Mi experiencia con los yanomami Una interpretación psicológica de sus mitos de creación y ritualidad chamánicaPrólogo
Prólogo
Pronto hará un cuarto de siglo de la expedición que, Javier Castillo y yo, hicimos al corazón de la selva para convivir con los yanomami en su hábitat del Alto Orinoco del estado Amazonas de Venezuela. Presentamos un proyecto antropológico aprobado por la universidad venezolana, y contratamos los servicios de una agencia de viajes ubicada en Puerto Ayacucho. El plan era navegar con una embarcación “Voladora” remontando el Orinoco hacía sus fuentes, recorriendo el territorio de los Yanomami buscando sus asentamientos. Desde la confluencia del río Casiquiare, La Esmeralda y las cabeceras del río Orinoco, hasta la sierra Parima y las cuencas de los ríos Casiquiare y Siapa. Cuando los cauces de los ríos eran estrechos nos desplazábamos, a remo, con embarcaciones de madera más pequeñas: Bongos o Curiares. El viaje iba a durar un mes.
Con este libro Javier cierra una parte del viaje, la que corresponde a la etapa de “el regreso”, poniendo para uso público, en esta época y sociedad, conocimientos que ha adquirido sobre las profundidades del alma humana. Los trabajos de comparación y generalización son siempre diferentes y posteriores al etnográfico. La dimensión temporal, de tanto tiempo trascurrido, indica que el viaje fue iniciático y que se ha necesitado un proceso científico de elaboración de la experiencia vivida, de contrastación con las hipótesis de otros investigadores y del conocimiento germinal de otras metodologías analíticas, especialmente la junguiana, que en el momento del viaje eran incipientes.
En este prólogo voy a centrarme en explicar el contexto del viaje, su sentido, más que en el contenido del libro. Así el lector podrá entender la relación entre viaje y contenido, especialmente cuando más adelante apunte alguna reflexión que relacione hipótesis de Javier con el sentido del viaje.
Fue un viaje personal de inclusión en la cultura yanomami, como observadores participantes, con la intención de entenderla de un modo empático, para aprender algo de nosotros mismos y poder hacer inferencias sobre el alma humana. Un viajero sabe que parte de un lugar al que quizás no regrese nunca, y que si regresa ya no será el mismo que antes de la partida. A partir de cierto punto no hay retorno posible y ese es, precisamente, el punto al que hay que llegar si se quiere evolucionar.
El viaje no es la mera traslación en el espacio, sino la tensión de indagación y de cambio, propiciada por el movimiento, y la experiencia que se deriva del mismo. El viajar es una imagen de aspiración, dice Jung. Vivir intensamente lo nuevo y profundo son equivalentes espirituales del viaje.
Esperábamos interaccionar con los yanomamis, inicialmente con comunidades asentadas en las proximidades de los cauces, para después ir penetrando en la selva al encuentro de comunidades alejadas, cuanto más mejor, de la civilización.
En la planificación repasamos informaciones antropológicas buscando aquellas que habían publicado, sobre la región amazónica, por antropólogos, psicoanalistas, historiadores, e investigadores. Conocíamos las controversias entre antropólogos y psicoanalistas, especialmente entre Bronislaw Malinowski y Geza Roheim, referentes a si algunas propuestas psicoanalíticas como “El complejo de Edipo” eran universales y, por lo tanto, necesarias en cualquier etnia humana o locales, solo válidas en sociedades de corte patriarcal (aunque sean las más abundantes). Contábamos con experiencias previas etnográficas en viajes anteriores o en nuestras regiones de origen. En mi época de médico rural en Navarra había colaborado en grupos “etnikers” (investigar la etnia) con mi amigo Joxemartin Apalategi y con Julio Caro Baroja, recogiendo historias, cuentos y mitos en el país vasco. Y contábamos con nuestra formación psicoanalítica y trabajo clínico como psicoterapeutas.
Teníamos claro que lo antecedente, la propia experiencia, y los datos obtenidos en las revisiones bibliográficas, no eran más que operadores latentes que no iban a condicionar la experiencia directa, sino generar una “tensión” que se haría consciente cuando algo que experimentásemos resultara extraño al bagaje previo. De alguna forma es una actitud similar a la atención flotante en la que, como psicoanalistas, estábamos entrenados. Dicho de otra forma la actitud de partida era la ignorancia, para lograr acercarnos, mejor, a lo más genuino y profundo de la cotidianidad y la cosmovisión yanomami.
Estas consideraciones son opuestas a cualquier modalidad de etnocentrismo, y nos capacitaban para usar adecuadamente una modalidad particular de etnografía como método de investigación. Íbamos a permanecer solo un mes haciendo el trabajo de campo, pero el tiempo de estancia no produce en, y por, sí mismo, una mejor etnografía, y tampoco asegura de ninguna manera la calidad. De ahí la necesidad de disponer de un estilo etnográfico apropiado a las circunstancias.
¿De qué particularidad hablo? De una complejidad resultante de un conjunto de factores convergentes y en la que descansa, en buena medida, la posibilidad de un trabajo alquímico; 1. Un carácter fenomenológico o émico, que consiste en recoger información viendo “desde dentro” para tener un conocimiento interno de la vida social; 2. Un esfuerzo de implicación activa con el fin de conseguir la aceptación y confianza de los yanomamis, premisa necesaria para vivir en primera persona la realidad social del grupo, observar cómo acontecen las cosas en su estado natural y comprender los diferentes comportamientos que se producen en un determinado contexto. Una presencia “agresiva” para hacer sentir nuestra disposición a establecer una relación con el interlocutor caracterizada por el respeto y la alianza; 3. Una actitud holística, sistémica y naturalista, abordar la realidad desde tantas facetas como fuera posible. Para bien y para mal, éramos un instrumento extraño y condicionábamos el desarrollo habitual de las relaciones; 4. Una actitud intuitiva deductiva, la observación participante era la principal estrategia de obtención de la información que, en su momento adecuado, contrastábamos en conversaciones evaluativas. Es fundamental revisar en cada momento lo que se va experimentando. Con ello encauzábamos las observaciones o focalizando la “mirada” en algunos hechos o intensificando la “atención flotante”. Mediante esta se puede vivir un estado mental de “flujo” en el cual se está completamente inmerso en la actividad que ejecuta. Se caracteriza por un sentimiento de enfocar la energía, de total implicación con la tarea, la sensación se experimenta mientras la actividad está en curso: acción y conciencia se fusionan. 5. La intención de dar sentido, a los fenómenos que observábamos, era un “orientador” fundamental, por eso manteníamos la tensión ante lo que nos producía extrañeza o asombro sin reducirla con explicaciones, tratando de frenar la apelación, explícita o implícita, a las teorías para guiar las observaciones, e iniciar, más bien, un proceso de deconstrucción de las mismas, para que el aprendizaje no estuviera filtrado, inexorablemente, por ellas. 6. No nos preocupaba el “choque cultural” que se daría en nosotros o en ellos, esos momentos serían detonantes de movimiento, de información y dinamismo en las relaciones. Ante el conflicto se movilizan recursos, y observarlos en su dinámica es muy clarificador para deducir rasgos culturales. Como viajeros psiconaúticos “eternos” eso lo sabemos muy bien. La oportunidad excepcional de viajar, en el tiempo, a conocer una cultura paleolítica seguro que propiciaría esos momentos de choque. Confiábamos en que no padeceríamos un síndrome de Standhal, y sabíamos que nos íbamos a encontrarnos con una forma de arcadia.
Obtener “datos primarios” cualitativos y cuantitativos: Recoger información, de observación directa, de modo perceptivo e intuitivo, tomar notas, dibujar, redactar experiencias, tomar fotografías y video, y, posteriormente, obtener “datos secundarios” del análisis del visionado de documentos escritos y visuales. Lo básico es la observación participante de situaciones cotidianas variables, centrada en lo que se hace, lo que se dice que se hace, las relaciones, lo que se dice y las conductas no verbales, teniendo presente la complejidad de las redes de interacción, los instrumentos de observación estructurada, como son las cámaras fotográficas, grabadoras de audio y películas o videos aumentan la precisión de las observaciones y aportan un testimonio neutro.
Había sujetos más interesados que otros en relacionarse con nosotros y ello era independientemente de su género o edad. La comunidad no frenaba ningún acercamiento fuese iniciativa de sujetos yanomamis hacia nosotros o a la inversa. En los encuentros era frecuente el contacto corporal, que explorasen nuestra ropa, pelo, utensilios, y nos tocasen la piel. Nosotros tratábamos de ser prudentes, y poco invasivos. Llevábamos algunos regalos que sabíamos apreciaban y que no interferían su cultura. Que yo sea médico facilitó interacciones ya que intervine en alguna ocasión desbridando heridas, dando puntos, reduciendo alguna luxación… Eso siempre facilita conocer mejor sus condiciones reales, sus vulnerabilidades, y sus capacidades de gestionar el dolor y el sufrimiento. Además de que facilita la integración en su comunidad y que te ofrezcan algo a modo de trueque o intercambio.
El idioma era una dificultad. Pocos yanomamis hablaban castellano y nosotros aprendimos pocas palabras. Necesitábamos al guía como interprete. Buscábamos referentes culturales como jefes, o chamanes, pero interaccionábamos con todos/as y tratábamos de conversar con aquellos con quienes se establecía un cierto rapport. La posibilidad de entrevistas individuales que llegasen hasta el nivel de informaciones sensibles para los individuos como relatos de sueños, o conductas sexuales, estaba muy limitada… pero lo tratábamos, preguntando mucho, de llegar, al menos, al nivel social de su subjetividad ya que, de acuerdo con Wittgenstein, esto da pistas tanto de las representaciones colectivas como de los matices íntimos y disensiones que el sujeto concreto pueda tener del colectivo.
Llevábamos un equipo de foto y vídeo, era pesado como corresponde a aquella época y necesitaba, además, accesorios extras para ese viaje fuera de la civilización, como varias baterías, fundas herméticas para protegerlo de la lluvia, la humedad y de las corrientes del rio. Nunca nos pusieron problemas para grabar o fotografiar en cualquier circunstancia en que convivimos con los yanomami, ni siquiera para documentar materiales que, a priori, nos parecían sensibles como un ritual con yopo. En una ocasión representaron, para que lo grabásemos, una partida de caza en grupo y unas escenas de encuentros de grupos rivales.
No fue un viaje cómodo. Llevábamos con nosotros todo lo que necesitaríamos en todo el viaje para comer, dormir y protegernos; chinchorros, mosquiteras, botiquín. Nómadas en un terreno desconocido en el que, sobre la marcha, decidíamos donde comer y dormir. ¿Por qué investigar si se pasa mal con los imponderables de la vida real que son fuente imparable de problemas y malentendidos? Tiene que ver con el sentido de viajar pues la toma de conciencia de las posibilidades del ser humano, implica un descenso a los infiernos, una nekya, lidiar con los propios dragones, un cierto viaje heroico en el sentido del mitógrafo Josep Campbell: Los héroes son siempre viajeros, es decir, inquietos. Estábamos bregados en aceptar un nivel de sufrimiento colateral, esperado y necesario para crecer, que podría expresarse en formas de enfermedades innombrables, de crisis de soledad y melancolía…; Si emprendimos ese viaje es porque nos gusta la aventura del conocimiento, no por tener inclinaciones masoquistas.
La percepción de sufrimiento es relativa a lo que uno ha sufrido y a su nivel de resiliencia. Sufrimos más en los previos que entre los yanomamis. Principalmente por dos hechos. En el primero un teniente no nos quería dejar continuar el viaje a pesar de los permisos. En el segundo un sacerdote católico de Estella (Navarra) tampoco quería que siguiéramos. Con el primero, quien realmente tenía un poder de bloqueo, tuvimos que afinar la negociación y valernos de la alianza con su novia que era médica de la población. Lo interesante es que lo que potencialmente era un obstáculo se convirtió en una circunstancia muy favorecedora. Para dejarnos pasar el teniente nos propuso transportar a un militar hasta su puesto en la selva. No nos gustaba pero aceptamos. Resultó que el militar se había relacionado mucho con los yanomami y nos abrió muchas puertas para acceder a comunidades muy alejadas de la civilización y quedarnos cerca de otras “invisibles” de las que se hablaba y nadie conocía.
Como curiosidad en el 2009 un médico venezolano Noya Alarcón conectó con una de esas comunidades fantasmas, de la que se sabía algo pues un helicóptero había visto sus shabonos. Se encontró con 54 yanomamis que nunca habían conectado con gente no yanomami. El médico les propuso estudiar su microbioma tomando muestras de la nariz, la boca y la piel, además de heces, para estudiar sus bacterias. Aceptaron y se ha constatado que es la comunidad conocida con más diversidad de bacterias, hasta un 30% más de lo habitual, lo que indica que tendrán un buen sistema inmunitario y ausencia de ciertas enfermedades occidentales como alergias,… En nuestra convivencia comimos de sus comidas, de sus alimentos, poco cocinados y poco conservados. No tuvimos ningún problema intestinal, ni ninguna reacción alérgica, y quien sabe si incrementamos nuestro microbioma.
Efectivamente, como esperábamos, tuvimos varios “choques culturales” de los cuales voy a referir someramente algunos. De estos aprendimos cosas incluso para aplicarlas en nuestra propia cultura.
Ante el “extraño”, aquel que nos devuelve una imagen especular distinta a nuestra identidad, en nuestra cultura hay una reacción de rechazo, de proyección de la sombra, y se le experimenta como peligroso. Tanto es así que algunos teorizan que es una reacción genética de supervivencia, que solo se puede atemperar por la educación. Otros como Herbert Spencer o Ernst Haeckel, malinterpretando a Darwin justifican, con el llamado “darwinismo social”, el colonialismo despiadado, el neoliberalismo, las políticas racistas y las prácticas eugenésicas, como expresiones de “lucha despiadada por la supervivencia”: la “ley de la selva”. Nuestra experiencia con los yanomami, en su selva amazónica, descarta que nos consideraran peligrosos. Se extrañaban de nosotros y nuestras formas, no ocultaban su asombro que les llevaba a curiosear, a acercarse para explorar, y a reírse, sin censura, de cosas nuestras que les resultaban superfluas, recuerdo que mis botas les hacían mucha gracia. Sin embargo su risa franca no era contra nosotros, era difícil caer en una suerte de paranoia y, tras la perplejidad por sentirnos “monos de zoo” podíamos empatizar y reírnos con ellos. Fueron hospitalarios y nos incluyeron invitándonos a espacios que no pedimos ni nos habíamos imaginado como una expedición nocturna de caza, y una ceremonia “rehao” en la que, estando presente toda la comunidad, varias familias ingieren las cenizas que han conservado de sus muertos. Hay que resaltar que para ellos estaba claro que no éramos humanos sino Nape, pues yanomani significa hombre y los hombres viven en el mundo de la selva y nosotros no.
Helena Valero, a quien visitamos, fue raptada por los yanomami, vivió con ellos, tuvo hijos y al cabo de bastante tiempo pudo volver a reconectar con su familia de origen en Brasil. Ella refiere que se sintió extraña en el reencuentro y, además, no aceptada y decidió volver con los yanomami.
Una vez llegado a este punto de mi descripción, voy a centrar mi desarrollo en varios puntos específicos que me parecen de especial mención. Estos son:
- Sexualidad. Un hecho impactante de observación participante fue la seducción sexual de una mujer, mostrándonos y ocultando alternativamente sus genitales, en público, desde su chinchorro, en presencia de su marido y sin que el hecho motivara conductas imitativas o miméticas de otras mujeres para las que esa mujer seductora fuese un modelo de mediación para pelear por nosotros como objetos de deseo. En este momento solo quiero señalar que este hecho refuta tanto la teorización de René Girard, como la consideración de que la sexualidad es, en sí misma, traumática porque adoleciera siempre de un cierto vacío de significación.
- Violencia. En una ocasión se acercó un yanomami que traía una radio que no le funcionaba. Seguramente esperaba que se la arreglásemos. Capté lo que pasaba, trabajaba con la misión Nuevas Tribus, y le habían pagado en especies, con una radio para que escuchara los mensajes que la misión transmitía con su emisora. Las Nuevas Tribus desprecian los derechos, las costumbres, y las creencias religiosas con la excusa de “civilizarlos”. Les prohíben sus actividades tradicionales y culturales. Les inculcan que su cultura, su cosmovisión y sus ritos son pecaminosos y que sus prácticas los conducen a la maldición eterna. ¡Cuando se acabaron las pilas ya no funcionaba la radio! Cogí la radio, la tiré al suelo y pisoteé hasta destrozarla. Fue un acto impulsivo, poco pensado y generó una tensión gélida en el ambiente, el yanomami me miró primero perplejo, después con mucha dureza, y, finalmente en vez de coger su arco y flecharme (que era lo que yo temía) se empezó a reír, y, entonces, yo también. Luego le di cosas que llevábamos de regalo para ellos y que le eran realmente útiles sin crearle dependencias. Creo que nos entendimos.
- Justicia. La recurrencia a una instancia superior, como juez, no es necesaria en los yanomamis. Los conflictos por delitos, ofensas, se dirimen ante espectadores: toda la comunidad, que es El ofendido puede agredir al ofensor. Lo habitual es un puñetazo en el pecho o un garrotazo en la cabeza. El ofensor espera estoicamente el golpe. El golpe debe ser el que repara el daño infringido en su justa medida. Si el ofendido se propasa, o lesiona y es más de lo apropiado a la falta, el ofensor es ahora ofendido y devuelve el golpe, así se sigue el juego agresivo, que solo cesa cuando los contrincantes entienden que se ha restaurado el equilibrio. Parece brutal y, sin embargo, obliga a los contrincantes a ser muy conscientes de cuál es el punto adecuado. Se tienen que poner a prueba, no solo en aguantar el golpe sino, lo más difícil, en saber hasta dónde agredir de un modo justo. En el mercader de Venecia, Shakespeare aborda también el tema del punto justo de reparación. Este modo de regular la justicia refuta, como universal, la afirmación de René Girard de que la cohesión de una comunidad se logra gracias a un principio sacrificial. Según Girard todas las comunidades, sobre todo las primitivas, se vuelven violentas, expulsando (eliminando) al supuesto causante del desordenque es acusado injustamente, convirtiéndolo en un chivo expiatorio, una víctima propiciatoria.
- Muerte y endocanibalismo. El “rehao” es un rito muy importante que se suele considerar derivado de un endocanibalismo simbólico, cuya función es incorporar la fuerza o características del muerto, al mismo tiempo que impide que se transforme en “pore”: un espíritu peligroso. Tal como lo experimenté tengo la hipótesis de que, además, también tiene un sentido regulador del trabajo psicológico del duelo de los vivos.
La explicación e interpretación del mundo se confían hoy a la ciencia racional: la Cosmología con la explosión primordial del big bang, la Biología con la teoría de la evolución de las especies. Mito y ciencia, comparten la categoría de causalidad, explican los orígenes, pero parecen opuestos en lo que se refiere a la temporalidad. El mito explica las cosas históricamente, como una cadena de acontecimientos, un devenir, en una temporalidad fuera de la Historia. La ciencia, quiere explicar las cosas, buscando leyes universales, constantes, abstrae las constantes universales fuera del tiempo y del espacio, del devenir concreto, y cambiante, que se da en una realidad espacio temporal.
Sin embargo la realidad realmente importante para el humano tiene la estructura de un de un acontecimiento, no la de un contenido objetivo, y puede expresarse únicamente, como diría Aristóteles, en una práxeos mímesis, en la representación de una acción, es decir, en una «historia». Se requiere un notable esfuerzo mental para no concebir los principios abstractos e impersonales que maneja la ciencia como agentes más o menos personales. En una ocasión, cuando explicaba científicamente la muerte de un paciente diciendo que la causa era un infarto de miocardio, me impactó mucho cuando su mujer me preguntó como lo había matado el infarto de miocardio.
“…La verdad más bella no sirve de nada si no se ha convertido en la experiencia más íntima del individuo. Toda respuesta unívoca, “clara”, permanece estancada en el cerebro y penetra sólo en casos muy raros hasta el corazón. No nos urge ‘saber’ la verdad, sino ‘experimentarla’.” Carl G. Jung
El género de la ciencia ficción podría basar su éxito en ser la manifestación estética de la mitología de las ciencias naturales. Sus leyes son aprehendidas imaginativamente, con la autoridad del mito y el aval de la ciencia, ahora una suerte de religión.
El libro de Javier es muy apropiado, en el contexto actual sobre la discusión entre ciencia y mito, para situar el mito en su función totalizadora, de explicitación narrativa de la intuición analógica y ordenadora de los sujetos y las comunidades. Función que siempre estará presente en alma humana y que conecta a los individuos de un momento histórico con la historia de la humanidad constelizada, en patrones de dramas existenciales, en el inconsciente colectivo. La adecuada articulación entre mito y razón es una tarea permanente en el proceso de individuación.
El método de análisis del material del “mito de la creación”, que presenta Javier como si fuese un sueño, con etapas de amplificación de cada contenido, harán sentir, al lector, el relato mítico como un intento, con sentido, de explicación de dramas de la existencia humana, que se presentan en una dimensión diacrónica, en un orden determinado y que se correlacionan con la estructura social.
El estilo de Javier utilizando materiales oníricos, sueños de sujetos reales, que viven dramas similares a los del mito, es creativo, resulta ejemplificador y muy pedagógico, de modo que el proceso de amplificación se va constelizando y comprendiendo.
La referencia constante a la situación consciente del sujeto que sueña o que vive un mito, es crucial para entender la explicación y las decisiones que se toman en ciertos momentos para comprender el sentido del material.
Tras la amplificación del mito Javier elabora una hipótesis final. “Podemos pensar en el mito de creación yanomami como un intento de reintegración del principio femenino en una sociedad patriarcal, transformando algunos contenidos que la definen y dando pie al surgimiento de nuevas facetas vitales que se concretan con el nacimiento de los nuevos seres”
Para esta formulación de la hipótesis tiene en cuenta su experiencia vivida con los yanomami, su situación consciente, y, como prueba de ello, relata la impresión que le produjo el respeto de la comunidad al llanto de la mujer robada, experiencia que le permite concretar la hipótesis. Este modo de integración es único y muy difícil de encontrar en autores que investigan mitos.
En la misma dirección es de agradecer el contexto general con el que Javier sitúa al lector dándole las claves de los fenómenos que hay que tener presentes como el chamanismo, el matriarcado-patriarcados, etc… de modo que no es necesario tener conocimientos previos pues los conceptos están bien explicados y enriquecidos con citas y bibliografía pertinente para poder profundizar.
Javier también apunta a que se ha escrito poco acerca de cómo se influencian unos arquetipos a otros, unos mitos a otros, y que no se puede contemplar un mito aislado de una estructura mítica compleja. Intuyo que un trabajo posterior va a consistir, precisamente, en abordar esa complejidad.
En esta posición científica no se contempla la acepción común de algunos atributos habituales de una proposición considerada “científica” y mucho menos del principio de parsimonia, más conocido como navaja de Ockham, por el cual “en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable”.
La refutabilidad, la reproducibilidad, la universalidad, la capacidad de prever, la coherencia, su encaje en el conjunto de conocimientos, etc., son tenidos en cuenta en un sistema más complejo, en el que el relato cobra un sentido primordial.
Javier rescata la tradición, casi del pasado, de que los autores escriban libros que les consagran en el terreno introduciendo ideas nuevas en el mundo social. Ahora es más usual valerse de las revistas especializadas, con el riesgo de la atomización reduccionista y la ilusión de verdad del imperio de los números. Esta tendencia, que Villena califica de “cuantofrénica”, se sustancia en que “las revistas de gran impacto sociológico te piden un modelo matemático que garantice la credibilidad de lo que estás diciendo, y si no lo tienes, te reducen al nivel de un tertuliano. Una verdad científica «indiscutible» es un oxímoron. Toda verdad, para ser científica, ha de ser refutable (Popper).
En eso se nota que Javier también pone un cuidado exquisito en una función saludable: la «duda científica». Por ello es, también, un libro recomendable para los panfletistas de la ciencia.
Creo que el lector puede llegar a comprender de que se trata mientras disfruta del viaje de la lectura: a sentirse interpelado para revisar sus propios relatos míticos ya que de no hacerse conscientes van a seguir determinando su existencia.
Mikel García García