El «Ego» y sus usos

Existe mucha confusión sobre lo que es el Ego y su relación con el Yo, pero lo que es muy común -y eso mismo es síntoma de la confusión y estado de “neurosis social”-, es que se construya un “engendro fantasmático” para representar el EGO y que se use como “arma de guerra”. 

 

La percepción, o sentimiento, mayoritario es que ese engendro tiene connotaciones negativas, y rechazables, y que es algo estático: un cuerpo, o cosa, que es inmutable.

 

Expresiones como: ¡Tiene tanto ego! ¡Menudo ego tiene!, se proyectan, con gran eficacia, sobre alguna diana-sujeto con la intención de “matarlo socialmente”. Se intenta desacreditar a la persona que defiende, con argumentos, una postura señalando su ego, de esa forma se induce al convencimiento de que lo que sostiene es falso. Es la falacia lógica denominada ad hominem, que es muy poderosa para convencer a quienes se mueven más por sentimientos y por costumbres acomodaticias que por razones. Se atacan no los argumentos sino a quien los produce y, más concretamente, se ataca su origen, raza, educación, estatus social, pasado, moral, familia, posición política, religión, nación, etcétera.

 

Una primera aproximación a la comprensión del mecanismo que sostiene ese uso es considerar que es un mecanismo final de defensa porque la realidad (lo que sostiene o argumenta el sujeto diana) es insoportable para los sujetos que no están preparados para gestionarla con responsabilidad. Existe una defensa estructural previa: la ideología. “La ideología es un discurso que se enuncia desde una cámara oscura. Es un discurso en el que la imagen de la realidad aparece invertida. Constituye unas gafas que impiden la visión de la realidad” (Pág. 118. De “Teoría de las ideologías, ediciones de bolsillo, Editorial Península”, Eugenio Trias, 1975). El sujeto aferrado a la ideología (política, religiosa, …) está protegido, y de ahí su aferramiento-fanatismo, frente a la realidad que podría ponerle en crisis. Cuando alguien amenaza su estabilidad se activa el mecanismo de la falacia ad hominem, canalizada por “agentes”: individuos y, las instituciones que sustentan las ideologías.

 

Sigmund Freud consideraba el hecho de matar al mensajero como “un caso marginal de este tipo de defensa (…) para enfrentar lo insoportable”, citando el ejemplo de «el famoso lamento de los moros españoles Ay de mi Alhama», el cual relata como el rey Boabdil recibe la noticia de la caída de Alhama. El rey siente que su pérdida significa el fin de su mandato, pero no lo permitirá convertirse realidad, “tiró las cartas al fuego y mató al mensajero”. Freud agrega que otro factor determinante fue la necesidad de combatir su sentimiento de inutilidad. Al quemar las cartas y matar al mensajero todavía estaba intentando demostrar su poder absoluto.

 

Una segunda aproximación tiene que ver con la hipótesis junguiana de la proyección inconsciente de lo que no se acepta de nosotros “la sombra personal y colectiva”. Esto convierte al “sujeto-diana” en un chivo expiatorio en el que se deposita “la basura” que cada uno rechaza de sí mismo. Con la proyección la peligrosidad del sujeto, y, consecuentemente, las necesidades de defenderse de él se incrementan. El proceso se realimenta, se enriquece con aportes de otras defensas y proyecciones (paranoia, arquetipo del extraño, …) y puede terminar en la muerte real del “sujeto”.

 

Estos mecanismos de defensas y proyecciones personales y colectivas son expresión de la estructura que subyace que resulta del proceso imperante de “la construcción social de la falsedad” con sus claves: “falsedad y desconocimiento”. En su libro del 1968 “La construcción social de la realidad”, P. Berger & T. Luckmann, mostraron los procesos “constructivistas”, que siguen siendo válidos si se sustituye realidad por falsedad.

 

Se construyen “unidades culturales de información” transmisibles de un individuo a otro, o de una mente a otra, o de una generación a la siguiente. Filósofos como Daniel Dennett, Donald Davidson y Jesús Mosterín han contribuido a desarrollar una teoría de la cultura que saca partido a la noción de “meme” propuesta inicialmente por Richard Dawkins en El gen egoísta por la semejanza con «gene» —gen en idioma inglés— y para señalar la similitud con «memoria» y «mimesis».

 

El uso del ego en la falacia ad hominem es un meme pragmático, versátil, insidioso, que se aplica en muchos espacios y situaciones y se va constelizando según las particularidades de quien los aplica. Este imaginario social opera como organizador de sentido de los actos humanos y regula los comportamientos, construye realidad y tendrá una incidencia directa en el devenir psíquico de las nuevas crías.

 

En situaciones de incertidumbre, confusión, alienación, se toman decisiones no racionales apoyadas en valorar las probabilidades en base a los ejemplos más sencillos que acuden a la mente. La función principal es evitar situaciones de riesgo: El razonamiento es sustituido por un automatismo defensivo. La dependencia del marco de referencia o del contexto perceptivo en la decisión tienen un efecto sobe el razonamiento moral (Kahneman y Tversky, 1981). Este uso del Ego como arma, sirve, también de señal diagnóstica sobre el funcionamiento moral de los sujetos, y es más evidente en sujetos que carecen de una conciencia moral madura (postconvencional o cósmica según Kholberg). En los estudios resulta ser mayoritario el funcionamiento de la moral heterónoma, dependiente de las normas que dicta la autoridad. La amoralidad de la falacia, su insolidaridad, su destructividad, no es frenada por actitudes deontológicas, ni por actitudes consecuencialistas, pues ambas buscan un “bien”.  La solidaridad necesaria para que exista una sociedad no proviene de la bondad espontánea de los sujetos sino de un pacto entre múltiples agentes individuales que muestran también su sombra. De un modo u otros estarían en ello Maquiavelo, Hobbes, Mandeville, Montesquieu, Kant, Adam Smith, Hegel, Marx, Deleuze, Jung, …

 

El mismo Ego puede irse percibiendo cada vez más negativo, desde un grado de engendro fantasmático desagradable hasta algo más maligno: “el enemigo”. En cuyo caso el propio Ego se convierte en la sombra que se proyecta. El ego o la conciencia individual perjudicaría el crecimiento personal pues ni se entera que existe una conciencia universal. Algo así como “un tapón que impide la ascensión de la mente a los estados superconscientes”, afirma Iván Durán Garlick, en su libro “El Ego». Se puede llegar a demonizar la mente equiparándola a un ego que obstaculiza el contacto con lo divino. “¿Te escudaste en tus aspiraciones más elevadas para evitar sentir celos o enojo, por considerarlas emociones ´poco espirituales´?” (John Welwood en “bypass espiritual” 1984). K. Wilberg lo explicó como la falacia pre-trans personal. Como antítesis de la oscuridad-mal, se ensalza la luz, en la creencia ingenua de que si prestamos atención al lado luminoso todo funcionará bien. Art Levine (1985) ha caricaturizado este enfoque de “pensamiento positivo” como «el paradigma de Pollyanna».

 

Algunos grupos acusan a otros de ser pseudoescépticos. El término lo usó en 1908 Henry Louis Mencken en una carta dirigida a Friedrich Nietzsche para criticar al filósofo David Strauss por su excesiva seguridad al convertir las dudas en certezas. El término fue popularizado en 1987 por Marcello Truzzi, quien afirmó que los «pseudoescépticos» tienen más tendencia a negar que a dudar, a desprestigiar más que a investigar; usan ataques ad hominem al referirse peyorativamente a los que proponen determinadas disciplinas; e insinúan que el que una evidencia sea poco convincente es suficiente para descartarla por completo.

 

Según Jung, todo ser humano conoce intuitivamente el significado de los términos sombra, personalidad inferior y alter ego. «Y si lo ha olvidado» -agregaba bromeando sobre el hombre normal- «ahí están las homilías, su esposa o el recaudador de impuestos para recordárselo».

 

El yo, en castellano, tiene etimología netamente latina ya que es una variación del antiguo latín vulgar eo >i̯o que a su vez es una simplificación de la palabra latina clásica egō.

 

El yo se construye en el desarrollo evolutivo del infante y llega a ser una instancia reguladora e integradora de las dimensiones humanas internas y relacionales. La cría humana es un “ser de necesidades” que sólo se satisfacen socialmente en relaciones que lo determinan. ¡El sujeto no es sólo un sujeto relacionado, es un sujeto producido! El yo solo puede ser definido, y existente, en una instancia discursiva y en relación con otro.

 

No es objeto de este escrito describir el Ego, sino hablar sobre sus usos para que el lector amplié la percepción y pueda hacerlo más consciente y detectar de qué forma lo percibe y usa. Para, así, poder “contener” las espirales de violencia que terminan en holocaustos, genocidios, de los que todos/as somos responsables. El nazismo utilizó la falacia del Ego del judío para el genocidio. El neofascismo usa la falacia del Ego del inmigrante-refugiado. El mismo fascismo es también un meme que se transmite transgeneracionalmente adoptando formas distintas según el momento histórico.

 

“Los genocidios por el hambre, la comida basura, las enfermedades, las condiciones laborales homicidas, los accidentes de tráfico, las invasiones y las guerras preventivas, son solo ‘daños colaterales’ de esa economía globalizada” (Morán, “Globalización y crisis civilizatoria”. 2009, p. 1).

 

Ser conscientes de lo propio es costoso, pero necesario para salir de la barbarie, y para salir de la ignorancia. “No hay luz sin sombra ni totalidad psíquica exenta de imperfecciones … La vida no exige que seamos perfectos sino completos; y para ello, se necesita la ´espina en la carne´, el sufrimiento de defectos sin los cuales no hay progreso ni ascenso”. Carl G. Jung.

 

“.. hoy está en juego el propio sujeto cognoscente, con indicios alarmantes de hundimiento de los espacios simbólicos, nos acercamos cada vez más a un sujeto al que habremos de concienciar de que está vacío, y que desde su vacío no podrá pensar que está vacío. Por lo que categorías como enajenación resultan insuficientes para describir a ese sujeto roto, y los procesos de concienciación requieren de un trabajo diferente que atienda la propia subjetividad en juego”. (Cucco, “Ayer y hoy de la Educación popular. Algunas reflexiones. Rescoldos. Revista de diálogo social. Nº 13. Madrid 2005)

 

Te puedes preguntar acerca del ego: ¿Cómo lo uso? ¿Es una sustancia o una ilusión? ¿Un medio o un fin? ¿es un “habitante” de la conciencia o «está afuera de la conciencia»? ¿es un «punto de referencia» que da sentido al sujeto, un fractal, o un epifenómeno? ¿se construye en el desarrollo o es previo al mismo? ¿si se construye se hace de modo lineal o dinámico mediante progresiones-regresiones? ¿fundamenta el egoísmo y la egolatría? ¿es lo opuesto al altruismo? ¿favorece la industria del humanitarismo? ¿qué sentido tiene para mí? ¿me protege del caos? ¿me protege de o facilita mis enfermedades? ¿fundamenta mi moralidad? ¿tiene relación con que haya acumulado karma positivo o negativo?

 

Los autores que he ido citando aportan explicaciones. Además, podrías leer a Kant, Descartes, Foucault, Sartre, Schopenhauer, Von Franz, Bateson, Prigogyne, Nietsche, W. D. Hamilton, Maynard Smith, ….

 

Las manifestaciones de la falsedad las experimentamos cotidianamente: alienación, plutocracia, corrupción, identidades líquidas, reificación, aporofobia, neofascismo, … He ido profundizando sobre estos temas en varios escritos: Poder Personal Poder Político; El lado siniestro de la corrupción; Debate sobre el Complejo de Jonás; Futuro de la monarquía.

22 junio 2017

Mikel Garcia Garcia

 

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