Fascismo como síndrome civilizatorio: la “caza del moro”.
Mikel Garcia. 17 julio 2025
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Descripción de la imagen
Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.
Autor
Mikel García García[i]
[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025).
Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum iratxomik@gmail.com
Presentación y contenido
El ensayo “Fascismo como síndrome civilizatorio: la caza del moro” de Mikel García (julio 2025) analiza los disturbios racistas en Torre Pacheco y otros episodios recientes en Europa como síntomas de un fenómeno más profundo que trasciende la política: el fascismo entendido como estructura emocional colectiva y síndrome civilizatorio. Lejos de ser un hecho aislado, el fascismo se presenta como una patología de masas basada en la represión afectiva, el miedo a la libertad, la sumisión a la autoridad y la proyección del odio reprimido hacia el “otro”, especialmente el inmigrante.
El autor sostiene que la personalidad potencialmente fascista, descrita por Adorno, no pertenece a individuos excepcionales, sino que habita en ciudadanos comunes. Esta personalidad combina moralismo sexual, obediencia autoritaria, pensamiento binario, agresión hacia la diferencia y miedo a la introspección. Estas disposiciones, cultivadas por estructuras familiares rígidas y contextos de inseguridad, pueden activarse políticamente mediante discursos simplificadores. Goebbels sintetizó este proceso en sus principios de propaganda —simplificación, repetición y unanimidad— que hoy se reproducen amplificados por redes sociales y algoritmos, generando una psicopolítica del odio.
El texto aborda la misoginia como núcleo del fascismo español, herencia del franquismo y del catolicismo patriarcal. La mujer libre o feminista sigue siendo presentada como amenaza, reapareciendo en el discurso digital de la extrema derecha a través del acoso en redes y la deslegitimación del feminismo. Esta “falocracia virtual” perpetúa el ideal de pureza y orden masculino frente al “caos” femenino, reeditando la represión de la libertad sexual y emocional como base del autoritarismo.
García recurre a una amplia genealogía teórica. Freud explica el narcisismo de las pequeñas diferencias, que convierte diferencias mínimas en odios profundos; Reich interpreta el fascismo como producto de la represión sexual; Jung analiza la proyección de la Sombra colectiva sobre el extranjero, en el caso español el “moro”, evocando fantasmas coloniales e históricos; Adorno y Marcuse examinan la educación autoritaria y la industria cultural como reproductoras del pensamiento fascista; Foucault y Han relacionan el racismo con el biopoder y la psicopolítica neoliberal; Deleuze y Guattari describen el fascismo como máquina deseante que canaliza la frustración social hacia la violencia tribal.
El ensayo ilustra estas dinámicas con el personaje ficticio MKG, un obrero español educado en valores autoritarios que encuentra en el odio al inmigrante una forma de pertenencia y sentido. MKG encarna la banalidad del mal: no es un monstruo, sino un síntoma de la soledad, represión y precariedad contemporáneas.
El autor distingue entre discurso de odio y delito de odio, subrayando cómo la propaganda se cuida de incitar indirectamente la violencia que otros ejecutan. La “caza al moro” es, así, una manifestación de la psique colectiva enferma y de la manipulación política del miedo.
En sus conclusiones, García propone estrategias de prevención del fascismo desde una perspectiva integral: educación emocional y crítica, memoria histórica, cultura del disenso, empatía radical, redes comunitarias y ética del cuidado. La cura del síndrome fascista no se limita al plano ideológico, sino que requiere una transformación del deseo, del cuerpo y de los vínculos sociales. Prevenir el fascismo, concluye, es integrar la sombra colectiva, reconocer la diferencia y convertir la vulnerabilidad en fuente de humanidad compartida.
Ensayo
Los disturbios en Torre Pacheco, Murcia, España, en julio 2025, como los vividos en los últimos años —incluyendo episodios de violencia racial, agresiones físicas y simbólicas contra migrantes, en España (El Ejido 2000, tras el asesinato de tres vecinos por inmigrantes marroquíes, se produjo una ola de violencia xenófoba), Reino Unido (agosto 2024. Tras un apuñalamiento en Southport el 29 de julio que mató a tres niñas y fue atribuido falsamente a un musulmán) y América— generan miedo, y suscitan preguntas que requieren investigación profunda más allá de las respuestas superficiales y estereotipadas que abundan. ¿Cómo es posible que los discursos de odio de unos pocos calen en la población que vota cada vez más a la extrema derecha? ¿Es cierto que la condición humana es tan oscura que estos episodios sacan lo peor de las personas?
En este artículo voy a investigar lo que han aportado autores que citaré en adelante y me centraré en las singularidades de España. Finalizaré con sugerencias acerca de qué hacer para combatir el fascismo. El artículo es un borrador que presenta ideas y explicaciones aún no suficientemente articuladas, pero que pueden tener cierta utilidad para que el lector pueda reflexionar sobre perspectivas que quizás no conoce y sacar sus conclusiones.
Miguel de Cervantes define la Historia en el capítulo IX de su Don Quijote como “camino de la verdad, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir”.
El fascismo no es únicamente una ideología política, sino una estructura emocional colectiva, un tipo de organización de la psique de masas que se basa en: La represión sexual y emocional; La autoridad patriarcal rígida; El miedo a la libertad y la proyección del odio reprimido hacia un enemigo externo (judío, extranjero, comunista, etc.). El fascismo se alimenta de pulsiones inconscientes manipuladas políticamente, los discursos de odio son alimentados desde ciertos sectores mediáticos y políticos, exacerbando el miedo y fomentando una identidad colectiva basada en la exclusión del diferente.
El fascismo es una estructura latente, un síndrome civilizatorio con diversos síntomas, entre ellos la xenofobia -islamofobia- y la aporofobia, muchas veces relacionadas, que no es un problema de ignorancia, sino una patología de la estructura emocional de masas, reproducida en lo cotidiano.
¿Qué es una personalidad potencialmente fascista? El concepto proviene principalmente de Theodor W. Adorno. La personalidad potencialmente fascista no es un “monstruo externo” sino que está latente en muchos ciudadanos comunes. La personalidad fascista se estructura en torno a Ideales del Yo y a la identificación con un Amo que encarna el orden. El sujeto potencialmente fascista tiene algunas de estas características clave:
Sexualidad reprimida: Moralismo y miedo a la libertad sexual.
Convencionalismo: Adhesión rígida a valores sociales convencionales.
Sumisión autoritaria: Obediencia acrítica a figuras de autoridad.
Agresión autoritaria: Hostilidad hacia quienes infringen los valores convencionales.
Anti-intracepción: Oposición a la introspección, emociones y subjetividad.
Superstición y estereotipia: Pensamiento mágico, clichés sobre el mundo.
Suspicacia paranoica: conspiparanoica.
Poder y dureza: Idealización de fuerza, dominación, disciplina.
Destructividad y cinismo: Tendencia a ver el mundo como hostil y a justificar la violencia.
Proyección: Atribuir a otros los propios impulsos reprimidos.
Militantismo fanático: Se pasa a la acción y se crean los entornos favorables para pasar a la acción con justificación.
¿Te reconoces en alguna?
La praxis fascista cala en poblaciones con personalidades potencialmente fascistas, especialmente en contextos de inseguridad, desigualdad o crisis identitaria. Estos contextos pueden sembrarse intencionadamente apelando a los miedos profundos de la estructura fascista de la población. La praxis fascista busca el poder y la dominación y utiliza herramientas para lograrlo. Joseph Goebbels, el “enano cojo y diabólico” -un enano místico- tal y como lo definía Goering, desarrolló durante su infancia un “enorme complejo de inferioridad” debido a su escasa estatura y a una malformación en el pie que le condenaría a una cojera permanente. Terminó desarrollando los 11 principios de la propaganda nazi. Principios “ilustrados”, metódicos, y eficaces para crear una disposición mental en la población que justifique la violencia. Actualmente los 11 principios se siguen usando y su eficacia de multiplica gracias a la tecnología, las redes sociales y el concurso de la Inteligencia Artificial (Durante 16 horas, Grok 3 empezó a soltar barbaridades como elogios a Hitler, amenazas al presidente de Turquía y respuestas cargadas de racismo. Tanto se le fue la pinza que lo apagaron, aunque seguía respondiendo con imágenes que decían “me están censurando”).
Cito 3 de los 11: 1. Principio de simplificación y enemigo único. «Reducir todo a un antagonismo binario y personificar la culpa en un solo grupo». Ejemplo en España: VOX reduce problemas complejos (precariedad laboral, crisis agrícola) al binomio «españoles vs. invasores moros», como en Torre Pacheco (2025). VOX llama sistemáticamente MENA a todos los menores migrantes, reduciendo su complejidad a un único enemigo: “Un mena, 4.700 € al mes; tu abuela, 426 €”. 6.- Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”. «Bombardear con mensajes constantes para anular el pensamiento crítico»: 500 tuits/hora con hashtags como StopInvasión. 11. Unanimidad. Se difunde la idea de que “todo el mundo” comparte ese pensamiento: “Tu abuela y tus valores están amenazados…”, reforzando la impresión de consenso mayoritario.
La misoginia como núcleo del proyecto fascista en España. El fascismo español proyectó su Sombra colectiva (miedo, deseo reprimido, culpa, odio a la debilidad) en la figura de la mujer republicana, sexualmente libre, activa políticamente.
El fascismo español fusionó el catolicismo integrista con doctrinas autoritarias, promoviendo un modelo de mujer centrado en la «tríada sagrada»: madre, esposa y ángel del hogar. Este ideal se basaba en interpretaciones pseudocientíficas del darwinismo social y la eugenesia, que justificaban la inferioridad biológica femenina. El odio hacia las mujeres perpetuaba la supremacía masculina y prefiguraba todas las formas de autoritarismo social. La mujer fue estigmatizada como «caos» frente al «orden» masculino, necesitando control moral y político.
La extrema derecha actual emplea redes sociales como armas de hostigamiento. Esto es una reactualización del mito: la mujer libre como portadora del mal social. Trolls misóginos (anonimizados) atacan a mujeres públicas con insultos sexualizados, acusándolas de «subvencionadas» o «traidoras». Este odio refleja la resistencia ante la pérdida de privilegios patriarcales. Falocracia virtual: Según análisis periodísticos, grupos como Forocoches o seguidores de VOX operan con una «lógica de falo violador»: humillan a mujeres mediante comentarios sobre su físico, amenazas sexualizadas y desprecio al feminismo. Deslegitimación de políticas igualitarias: Como en el franquismo, se atacan subvenciones a asociaciones feministas o LGTBI, tachándolas de «fraude» o «caprichos». Esta retórica, alimentada por medios conservadores, oculta su función redistributiva y de reparación histórica.
Qué explican algunos autores:
S. Freud. Introdujo el término «narcisismo de las pequeñas diferencias» en «El malestar en la cultura» (1930), describiéndolo como un fenómeno paradójico donde comunidades con profundas similitudes (étnicas, lingüísticas, culturales) desarrollan hostilidad mutua precisamente por sus diferencias mínimas. Este mecanismo ofrece una «satisfacción cómoda e inofensiva de la inclinación violenta» que fortalece la cohesión interna al proyectar la agresión hacia un «enemigo próximo». Cuando aparece el extraño y conviven, se convierte en el enemigo próximo prevalente, el chivo expiatorio con el que se ejerce una violencia sutil, que podría denominarse racismo “blando”. El racismo «blando» no es un residuo de la barbarie, sino un producto perverso de la civilización que instrumentaliza diferencias mínimas para sostener jerarquías. Su violencia es sutil, pero no menos letal. En Moisés y el monoteísmo, Freud vincula el monoteísmo con la represión violenta de tradiciones anteriores. El monoteísmo judío surge de la imposición de creencias mediante la fuerza, generando un legado de culpa y conflicto
W. Reich —psicoanalista marxista y discípulo de Freud— en su obra La psicología de masas del fascismo (1933), intenta responder a una pregunta central: ¿Por qué las masas obreras apoyan al fascismo, incluso en contra de sus propios intereses materiales?: El fascismo emerge de la represión sexual en la familia patriarcal autoritaria, generando sujetos sumisos identificados con figuras de autoridad. Esta estructura es la «célula germinal del fascismo» que proyectan su agresión en chivos expiatorios (inmigrantes como «contaminación racial»). La represión sexual se proyecta en modos concretos como: acusación de perversión sexual (los judíos eran definidos por los nazis como perversos sexuales); o violación (Migrantes como violadores en el discurso racista contemporáneo. Migrantes —especialmente árabes, africanos y musulmanes— como el nuevo “peligro sexual”). Es una estrategia clásica del racismo y el fascismo que sirve para deshumanizar, movilizar el miedo, y justificar políticas de exclusión, violencia o exterminio, y es un discurso profundamente afectivo y simbólico, que apela al miedo visceral al cuerpo del otro: como si el cuerpo racializado tuviera un goce excesivo, una potencia peligrosa, una “amenaza animal”. Mecanismos de manipulación colectiva: Los símbolos (como la esvástica), la religión represiva y el terror sistemático explotan traumas inconscientes y fantasías colectivas. Así como en el fascismo clásico el “judío” era culpado de la decadencia moral y económica, en estos casos el “moro” se convierte en el blanco del odio reprimido.
C. Jung (Arquetipos e inconsciente colectivo, 1934). El arquetipo del “extraño” y la sombra proyectada. El extraño (el outsider, el otro) representa en muchas culturas una figura ambivalente: es peligroso y fascinante, temido y deseado. Suscita sentimientos paranoides. En términos junguianos, el extraño encarna aspectos inconscientes que el yo no reconoce ni acepta -la sombra-, que se proyecta hacia fuera especialmente sobre los que son distintos, vulnerables o marginales. Se proyectan en el «moro» los traumas y fantasmas coloniales no resueltos de España y hechos históricos no resueltos (pérdida de Al-Ándalus, memoria del Protectorado, el miedo a la «contaminación» cultural, la barbarie de la expulsión de judíos y musulmanes en la edad media). Consignas como «Defendemos nuestro pueblo» reactivan el mito de la Reconquista. Aquí la xenofobia y el racismo funcionan como mecanismos de defensa psíquicos colectivos: Rechazar al otro no solo evita el dolor de confrontar el mal interno, sino también la amenaza de transformar la identidad mediante la luz que el otro irradia. Cuando el yo se identifica con una identidad colectiva (raza, nación, género, religión), cualquier diferencia se vive como: Una amenaza de fragmentación; Una pérdida de seguridad ontológica; Un riesgo de contagio simbólico. De ahí nacen fantasías de invasión, descontrol, de “ser borrado” o “reemplazado” por el otro (como en el Gran Reemplazo), típicas de ideologías xenófobas. La violencia en Torre Pacheco refleja una psicosis colectiva: se temen amenazas inexistentes y se rechaza lo desconocido con pánico. El anciano agredido se convierte en la excusa para legitimar una agresión colectiva y el “efecto llamada”.
T. Adorno (La personalidad autoritaria, 1950): La familia autoritaria fomenta la «personalidad autoritaria» mediante la obediencia ciega y el castigo, creando sujetos propensos a la adhesión a líderes fuertes y la hostilidad hacia grupos marginalizados. La industria cultural difunde estereotipos que anulan el pensamiento crítico. El «síndrome fascista» incluye pensamiento dicotómico (nosotros/ellos). La industria cultural amplifica este proceso mediante bulos en medios sensacionalistas (ej.: vinculación automática, magrebí-delincuencia), legitimando la violencia.
J. Lacan (Escritos, 1966): El goce (jouissance) se canaliza mediante un objeto a (el inmigrante como «amenaza») que satisface pulsiones agresivas bajo un gran Otro simbólico (la «España Pura»). El Universo Desokupa (la empresa ultra que quiere enseñar a España a defenderse de lo que sea) encarna líderes que prometen restituir un orden perdido mediante la violencia. Lo Real lacaniano —aquello que resiste la simbolización— irrumpe en fenómenos como la «caza al moro» como trauma no procesado: la imposibilidad de integrar la diversidad cultural en el relato nacional herido por la «declinación de la imago paterna» en la estructura social.
H. Marcuse (El hombre unidimensional, 1964): El capitalismo genera el «hombre unidimensional» incapaz de criticar el sistema. La represión desublimadora canaliza frustraciones hacia falsas liberaciones (xenofobia), evitando la crítica al capitalismo. La clase trabajadora ataca a inmigrantes (sus compañeros de explotación) en lugar de al sistema capitalista. Vox instrumentaliza este malestar, con discursos de «autodefensa», ofreciendo una falsa «liberación» mediante la xenofobia.
M. Foucault (Vigilar y castigar, 1975; Historia de la sexualidad, 1976): El racismo opera como biopoder: el Estado gestiona poblaciones mediante la exclusión del «indeseable». El fascismo de masas es una extensión de este mecanismo. Foucault explica cómo las instituciones religiosas monoteístas (Iglesia, confesión, dogma) han sido mecanismos de control de los cuerpos, la sexualidad y el deseo, especialmente desde la infancia. El sujeto religioso se constituye por medio de la culpa, el pecado y la autovigilancia. Esta subjetividad culpabilizada es altamente manipulable por el poder, facilitando el sometimiento político o moral.
Deleuze/Guattari (El Anti-Edipo, 1972; Mil Mesetas, 1980): Las turbas son máquinas de guerra deseantes: flujos de agresión que se territorializan en «cacerías humanas». El fascismo es una «máquina de guerra deseante» que captura flujos de deseo colectivo hacia la destrucción. Las turbas actúan por «producción deseante» (éxtasis de la cacería), no por ideología. «¡Vamos a cazar moros!», crea una multitud fascista temporal. Esto refleja la «línea de fuga revertida»: el deseo de comunidad, frustrado por el capitalismo, se satisface en violencia tribal.
E. Laclau (La razón populista, 2005). El pueblo vs la élite: el populismo se articula en torno a una frontera política entre un nosotros (el pueblo) y un ellos (la oligarquía, el sistema, los corruptos, etc.). El populismo de derecha construye significantes vacíos (ej.: «inmigración ilegal») que unifican demandas dispersas bajo un enemigo común. Vox articula malestares rurales (abandono estatal, desempleo) en un relato de «invasión mora”. VOX y el discurso populista: Construye un pueblo ideal (españoles trabajadores, cristianos, víctimas del separatismo o de la inmigración); Identifica un enemigo (progresistas, feminismo, inmigrantes ilegales, «la casta»); Utiliza significantes vacíos como «España», «libertad», «sentido común», que permiten sumar demandas diversas bajo un mensaje común. Una versión perversa de esta lógica populista: Se construye un “nosotros” (autóctonos explotados o abandonados) frente a un “ellos” (emigrantes supuestamente beneficiados, delincuentes o invasores); Este “pueblo” es activado emocionalmente mediante discursos de miedo y pérdida (trabajo, seguridad, cultura); Movilizan estas pasiones populares en forma de odio.
Jan Assmann (Violencia y Monoteísmo, 2014). El monoteísmo introduce una «violencia estructural» al establecer una división radical entre religión verdadera (propia) y falsa (ajena), lo que justifica la exclusión del «otro». La creencia en un Dios único fomenta la intolerancia mediante lógicas binarias (ej.: elegido/rival, sagrado/profano). Las grandes religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, islam) tienden a estar organizadas bajo jerarquías rígidas que reflejan una visión del mundo patriarcal, con un Dios único, masculino, omnipotente y juez. Características comunes: Autoridad vertical: Dios → profetas → líderes religiosos → fieles; Moral binaria: bien/mal, puro/impuro, creyente/hereje; Sumisión del individuo: obediencia como virtud suprema; Control del cuerpo y la sexualidad: especial énfasis en la contención y represión. Estas características pueden fomentar una interiorización del autoritarismo: el “padre celestial” se convierte en modelo de todas las autoridades (padre, Estado, jefe, ley). La estructura familiar tradicional, con un padre como figura de orden y castigo, reproduce este esquema divino. En los textos fundacionales de las tres religiones monoteístas, encontramos episodios violentos autorizados o mandados por Dios: En la Biblia hebrea (Tanaj), Yahvé ordena la aniquilación de pueblos enteros (Amalecitas, Cananeos). En el cristianismo medieval, las Cruzadas fueron impulsadas con la promesa de indulgencia total: “Dios lo quiere”. En el islam, en el Corán hay versos que han sido usados para justificar la guerra santa (yihad) defensiva o expansionista.
Byung-Chul Han (Psicopolítica, 2014; La expulsión de lo distinto, 2017): La autoexplotación neoliberal genera fatiga social que deriva en violencia inmunitaria contra «lo otro». Las redes sociales amplifican el odio. El agotamiento neoliberal convierte al cuerpo migrante en diana de la frustración acumulada. La «violencia de lo idéntico» hacia el «diferente». Hacia el migrante, percibido como alteridad disruptiva en una comunidad obsesionada con la homogeneidad identitaria.
Vladislav Šolc y George Didier (Dark Religion: Fundamentalism from The Perspective of Jungian Psychology 2018. Religión Oscura: Fundamentalismo desde la Perspectiva de la Psicología Junguiana) El libro explora con detalle el impacto de la religión oscura como estructuras defensivas que protegen contra las experiencias numinosas en lugar de integrarlas en la consciencia. Este aspecto se destaca como un elemento que conduce al desarrollo de la hybris, la inflación, la posesión, las personalidades maná, la unilateralidad y otras formas de adaptación psicológica inadecuada. El libro introduce el concepto de «credo fuerte», que abarca diferentes denominaciones para el fenómeno de la posesión por arquetipos, como el fanatismo, el fundamentalismo, el radicalismo y el sectarismo. Los autores se refieren a este concepto como «teocalipsis».
Una personalidad fascista contemporánea
Presento un perfil narrativo ficcional de una personalidad fascista contemporánea en un sujeto que llamo MKG. Es una figura verosímil, no caricaturesca, que permite comprender cómo se encarna hoy el fascismo subjetivo. He procurado que el perfil no se identifique con ningún sector económico:
MKG: «No es racismo, es sentido común. Esto no es lo que era.»
MKG no se define como político. Nunca lo ha sido. Dice que le da igual la izquierda o la derecha, pero cada vez que abre la boca suelta un juicio que parece salido de un manual de propaganda nacionalista. «Mi abuelo con 14 años ya trabajaba en lo que fuera para ganarse la vida. No como estos que vienen y se lo damos todo». MKG trabaja con máquinas. Su día es rutinario, preciso, repetitivo. Como su pensamiento. Las cosas son o no son. Lo ambiguo le irrita. No soporta a quienes dudan, vacilan o se contradicen. La inseguridad le produce angustia. Prefiere repetir frases de youtubers o políticos que siente “claros”, que “van de frente”.
Estructura de personalidad
Educado en una familia autoritaria, donde el padre era «el que mandaba» y la madre “callaba, pero era la que te miraba con culpa”, creció reprimiendo el miedo y la ternura. Aprendió que sentir era debilidad. Que llorar era de maricas. Que los que protestan “no aguantan nada”. Reprime el deseo, pero lo proyecta en forma de violencia: sueña con castigar a los «okupas», a los marroquíes que ve en su barrio, a las mujeres que “juegan con los hombres” y a los “pijos progres que viven en barrios sin gitanos”. Le perturba profundamente la ambigüedad de género y la libertad sexual. El cuerpo libre le parece amenazante. Siente una mezcla de atracción y odio ante la feminidad emancipada, que percibe como burlona y superior. A veces ve porno de dominación. Después se siente sucio. No tolera la complejidad. En el fondo, teme que su mundo se desmorone. Por eso necesita creer que España es una, que la historia es gloriosa, que hay héroes y traidores. Cada vez que siente que algo se le escapa, busca una causa externa: los políticos, los inmigrantes, los “globalistas”, los antifascistas.
Sobre MKG
Lacan diría que su goce está en el odio compartido. Encuentra comunidad en el desprecio. En los grupos de Telegram donde se comparten vídeos de robos, donde se exageran cifras de ayudas a extranjeros. Allí se siente parte de algo. Allí es escuchado. Allí es alguien.
Adorno habría dicho que MKG tiene una personalidad autoritaria: sumiso con los de arriba, agresivo con los de abajo. Solo respeta la fuerza. Siente asco por la debilidad.
Byung-Chul Han diría que su soledad posmoderna se convierte en violencia defensiva: su identidad frágil necesita enemigos para no disolverse.
Laclau explicaría cómo MKG es interpelado por una retórica populista que construye un “nosotros” y un “ellos” con fuerza afectiva. Cuando grita “¡Fuera moros!” no está hablando de inmigración, sino de su angustia existencial.
Reich lo habría visto como el producto perfecto de una educación que castra el cuerpo, el deseo, la ternura. Un sujeto moldeado para obedecer y odiar.
Deleuze y Guattari lo describirían como un fascista deseante: un sujeto que desea su propia servidumbre, que encuentra placer en los límites, en las jerarquías, en las órdenes.
Epílogo simbólico. MKG no es un monstruo. Es un síntoma. Es la expresión humana de una sociedad que reprime el afecto, destruye el lazo social y alimenta la exclusión como identidad. Vive entre el miedo a no ser nada y la ilusión de pertenecer a algo. Pero sin ser un monstruo puede ser carne de cañón para la violencia justificada.
Dinámica de la cadena de odio: De la retórica a la violencia.
Discurso vs. delito de odio.
Los delitos de odio se definen en el artículo 510 del Código Penal español como actos que «fomentan, promueven o incitan al odio, hostilidad o violencia» por motivos como origen étnico, religión u orientación sexual. Incluyen desde humillaciones públicas (pena: 6 meses-2 años) hasta incitación a la violencia (1-4 años de prisión). Mientras el discurso de odio (lenguaje discriminatorio en redes o medios) puede no ser delito si no incita directamente a la violencia, el delito de odio implica acciones penales con motivación discriminatoria. La ONU destaca su papel en la deshumanización de grupos vulnerables.
La propaganda nazi crea el caldo en el discurso, cuidando no llegar al delito, solo dicen la verdad, es difícil demostrar que esperen que el delito lo cometerán otros ejecutores. La ley actual no es suficiente.
Las “cacerías” no son actos espontáneos. Estos episodios de odio no son meras explosiones raciales, sino el producto de una interacción entre estructuras psíquicas, discursos políticos y dinámicas sociales. Son fenómenos complejos donde: La estructura autoritaria interna (Reich, Adorno) permite la obediencia violenta. El discurso político articula esa obediencia como defensa colectiva (Laclau). Los discursos de odio circulan libremente gracias a una tolerancia represiva (Marcuse).
En redes, se activa una psicopolítica emocional que genera miedo, solidaridad antagónica y auto-vigilancia (Han, Foucault). El agresor proyecta en el inmigrante una sombra personal y colectiva (Jung). La violencia se realiza como una defensa de un territorio simbólico y grupal (Deleuze/Guattari).
Los perfiles que participan en agresiones racistas como la “caza al moro” suelen compartir: Frustraciones personales y sociales acumuladas. Deseo de pertenecer a un grupo con poder. Identificación con figuras políticas que refuerzan su visión. Narrativas de odio, compartidas emocionalmente en redes sociales.
Amor vs odio.
El odio y el amor son sentimientos fundamentales, profundamente entrelazados en nuestra biología y en la estructura de la psique. Aunque pueden parecer opuestas, desde una perspectiva neurocientífica y psicodinámica, comparten raíces comunes y revelan mucho sobre el funcionamiento humano en sus niveles más profundos.
Estudios de neuroimagen (como los de Semir Zeki y colegas) han demostrado que amor y el odio activan áreas cerebrales superpuestas, especialmente en regiones relacionadas con: la motivación (putamen, ínsula), la planificación de acciones (corteza frontal medial), y las emociones viscerales.
Ambos sentimientos pueden transformarse uno en otro. En relaciones intensas, especialmente de apego inseguro, el amor frustrado puede volverse odio. Esta labilidad emocional tiene correlatos en la plasticidad de las redes cerebrales implicadas en el apego y la agresión. Odio como defensa: Puede ser una defensa contra el dolor del amor frustrado o la dependencia. El odio muchas veces protege del sentimiento de vulnerabilidad que genera el amor. El odio puede surgir como respuesta al reconocimiento de lo que el otro revela de nosotros mismos: el odio al semejante puede estar ligado al narcisismo herido. “No entiendo por qué lo amo tanto si me hace tanto daño. Y al mismo tiempo, a veces lo odio con todo mi ser.”
¿Es España racista?
Hay evidencias de racismo estructural y social. También hay respuestas: Marco legal progresista. España tiene una de las legislaciones más avanzadas de Europa contra delitos de odio (Art. 510 CP) y cuenta con un III Plan de Acción (2025-2028); Y una sociedad civil activa. En el contexto europeo, España es menos racista que la media UE: Según el European Social Survey (2023), España ocupa el puesto 11/27 en tolerancia, por encima de Francia o Alemania.
La invención de «razas» (blancos, indios, negros) durante la colonización fue un dispositivo para: Justificar la explotación laboral (esclavitud, encomiendas). Establecer una jerarquía global de humanidad: lo «europeo» como sinónimo de racionalidad/progreso, lo «no-europeo» como atraso.
El racismo estructural tiene un nivel básico de «racismo blando» (o racismo sutil) que se refiere a manifestaciones de discriminación racial menos evidentes que el racismo abierto y violento, pero igualmente dañinos. Estas prácticas suelen estar normalizadas, camufladas en lo cotidiano, y se basan en estereotipos, microagresiones o exclusiones sistémicas. El racismo blando genera consecuencias muy importantes. Daño psicológico: Estrés, ansiedad y sentimiento de no pertenencia. Desigualdad estructural: Menos oportunidades laborales, educativas y de vivienda. Normalización y banalización de la violencia: La sutileza hace difícil identificarlo y combatirlo, perpetuando el ciclo.
Raíces y factores contextuales:
El narcisismo de las pequeñas diferencias y las peculiaridades de la personalidad potencialmente fascista en un momento histórico en el que la guerra civil y las condiciones educativas en la dictadura franquista incrementaron los factores de familias autoritarias.
Herencia colonial: La historia de España con esclavitud, colonialismo en África y América, la expulsión de judíos y musulmanes, y la persecución al pueblo gitano, dejó jerarquías raciales internalizadas. La «Leyenda Negra» (mito de la crueldad española en América) alimenta un nacionalismo defensivo que estigmatiza lo «no europeo».
Narrativa de «homogeneidad»: La idea de una España «blanca y católica» excluye a minorías étnicas (judíos, musulmanes, gitanos) que llevan siglos en el país.
«El racismo es la colonialidad del poder incrustada en los hábitos más íntimos, en los pliegues del alma.» Silvia Rivera Cusicanqui, quien explica un racismo internalizado en sociedades poscoloniales).
La democracia occidental se construyó sobre el genocidio colonial. Cuando VOX llama «invasores» a migrantes, repite el discurso de los conquistadores contra los «indios bárbaros».
Las Leyes de Limpieza de Sangre (estatutos de limpieza de sangre) surgieron en la España del siglo XV como un sistema jurídico-religioso de segregación racial. Su objetivo era excluir a descendientes de judíos y musulmanes convertidos (conversos y moriscos) de cargos públicos, instituciones educativas, órdenes militares y religiosas. Tras las revueltas antisemitas de 1391 y la presión de la Inquisición (1478), miles de judíos y musulmanes se convirtieron al cristianismo. Surgió la sospecha de que los conversos practicaban su fe en secreto (criptojudaísmo). Pruebas de «pureza»: Genealogías: Investigar ancestros hasta 3-4 generaciones. Testigos: Declaraciones bajo juramento sobre la «limpieza» del candidato. Documentos notariales: Certificados de bautismo y matrimonio cristiano antiguo. Quienes no podían probar limpieza perdían estatus social (deshonra) frente al surgimiento de una aristocracia de sangre frente a una masa de «manchados». Economía racializada: Exclusión de judíos y moriscos de gremios y comercios, consolidando élites cristianas viejas. Su legado permea aún el racismo contemporáneo como una lógica perversa del racismo como teología política. La «mancha» judía/musulmana era hereditaria, no se borraba con el bautismo. VOX hoy habla de «invasión» como contaminación étnica-cultural. Creación de archivos raciales (Libros Verdes de Aragón), hoy perfilamiento racial en bases policiales de «etnia». Así como los estatutos demonizaban al converso como «infiltrado», hoy se estigmatiza al migrante magrebí como «invasor encubierto». La defensa de la «España eternamente católica» (usada por Franco) es herencia directa de la teocracia de los estatutos. Estos estatutos no fueron un «error histórico»: fueron la primera burocracia racial moderna, donde Iglesia y Estado unieron fe, sangre y poder. Su sombra persiste porque: El fascismo necesita cuerpos «impuros» para movilizar odio. La democracia española no ha desmontado los mitos de pureza identitaria.
Manifestaciones de racismo blando en España:
Microagresiones cotidianas: Comentarios como «Eres muy listo para ser moro», «No pareces gitana» o «¿De dónde eres de verdad?». Chistes étnicos («humor» que ridiculiza culturas o rasgos físicos). Elogios exotizantes: «Qué bonito es tu pelo afro» (tratándolo como algo ajeno).
Estereotipos internalizados: Asociar a personas latinas con trabajos domésticos o de bajos salarios. Presuponer que personas negras o magrebíes son «inmigrantes recientes» (incluso si son españolas). Vincular a la comunidad gitana con delincuencia o absentismo escolar.
Exclusión en espacios públicos y servicios: Perfilamiento racial (racial profiling): Controles policiales desproporcionados a personas racializadas (documentados por ONGs como SOS Racismo). Discriminación en ocio: Acceso denegado a discotecas («por aforo»), especialmente a hombres negros o magrebíes. Trato diferenciado en tiendas: seguimiento constante por parte de seguridad.
En España, un migrante marroquí es tratado como «cuerpo explotable» (jornalero en Murcia), no como sujeto de derechos. Emigrantes africanos trabajan 12h/día por 30€, mientras supermercados europeos multiplican ganancias.
Medios españoles llaman «MENAs» a niños migrantes (criminalizándolos), repitiendo lógicas coloniales.
Las vallas de Melilla/Ceuta son tecnologías raciales: disfrazan de «control migratorio» lo que es caza humana de cuerpos no-europeos.
Tokenismo y apropiación cultural: Incluir a una persona racializada en un equipo/publicidad solo para «aparentar diversidad». Usar símbolos culturales (como trenzas africanas o indumentarias gitanas) como «moda», sin respetar su significado.
Aunque existen normas contra la discriminación (como la Ley 15/2022 contra el racismo), su aplicación es débil.
Medios de comunicación: Cubrimiento sesgado de migración (vinculándola a delincuencia) o representación estereotipada de minorías.
Capitalismo racializado: «El salario del obrero blanco en Europa se subsidia con la superexplotación del cuerpo racializado en el Sur Global». Migrantes marroquíes en la agricultura murciana trabajan en condiciones neoesclavas.
El «otro» (musulmán, migrante subsahariano) encarna la colonialidad reactualizada: no es un extranjero, sino un cuerpo colonizable.
Negación del racismo: Frases como «En España no hay racismo», «Aquí todos somos iguales» o «Eso es cosa del pasado», que invisibilizan experiencias de las víctimas. Minimizar denuncias: «Es una broma», «No fue con mala intención».
¿Cómo prevenir la emergencia del fascismo en el sujeto?
¿Cómo aprovechar la crisis de la emergencia del conflicto en Torre Pacheco?
Prevenir la emergencia de tendencias fascistas en el sujeto requiere más que rechazar ideologías totalitarias. Supone intervenir en las raíces emocionales, simbólicas y sociales que predisponen al autoritarismo. Como advertía Theodor Adorno en La personalidad autoritaria, el fascismo no es solo un fenómeno político, sino una estructura psíquica latente que puede activarse ante situaciones de crisis.
Presento a continuación un esbozo de ideas, dimensiones y acciones posibles a realizar bastantes ya propuestas y desarrolladas por diversos autores.
El fascismo encuentra terreno fértil, allí donde hay miedo, humillación, fragmentación simbólica, ausencia de pensamiento crítico y rechazo de la diferencia. La tarea, entonces, es individual y colectiva, política y espiritual, emocional y estructural. Prevenir el fascismo en el sujeto no es solo una tarea ideológica, sino una praxis integral que articula cuerpo, palabra, historia, deseo y comunidad. Es sembrar instituciones, narrativas y vínculos que disuelvan la fantasía de pureza identitaria y abracen la pluralidad como potencia.
Como señala Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, el fascismo surge cuando el sujeto se siente superfluo. La respuesta es crear espacios donde cada vida sea irrepetible e imprescindible. Esto exige combinar la revolución libidinal (Marcuse) con instituciones que encarnen justicia material (Fraser).
Como dijera Jung: “La individuación no es separación, sino la integración de la diferencia”.
Prevenir el fascismo es cultivar la potencia de lo diverso en cada subjetividad. No basta con negar el odio; hay que hacer del cuidado un ritual político y de la diferencia un goce existencial.
No se busca solo la convivencia pacífica, sino también la integración con enriquecimiento cultural recíproco. El emigrante trabaja con brecha salarial y aporta riqueza a la nación, pero ese hecho no debe ser el fundamento de la aceptación de la inmigración.
Objetivos.
Educación emocional: Fomentar la expresión de afectos, el pensamiento crítico y la empatía.
Autoconocimiento: Explorar la sombra (Jung), la pulsión (Freud), El instinto (Reich), el deseo (Deleuze) para evitar proyectarlos.
Discurso político inclusivo: Desarticular cadenas que construyen enemigos internos.
Resistencia cultural: Promover narrativas que celebren la diferencia y la complejidad.
Dimensiones y acciones
1. Dimensiones psicodinámicas y afectivas
Autoconocimiento y sombra. Carl Jung propone explorar la sombra personal y colectiva para evitar proyecciones destructivas sobre el otro: “Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”. Además, el concepto de «sombra dorada» sugiere que también proyectamos potenciales reprimidos (creatividad, libertad, espiritualidad) que nos incomodan. Técnicas de diálogo con la sombra (identificar proyecciones de miedo/odio en «el otro»).
Pulsión y represión. Sigmund Freud y Wilhelm Reich señalan que la pulsión reprimida, cuando no se sublima ni se canaliza creativamente, puede devenir en violencia o sumisión. Herbert Marcuse propone una revolución libidinal que libere la energía creativa de la psique (Eros y civilización). Talleres de bioenergía social que transformen ira en acción colectiva (ej.: teatro foro sobre xenofobia).
Deseo y máquinas sociales. Deleuze y Guattari entienden el deseo como una fuerza colectiva. El fascismo captura el deseo social, creando una máquina de goce autoritaria. Prevenirlo implica producir otras formas de deseo colectivo (cooperación, alegría, justicia). Mapear flujos deseantes capturados por discursos fascistas y reconectarlos con redes solidarias. Insurrección deseante: Crear máquinas de guerra nómadas (Deleuze) que reconfiguren el placer lejos del autoritarismo.
Incluir a Paulo Freire (Pedagogía del oprimido): Educación dialógica donde el sujeto identifique sus propias opresiones internalizadas. Ejemplo: Debates en escuelas sobre cómo el fascismo surge de crisis económicas no resueltas.
2. Educación crítica y memoria histórica
Pensamiento complejo. Superar relatos simplistas que culpan a «otros» (migrantes, pobres, mujeres) de problemas estructurales. Incluir educación filosófica, mediática y narrativa en el sistema educativo. Enseñar ecología de saberes (Boaventura de Sousa Santos) para analizar problemas estructurales.
Historia y trauma. Enseñar las consecuencias reales del fascismo: Holocausto, franquismo, genocidios. Evitar la idealización de pasados autoritarios como formas de «orden». Recuperar testimonios del franquismo y Holocausto mediante archivos orales (como los de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica).
Walter Benjamin (Tesis sobre la historia): Recuperar historias de los vencidos mediante archivos contra-monumentales.
Vacunas narrativas (Sander van der Linden): Exponer previamente a micro-dosis de discursos fascistas con desmontaje crítico.
Talleres de memoria corporal (ejercicios que confrontan gestos internalizados de sumisión/dominación racial). Luchas por el territorio-cuerpo: Movimientos por el derecho para vestir trajes tradicionales en espacios formales.
3. Fortalecer valores democráticos y cuidado comunitario
Cultura del disenso. Aprender que disentir no es traición. La ciudadanía crítica requiere debate, conflicto productivo y negociación. Talleres de alfabetización mediática para identificar discursos de «chivo expiatorio» (ej.: vincular inmigración con inseguridad).
Empatía radical. Fomentar experiencias reales con la diferencia (voluntariados, intercambios culturales, diálogo interreligioso). Cartografiar necesidades locales (ej.: acceso a agua en zonas rurales) para vincular libertades y bien común. Crear asambleas de controversia (espacios para debatir conflictos con reglas de respeto).
Contacto con diversidad: Programas de intercambio intercultural (ej.: «Vecinos por un mes» en barrios multiétnicos).
Ética del cuidado. Byung-Chul Han propone una comunidad basada en la vulnerabilidad compartida, no en la competencia narcisista.
Nancy Fraser (Escalas de justicia): Combina redistribución económica (políticas públicas) con reconocimiento identitario (luchas simbólicas). Ejemplo: Cooperativas agrícolas mixtas que garanticen salarios dignos y respeto a tradiciones culturales.
Julia Kristeva (Poderes de la perversión): Trabajar la abyección hacia lo extraño mediante literatura migrante.
Frantz Fanon (Piel negra, máscaras blancas): Dinámicas de descolonización del deseo en espacios educativos.
4. Fortalecimiento emocional e identitario
Gestión del miedo. El fascismo prospera cuando el sujeto no puede nombrar ni simbolizar sus miedos. Es necesario trabajar la alfabetización emocional. Mapear zonas de inseguridad existencial en territorios (ej.: barrios desindustrializados).
Espacios de pertenencia. Crear redes afectivas reales que ofrezcan comunidad sin exclusión: asociaciones, cooperativas, asambleas barriales. Rituales de pertenencia: Ceremonias públicas de investidura ciudadana para jóvenes en riesgo de exclusión.
Llenar vacíos identitarios: Redes de apoyo mutuo (ej.: bancos de tiempo donde se intercambian habilidades sin dinero).
Judith Butler (Marcos de guerra): Frente a la deshumanización, promover duelos públicos por vidas precarizadas (ej.: ceremonias por migrantes fallecidos). Esto confronta la diferencia jerarquizada que alimenta el fascismo.
La diversidad como portadora de lo luminoso. Lo paradójico es que al otro también se le proyectan en la sombra (sombra dorada) valores reprimidos positivos por los sujetos que temen perder su hegemonía o su identidad rígida: Vitalidad; Creatividad; Sexualidad libre; Pluralidad; Sensibilidad; Conexión con la tierra o con lo espiritual. Rechazar al otro no solo evita el dolor de confrontar el mal interno, sino también la amenaza de transformar la identidad mediante la luz que el otro irradia. Reconocer al otro como proyección de lo propio. Asumir la sombra personal y colectiva. Aceptar que la identidad se enriquece con la diferencia. La diversidad no es amenaza, sino posibilidad de individuación colectiva: nos permite integrar aspectos reprimidos y evolucionar. Crear laboratorios de proyección donde se identifiquen valores reprimidos (vitalidad/creatividad) atribuidos al «otro».
Talleres de mitos, cuentos y leyendas de otras culturas que narran problemas existenciales universales.
Bancos de sombra dorada. Intercambio de habilidades donde los migrantes enseñen saberes ancestrales (medicina andina, tejido bereber).
Édouard Glissant (Poética de la relación): Fomentar identidades-rizoma frente a raíces únicas excluyentes.
5. Vigilancia ante señales de radicalización
Indicadores
Lenguaje deshumanizador («plaga», «invasores»).
Nostalgia autoritaria («con Franco esto no pasaba»).
Teorías conspirativas (antisemitismo, xenofobia, negacionismo).
Estrategias
Cuestionar con empatía y pensamiento crítico:
“¿Qué pruebas tienes?”
“¿Qué alternativa no violenta propones?”
“¿Has hablado con alguien que vive eso?”
«¿Quién se beneficia de que odies a este grupo?» (revelar intereses políticos/económicos).
«¿Qué perderías si este grupo tuviera derechos plenos?» (cuestionar privilegios).
Talleres de teatro social (Augusto Boal) para canalizar la rabia en acción política no violenta.
6. Herramientas sociales e institucionales
Escuelas: Filosofía política, arte, alfabetización mediática. Incluir filosofía política desde primaria (ej.: manuales de Adela Cortina sobre ética aplicada). Cátedras de filosofía de patio (discusión ética en recreos). Corresponsales juveniles para detectar discursos de odio.
Medios de comunicación: Evitar sensacionalismo, promover pluralismo. Auditar algoritmos de redes sociales que amplifican discursos de odio (inspirado en Safiya Umoja Noble). Consejos de redacción ciudadana.
Políticas públicas: Garantizar acceso a vivienda, salud, cultura. Renta Básica Universal (Van Parijs) para reducir miedos económicos explotados por fascismos. Presupuestos feministas para cuidados.
Foros ciudadanos: Espacios deliberativos locales (asambleas interculturales, círculos de diálogo).
7. Modelos comunitarios:
Democracia laboral reichiana: Cooperativas con autogestión rotativa y educación sexual integral. Principios de la democracia laboral (Reich): 1. Autogestión: Decisiones colectivas sin jerarquías coercitivas. 2. Canalización saludable de la libido: Educación sexual, arte y conocimiento crítico. 3. Ética del cuidado: «El amor, el trabajo y el conocimiento deben gobernar la vida»
Comunidades del cuidado (Byung-Chul Han): Huertos urbanos interculturales como espacios de vulnerabilidad compartida.
Populismo emancipatorio (Laclau): Articular luchas dispersas bajo significantes como «Dignidad Rural» (campesinos + inmigrantes).
Psicopolítica local: Asambleas vecinales con metodologías de consenso (inspiradas en zapatistas) para gestionar conflictos.
Arte como antídoto: Residencias artísticas en zonas rurales (ej.: murales colaborativos que narren migraciones).
Alianzas transclase: Sindicatos de plataformas digitales (repartidores) + agricultores, exigiendo seguridad social universal.





