» y algunos cuentos.
En unas comunidades experimentábamos más unos aspectos que otros y a medida que íbamos conviviendo se iban consolidando las ideas y reflexiones que relato a continuación.
Los Yanomami no tienen sentido de posesión o propiedad sobre un territorio específico aunque si de pertenencia al mismo. No poseen la tierra. La ocupan un tiempo. Construyen el shapono, el huerto en el que cultivan hasta 25 variedades de vegetales, siendo el tabaco y el plátano unas que nunca faltan. Desde esos asentamientos se dedican a sus actividades de subsistencia. Son cazadores recolectores. Estas actividades las realizan tanto cerca del shapono (rami) como lejos, al extenderse hasta un radio de unos 30 km para la cacería de larga duración (henimou) o la recolección cuando se internan en la selva por un período prolongado. Las mujeres y los niños pescan. Los hombres cazan con arcos y cerbatanas, muchas veces usando el curare en las puntas de flechas para paralizar a los animales. En este proceso no intervienen las mujeres; «se destemplaría» el veneno.
No trabajaban más que lo imprescindible para las tareas de subsistencia y mantenimiento. Unas 10 horas semanales. Al basar su economía en principios básicos de autoconsumo (elaboración de sus propias pertenencias los -cestas, garrotes, arcos y flechas), rompen los conceptos económicos de casi todo Occidente.
A medida que se agotan los recursos de un área se mueven a otros emplazamientos. La introducción de escopetas de caza ha generado que los animales se alejen más que las expediciones de caza duren más días. Pero no había muchas armas de fuego en las comunidades que visitamos. Las misiones religiosas han influido en el sentido de disminuir la tendencia a los cambios de emplazamiento.
Los Yanomami distinguen, en un sentido amplio, el hábitat o espacio territorial entre: la selva (urihi), el lugar de residencia propia (theri), las otras comunidades circundantes de acuerdo a relaciones políticas (afines y enemigas), y los centros misioneros habitados por napë, es decir criollos.
La propiedad privada existe sólo sobre los objetos personales y los frutos de su conuco (huerto) que cada uno ha cultivado. Y cuando uno muere sus pertenencias se queman con el cadáver, no hay herencia.Cada comunidad o shapono es políticamente independiente y por lo general las decisiones que tienen que ver con las actividades de subsistencia, intercambios y ritos funerarios dependen de cada familia y de manera extensiva de toda la comunidad, que constituye una unidad residencial socio-económica relativamente igualitaria en lo político. Los jefes duran lo que su capacidad de poder les permite. Si son útiles para la comunidad siguen, cuando no son recambiados, no hay transmisión familiar del poder. La identidad de una persona está definida por su pertenencia a un grupo familiar, a un shapono y a una región geográfica, mientras que la noción de pertenencia a un pueblo o grupo étnico ha sido mucho menos significativa.
Las relaciones pacíficas intra-étnicas como las guerras, los conflictos y los antagonismos entre aldeas son cuidadosamente representados en sus cartografías mentales.
Poco a poco íbamos entendiendo lo que los yanomamis repetían: por la selva sólo andan por caminos seguros. Al principio lo referíamos solo a un cierto sentimiento paranoide de poder ser atacados por malos espíritus, lo que les llevaba a hacer caminos seguros y protegidos. Pero efectivamente la selva es un lugar donde las especies sobreviven con un nivel de competitividad enorme. Aparentemente todo es exuberante, árboles enormes, mucha vida vegetal y animal,.. Pero el suelo es pobre, las raíces son poco profundas, tras la belleza de las flores que seducen y atraen, experimentas agresiones de estas lanzándote sustancias irritantes, o mordiendo,.. Las tarántulas se metían en las botas por la noche, buscando calor, y había que tener la precaución de sacarlas antes de ponértelas… Las serpientes coral muy bella pero venenosa, aunque por su pequeño tamaño no puede inocular demasiado veneno y no suele ser mortal. Pero la cuaimapiña que es una culebra aparentemente inocua persigue a su presa con tenacidad y es mortal.
Un día en que quise jugar con las lianas me lancé varias veces. Y en una ocasión empecé a sentir tanto dolor en el abdomen que me solté de golpe, caí desde unos metros de altura hasta aterrizar en el suelo, me levanté y empecé a quitar la ropa hasta descubrir que unas hormigas gigantes me clavaban sus mandíbulas en la piel. Al parecer debían estar andando por la liana, yo las había molestado y entraron por mi brazo, bajo la ropa, hasta el abdomen. Las tuve que arrancar una a una. Mientras los yanomami se partían de risa y decían “Napë moji”, que significa napë flojo. Su espontaneidad era manifiesta, cuando llegábamos a sus comunidades nos rodeaban, tocaban, se reían de algunas ropas que llevábamos, fueran adultos y niños pero sobre todo estos últimos.
En definitiva vas percibiendo la hostilidad, la peligrosidad latente por las especies y empiezas a preguntar a los yanomamis cual es el camino seguro para moverte por el mismo. Aunque las comunidades están esparcidas irregularmente en este extenso territorio, existen redes de caminos entre la selva que conectan muchas de estas comunidades. La utilización frecuente o no de estas rutas refleja los tipos e intensidad de las relaciones sociales, económicas y políticas que mantienen las aldeas. Si estos vínculos entre las comunidades se deterioran o se rompen totalmente, la selva irá cerrando estos caminos por falta de uso. Existe una clara correlación entre la apertura y mantenimiento de los caminos y los niveles de relación socio-política de cada comunidad o shapono.
Descripción de costumbres y aspectos relevantes de la cultura
Comida
No son sofisticados. Solo usan la tecnología necesaria para asegurarse que lo que comen les va a sentar bien. Como ejemplos cito lo siguiente. Vimos como se hacía el mañoco de la yuca. Primero hacían harina rayando, raspando y machacando en mortero y luego lo prensan para sacar un líquido que parece que es un poco venenoso o al menos sienta mal. La masa resultante la secan y toman con agua o gayuba.
En una expedición de caza en la que les acompañamos cazaron un mono araña con una cerbatana. Al llegar al poblado lo echaron tal cual en el fuego. Y asó lo asaron, dándole de vez en cuando la vuelta. Después nos lo comimos. Para ello lo trocearon y cada uno cogimos un pedazo que tenía su pelo más o menos chamuscado, y del que había que ir separando muchas partes no comestibles hasta llegar al músculo, que si era comestible. Y estaba demasiado seco. Nada sabroso.
En épocas de lluvia recolectan diversas especies de hongos comestibles, orugas, ranas, serpientes. En verano buscan huevos de tortuga entre las arenas de las playas. Comen diversas arañas, entre ellas tarántulas. Probamos una araña que tenía sabor a marisco.
Agresividad
Íbamos con la idea de que los yanomami eran feroces guerreros y había que tener cuidado con ellos.
Sin embargo no nos encontramos con situaciones en las que eso aparecía. Más bien lo contrario.
Ya he mencionado como se resolvió el incidente de romper una flauta que pisamos.
En una ocasión rocé el límite de que pasara algo temido. En una comunidad perdida se acercó un yanomami que traía una radio que no le funcionaba. Seguramente esperaba que se la arreglásemos. Enseguida capté lo que pasaba, trabajaba con la misión Nuevas Tribus, y le habían pagado en especies, con una radio para que escuchara los mensajes que la misión transmitía con su emisora. Las Nuevas Tribus desprecian los derechos, las costumbres, y las creencias religiosas con la excusa de “civilizarlos”. Les prohíben sus actividades tradicionales y culturales. Les inculcan que su cultura, su cosmovisión y sus ritos son pecaminosos y que sus prácticas los conducen a la maldición eterna. ¡Cuando se acabaron las pilas ya no funcionaba la radio! Yo cogí la radio, la tiré al suelo y pisoteé hasta destrozarla. Fue un acto impulsivo, poco pensado y generó tensión gélida en el ambiente, el yanomami me miró primero perplejo, después con mucha dureza, y, finalmente en vez de coger su arco y flecharme (que era lo que me temía) se empezó a reír, y yo también. Luego le di un montón de las cosas que llevábamos de regalo para ellos y que le eran realmente útiles sin crearle dependencias. Creo que distinguió perfectamente que mi acto violento no era contra él.
Cuando hay un conflicto siempre hay un juez en nuestras culturas. La recurrencia a una instancia superior no es necesario en los yanomamis. La delegación existe pero en un grado menor en esas otras culturas. No hay nadie representativo de nadie. Sin embargo los conflictos se dirimen ante espectadores: toda la comunidad, que es testigo.
El ofendido puede agredir al ofensor, estando uno delante del otro le pega. Lo habitual es un puñetazo en el pecho o un garrotazo en la cabeza. Esta variedad se suele hacer dejando caer sobre la cabeza un palo recio de cierta altura y consistencia. El ofensor espera estoicamente el golpe. Los yanomami se preparan fortaleciendo su tórax y abdomen para estas eventualidades, y tonsurando su cabeza, ya que las heridas se van a curar mejor sin pelo. El golpe debe ser el que repara el daño infringido: en su justa medida. Si el ofendido se propasa, lesiona más de lo apropiado a la falta, el ofensor es ahora ofendido y devuelve el golpe. Si se mata al ofensor, alguien de la familia de este le sustituye y sigue el juego agresivo, que solo para cuando los contrincantes entienden que se ha restaurado un equilibrio.
Parece brutal y, sin embargo, obliga a los contrincantes a ser muy conscientes de cuál es el punto adecuado. Se tienen que poner a prueba, no solo en aguantar el golpe sino, lo más difícil, en saber cómo agredir con justicia. En el Código de Hammurabi (Babilonia, siglo XVIII a. C.) el principio de reciprocidad exacta se utiliza con gran claridad «Si un mercader ha prestado grano o plata con interés sin testigos ni contrato perderá cuanto prestó». Un principio jurídico de justicia retributiva en el que se imponía un castigo que se identificaba con el crimen cometido. El término «talión» deriva de la palabra latina talis o tale que significa «idéntico» o «semejante» de modo que no se refiere a una pena equivalente sino a una pena idéntica. Es un intento por establecer una proporcionalidad entre el daño recibido en un crimen y el daño producido en el castigo, siendo así el primer límite a la venganza.
El mercader de Venecia, de Shakespeare aborda este tema. Shylock presta dinero bajo una condición: si la cantidad no es pagada el día fijado, tendrá derecho a tomarse una libra de carne del cuerpo de Antonio. Cuando llega el momento quiere cobrarse su derecho. Porcia intenta que ceje en su intento ofreciendo más dinero que la deuda, pero Shylock quiere vengarse. Entonces Porcia solicita que sea concedida la petición, pero le advierte que perderá su vida si derrama una sola gota de sangre, puesto que la obligación sólo le da derecho a la carne.
Muy distinto de nuestra expectativa de la justicia, que se representa con una mujer que lleva los ojos vendados, una balanza en una mano y una espada en la otra. «La justicia no mira a las personas, sino los hechos», es igual para todos, la objetividad debe ser impuesta. La balanza representa el juicio que determinará poniendo, a cada lado de la balanza, los argumentos y pruebas de cada lado. Un mito que ya aparece en Egipto a través de la diosa Maat, símbolo de la Verdad, la Justicia y la Armonía cósmica. La espada expresa que la justicia castigará con mano dura a los culpables. Algo que se vincula con la diosa griega Némesis (que aunque tiene la acepción de justicia retributiva también es la diosa de la venganza). Muchas veces cuando constatamos la impotencia, o complicidad, de los jueces ante la corrupción o el poder de la autoridad arbitraria que legisla a su interés y burla las leyes, nos damos cuenta que esa imagen que tenemos de la justicia es un mito, e intuimos que sería mejor una justicia directa donde el ofensor se enfrentara al ofendido. Seguro que sentiría algo muy distinto, que podría poner en marcha mecanismos humanos de culpa-reparación, cosa que no puede ocurrir cuando se esconde debajo de la toga de sus abogados, y el juego de la justicia se circunscribe a querer ser ciegos de los sujetos, poner en la balanza argucias astutas para confundir con una expectativa de venganza y de ganar el juego.
Crianza
Cuando están encinta las madres tienen ciertos métodos para adivinar el sexo de un niño. En la última etapa de la preñez las mujeres se quitan sus palitos. Los futuros padres tienen ciertos tabúes alimenticios. Las mujeres dan a luz en la selva o, si es de noche, en los alrededores de la vivienda. Practican el infanticidio cuando nacen niños deformes o gemelos, o cuando los nacimientos ocurren en un período muy corto, con preferencia si son niñas. Se envuelve la placenta para introducirla en la cavidad de un tronco, en el interior de alguna madriguera o para arrojarla al lecho de un río. Se envuelve el cordón umbilical con hilo de algodón. Cuando cae lo atan al chinchorro de la madre y luego lo amarran en un “árbol del aparecido”, alrededor del cual la madre da varias vueltas con su hijo en brazos para asegurarle una larga vida.
Al niño le colocan un cordón de algodón alrededor de su cintura, que simboliza un cordón umbilical, y que lleva hasta que empieza a andar. Los niños duermen con su madre hasta que reciben su chinchorro personal al cumplir la edad de cinco años. Las mujeres llevan siempre a sus niños enganchados a una red que ellas mismas tejen. Las mujeres pueden amamantar a su hijo o al de otra mujer e incluso a un animal.
Sexo
Jacinto nos había comentado que son pudorosos en sus relaciones sexuales. Al ser el shapono muy abierto se suelen ir a la selva para tenerlas.
La primera menstruación de una joven da lugar a un encierro, luego del cual se hace una ceremonia. Se le construye un lugar de reclusión hecho con “hojas para la menstruación” (yipi kë henaki). Se le despoja de sus atavíos. Tiene tabúes alimenticios. A esta situación de aislamiento y las normas que lo rigen se aplica el término unokai. Si la joven está casada su marido debe someterse al mismo ritual.
En la comunidad del cerrito varias mujeres jóvenes nos llamaban desde sus chinchorros. Se mostraban eróticas, nos tocaban y se nos acercaban al oído para decirnos algo, no entendíamos el contenido pero era evidente el erotismo y la seducción. Y eso ocurría en el espacio abierto donde cualquier podía verlo, incluidos los hombres presentes. Era chocante.
Más aún cuando una de ellas empezó un juego en el que primero se tapó totalmente acercando los bordes del chinchorro para cubrirse y de golpe los separó mostrándose completamente desnuda abriendo las piernas y enseñando sus genitales. Expresando un juego, con mirada seductora, repetía esta intermitencia, al principio en intervalos cortos de desnudez, y luego cada vez más prolongados.
Yo la contemplaba desde mi sitio, al principio perplejo, desconcertado sobre la pertinencia de participar en un juego, manifiestamente erótico en una cultura que empezaba a conocer, y en la que esa situación chocaba frontalmente con lo que hasta entonces había vivido. Sentía temor e incertidumbre ya que ese juego tenía un significado y, seguro que también, un límite del que no se podía pasar. Y todo era desconocido. El temor no tenía que ver con el sentimiento de que usaba su cuerpo con una intencionalidad, como un acto de poder-dominio a partir del cual yo pudiera ser dañado. Por eso mientras ella hacía su juego yo le mantenía la mirada en una actitud de aceptación sin transmitir ningún juicio.
Finalmente ella paró el movimiento, se quedé tapada, dejó de mirarme y me fui. Javier había presenciado la escena desde un punto más alejado y hablamos de lo ocurrido. Nos preguntábamos si entre los yanomami podría estar presente la costumbre de otras etnias que buscan hombres extranjeros de fuera de sus comunidades para que sus mujeres tengan con ellos su primera relación sexual. Esos pueblos evitan intuitivamente los riesgos conocidos por los psicoanalistas de que en el primer coito se activen los procesos edípicos y se desplacen al compañero sexual elementos que tienen que ver con las figuras parentales: padre y madre. La misma función que ejercían las prostitutas y prostitutos sagrados de los templos dedicados a dioses en culturas del mediterráneo.
Pero no nos parecía que lo observado tuviera nada que ver con eso. Parecía más bien una manifestación de un poder femenino que nos desbordaba, por poco acostumbrados a verlo, y que nos producía un sentimiento ambivalente de atracción y temor.
Tuve una asociación con la historia de Judit y Holofernes, en un cuadro de Artemisia Gentileschi, lo que me conectaba con un cierto arte de la escena, pero opuesto al contenido del cuadro, pues era una manifestación de vida en el aleteo de una mariposa que presenta alternativamente la fase de crisálida en su capullo y después la eclosión del mismo mostrando su belleza, a diferencia del cuadro que representa la decapitación de Holofernes por Judit quien se ofreció sexualmente al general para matarlo y acabar con el asedio que este hacia al pueblo judío. Por eso fue “condecorada”.
Había alguna información de poliandria entre yanomamis. Esa información chocaba con una cultura que percibíamos más patriarcal y poligínica. ¿Lo que habíamos visto tendría relación?
El temor lo desplazábamos a preguntarnos qué hubiera pasado de tener una relación sexual, ¿Nos hubieran agredido? ¿Podríamos contagiarnos de alguna enfermedad venérea?
Hacernos esas preguntas ya era indicativo de algo que nos pasaba: ¡una estimulación de nuestros miedos a la castración!
Muerte entre los yanomamis
El yanomami tiene sus propios rituales de [itg-tooltip tooltip-content=»<p>Constructo que incorrectamente se considera como universal y unitario, como miedo a la muerte, se ve que está formado por varios componentes siendo en cada persona distinto según su personalidad…</p>»]muerte[/itg-tooltip] , que deben completarse para cumplir el rito del pasaje del muerto al otro mundo. Cuando un hombre muere, se dice “ha caído una flecha”; cuando fallece una mujer se dice que “ha caído una hoja”. La mañana siguiente a la muerte, las mujeres de la tribu aparecen con las mejillas ennegrecidas, en señal de pena y comienzan las lamentaciones por el muerto. Cuando éstas terminan se queman las pertenencias del difunto junto con el cadáver. Cuando no se puede proceder de inmediato a la incineración, ponen el cadáver sobre una plataforma en la selva, protegiéndolo así contra los animales de rapiña. Si los rituales no se cumplen correctamente o el cuerpo no se quema completamente es por causa de que el muerto, en vida, realizó alguna mala acción. Los yanomami distinguen entre: el «incestuoso» que arderá mal en la pira funeraria; el «asesino» que podrá ser considerado como un héroe; el «avaricioso» al que no se le realizará la «Reaho» y no irá al cielo de los yanomami.
Los huesos que no han quedado calcinados son machacados hasta reducirlos a cenizas y estas se guardan. Esto lo hacen los hombres teniendo los brazos y las manos untados con ají, que tal vez equivale simbólicamente al fuego. En la mañana siguiente a la cremación se bañan en el río para purificarse.
Posteriormente la tribu vuelve a sus actividades normales. Hasta que se realiza la ceremonia de Reaho.
Participamos una de ellas a la que nos invitaron haciéndonos sentir que era una invitación excepcional. Recibimos una invitación formal (teshomomo) que nos autorizaba a participar. Creen que en los huesos reside la energía vital de la persona fallecida y que al ingerir sus cenizas la reintegran al grupo familiar. Transcurrido un mes de la muerte de algún miembro de la tribu, se organiza una comida funeraria en la que se comen las cenizas del muerto. Los familiares beben una sopa de plátano mezclada con las cenizas del muerto. En esta celebración se agasaja a los visitantes con, al menos, la sopa de plátano y si es posible con toda clase de alimentos y se establecen alianzas. Es una fiesta.
Fue llamativo ver el modo en que participaba toda la comunidad. Radicalmente distinto de la hipocresía de los ritos funerarios de nuestra cultura. En la zona central estaban los familiares de los difuntos, pues no solamente se celebraba de un sólo difunto sino de varios. Y para algunos de los difuntos, era la segunda o tercera vez en que sus familiares consumían sus cenizas. Ya que parece ser que las cenizas de cada uno pueden ser consumidas en una sola ocasión o en varias dependiendo de la disposición de los vivos. Los chamanes representaban escenas de la vida de los difuntos, parecía que les hiciesen un teatro resaltando algunas de sus características, y transmitían humor, pareciera que se reían de cómo era. Los familiares sí que tenían actitud de recogimiento y sollozo. En otras zonas de la explanada había grupos de adultos que conversaban, en otras de adolescentes. Todos están participando pero no había una homogeneidad, en cómo estaban, dependiendo de sus edades y géneros, más callados o charlando animadamente, riendo. No se captaba imposturas ni forzamientos falsos para estar dramáticamente. Nos sirvieron el jugo de plátano, todos y Javier y yo teníamos dudas sobre si pudieran hacernos participe de las cenizas. No ocurrió y lo preferimos. Pues no sabíamos lo que realmente significaba aquello. El único disonante era un yanomami vestido con camia y pantalón que se ponía a increpar a jóvenes que metían mucha bulla. Se notaba que debía de trabajar para alguna misión y ya le habían comido el coco. Sin embargo a él también le toleraban su actitud aunque nadie le hacía caso.
Es un rito que los antropólogos consideran derivado de un endocanibalismo simbólico, para incorporar fuerza o características del muerto. A mí me parece, que, además, también tiene un sentido regulador del duelo. Las cenizas de un difunto pueden consumirse en más de una ocasión según el criterio de los vivos. Y parece que eso depende de si ya han hecho suficientemente el duelo. Si es parcial consumen parte de las cenizas. En la última ocasión quizás los vivos sientan que ya han completado el duelo. Ingerir las cenizas es una forma de acabar con los restos materiales de los difuntos. En el duelo psicológico, de una manera simbólica, el que hace el duelo introyecta materiales que había proyectado en el otro que ha muerto, elabora las características de la relación (que es una forma de digerir), hace suyas mediante identificaciones algunas de las características del difunto, en definitiva es un acto de canibalismo simbólico. En nuestra cultura se suele decir que un muerto no muere del todo hasta que desaparece del recuerdo de los vivos, lo que va más allá de la función psicológica del duelo. Se culpa a los familiares que no mantienen viva de una forma activa esa memoria, con rituales que la constatan, las visitas a cementerios,… Claro muchas veces todo esto va ligado a las creencias religiosas, que niegan la muerte, y al uso del muerto al que se quiere obligar a que vele y cuide a los vivos familiares desde el otro lado. Por eso hay una resistencia a olvidar.
Ingerir las cenizas tiene el mismo sentido acentuado por el hecho de que acabar con los restos materiales del difunto le rompe cualquier atadura que pudiera tener con este mundo lo que le ayuda a seguir su camino hacia el otro mundo, quizás al cielo. El único pecado del difunto que no se le perdona es el que sea mezquino o avaricioso. En ese caso no se le hace ningún ritual. Se reniega de él.
Estas reflexiones sobre el canibalismo simbólico y el duelo, me condujeron a aplicar ciertas técnicas específicas en la psicoterapia individual de personas en duelo “normal” o “patológico” y en los talleres grupales para el trabajo de la muerte que realicé más adelante “Integración de la muerte. Pulsación de la vida”
Episodio relacionado con muerte infantil
Como ya he mencionado intervine médicamente con diferentes problemas que tenían algunos yanomamis. A veces les hacía pequeñas cirugías en heridas, desbridando tejidos que impedían la cicatrización que estaban infectados, tratando algunas diarreas,… En algunas comunidades ya sabían, antes de que llegásemos, que podían contar conmigo. En una ocasión sucedió algo que me conmovió mucho. Una mujer se acercó trayéndome un niño lactante de quizás unos nueve meses. Nunca he sentido una actitud tan reverencial por nadie que está sufriendo y espera que le puedas ayudar. Yo me sentía como su último recurso, tenía claro que le tenían que haber fallado todos los intentos anteriores, y la sentía acudir totalmente entregada esperando una respuesta casi milagrosa. Yo veía al niño muy mal, deshidratado, con hipotermia, de un color pálido cenizo, parecía un cuadro de sepsis, me recordaba a un niño mongólico que murió en el pueblo de Navarra en el que estuve trabajando como médico, pero aún estaba peor. Me sentí impotente y con una desesperación rabiosa de no poder hacer nada. Sentía muy profundamente que ese niño y aquella mujer se merecían transformar su sufrimiento. Otras veces he sentido que ya no podía hacer nada pero nunca con la intensidad de aquel momento. No nos pudimos comunicar hablando. Todo era lenguaje corporal y energético. Le hice ver que no había nada que hacer y ella lo entendió perfectamente. Se movió para irse y acurrucó a su hijo contra su pecho de una forma más amorosa. Se estaba moviendo hacia el centro del shapono donde estaba encendido el fuego y yo la acompañé. Se sentó y pareció disponerse a esperar la muerte. Estaba tranquila. Yo la sentía como en la tranquilidad de quien ha hecho todo lo posible y se da cuenta que ya no hay nada más que pueda hacer salvo estar cercana y acompañar de la mejor forma posible a quien muere. Fue muy impactante para mí y para Javier.
Esa noche tuve el siguiente sueño:
«Estaba haciendo un viaje por un país extranjero. Había llegado con otras tres personas a un alojamiento que parecía estar en una zona selvática. Éramos dos parejas. Mi pareja y yo nos quedamos en una habitación sencilla. La otra pareja iba a pernoctar en una habitación con bastantes camas. Era de noche y salí por los alrededores del campamento. Había una zona rocosa, que formaba como un farallón. Al acercarme me daba cuenta que había oquedades entre las rocas y que debajo de ellas parecía existir un sistema de cuevas. Notaba que había algunos cuerpos que se movían arrastrándose lentamente sobre la superficie del suelo en el umbral de esas cuevas y dirigiéndose hacia dentro. Pensaba que serían animales y por su lentitud y cuerpo pequeño, quizás tortugas. Al acercarme bastante más me di cuenta que eran cuerpos de bebés o humanos que presentaban deformaciones, heridas, les faltaban algunas partes, y aunque no trasmitían vitalidad sus movimientos eran parsimoniosos y con una cierta tenacidad se movían en esa dirección. Eran varios cuerpos y la imagen me conmovía. Me encontraba con otra persona, una mujer, investigando más a fondo el subsuelo de las cuevas. Aparecían unas estructuras arqueológicas que parecían bastante antiguas. Estábamos emocionados porque reconocíamos que aquello tenía importancia. Y en un momento yo contemplo con cierta distancia la escena en la que yo y la mujer hablábamos de la importancia del descubrimiento. Me daba cuenta que detrás de la estancia en la que estábamos hablando había una pared de piedra aparentemente muy sólida pero que en realidad era bastante delgada aunque fuera fuerte. Y detrás de la pared aparecía otro espacio que era luminoso con una luz rojiza oro y que todavía tenía una profundidad mayor. Yo sabía que se iban a entretener tiempo atendiendo a lo que ya estaban descubriendo, pero que tendrían que hacer algo mucho más radical para acceder al otro mundo que tenían al lado sin darse cuenta y que era mucho más rico y podría producir cambios mucho más significativos en el conocimiento”.
El sueño requiere bastante trabajo asociativo para entenderlo, proceso que inicié y me fue muy útil. Aquí quiero mencionar algo. La primera asociación que tuve fue la de cómo la emoción por el descubrimiento nos atrapaba en el sueño e impedía ir más allá, y eso me llevó a decidir un cambio de actitud en el estar con los yanomamis: dejar de lado esa actitud de investigar aplicando mi racionalidad a lo que observaba y me atrapaba emocionalmente, pues eso mismo podía impedir ir más allá. A partir de entonces observar, recoger, y preguntar era la actitud, parando el pensamiento analítico, dejándolo para después, fue mucho más efectivo. Un estado de conciencia de fluir, con el foco de conciencia reducido a la actividad misma, como describió Mihály Csíkszentmihályi en 1975.
Praxis chamánicas
El shapori se encarga de expulsar los malos espíritus que provocan la enfermedad en los miembros de la aldea. Son cuatro las causas que provocan la enfermedad: por embrujamiento de otro chamán; por el embrujamiento de otro hombre; por causa de los malos espíritus; por transmisión del dolor del animal que es el doble de la persona.
Vimos algunas prácticas de sanación de un chamán yanomami. Se hacía en público, la gente del poblado observaba y “el paciente” estaba en el centro al lado del chamán. Iban pasando de uno en uno.
Con un paciente el chamán hizo un ritual, aspirando al paciente y se sacó una piedra negra de la boca. La mostró señalando a todos los espectadores que era el mal o la enfermedad que había extraído del paciente y que este ya estaba curado.
Audio: Chaman aspirando
Efectivamente el paciente daba muestras de estar mejor. La gente mostraba regocijo, en un ambiente sugestivo histérico con el que el chamán también jugaba en sus comunicaciones. Bien pudiera ser que fuera un truco del chamán para sugestionar tanto al público como al propio paciente, generando una especie de efecto placebo inducido para que el paciente se sintiese seguro de que había sido curado y a partir de ahí que estuviese mejor. Está claro que muchas enfermedades son producidas por la inseguridad, la angustia, las propias ideas supersticiosas de ser poseídos, y que si un paciente es reasegurado en que se le ha quitado eso ya recupera su confianza y todo va bien.
Experiencias previas que ya había tenido sobre el campo energético de las personas, me sensibilizaron para poder ver fenómenos energéticos que se producen entre diferentes personas que interaccionan en grupo. Alguna persona puede recoger energías de otros y somatizar problemas físicos, siendo un proceso que se produce por ciertas leyes energéticas, de las cuales la persona no es consciente. Solo sufre las consecuencias. También otras formas de interacción energética. Los experimentos de Reich sobre la energía vital indicaban que el DOR puede materializarse en lo que Reich llamó Melanor una forma de materia arenosa negra, que puede estar depositada en ciertas partes del organismo.
Muchos chamanes dicen que absorben las energías negativas del enfermo y después vomitan. A veces incluso concentran esas energías en piedras (casi siempre negras) que sacan de su boca y luego las tiran. Puedo entender que tengan técnicas para hacerlo. En su cosmovisión dicen que están sacando espíritus negativos que han podido introducirse en los pacientes por descuido de estos o porque alguien les ha querido hacer daño (un brujo, un espíritu que ha perdido su rumbo…). Lo cierto es que pueden equilibrar las energías del cuerpo enfermo. Y que producen una potenciación de la salud de los enfermos. Quizás se puede explicar el proceso de un modo más abstracto: leyes energéticas. Pero el impacto sobre el sujeto va a ser mayor si toca su subjetividad, en un contexto cultural explicativo que le es familiar, y le reasegura en que algo ha cambiado y que puede estar tranquilo. El chamán es un “yo auxiliar”, un terapeuta, que frena los aspectos supersónicos del paciente y activa los recursos yoicos del mismo. Otra cosa es que esas intervenciones generen dependencia del sanador, pues el sujeto no es consciente de lo que sucede. Los mismos procesos mágicos y de dependencia de sanadores se dan en nuestra cultura.
Mientras estuve trabajando como médico rural en Navarra, había ocasiones en que los enfermos recurrían a mis servicios y simultáneamente al de sanadores-brujos. El caso más vistoso el de una persona que estaba en la UCI de un hospital y la familia acudió a un sanador que para poder acercarse al enfermo y hacer su ritual, tuvo que presentarse como familiar y así poder entrar en a UCI. También tenía que hacer autopsias, por orden de un juez, de personas fallecidas en circunstancias extrañas, o suicidios. Entonces no sabía del Melanor. En las autopsias te encuentras con hallazgos extraños, que no han sido las causas de la muerte, sí ví precipitados negros, pero como todo lo que ignoras, lo dejas de lado sin prestarle atención.
¿Pudo el chamán extraer el DOR y materializar una piedrita?
Ceremonia con Yopo
Se preparó una ceremonia con yopo, que relato a continuación. El vocablo yanomami es ebenamou (=toma colectiva de ebená y también grito característico de la grulla). Ebena (o epena) es el término genérico que designa a las varias sustancias psiquedélicas que usan los Yanomami, sustancias autóctonas y cuasi exclusivas que no coinciden exactamente con lo que comúnmente se llama yopo (Anadenanthera peregrina y Piptadenia peregrina) que, además, es confundido con el cebil El yopo es al menos usado por 55 tribus indígenas. La esnifada que preparan de las semillas se llama cohoba, se usa en contexto ritual. Con un tubo largo, se sopla la cohoba en la ventana nasal de otra persona. El ‘tubo de yopo’ o caña que se utiliza para insuflar los polvos es llamado mokohiro y se confecciona a partir de unas gramíneas del mismo nombre a las que se adhiere la semilla del árbol kareshi (Maximiliana regia o cucurito). El yopo causa dolor, una presión pesada, vértigo, vómitos, secreciones nasales, faríngeas, y dolor de cabeza comúnmente. La experiencia psiquedélica con una dosis pequeña de 3 semillas, dura más o menos 15 minutos, con leves efectos posteriores que continúan unos 2 o 3 cuartos de hora. Las semillas de A. peregrina contienen N,N-DMT, 5-MeO-DMT y 5-HO-DMT (= bufotenina).
Participábamos, además de Javier y yo, tres jóvenes yanomamis. El yopo lo tenían en polvo y lo sacaron de unos saquitos que portaban los jóvenes. El anciano estaba todo el rato bailando emitiendo sonidos imitando pájaros y sus movimientos también eran similares a las aves. Yo dudaba si la ceremonia la habían preparado de una forma superficial recurriendo al anciano que tenían más a mano. El hombre era afable, se le notaba un saber estar y sabiduría, parecía débil y cansado pero demostraba tener energía para el baile, que aunque no era muy intenso, requería ritmo, armonía y fuerza.
El chamán era un anciano yanomami. No tenía una gran pinta de chamán. En nuestra sociedad se desplaza al geronte a un ritmo acelerado, con condiciones de marginalidad que le dificulta, aún más, el proceso de envejecer. Y, realmente muchos ancianos llevan mal su proceso, la esperanza de vida aumenta pero no su cultura y sabiduría. Yo estaba conectando con un prejuicio, y con una alarma interna, esperaba que el xapori fuese fuerte por si yo necesitaba su ayuda en la experiencia. En el fondo mi temor me llevaba a desear estar cuidado por alguien fuerte, y el xapori no me lo parecía.
Qué distinto en su cultura la valoración de ese anciano. Al darme cuenta, pude aceptar que el riesgo de mi experiencia lo asumía yo y que si necesitaba ayuda ya la pediría.
En un tubo largo de madera que está hueco y aproximadamente 1,5 m de longitud colocan el yopo en uno de los extremos y lo ponen al lado de la fosa nasal de la persona a la que van a soplar el yopo y en el otro se coloca uno de los participantes. Dos participantes sostienen el extremo con yopo al lado de la fosa nasal y en un momento el que está en el otro extremo sopla y el yopo se introduce en la fosa nasal. Yo lo sentí con un dolor enorme, como una puñalada que se te clava directamente en el cerebro y que produce un dolor tremendo que toda la mitad homolateral del cerebro. Nunca había sentido la mitad de mi cerebro en toda su región desde la zona frontal al occipital desde la parte superior inferior desde el centro hacia el extremo del lado correspondiente. Era muy doloroso y, sin embargo, quería que me lo hiciesen en el otro lado para equilibrar porque el desequilibrio del dolor era una sensación extraña y muy dolorosa. Con el otro lado sentí lo mismo, pero la situación mejoró porque por lo menos el dolor era uniforme y parecía que eso es un territorio más conocido y que angustia menos. Enseguida me fluyeron unas secreciones nasales, lacrimales y faríngeas enormes que me inundaban y tenía que sacarlas, escupiendo y tosiendo. Todo eso se producía en un ambiente de risa generalizada. Los participantes se reían de mis movimientos por el dolor, con las secreciones. Yo era consciente de la risa y de la comicidad de la situación a la vez que sentía el dolor. Había sido el primero en participar de la experiencia. Después Javier y le pasó lo mismo. Y después los demás participantes uno a uno. Al cabo de un rato largo de estar segregando, todos estábamos en lo mismo en quitarnos mocos escupir y la sensación era más cómica. También el chamán se reía y empezó a cantar.
Audio: Canto chaman
Empecé a sentir cansancio y me senté en el suelo. Antes de ello también había inquietud corporal, creo que los movimientos formaban parte de esa hiperestimulación. Al cesar el impulso motor y sentir el cansancio pude sentarme. Sentía mareo y me tumbe en el suelo. La experiencia la hicimos a la tarde, con plena luz solar. Me sentía bien con el calor del sol. Supongo que el yopo me habría llevado a una cierta hipotermia. En mi expectativa de la experiencia me imaginaba conexiones con animales tipo águila, posibilidades de visión desde arriba, de vuelos dónde viese la selva etcétera. Influido por la película “La Selva Esmeralda (1985), dirigida por John Boorman”. La realidad fue muy distinta. Al cabo de un rato de estar en el suelo me sentí raptado en un movimiento muy veloz de mi masa corporal. A una velocidad increíble y que me llevaba hacia la tierra, me veía acercarme y cada vez más velozmente de manera que no podía más que chocar contra la tierra y me angustiaba. No podía hacer nada para parar el movimiento. Y cuando ya estaba acercándome más y más cerca me di cuenta que a medida que me movía a esa velocidad mi masa corporal iba disminuyendo casi al mismo ritmo, estaba empequeñeciendo y aunque temía un choque inminente iba viendo que la tierra no era uniforme sino porosa. Había estructuras más prominentes como granos, y entre ellos había distancias espaciales, agujeros. Me iba acercando a esa velocidad enorme y dirigiendo hacia las bocas de los agujeros de manera que en vez de estrellarme, y dado mi encogimiento corporal, me iba introduciendo en ellos y descubriendo que había una estructura muy rica de ramificaciones tubulares, tipo túneles que recorrían todo el interior de la tierra. Ya no tenía miedo sino curiosidad. Me seguía moviendo una velocidad increíble pero me adaptaba perfectamente a las irregularidades de los túneles. A las curvas a los cambios de dirección de los mismos sin chocar en ningún momento. Era casi como estar en una montaña rusa infinitamente acelerada. Disfrute de la velocidad, de la textura, de la estructura de la tierra y de moverme por ella de esa forma. Había una luz suficiente como para ver todo el recorrido por donde yo pasaba. No vi ningún ser vivo, todo era tierra mineral. Y me sentía en calma, disfrutando del descubrimiento.
Después la visión cesó de golpe. Estaba bastante cansado. Y Javier y yo nos fuimos a descansar a un shapono.
Estaba claro que mi tarea primordial, en ese momento de mi vida y de desarrollo de mi conciencia, era el contacto con la tierra espiritualizada, trabajando mis miedos a la caída para descubrir que la simple materia inanimada es infinita y perderte en ella, disolviendo la identidad del yo-cuerpo, puede ser un estado de conciencia que trasciende lo ordinario y de disfrute. Fui forzado a hacerlo ya que buscaba otras cosas “más elevadas”. Es un ejemplo sobre cómo el inconsciente te lleva al trabajo con lo necesario en un equilibrio compensador y autorregulatorio de lo que está en la consciencia como expectativa. Estas expectativas responden a deseos, proyecciones del yo,.. Que no son más que despistes o defensas sobre el trabajo necesario a desarrollar.
Excursión nocturna de caza
Al anochecer vinieron unos yanomamis, entre los que estaban los compañeros del ritual, a invitarnos a una excursión nocturna de caza. Francisco nos indicó lo que querían con la invitación. Él no iba a ir y Javier estaba cansado y prefirió quedarse. Yo lo dudé, pero me sentía bien física y energéticamente y me apetecía explorar. Acepté ir.
La experiencia fue impactante. Yo estaba en un estado de conciencia no ordinaria. La sensorialidad abierta a la percepción de los ritmos, de los colores, con la empatía muy fina con los guerreros, y muy cercana. Navegábamos 12 personas en una canoa construida de un tronco al que habían vaciado el contenido. Estábamos todos sentados en línea en el centro y el agua llegaba casi hasta el borde de la canoa en ambos lados. Se necesitaba una armonía muy fina entre todos para que la canoa no se balanceara hacia uno u otro lado y entrase agua. Se sentía ese trabajo armónico entre todos. Yo no me podía comunicar verbalmente, todos lo sabíamos, lo que me permitía contemplar, y estar muy abierto a lo que pasaba.
Esperaba que desplegasen los arcos y cerbatanas que llevaban y que disparasen a algunos animales para cazarlos, fuesen terrestres o peces. Veíamos iluminados ojos de animales que estaban en los árboles, muchos ojos, y era un poco atemorizante. Es curioso ese efecto de ver el fondo de los ojos porque tienen la pupila muy dilatada en la noche, ves dos luces rojas que te miran. Resulta algo amenazador, porque no sabes de qué animales se trata. Para mi sorpresa un guerrero de un salto vertical de unos 2 metros, se introdujo en un ramaje y volvió a caer hacia la canoa con un ave que había cogido por el cuello y mientras caía le mordió el cuello y se lo retorció. Cuando llegó a la canoa se fue agachando hasta quedarse sentado con el animal muerto en su regazo. Fue todo tan rápido y tan coordinado que la barca ni se movió hacia ninguno de los lados. Yo estaba sorprendido. Así lo hicieron tres o cuatro veces más y siempre era con la misma limpieza y coordinación como la primera.
Había muchos insectos. Como siempre muchos ruidos de fondo de la selva de cantos de gruñidos de todo tipo de animales. Pero lo que fue espectacular consistió en un encuentro con unas mariposas enormes de un color azul vivo. Podrían tener unos 20 cm. Eran una maravilla, se acercaban a la barca revoloteaban entre nosotros. Eran de tal envergadura que se esperaría que hicieran mucho ruido pero eran totalmente silenciosas y eran tantas que podías sentir la armonía sincronizada de su vuelo.
En un momento los yanomami llegaron con la canoa a un espacio más abierto de vegetación donde la orilla era más prolongada y no había árboles, esa orilla ocuparía una superficie equivalente a dos o tres shaponos. Nos bajamos todos de la canoa, que dejaron sobre la tierra, y se fueron sin decirme nada, indicándome con gestos que me quedara esperando, y me quedé solo. Tuve la sensación de enorme extrañeza. Pensaba que igual se habrían ido a cazar, que yo les iba estorbar el proceso y, por eso, me habían dejado solo. Pero también sentía que era como una broma macabra.
Me sentía solo en esa ensenada. Perdido en la selva. Sin tener ni idea de qué tendría que hacer para tratar de volver al poblado si no volvían. Rodeado de la selva, de los fondos de ojos de los animales, de los sonidos, tenía zozobra y cierta angustia. El claro permitía ver el cielo como pocas veces ocurría en la selva por la noche, ya que habitualmente nos refugiamos en shaponos o cerca de ellos. La visión de las estrellas era espectacular, la luna estaba saliendo y aunque prácticamente llena su luminosidad no impedía el cielo negro profundo en muchas partes del firmamento, que permitía discriminar las unas de otras, ver texturas, colores, halos, la Vía Láctea se veía magnífica. Estaban Júpiter y Saturno. En la latitud norte cerca del Ecuador se podía ver sobre el horizonte en el sur la cruz del sur, el triángulo astral y con mayor declinación Alfa Centauri, y Antares. En el cenit la constelación de ofiuco, la serpiente, y el triángulo Vega, Altair y Arturo. Suelo buscar la constelación del delfín y esa noche se veía muy bie. Las estrellas me ayudaron a tranquilizarme pero tuve que hacer un esfuerzo para darme ánimos, mandarme pensamientos positivos para confiar en los yanomami,…. Mi afición y experiencia en astronomía fue útil, tanto para centrar mi atención en las estrellas, como para disfrutar de verlas de un modo tan nítido. Pudo pasar una media hora antes de que volvieran. Cuando lo hicieron no traían ningún animal nuevo, tampoco trataron de comunicarse conmigo de ninguna forma, salvo señalarme que montábamos en la canoa. Lo hicimos y volvimos al poblado.
Nunca supe el significado de dejarme solo. Tampoco lo pregunté, acepté ese misterio sin racionalizar, y finalmente tuve un sentimiento de agradecimiento a ese acto de abandonarme, me permitió continuar con el aterrizaje en la tierra, que la experiencia del yopo me había forzado.
Comentario final
Las consecuencias del viaje fueron variadas.
La consolidación de la amistad con Javier, que ha ido enriqueciéndose con los viajes internos de cada uno y los periplos de la existencia.
Un cambio personal, el contacto con su cultura, los sueños que tuve, y mi experiencia con el yopo, tambalearon mi narcisismo. Me di cuenta de que estaba en un estado de “inflación del yo”, que se había consolidado con mi proceso terapéutico reichiano que equiparaba la salud a un “yo genital” que una vez alcanzado era el sumun posible del desarrollo de la conciencia. Mi conciencia estaba excesivamente atrapada en esa idealización y tenía que aterrizar en tierra, morir a ese estado inflacionario, y traspasar la puerta que me metía en el inframundo (el inconsciente profundo colectivo) como apuntaba el sueño. La inflación del yo era una resistencia para hacerlo. Una nueva oportunidad que de seguirla me llevaría a un conflicto con la escuela reichiana de terapeutas a la que pertenecía, como finalmente ocurrió, hasta que dimití de la misma pues la institución se mantenía en sus dogmas.
Los cambios personales integrando aspectos no desarrollados hasta entonces, me llevaron a modificar los procesos de psicoterapia con mis pacientes.
La convicción de tener que elaborar lo vivido. La comprensión de la cultura yanomami ha sido un proceso largo y aunque no creo tener más que alguna pequeña idea sí que ahora me parece que es coherente como para comunicarla esperando que pueda servir para un debate, con el riesgo que supone. El escepticismo inteligente es la base del pensamiento crítico.
«No hay obra que no se vuelva contra su autor: el poema aplastará al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción… solo se salva quien pueda reposarse en el ser…” “…!Publicar sus taras para divertir o exasperar! Una barbaridad para con nuestra intimidad, una profanación, una mancilla. Y una tentación…. “. (La tentación de existir. E. M. Cioran. Edit. Taurus. 1973)
Continuación de la elaboración
En otro texto de reflexiones, que colocaré en la sección del blog, expondré la relación entre los mitologemas y lo que vimos en su cotidianidad intentando hacer alguna hipótesis, y también abordaré de un modo más profundo el tema del sexo y géneros.
He realizado una recopilación de mitos, y cuentos yanomami de otros investigadores y que junto a la experiencia del viaje es lo que me ha permitido elaborar las reflexiones. Para descargar en PDF Extracto Texto Completo en tienda
Me gustaría visitar a los Yanomami, me podéis ayudar
Estimado Mikel, leer tus experiencias en el Amazonas con nuestros Yanomamis, ha sido además de un recordatorio sobre las mías durante mis recorridos en curiara por ríos y comunidades, extremadamente nutritivo. Mi último viaje a la zona fue en el 2000. Me pregunto cuánto de eso conocido queda. La imágenes actuales son de devastación por el pecado de la ambición, esa de la que justamente reniegan los yanomamis y que está costando muchas vidas humanas, así como la destrucción de la madre tierra.