Circuncisión. Rito de iniciación en los massai
En el viaje a Tanzania visitamos a los Massais y, en una ocasión, nos encontramos con la celebración de un ritual Emorata. Se habían reunido de diferentes lugares para celebrar el ritual en el que se iba a someter a 15 muchachos entre 10 y 15 años a la circuncisión.
Mikel García Garcia 2014
Introducción
Además de participar en la fiesta pudimos estar con dos hermanos de 10 y 12 años pues su familia nos invitó a visitarlos. Esto fue lo más entrañable y único. Estaban doloridos, cansados, en una dependencia de la casa donde se les iba a prodigar cuidados. Asombrados de que estuviéramos con ellos, hicieron un esfuerzo en cambiar la expresión de dolor. Habían sido valientes, no habían llorado ni se habían inmutado en el momento de cortarles el prepucio. Sus padres y toda la comunidad estaban contentos por ello. Por eso nos los mostraban con orgullo.
El paso de la niñez a la edad adulta
Los ritos de paso tienen una incidencia social. La sociedad participa de ellos y está presente en la desaparición y en el retorno de ese niño o esa niña que, tras su ausencia mágica, vuelve convertido o convertida en adulto. La sociedad se da por enterada y registra simbólicamente el cambio, normalmente de manera festiva.
El rito de paso supone, tanto, la inclusión en el mundo exogámico y adulto; como, la segregación del mundo infantil, endogámico y dependiente. Un cambio de pertenencia. Nacemos a la sociedad cuando salimos del seno familiar lo que abre las puertas a la satisfacción sexual no autoerótica y a la creación de nuevas células familiares. Uno de los ritos más importantes de las sociedades antiguas es el rito de iniciación, que consiste en el paso de la infancia a la edad adulta.
En la sociedad tanzana massai. El rito central consiste en la circuncisión o el corte de carne practicado en el prepucio del joven y, también, en la joven, en una parte de los labios de sus genitales. El corte deja constancia del tránsito y marca la nueva identidad. A este ritual también se le denomina Emorata. Y en él hay algo real que pierden al cambiar de estado. Los masai poseen un espíritu guerrero son esbeltos fuertes y valientes. Un moran (guerrero) lo es desde que abandona la infancia hasta que alcanza la edad de 30 años aproximadamente, y a partir de entonces pertenecerá a otro estatus social: los ancianos.
Este rito tiene un mito fundamental sirve de marco: Ngai es la divinidad creadora del mundo. Al comienzo era el cielo o la tierra, podía estar en todos sitios, por lo que poseía todo el ganado. Pero un día la tierra y el cielo se separaron. Entonces Ngai perdió su poder en la tierra reinando sólo en los cielos. El ganado quedó así desamparado. Necesitaba sustento, por ello Ngai, agonizante, envió al masai a cuidar su ganado con las raíces del árbol sagrado (higuera salvaje). Una tarea que define la responsabilidad por excelencia de los masai como adultos. Se superponen los elementos, pues no con el árbol con que realmente se alimenta al ganado, sino con los pastos. Pero el árbol, como analizara Mircea Eliade, es un elemento que une el cielo y la tierra, el mundo de lo alto y la vida mortal terrestre.
Entre las características del mito se encuentra el poder ser contradictorio. Los masai reconocen en un pasado mítico la existencia de los Oldorobo o Torrobo. Son seres imaginarios, que habitaban el mundo antes del mundo. Los masai creen que esos seres primigenios también eran masai (no se refieren al género humano) y que vivían en un paraíso terrenal (Parakwo). Estos Torrobo adoptaron la lengua masai y se unieron a ellos para traerles la lluvia, enseñar el rito emorata (la circuncisión) y ocuparse de los difuntos.
Para los Layoni o ol-ayoniel (niños), el término emorata resuena en su imaginación como una música erótica cargada de promesas heroicas. Un día los ancianos reparan el olpiron (palo de fuego) anunciando que una nueva ronda de circuncisiones se aproxima. La ceremonia de la circuncisión se suele celebrar en tandas de jóvenes entre los trece y los dieciocho años. Los jóvenes se acercan entonces al ol-oboni. Entonces el anciano que representa a los Torrobo da permiso para iniciar la ngipataa o ceremonia previa a la circuncisión. Desnudar y despojar al joven de sus atributos anteriores para el renacimiento. Luego los pintan con negro carbón y tiza blanca y pasan la noche bailando y celebrando la llegada de la ngaipataa. Al día siguiente un buey o una cabra de cada familia de los jóvenes a circuncidar es sacrificada para celebrar la fiesta. La miel ha sido recolectada y la cerveza elaborada con ella. Con la cera recogida cubrirán los filos cortantes de sus flechas para no dañar a las jóvenes. La cerveza obtenida será consumida en abundancia por los ancianos y los circuncidadores oldoboro.
Estos personajes del pasado feliz, durante la ceremonia se embriagarán hasta perder el sentido. Entrando en contacto con ese otro mundo ininteligible y lleno de espíritus.
Cada joven va a casa de su madre donde le esperará la primera mujer del padre, con el pelo limpio y rasurado, también se hará lo mismo con su madre biológica y con el propio joven. Los tres tendrán la cabeza pintada de ocre rojo. A continuación la primera mujer tomará al niño y lo sacará de la manyatta (casa materna), capturará tres saltamontes y los meterá en una calabaza sellándolos con estiércol. Luego los tres saltamontes se meterán entre las plumas de la pantorrilla, y después de la circuncisión, se pisotearán hasta la muerte. Con ello se habrá ahuyentado la plaga de langostas sobre los pastos y no perecerá de hambre el ganado.
El joven vestido con una toga de piel de cabra negra es enviado entonces a coger un retoño de olivo (alatim) para hacer una antorcha. Palo de fuego que simboliza su presencia viril entre las sucesivas generaciones, su inserción en la genealogía. Tras esto, el niño va a buscar a la persona encargada de su circuncisión y ésta toma, afila y guarda en un lugar seguro, los cuchillos que luego utilizará. Normalmente, esta persona es pagada con una cabra por cada ceremonia realizada. También elegirá a dos hombres que ya hayan sido circundidados, para que le sujeten por detrás a la hora de la verdad. Si el muchacho ha tenido relaciones sexuales con una chica circuncidada se tiene la creencia de que los cuchillos quedarán malditos.
Cuando regresa, ya ha habido una transformación, ya no sonreirá, ya no hablará, tampoco le dirigirán la palabra a no ser para insultarle y llamarle cobarde. Así aprenderá a resistir lo que le espera en el mundo adulto. Es una forma de fortalecer su espíritu y prepararlo para la vida adulta. Entonces habrá llegado el momento de la circuncisión.
El día de la ceremonia, todos los jóvenes que van a realizarla se levantan temprano para celebrar los ritos de purificación. Se lavan de su juventud, laiyok, para renacer como un hombre limpio. Esta agua, llamada engare endolu (agua del hacha), se guarda junto con el arma para limpiar todas las faltas cometidas hasta el momento. Los jóvenes practican antes de la celebración pellizcándose fuertemente, para poder soportar el dolor que la circuncisión conlleva, pues se espera que permanezcan inmutables y callados como signo de valentía. Si el niño no lo hace, sufrirá las riñas e insultos de sus padres, pues habrá traído la vergüenza a la familia. La ceremonia es oficiada por un laibon Torrobo, como símbolo de los antepasados Masai.
La ceremonia de la circuncisión no sólo es una experiencia iniciática para el joven, es también un estímulo emocional y religioso para los otros jóvenes. Algunos entran en trance. Se vierte un recipiente muy peculiar con agua fría sobre su cabeza, el que contenía la placenta de su nacimiento que se mantuvo fuera, a la puerta de la manyatta de su familia. El iniciador moja el pene del niño con leche y lo rocía con un polvo blanco. Luego corta parte del prepucio con un cuchillo.
Después de la circuncisión, la madre lava de nuevo el pene del niño con leche, orina, estiércol y polvo blanco. Vendrá ahora un periodo de exclusión en donde deben valerse por sí mismos fuera de la vista de los demás guerreros. Del corte practicado en su cuerpo queda un trozo colgante a modo de borla, que les permite exhortizar los malos espíritus de la vagina de las mujeres.
Tras el ritual, se considera que se ha dado el paso de niño a adulto, por lo que ingiere una primera bebida hecha con sangre de ternera y leche agria. Los jóvenes circundidados quedan después, como hemos dicho varios meses en aislamiento dejándose crecer el pelo y pintándose la cara con pintura blanca cuando regresan con el resto del clan. Durante ese tiempo, los chicos se dedican a cazar pájaros, para utilizar sus plumas como decoración: si han sido viriles y valientes, y no han gritado, las podrán coger de colores, pero si no lo han sido, sólo las deberán utilizar grises. Cuando terminan su decoración, se afeitan la cabeza y se pintan el cuerpo como símbolo de guerreros jóvenes. Cada paso en el ritual posee un significado simbólico que marca la pertenencia, la relación a la madre, al clan del padre, su relación apropiada a los otros iguales del clan, etc.
Para mostrar y recordar ese valor preeminente deben buscar un objeto que les haga exclusivos y les confirme esa valentía. Así se reconocerán como iguales, y entrarán en liza y competencia con los jóvenes de la misma generación. Pero el elemento excluido y objeto de su altiva prestancia suelen encontrarlo en los bantúes, a quienes desprecian por no estar cicundidados.
La ferocidad y la valentía se alcanza ritualmente mediante la caza del león, que es algo que les toca hacer cuando son más mayores. Entonces se convierten definitivamente en guerreros, lo que les supone su elevación a una valoración social eminente.
Antes de entrar en contacto con los occidentales, los masai vivían de la caza, la recolección de la miel, construyendo lanzas de hierro, para el comercio y sirviendo como expertos circuncidores a otras tribus. Hoy están perdiendo sus señas de identidad al contacto frecuente y directo con la civilización occidental. No pueden cazar, obtienen beneficios del turismo, algunos de sus rituales se convierten en espectáculo, etc.
Reflexión
En nuestras sociedades ya no existen apenas los ritos de paso. La infancia se fusiona prácticamente con la “preadolescencia” por el efecto del mercado. Lo que ven y oyen, lo que consumen, es lo que el mercado ha hecho de lo que es un niño o un adolescente. Cada vez más los niños presentan inquietudes más propias del adolescente, mientras que los adolescentes no acaban nunca de dejar de serlo. Incluso los rasgos que la sociedad atribuye a la adolescencia, vivir la vida (al margen de la disciplina del trabajo), no someterse a los rigores de la convención adulta, evitar las decisiones comprometidas de largo alcance, etc. parecen ser atractivos y forman parte del ideal adulto. Muchos individuos de uno y otro sexo optan por permanecer en una eterna adolescencia. Naturalmente por sus comodidades y dependencias, que no siempre son posibles. Una sociedad de “hermanitos” que no acaban de crecer. Una sociedad que tolera muy mal los rigores, el dolor, el riesgo y el cambio.
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