Dioniso y la hiedra: Un abrazo entre éxtasis alquímico, arte y eternidad

Dioniso y la hiedra: Un abrazo entre éxtasis alquímico, arte y eternidad

Dioniso y la hiedra: Un abrazo entre éxtasis alquímico, arte y eternidad

Mikel García. 14 abril 2025.

Actualizado: 28 abril 2025

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Descripción de la imagen

Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

Dioniso con ménades

Dioniso aparece como Anthropos mostrándose coronado con una corona de hiedra bajo una luna partida: oscura-verde e iluminada. Sostiene hiedra son su mano izquierda. Su cuerpo rodeado de enredadera, zarcillos serpentinos y bayas negras. Una ménade sostiene un corazón que es semilla de un árbol cuya copa son hojas de hiedra y que continua la pierna izquierda del dios y bebe del estanque vino-sangre. El corazón es el de Dioniso que no fue devorado por los titanes.

Autor

 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Presentación

Presentación

Somos racimos borrachos de luna,

savia fermentada en el vientre de las ménades,

mientras la hiedra teje con raíces oscuras

un sudario de raíces y preguntas.

Bajo la piel del dios que baila entre uvas y delirios, la hiedra crece como un himno verde. Dioniso, el de los nacimientos —nacido del fuego y la ceniza, de lo divino y lo desgarrado—, lleva en sus sienes una corona de hiedra retorcida, símbolo de un pacto ancestral: la vida que se aferra, que trepa, que nunca se rinde. La hiedra junto al toro, la serpiente, y el vino son los signos de la característica atmósfera dionisíaca, y Dioniso está estrechamente asociado con los sátiros, centauros y silenos.

La hiedra, con sus hojas en forma de corazón hendido, no es simple adorno. La savia es sangre vegetal, un latido que une lo salvaje y lo sagrado. En los rituales dionisíacos, sus zarcillos envolvían el thyrsus, la vara de caña y piña, convertida en cetro de éxtasis (fuego alquímico). Los seguidores del dios, poseídos por el vino y la danza, masticaban hiedra para entrar en trance, porque sus hojas guardan el secreto de morir sin morir: un veneno que abre puertas a lo invisible, un éxtasis que desata el alma de su cárcel terrenal. Sus hojas y frutos contienen saponinas triterpénicas, principalmente hederina, un compuesto que, en dosis elevadas, actúa como un protector de la planta contra depredadores. También tiene Falcarinol. En los rituales de Dioniso, las ménades (seguidoras del dios) masticaban hiedra para inducir trance y visiones, aun sabiendo su toxicidad. La clave estaba en la dosis: pequeñas cantidades actuaban como puente entre lo mortal y lo divino, alterando la percepción. Era un juego con el abismo: el mismo veneno que podía matar, en manos del dios del éxtasis, se volvía llave de lo sagrado. El efecto del alcohol -depresor de partes inhibidoras del sistema nervioso-, facilitaba la pérdida de control, la danza frenética y la disolución del ego, además, el alcohol potencia la absorción de hederina, que, en dosis pequeñas, como era lo común, no llega a ser tóxica, sino que induce un estado no ordinario de conciencia, temblores y una sensación de vértigo sagrado, percibido como contacto con lo divino. La mezcla de vino rojo (Rubedo alquímico, asociada al fuego, la sangre) y la savia blanca de la hiedra (Albedo, ligada a la luna, lo femenino), simboliza el Matrimonio Alquímico (conjunción de opuestos), donde la materia (rojo) y lo espiritual (blanco) se fusionan para generar un nuevo estado de conciencia.

La hiedra con el vino, sí, pero la hiedra es el componente más importante y por su aspecto más femenino, el ingrediente del que casi no se habla y que pocos asocian a los ritos dionisíacos para disolver los límites de lo humano. Al masticarla, el veneno llevaba a un estado de manía (locura divina), donde la razón se quebraba y emergía el instinto primigenio. En ese trance, el acto de desgarrar carne —como hicieron las ménades con Orfeo— no era simple violencia, sino un ritual de comunión: romper la forma para liberar lo sagrado, imitando el destino de Dioniso, desmembrado por los Titanes y renacido.

El sparagmos (descuartizamiento) era un acto simbólico (desmembramiento del EGO): Como la hiedra que estrangula árboles para florecer, las ménades destruían lo establecido (el cuerpo, la civilización) para que algo nuevo surgiera. El veneno, al debilitar la cordura, permitía a las mujeres (sometidas a roles rígidos en la Grecia clásica) transgredir todo orden, convirtiéndose en fuerzas de la naturaleza, sin ley ni culpa.

La hiedra: unión de muerte y renacimiento. Su veneno paraliza, pero su verdor perenne simboliza la vida que persiste. Las ménades, al matar, no actuaban como asesinas, sino como sacerdotisas de un ciclo cósmico: para que el vino fermente, las uvas deben aplastarse; para que el alma se libere, el cuerpo debe romperse.

Orfeo, el poeta que prefería a Apolo (dios de la razón y la armonía, que llevaba corona de laurel), fue descuartizado por ménades no por casualidad. Su muerte refleja el conflicto entre dos visiones del mundo: Dioniso (caos, éxtasis, veneno que desata lo oculto) vs. Apolo (orden, luz, formas perfectas). El laurel simboliza victoria y pureza, mientras la hiedra representa lo oscuro y enredado serpentino. Al matar a Orfeo, las ménades no solo obedecían al dios, sino que destruían la ilusión de control, recordando que incluso la belleza (la música de Orfeo) nace del mismo abismo que el delirio. Aunque Apolo rechaza la hiedra, su hermana gemela, Artemisa, no la rechaza.

El veneno de la hiedra y la violencia de las ménades son dos caras de la misma moneda dionisíaca: solo a través de la disolución (del ego, de la forma, de la razón) puede brotar lo verdaderamente sagrado. Como escribió Eurípides en Las Bacantes:

«Lo más dulce es cazar lo salvaje / con manos ensangrentadas / y ofrecerlo al dios que nace / una y otra vez de su propio grito».

La hiedra es también sombra y resurrección. Trepa sobre tumbas, cubre ruinas, y en invierno, cuando la vid duerme desnuda, ella permanece verde, recordándole al mundo que Dioniso no es solo el dios del vino, sino de aquello que retorna, que renace de sus propias cenizas. Como el dios desmembrado y rehecho, la hiedra muere en una rama para florecer en otra, eterna viajera entre el abismo y la luz.

En sus raíces se esconde el misterio más profundo: la hiedra no existe sin algo a lo que abrazarse. Así el éxtasis dionisíaco, que solo florece cuando el alma se enreda en el caos, en el dolor, en la carne. Dioniso, el dios que ríe con lágrimas de vino, nos susurra: «No temas caer; de la podredumbre nacen las enredaderas más altas».

Y en ese abrazo entre lo efímero y lo eterno, la hiedra y el dios bailan, recordándonos que hasta en la decadencia hay un ritmo sagrado, un verde que nunca se apaga.

En el atanor (horno alquímico) de la psique, la hiedra sería la vinculación entre el plomo de la materia bruta (el ego) y el oro del self.

Verde es la hiedra que trepa por el muro

de la torre donde el Anthropos dormita.

Sus raíces son serpientes de humedad antigua,

sus hojas, esmeraldas que susurran:

«Todo lo que niegas, todo lo que escondes,

es savia que alimenta mi ascenso».

El Anthropos despierta con piel de musgo,

sus venas son ríos de tinta y clorofila.

En su pecho, un jardín donde crecen

las preguntas que el ego podó con miedo.

La hiedra le enseña a no temer al invierno:

«Cada grieta en tu máscara de mármol

es un camino hacia el centro,

donde el verde y el oro son uno,

donde la muerte es semilla

y la vida, un himno que nunca se repite».

 

En la psicología junguiana, el Anthropos (del griego ἄνθρωπος, «ser humano») representa al arquetipo del Hombre Primordial, una figura simbólica que encarna la totalidad psíquica, la unión de los opuestos y la meta final de la individuación: la integración del consciente y el inconsciente en un self unificado. La hiedra verde, con su verdor perenne y su naturaleza enredadera, emerge como un símbolo poderoso de este proceso, dialogando con el lenguaje alquímico y arquetípico. La hiedra, al mantenerse verde incluso en invierno, refleja la eternidad del self, que trasciende las crisis y «muertes» psicológicas (como la sombra, la confrontación con el inconsciente).

En Mysterium Coniunctionis, Jung vincula el verde al «cauda pavonis» (cola del pavo real), etapa alquímica donde surgen todos los colores, simbolizando la unificación de los opuestos.

El verde, mezcla de azul (espíritu) y amarillo (materia), representa la síntesis psíquica. En visiones alquímicas, el Anthropos a veces aparece con tonalidades verdes, simbolizando su conexión con la naturaleza primordial y la vida que late bajo las capas de la racionalidad. «El verde es la vida que no conoce la muerte» (Jung, Símbolos de transformación).

En sueños de pacientes soñar con hiedra indicaba que el inconsciente estaba incubando para integrar aspectos necesarios para la individuación (la sombra, el ánima/animus), su verdor sugiere que el proceso, aunque lento, es vital y persistente.

Relación entre Dioniso y Cristo

Es un tema que ha sido explorado por estudiosos de la mitología comparada. Ambos encarnan símbolos de muerte y renacimiento, sacrificio y trascendencia, pero desde cosmovisiones radicalmente distintas.

El vino como sangre sagrada. Dioniso: El vino es un extasiante, un símbolo de embriaguez divina que disuelve los límites entre lo humano y lo animal, lo racional y lo instintivo. En sus rituales, lo bebían junto a la savia de la hiedra para fundirse con el dios. Cristo: En la Eucaristía, el vino se transforma en su sangre, un acto de comunión que redime y une a los creyentes en un cuerpo místico. Ambos usan el vino como sangre que conecta lo terrenal con lo divino, aunque en Dioniso es caótica y liberadora, mientras en Cristo es ordenada, -apolínea- y autosacrificial.

Entre la vid y la hiedra,

la sangre y la savia,

Dioniso ríe en la sombra

mientras Cristo levanta el cáliz.

¿Quién puede separar el veneno

de la luz que nace entre las grietas?

 

El doble rostro: humano y divino. Dioniso: Es un dios «nacido dos veces»: primero de la mortal Sémele (a la que Zeus carbonizó con su luz al ceder a la petición de Sémele que dudaba de él azuzada por los celos de Hera) y luego de Zeus pues este lo rescató de Sémele y terminó la gestación en su cuerpo haciendo de su hueco poplíteo un útero. Dioniso tuvo dos «madres» (Sémele y Zeus) antes de nacer, de ahí procede el epíteto dimētōr (‘de dos madres’), relacionado con su doble nacimiento. Dioniso es dios no por retoño de Zeus sino porque ha sido gestado por lo personal humano de Sémele y lo inconsciente colectivo (arquetipo sí-mismo). Encarna la dualidad entre la fiesta y la locura, la fertilidad y la violencia. Cristo: En el cristianismo, es Dios hecho hombre, plenamente divino y humano. Su dualidad es armoniosa: el sufrimiento humano se sublima en la salvación. Ambos son mediadores entre mundos, pero Dioniso disuelve los límites, mientras Cristo los aúna y jerarquiza.

Muerte y resurrección. Según el mito órfico, Dioniso fue desmembrado por los Titanes (de ahí el epíteto de Zagreo) y fue vuelto a la vida por Zeus quien lo entroniza como gobernante universal, despertando la ira de Hera, quien incita a los Titanes a destruirlo. Los Titanes, usando espejos (simbolizando cómo la ilusión -Maya, fantasía fantástica alienante- distrae al alma de su trabajo de integrar la imagen en su dimensión simbólica de la fantasía vera y queda atrapada en la fascinación de lo fantástico), atraen al niño y lo descuartizan. Lo devoran todo excepto su corazón que Atenea rescata. Zeus, furioso, fulmina a los Titanes con sus rayos. De sus cenizas surge la humanidad, mezcla de lo titánico (materia oscura) y lo divino (el corazón de Dionisio). Del corazón Zeus reconstruye a Dioniso. La aporía de que Sémele su madre humana sea anterior a la humanidad que surge de las cenizas de los titanes tiene interés. Indica estadíos distintos de la evolución humana, los últimos de las cenizas quizás los sapiens. Sémele una estirpe anterior.

El desmembramiento representa la fragmentación del Self (el yo original, divino) ante las fuerzas caóticas (Titanes = sombra, impulsos destructivos). El corazón salvado es símbolo del núcleo inmortal del ser, aquello que ni la muerte ni el caos pueden corromper. En alquimia, equivaldría al lapis philosophorum (piedra filosofal), esencia indestructible que sobrevive a la nigredo (putrefacción). El renacimiento simboliza la individuación: reconstruir la totalidad psíquica integrando lo oscuro (cenizas titánicas) y lo luminoso (corazón divino). El corazón centro de la afectividad y el amor. La trinidad: corazón de la madre, corazón del padre y corazón del retoño, están presentes desde un inicio de la existencia. Los corazones de los progenitores pueden ser o no amorosos en su acto de procrear y la crianza, están condicionados por sus complejos amorosos. El corazón del nuevo ser está “puro” de historia personal, está ligado más a lo inconsciente colectivo que a lo personal en su inicio. El desarrollo del infante si se hace en condiciones adecuadas tendrá como consecuencia que este sea consciente de esa triangulación amorosa que le une a la humanidad tanto en las personas vivientes como en el legado Transpersonal humano en lo inconsciente colectivo.

El culto de Dioniso celebraba el ciclo de destrucción y regeneración, vinculado a la vid (que se poda para dar fruto). Cristo: Muere crucificado y resucita al tercer día, ofreciendo la promesa de vida eterna. Su sacrificio es un acto único y redentor. Dioniso renace en un ciclo infinito (como las estaciones), mientras Cristo resucita para trascender la historia humana.

El cuerpo como campo de batalla. Dioniso: Celebra el cuerpo en su crudeza: el vino, el sexo, el sudor. Sus ménades desgarran animales (y a veces humanos) en un acto de unión sagrada con la naturaleza. Cristo: El cuerpo es templo del Espíritu Santo, pero debe ser trascendido. El martirio cristiano glorifica el sufrimiento como camino al cielo.

Como escribió Rainer María Rilke: «Dioniso es el dios que llega. Cristo es el dios que se va… Y nosotros, en medio, somos el puente».

Aunque la hiedra no es un símbolo cristiano explícito, su naturaleza perenne evoca la vida eterna prometida por Cristo. En el arte medieval, la vid representa su sangre, pero la hiedra, al crecer incluso en invierno, podría simbolizar la fe que persiste en la oscuridad. La hiedra podría verse como la fe que se aferra a la roca (Cristo, la «roca espiritual», 1 Corintios 10:4). En algunos monasterios medievales, la hiedra cubría muros, simbolizando devoción que persiste.

En el Renacimiento, artistas como Tiziano pintaron a Baco (Dioniso) coronado de hiedra, mientras en El jardín de las delicias de El Bosco, la hiedra aparece en paisajes paradisíacos.

La hiedra trepa con dedos de sombra,

abrazo de Tánatos en espiral,

su savia es un cuchillo de hielo

que raja la piel del mármol inmóvil.

Nos desmembramos en su enredadera:

brazos, mitos, nombres,

caen como uvas pisadas en el lagar.

La danza no es fiesta, es grieta,

es el grito que parte el hueso

y en la herida abre un surco de estrellas.

Pero en el centro del torbellino,

donde el éxtasis quema hasta el hueso,

algo nace de la podredumbre sagrada:

una semilla de luz carcomida por el fuego,

un núcleo que late bajo el musgo,

más allá del yo que creía ser dueño.

La hiedra no mata: transfigura.

Cada desgarro es un alfabeto de sombras

que el alma, al fin, aprende a leer.

Y en la cicatriz, crece un árbol nuevo:

sus ramas no son las de antes,

sus frutos tienen el sabor áspero

de lo que ha muerto para ser infinito.

Individuación: el nombre secreto

del colibrí que nace entre las llamas,

mientras Tánatos, coronado de hiedra,

susurra con voz de vendimia:

«Solo se encuentra el ser

cuando el viejo pellejo del alma

estalla en mil pedazos de vino

y el río del caos arrastra los espejos.»

 

La hiedra como metáfora y símbolo del arte dionisíaco.

 El artista, como la hiedra, debe ser a la vez destructor y jardinero: envenenar las raíces podridas de la moral tradicional para que florezca una ética estética, libre y auténtica. Vitalidad eterna es la afirmación dionisíaca, creación de nuevos valores, amor al destino (amor fati).

Tras su colapso mental en 1889, Nietzsche envió cartas firmadas como «Dionisos» o «El Crucificado». Aquí, la hiedra podría simbolizar el límite entre genio y locura: una planta que crece en los márgenes, asociada a la intoxicación mística y al abismo dionisíaco que Nietzsche exploró hasta el extremo. Más allá de que se le atribuya los escritos de ese período a su locura o incluso se hable de que casi toda su obra era por su locura, merece la pena profundizar en algunas de sus propuestas y aforismos.

En palabras de Zaratustra: «Yo soy aquel que tiene que destruir, destruir los valores, destruir los ídolos», pero también: «Crea algo más alto sobre ti». La hiedra, en su ambivalencia, es el emblema silencioso de esta paradoja creadora. En El crepúsculo de los ídolos, Nietzsche compara su filosofía con un martillo que «hace resonar los ídolos huecos». Su crítica a la moral cristiana fue percibida como «venenosa» por sus contemporáneos, pero él la veía como un antídoto. La hiedra, en este sentido, sería una metáfora de su pensamiento: corrosivo para los sistemas enfermos, pero regenerativo para quienes aceptan el desafío de crear valores nuevos.

La hiedra se entrelaza con lo que la sostiene, sin perder su identidad. Esto refleja la idea nietzscheana de que el artista no niega el mundo (como hace el platonismo), sino que se une a él en su caos, creando belleza desde el conflicto. El superhombre no impone orden, sino que juega con el caos, como la hiedra que adapta su forma sin rigidez. La hiedra perdura en todas las estaciones, lo que evoca el eterno retorno nietzscheano: la aceptación de un ciclo infinito donde vida y muerte son inseparables.

Para Nietzsche, el nihilismo es la consecuencia última de la «muerte de Dios» —la decadencia de los valores absolutos (platónicos, cristianos, racionalistas)— que deja al ser humano frente a un mundo sin sentido objetivo. Es la desvalorización de los valores supremos, donde lo que antes se consideraba «verdad» o «bondad» se revela como ficción.

Frente al vacío nihilista, Nietzsche propone que el arte no oculta la falta de sentido, sino que la transfigura. En El nacimiento de la tragedia, la fusión de lo apolíneo (belleza ilusoria) y lo dionisíaco (caos vital) permite confrontar el absurdo sin sucumbir a él. La tragedia griega, por ejemplo, mostraba el sufrimiento humano como parte de un juego cósmico, convirtiendo el horror en experiencia estética.

Para Nietzsche, el artista dionisíaco no niega el sufrimiento, sino que lo integra en una danza creadora, como la hiedra que crece sobre ruinas, transformando la decadencia en vitalidad. Nietzsche concibe el arte no solo como una respuesta al vacío de sentido, sino como un acto de transfiguración que supera la desesperación nihilista mediante la creación de nuevos valores. Nietzsche celebra la apariencia estética como único terreno de existencia. El arte no es evasión, sino un «sí» radical a la vida, incluso en su sinsentido. Nietzsche ve al artista como aquel que, en lugar de someterse a valores heredados, inventa los suyos propios. Esto conecta con el nihilismo activo: destruir lo viejo (deconstruir la moral platónico-cristiana) para crear lo nuevo (una ética estética).

En Ecce Homo, Nietzsche se describe a sí mismo como un «destino» y afirma: «No soy un hombre, soy dinamita». Esta metáfora de la explosión creativa puede vincularse con la hiedra: una planta que trepa, se enreda y sofoca estructuras viejas (como los muros de la moral tradicional), pero también simboliza resistencia y persistencia. Nietzsche ve en Dionisos no al dios de la embriaguez, sino al dios que abraza el dolor como parte del juego trágico de la existencia.

En La gaya ciencia, Nietzsche escribe: «Conviene que lo más nocivo para un organismo sea, en ciertas circunstancias, lo más beneficioso». La hiedra, tóxica en sí misma, podría representar esta idea: el nihilismo activo (destruir lo viejo) es el «veneno» necesario para curar la decadencia de la cultura occidental.

En Así habló Zaratustra, el eterno retorno exige vivir de tal modo que cada instante pueda ser deseado infinitamente. Esto no es una metafísica, sino una práctica estética: dar forma a la vida como una obra de arte, donde incluso el dolor y el caos se integran en una narrativa afirmativa.

Nietzsche critica al nihilismo romántico y al arte decadente. Nietzsche distingue su estética de ciertas formas de arte romántico (como Wagner, en sus últimos años), que consideraba síntomas de decadencia nihilista: una glorificación de la fuga (en el pathos, el nacionalismo o el misticismo). En contraste, el arte dionisíaco es sobrio y cruel, como la danza sobre el abismo.

Así como los alquimistas buscaban convertir plomo en oro, el arte convierte el sinsentido (el «veneno» del nihilismo) en valores estéticos. La hiedra, con su toxicidad, es el catalizador de esta transmutación: su «abrazo» envenena las estructuras viejas (moral platónico-cristiana) para que surja lo nuevo (el superhombre como artista).

Arte como crisol: El éxtasis alquímico ocurre en el acto creador, donde el dolor se transfigura en belleza. Como escribió Nietzsche: «Tenemos el arte para no perecer por la verdad».

El arte no es escapismo, sino afirmación radical de lo efímero. La tragedia griega, por ejemplo, mostraba el sufrimiento humano como parte de un juego cósmico, donde lo efímero se vuelve eterno al ser representado.

Nietzsche y Jung ven en la oscuridad -la sombra- no un enemigo, sino una fuente de conocimiento y autenticidad. En Más allá del bien y del mal, Nietzsche habla de la necesidad de confrontar las pulsiones reprimidas (lo que la moral judeocristiana llama «mal»). El superhombre integra su «sombra» (impulsos creativos y destructivos) sin negarla. Para Jung la sombra individual y colectiva tiene que integrarse.

Para Nietzsche el arte (especialmente lo dionisíaco) es la salvación trágica, un antídoto contra el nihilismo. Para Jung el arte es una manifestación del inconsciente, pero su fin no es existencial, sino de expresión simbólica para el equilibrio psíquico. Para Jung, el artista es un canal de los arquetipos del inconsciente colectivo: su obra refleja símbolos universales que ayudan a otros en su proceso de individuación.

Voluntad de poder (Nietzsche) e Individuación (Jung) apuntan a una forma de realización: Nietzsche desde la afirmación vital y Jung desde la integración psicológica. Voluntad de poder es la fuerza primordial que impulsa a todo ser vivo a expandirse, dominar y crear. No se trata de un deseo de poder sobre otros, sino de afirmación de la vida mediante la autosuperación. El superhombre encarna este ideal al trascender los valores decadentes y crear los suyos propios. La individuación es el proceso de integración de los elementos conscientes e inconscientes de la psique (sombra, ánima/ánimus, persona) para alcanzar la totalidad psíquica (el eje yo/sí-mismo). La individuación es un proceso de integración costosa de muchos obstáculos que lleva a l sujeto a afirmar la vida propia y la del colectivo.

La hiedra como metáfora y símbolo de la individuación.

«La individuación no es un camino recto, sino un laberinto que exige enraizarse en lo oscuro para florecer» (Jung, Símbolos de transformación).

«El símbolo une opuestos; la hiedra es a la vez parásito y dador de vida» (Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo).

«El camino hacia uno mismo es una circumambulatio; avanzamos en espiral, como la hiedra que rodea el árbol, tocando una y otra vez los mismos conflictos, pero desde niveles más profundos».

La hiedra, pues, no es solo una planta: es un símbolo vivo de que la individuación es un proceso orgánico, donde incluso lo que parece limitarnos puede convertirse en soporte para ascender.

La hiedra crece adhiriéndose a superficies (árboles, muros), lo que Jung asociaría con el proceso de vinculación entre el yo y el sí-mismo. La hiedra prospera en lugares umbríos, lo que remite a la necesidad de integrar la sombra (lo reprimido o rechazado) en el proceso de individuación, sus raíces se hunden en grietas o sustratos ocultos, como el inconsciente albergando traumas o potenciales no realizados. Su verdor perenne sugiere que la vida psíquica depende de abrazar tanto la luz como la oscuridad en ciclos alternantes. La hiedra encarna paradojas clave en la individuación: Aunque vital, puede ahogar a su soporte (p. ej., un árbol), reflejando el riesgo de que lo inconsciente devore al yo o viceversa; Interdependencia creativa: La hiedra necesita un sostén externo, pero transforma su entorno al cubrirlo de verde. El yo se apoya en arquetipos colectivos (p. ej., el ánima/ánimus) para lograr la identidad única del ser.

El sujeto que ha avanzado sustancialmente en su individuación es un artista en el arte de existir con la conciencia humana. Su arte revela el ser como un «evento» que irrumpe en lo cotidiano, al estilo del An-denken de Heidegger, junto a la transvaloración y “fiesta de las memorias” de Nietzsche. El arte es un campo de batalla donde se destruyen las formas viejas y se celebran nuevas posibilidades, en la que no cabe basarse solo en mera tecnología sin conexión con el ser, y que requiere jugar con las máscaras para que la “verdad” se disuelva en la creación. La metáfora «Fiesta de memorias» sugiere una selección activa de qué recordar y qué olvidar, similar a un banquete donde solo se consumen los alimentos que nutren la vida, y se olvidan -dejan en la mesa del banquete sin probar- aquellos que son determinantes metafísicos para anular la libertad del ser, procedan de donde procedan: de los complejos culturales, del yo o de los materiales de lo inconsciente colectivo. Para Nietzsche, la memoria debe servir a la voluntad de poder, -orientada al devenir que se va creando-construyendo-, no a la acumulación de datos inertes moldeados con técnicas-máscaras.

Poder “olvidar activamente” ciertos condicionantes culturales e históricos del sujeto no es una capacidad sencilla ni accesible a todos, solo se puede hacer si el humano ha desvelado sus conflictos en un proceso de trabajo alquímico integrando sus sombras, restaurando la relación con los arquetipos, y liberando su creatividad de los complejos. Sin ese trabajo lo traumático es escindido, no se lo recuerda, pero retorna y condiciona al sujeto que opera solo con libertad condicionada.

Muchos artistas tienen grados de individuación en diversos niveles. En algunos su creatividad está limitada condicionada por las vicisitudes de su desarrollo que les limitan la capacidad de simbolizar y convierte su producción artística en un intento de ir más allá del infierno. Estar atrapado en un complejo de creatividad impide que el artista se relacione con la obra y en ese dialogo despliegue su individuación. Sin embargo, comunicar ese infierno puede servir para el espectador. Frida Kahlo, transformó el caos de su cuerpo doliente en arte surrealista. Y ese arte toca el alma de quien lo contempla.

Las psicoterapias introducen el veneno de la hiedra en el proceso, los psicoterapeutas son chamanes que movilizan lo dionisíaco. Los terapeutas junguianos, como «hijos de Hermes» e «hijos de Nietzsche» conocen las palabras y las imágenes que permiten la mediación entre los distintos niveles del inconsciente y la conciencia para guiar a los pacientes. Conocen porque han tenido que hacer su propio proceso de integración.

En este contexto, su tarea es facilitar el acceso a las verdades más profundas que el individuo no ha logrado integrar conscientemente, ayudando a interpretar los símbolos, los sueños y las metáforas del inconsciente. Hermes también es el guía que acompaña a las almas hacia el más allá, lo que resuena profundamente con el rol del terapeuta junguiano, quien acompaña al paciente en su viaje interior hacia el autoconocimiento y la individuación y animan a los individuos a afrontar su sombra, sus aspectos reprimidos, y a abandonar las construcciones de «normalidad» impuestas por la sociedad que son las determinantes de la sombra. Una unión de sabiduría profunda (Hermes) y desafío radical (Nietzsche). Lo hermenéutico y lo transgresor se convierten en dos fuerzas que se equilibran en el terapeuta: por un lado, la capacidad de escuchar y comprender los símbolos del inconsciente, y por el otro, la valentía de confrontar los valores y estructuras que han detenido el flujo auténtico de la psique desafiando las narrativas que lo limitan y fomentando la creación de una nueva narrativa personal, más libre y más en contacto con las profundidades del ser.

El artista que haya llegado a una avanzada individuación es mediador de lo inconsciente colectivo y lo destila con su conciencia, presentando los materiales de un modo narrativo coherente que activa la suspensión de la incredulidad, -concepto acuñado por el poeta inglés Samuel Taylor Coleridge-, para que el receptor se deje sembrar por los símbolos sin resistirse a ellos. Propone bailar en «la fiesta del caos» lo que es abrazar la propuesta de vivir como un artista-dionisíaco, donde el desorden no es algo que temer, sino un espacio de creación, libertad y transgresión. Sin rememoración del ser, la técnica nos devora, pero solo los espíritus libres, que olvidan, pueden crear lo nuevo. Ama el devenir: rechaza las verdades absolutas y abraza el flujo constante de la existencia. Practica el «eterno retorno de la muerte»: vivir cada instante con tal intensidad que desearías repetirlo infinitamente, incluso el caos, sabiendo que ese instante es efímero y que va a morir.

 Conclusiones.

La hiedra como símbolo de transformación y unión de opuestos y puente entre lo divino y lo humano.

La hiedra, con su savia tóxica (hederina) y su verdor perenne, simboliza la dualidad de muerte y renacimiento. En los rituales dionisíacos, su veneno no solo induce trance, sino que actúa como un umbral sagrado, permitiendo a las ménades trascender lo humano para fundirse con lo divino. Es un recordatorio de que la destrucción (del ego, de las estructuras rígidas) es necesaria para la creación de una conciencia ampliada.

Alquimia. La mezcla de vino rojo (Rubedo, fuego, sangre) y savia blanca de hiedra (Albedo, luna, purificación) encarna el Matrimonio Alquímico, la unión de opuestos (espíritu/materia, consciente/inconsciente) que Jung asoció con la individuación. Este proceso implica integrar la sombra y alcanzar el Self, representado por el Anthropos, arquetipo de la totalidad psíquica.

El verde de la hiedra, síntesis de azul (espíritu) y amarillo (materia), simboliza la unificación de contrarios y la vida que persiste tras la «muerte psicológica» (crisis, confrontación con el inconsciente).

El sparagmos y la destrucción del ego. El acto de desgarrar (sparagmos) no es mera violencia, sino un ritual de transformación. Las ménades, al imitar el destino de Dioniso, destruyen lo establecido (cuerpo, normas sociales) para que emerja lo nuevo. En términos junguianos, esto refleja la necesidad de «desmembrar» el complejo ego (estructuras rígidas) y abrazar el caos (inconsciente) para alcanzar la individuación.

La hiedra en el arte y la cultura. En el Renacimiento, la hiedra aparece tanto en representaciones de Dioniso como en paisajes cristianos (ej.: El jardín de las delicias), sugiriendo que lo «pagano» y lo «sagrado» son facetas de un mismo misterio. En monasterios medievales, su verdor perenne simbolizaba la devoción inquebrantable, arraigada en la roca (Cristo como «roca espiritual»).

Poesía como espejo del proceso alquímico. La hiedra no mata, sino que transfigura. Cada desgarro (crisis, confrontación) es un «alfabeto de sombras» que el alma debe aprender a leer. De la cicatriz nace un «árbol nuevo», símbolo del Self integrado y renovado.

La hiedra es metáfora de la paradoja esencial de la existencia: la vida solo florece cuando acepta la muerte, la luz surge de las grietas de la oscuridad, y la totalidad (Anthropos) se alcanza abrazando, no negando, los opuestos. Como susurra Dioniso: «De la podredumbre nacen las enredaderas más altas».

Dioniso vs. Cristo. Dioniso encarna el caos, el éxtasis y el ciclo infinito de muerte-renacimiento (como las estaciones). Su desmembramiento por los Titanes y su resurrección reflejan la necesidad de romper el ego para renacer. Cristo representa el sacrificio único y la redención ordenada. Aunque ambos usan el vino como sangre sagrada, Dioniso libera a través del caos, mientras Cristo redime a través del orden jerarquizado.

La hiedra, al crecer en invierno y sobre tumbas, sirve de puente: simboliza la fe que persiste (Cristo) y la vida que surge de la podredumbre (Dioniso).

Para Nietzsche, el nihilismo no es el fin, sino el punto de partida para una transformación. La estética cumple un rol redentor al enseñar a amar el mundo como apariencia y devenir, sin necesidad de consuelos metafísicos. En lugar de buscar «verdades» (que son meras ficciones), el arte nos entrena en la creación de sentidos provisionales, en la alegría de destruir y reinventar. Así, el nihilismo se vuelve fértil: no hay un sentido último, pero hay infinitas posibilidades de dar forma a la existencia. En palabras de Nietzsche: «Al hombre le es preciso, para su redención, creer en lo carente de sentido: entonces inventa el arte».

El arte es inherente a lo humano, alimenta la creatividad del alma humana. La humanidad ha necesitado crear, innovar, para adaptarse al mundo y compensar la enorme vulnerabilidad de la especie. Crear está tan inherente a la especie que ha constituido un arquetipo. Se crea siempre para destilar el alma. Otra cosa es que la lo que se crea sirva al sujeto para avanzar en su desarrollo o que sea un producto que compensa, pero mantiene la alienación del creador, aunque su arte pueda servir a los espectadores. El sujeto que ha avanzado en su individuación crece con su arte en los eventos de su existencia, hasta en el arte de morir con dignidad. Inscribirse en la individuación puede requerir psicoterapia. Los terapeutas junguianos son hijos de Hermes e hijos de Nietzsche.

Epílogo

El título del artículo “Dioniso y la hiedra: Un abrazo entre éxtasis alquímico, arte y eternidad”, sugiere que la existencia auténtica, es un acto alquímico-artístico donde: se abraza el caos (Dioniso) para extraer de él un sentido no dogmático; se usa el «veneno» (la crítica nihilista, simbolizada por la hiedra) como fuerza destructora de ilusiones; se crea desde la finitud un arte que celebra la eternidad del devenir. Se entiende la vida como obra de arte total, donde incluso lo aparentemente negativo (el veneno, el sinsentido) se integra en un proceso creador. Dioniso y la hiedra son cómplices en este ritual: uno aporta el éxtasis que disuelve los límites, la otra simboliza la tenacidad de crecer entre las ruinas. Juntos, encarnan un llamado a vivir con sobria ebriedad, transformando el peso del nihilismo en la ligereza de quien danza sobre el abismo.

El «abrazo» simboliza la unión de fuerzas opuestas: lo dionisíaco no existe sin su dimensión ambivalente (creación/destrucción), así como la hiedra no crece sin adherirse —y a veces sofocar— lo que la sostiene. Este abrazo es trágico, pues acepta que la vida solo se afirma plenamente cuando integra su propio caos. Este abrazo no es armonioso, sino tenso y trágico: como la hiedra que estrangula y nutre, o Dioniso que desmiembra y renace. Es la paradoja de una eternidad dinámica, donde la única permanencia es el cambio mismo.

La eternidad no es un «más allá» estático, sino el eterno retorno del devenir. La hiedra, siempre verde, simboliza este ciclo: crece sobre lo que muere, renovándose sin fin. El arte, al estilo de Zaratustra, enseña a amar este retorno, a desear que cada instante —incluso el más doloroso— se repita eternamente. Al envolver columnas o ruinas, la hiedra une lo temporal y lo perdurable, igual que el arte une el caos dionisíaco con la forma apolínea para crear algo que trasciende su propia fugacidad.

Resumen

Resumen:

El texto explora la hiedra como símbolo central en el culto dionisíaco, vinculándola con conceptos de alquimia, psicología junguiana, filosofía nietzscheana, mitología comparada y arte. La hiedra, con su savia tóxica (hederina) y su verdor perenne, encarna la dualidad de muerte y renacimiento, simbolizando tanto el veneno que induce el trance místico como la vida que persiste a través del caos. En los rituales de Dioniso, las ménades masticaban hiedra para alcanzar estados alterados de conciencia, disolviendo los límites del ego y fundiéndose con lo divino. Este acto ritualístico refleja el sparagmos (desmembramiento), un símbolo de destrucción creativa: así como la hiedra estrangula árboles para florecer, las bacantes desgarraban lo establecido (cuerpos, normas) para liberar lo sagrado, imitando el destino de Dioniso, desmembrado y renacido.

La hiedra también representa el Matrimonio Alquímico, síntesis de opuestos: el vino rojo (sangre, materia) y su savia blanca (espíritu, purificación) unen lo terrenal y lo divino, resonando con la individuación junguiana, proceso de integración del consciente e inconsciente hacia el Self. El verde de la hiedra, mezcla de azul (espíritu) y amarillo (materia), simboliza esta unificación, evocado en el cauda pavonis alquímico y en el arquetipo del Anthropos (Hombre Primordial), meta de la plenitud psíquica. En sueños, la hiedra sugiere un proceso de transformación lento pero vital, vinculado a la integración de la sombra y el ánima/animus.

La comparación entre Dioniso y Cristo subraya dos visiones de lo sagrado: Dioniso encarna el caos, el éxtasis y el ciclo eterno (vinculado a la vid y la hiedra), mientras Cristo representa el orden redentor y el sacrificio único (sangre como vino eucarístico). Ambos usan el vino como puente entre lo humano y lo divino, pero Dioniso libera mediante el descontrol, y Cristo redime mediante la estructura jerárquica. La hiedra, al crecer en invierno y sobre tumbas, simboliza tanto la fe cristiana inquebrantable como la persistencia dionisíaca ante la decadencia.

En el arte, la hiedra une lo pagano y lo sagrado: en el Renacimiento, aparece en obras como las de Tiziano (Baco) y El Bosco, sugiriendo que ambos mundos son facetas de un mismo misterio. Para Jung, el arte canaliza arquetipos colectivos; para Nietzsche, es un acto de resistencia vital que celebra la apariencia y el devenir.

La hiedra es una metáfora de la voluntad de poder: su crecimiento implacable sobre ruinas refleja la afirmación dionisíaca de la vida, donde el arte transfigura el sinsentido nihilista en valores estéticos. El filósofo equipara al artista con el superhombre, quien, como la hiedra, destruye estructuras caducas (moral cristiana) para crear desde el caos. El eterno retorno nietzscheano se refleja en el verdor perenne de la hiedra, que acepta el ciclo infinito de muerte y renacimiento, mientras el sparagmos simboliza la destrucción del ego rígido, necesario para la autosuperación y la individuación.

Conclusión: La hiedra sintetiza la paradoja esencial de la existencia: la vida surge de la muerte, la luz de la oscuridad, y la totalidad se alcanza abrazando opuestos. Como metáfora del arte dionisíaco, invita a una «sobria ebriedad», donde el nihilismo se vuelve fértil y el caos, fuente de creación. En palabras de Nietzsche, el arte redime al trascender la falta de sentido, transformando el peso de lo efímero en la ligereza de quien danza sobre el abismo.

Palabras clave

Dioniso, Hiedra, Alquimia, Nietzsche, Jung, Individuación, Sparagmos, Nihilismo, Eterno retorno, Anthropos, Arte, Devenir, Corazón, Amor, Sagrado

Dioniso y la hiedra: Un abrazo entre éxtasis alquímico, arte y eternidad

Abundancia como ética planetaria: Trascendiendo la Escasez desde la Complejidad.

Abundancia como ética planetaria: Trascendiendo la Escasez desde la Complejidad.

Abundancia como ética planetaria: Trascendiendo la Escasez desde la Complejidad.

Mikel García. 5 abril 2025

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Descripción de la imagen

Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

 

Autor

 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Presentación y contenido

El texto “Abundancia como ética planetaria: Trascendiendo la Escasez desde la Complejidad” propone una reflexión profunda sobre la abundancia como experiencia psicoespiritual, arquetípica y ecológica. Inspirado en Jung, en la ecología profunda y en la ética planetaria, el autor plantea que la abundancia no es una acumulación material, sino un estado de confianza interior y de relación armónica con la vida. En contraposición, la escasez se presenta como un complejo cultural, una herida psíquica colectiva que alimenta el miedo, el consumo, la violencia y el colapso ambiental.

Desde la psicología junguiana, la abundancia se asocia al arquetipo de la Gran Madre (GM), fuente primordial de nutrición, sostén y fertilidad. Cuando la madre real armoniza con este arquetipo, el niño internaliza la sensación de que el mundo es un lugar que provee lo necesario. Si, por el contrario, predomina la carencia afectiva o la inseguridad, la psique se organiza alrededor de una narrativa de escasez: el mundo es hostil, los recursos limitados, y solo sobreviven los fuertes o los sumisos. Así, el sentimiento de abundancia no es innato, sino una construcción afectiva y simbólica que puede interrumpirse por traumas tempranos.

El autor contrapone dos cosmovisiones:

  • La abundancia auténtica, que surge de un yo conectado con el Sí-Mismo, confía en la vida, practica la gratitud y la generosidad, y no teme compartir porque entiende que dar no empobrece.

  • La escasez constelada, que fija a la psique en un juego de suma cero (“si otro gana, yo pierdo”), promoviendo ansiedad, competencia y dependencia de figuras salvadoras.

En este sentido, las religiones han contribuido ambivalentemente a la experiencia de la abundancia. Aunque ofrecen imágenes maternales (María, Guanyin, Shekinah, Tonantzin, Kali) que encarnan el principio nutricia del cosmos, también han desplazado la abundancia al más allá, condicionándola a la obediencia o al sacrificio. El cristianismo, por ejemplo, glorifica la renuncia terrenal prometiendo plenitud celestial, lo que perpetúa la desconexión con el presente.

El autor critica las falacias del pensamiento positivo y la “inteligencia espiritual” contemporánea, que suelen disfrazar la escasez con optimismo forzado. Bajo la idea de que “atraemos lo que creemos”, estas corrientes culpan al individuo de su sufrimiento, ignorando los condicionamientos inconscientes y las estructuras sociales de opresión, especialmente hacia las mujeres. Este “espiritualismo patriarcal” reitera la narrativa sacrificial femenina —amar al maltratador o redimirse sufriendo— como ideal de virtud, ocultando su raíz en el trauma y la dependencia afectiva.

La verdadera abundancia psicológica, sostiene el texto, no puede separarse de la justicia ecológica. Implica descolonizar la mente de la idea de que la Tierra y los cuerpos son recursos explotables, y adoptar políticas de suficiencia (renta básica, impuestos al carbono, educación emocional). Desde esta perspectiva, la visión de Donald Trump simboliza el polo opuesto: una mentalidad de escasez, extractivismo y aislamiento nacionalista que niega la interdependencia global.

En conclusión, la abundancia es una ética planetaria que integra la psique y la ecología. Supone aceptar los límites reales sin caer en el miedo ni en la codicia, cultivar la confianza en la vida y la cooperación como fuerzas evolutivas. Trascender la escasez —individual y cultural— requiere integrar la sombra colectiva y sanar la herida arquetípica que nos separa de la Tierra como Gran Madre. Solo así podrá emerger una civilización de la suficiencia, la reciprocidad y la plenitud consciente.

Ensayo
«La abundancia está en saber qué es suficiente». Wendell Berry
El texto aborda la «abundancia» desde una perspectiva compleja, integrando conceptos junguianos, religiosos, culturales y ecológicos, mientras critica narrativas de escasez y sus manifestaciones en la violencia de género, la inteligencia espiritual y las políticas contemporáneas (como la de Donald Trump) opuestas a una ética planetaria. La palabra «trascendiendo» subraya el carácter transformador que el autor propone, mientras que «desde la complejidad» reconoce la perspectiva multifacética del análisis.
La abundancia, en términos psicológicos, es un estado interno de plenitud arraigado en la confianza en la vida y la apertura a sus posibilidades. Surge cuando percibimos que existen recursos suficientes (afecto, tiempo, oportunidades) para crecer y compartir sin temor al vaciamiento. No es un mero optimismo, sino una construcción psicoafectiva con raíces en la historia individual y colectiva.
Raíces junguianas: Arquetipos y desarrollo temprano
Desde la perspectiva junguiana, la abundancia se vincula al arquetipo de la Gran Madre (GM), símbolo de fertilidad, provisión inagotable y sostén vital. Para que el infante internalice este sentimiento, es crucial que la figura materna real armonice con el arquetipo: solo así el niño experimenta el mundo como un lugar que nutre sus necesidades físicas y emocionales.
El sentimiento de abundancia, como todo sentimiento, se construye. Tiene una historia que muchas veces está mitificada. Este proceso de construcción se inicia en la fase oral (confianza básica madre-arquetipo GM), pero su consolidación depende de cómo se integren otros arquetipos en etapas posteriores.
Por ejemplo, la relación con la figura paterna (vinculada al arquetipo del Padre, ordenador de límites y proveedor de seguridad) debe reforzar la sensación de que el mundo responde a sus demandas. Si en estas dinámicas primarias hay carencias (amor condicional, desatención), la psique es forjada con una narrativa de escasez: el mundo es un lugar hostil donde los recursos deben atesorarse.
Abundancia vs. Escasez: Dos cosmovisiones en pugna.
Sentimiento de abundancia auténtico:
Se sustenta en un yo conectado al arquetipo del sí-mismo que confiere un “locus de control interno” (creencia y confianza en que es agente capaz de acciones que impactan constructivamente en la realidad y la cambian).
Implica gratitud activa (valorar lo que se tiene) y generosidad sin miedo (compartir desde la certeza de que el dar no empobrece).
No es estática: el verdadero sentimiento de abundancia no se basa solo en tener, sino en la confianza en la propia capacidad de generar, crear y regenerarse, confiando en que siempre puede construir nuevas oportunidades para ello.
Escasez constelada:
El sentimiento de abundancia descrito es difícil de tener. En el desarrollo psicoafectivo de la mayoría de los infantes hay carencias, sentimientos de vacío, con anhelos de ser llenado, buscando figuras que den lo no recibido: amor, seguridad material y emocional, … Para la mayoría de las personas el sentimiento que se constela es el de la escasez: heridas tempranas que suponen traumas.
En el sentimiento de escasez, la psique se fija en un juego de suma cero: «Si otro gana, yo pierdo». Predomina la ansiedad, la competencia deshumanizante y la nostalgia tóxica.
Se externaliza la culpa («el mundo es avaro») y se idealizan figuras salvadoras (mesías, líderes autoritarios), perpetuando la dependencia.
Religiones y la promesa de abundancia condicionada.
Las religiones suelen ofrecer narrativas de abundancia futura («paraíso»), pero bajo códigos morales restrictivos que, paradójicamente, refuerzan la escasez en el presente:
El catolicismo glorifica la renuncia instintiva (castidad, pobreza) y propone figuras mediadoras (Virgen María como «Madre nutricia idealizada»), sublimando la carencia terrenal en esperanza ultraterrena. La Virgen María no es una deidad, es una humana venerada como madre de Dios (Theotokos).
Este mecanismo puede perpetuar la desconexión del aquí y ahora, desplazando la abundancia a un futuro inalcanzable, salvo por la obediencia.
En el budismo Guanyin/Kannon que originalmente era un bodhisattva masculino (Avalokiteshvara), que se transformó en una figura femenina, está asociada a la misericordia y protección, similar a María.
En el Corán, Maryam es venerada como mujer pura y elegida por Dios. No se le atribuye divinidad, su papel como madre de un profeta y su ejemplo de devoción la acercan a la figura mariana.
En el judaísmo, la Shekinah representa el aspecto maternal y compasivo de Dios, asociado a su presencia en el mundo. Algunas interpretaciones feministas la vinculan con la protección y la sabiduría, roles atribuidos a María.
Tonantzin (Azteca): Diosa madre asociada a la tierra y la fertilidad. Tras la colonización, su culto se sincretizó con la Virgen de Guadalupe en México, fusionando símbolos indígenas y cristianos.
Estas figuras religiosas son representaciones del arquetipo GM en su lado luminoso.
En el hinduismo, a Kali se la representa con rasgos terroríficos porque simboliza la energía creativa y destructiva de la madre universal (Shakti). Protege a sus devotos con intensidad, comparándose con el aspecto protector de María. En Kali hay una integración entre el lado luminoso y la sombra del arquetipo de la GM.
En el devenir histórico se observa una mitologización cambiante de representaciones del arquetipo de la Gran Madre, desde el lado femenino de dios, pasando por deidades femeninas hasta figuras humanas, como he señalado en los ejemplos.
Falacias pre-trans y pensamiento positivo
Es frecuente apelar a la inteligencia espiritual como herramienta asociada a un método de pensamiento positivo para trascender las heridas de la escasez y “atraer” la abundancia. La paradoja es que esa actitud está basada en el sentimiento de escasez del que se quiere salir usando una herramienta inflada e hipervalorada “inteligencia espiritual” que se basa en la creencia que lo espiritual puede sanar lo personal, y en que para recibir primero hay que dar. Esa inteligencia espiritual es un ejemplo del sentimiento de escasez (suma cero que he citado). En la clínica lo observamos bastante especialmente en mujeres que se refugian en las creencias espirituales para mitigar el profundo dolor que el maltrato patriarcal les ha infringido y que en muchas ocasiones las lleva a elegir relaciones de maltrato. Dar amor al maltratador es una falta de inteligencia (emocional – espiritual), pues no se va a recibir amor de este, sino más maltrato. Historias como la “Bella y la Bestia” refuerzan esa introyección cultural del sacrificio espiritual amoroso de las mujeres. Las representaciones religiosas luminosas del arquetipo Gran Madre hacen flaco favor a la individuación y a construir un verdadero sentimiento de abundancia. La Virgen María sufrió, pero fue “recompensada” llevada al cielo y venerada. Muchas mujeres que están educadas en sacrificarse (confundiendo sacrificio con amor buscan ser amadas) acaban muertas por sus maltratadores. Además, en bastantes ocasiones, se apela a una culpabilidad cuando alguien no se decide a pensar en positivo, pues entonces se mantiene en la escasez y, por lo tanto, es su culpa (o su Karma) estar como están. No deja de ser un aspecto sádico de ideologías reduccionistas que pretenden ayudar y que parten de la ignorancia que supone no entender los mecanismos de defensa, las resistencias a mirar y ver, y el miedo a la libertad que imperan en muchos sujetos, y les limitan a crecer. Solo incrementan su sombra personal y la colectiva, generando mecanismos de fanatismo, chivos expiatorios, genocidios…
La verdadera abundancia psicológica en el siglo XXI no puede separarse de la justicia ecológica.
Abundancia como ética planetaria: Descolonizar la mente de la idea de que los recursos existen para ser explotados; Reconectar con ciclos naturales: Ver la Tierra como la Gran Madre que da vida, pero tiene límites; Políticas de suficiencia: Impuestos al carbono, renta básica universal, y educación emocional para valorar lo intangible.
Donald Trump y su impacto en la ética planetaria desde la mentalidad de escasez.
La visión política de Donald Trump, centrada en el «America First» y la explotación desregulada de recursos, ejemplifica una mentalidad de escasez que contrasta radicalmente con los principios de una ética planetaria basada en la abundancia sostenible.
Negacionismo climático y explotación de recursos. Trump ha promovido políticas que ignoran los límites ecológicos del planeta, como el retiro del Acuerdo de París y la desregulación de industrias contaminantes. Esto refleja una visión de abundancia ilusoria, donde los recursos se consideran infinitos y la Tierra como un espacio recuperable ante cualquier daño.
Aislacionismo y proteccionismo comercial. Su política de aranceles y «Made in America» refuerza la idea de que los recursos son un juego de suma cero, donde el beneficio de un país implica la pérdida de otro. Esto socava la cooperación global necesaria para abordar crisis compartidas, como el calentamiento global
Ética del «self-interest» vs. solidaridad global. Trump prioriza el interés nacional inmediato sobre el bien común planetario, una postura que Leonardo Boff y otros críticos han señalado como contraria a un «nuevo pacto ético de la humanidad»
Legado de división y cortoplacismo. Las políticas de Trump han polarizado la acción climática y debilitado instituciones internacionales.
La mentalidad de escasez de Trump, arraigada en el nacionalismo económico y el negacionismo ecológico, actúa como un obstáculo estructural para una ética planetaria basada en la abundancia sostenible.
Conclusión
La verdadera abundancia psicológica no niega las limitaciones reales, pero trasciende la lógica de supervivencia basada en los recursos materiales que sí son limitados. Es un sentimiento revolucionario en un mundo que mercantiliza la carencia y hace plusvalía de ella para negocios mundanos que enriquecen a empresas laicas o religiosas llenando vacíos en este mundo (consumismo) o con la venta de mundos eternos tras la muerte.
Lo que impera es el sentimiento de escasez, cuyo origen es una herida traumática, que genera formaciones reactivas ideológicas para salir del dolor, y, que son, las que van a causar un colapso, retorno de la sombra, miseria.
Como junguiano entiendo que el sentimiento de escasez tiene las suficientes dinámicas como para considerarlo parte del “Complejo Cultural de la Escasez”. Me queda la tarea de definirlo y estructurarlo.

 

La guerra de Ucrania y la gran farsa de la moral: una guerra de esclavos y amos caídos

La guerra de Ucrania y la gran farsa de la moral: una guerra de esclavos y amos caídos

La guerra de Ucrania y la gran farsa de la moral: una guerra de esclavos y amos caídos
Tercera entrega
Mikel Garcia  23 marzo 2025

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Descripción de la imagen

Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

 

Autor
 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Presentación y contenido

Este texto, escrito con la voz filosófica de Friedrich Nietzsche, constituye un implacable diagnóstico de la decadencia europea y española frente a la guerra de Ucrania. Europa es descrita como un «cadáver perfumado con burocracia», una entidad que ha sustituido la voluntad de poder por una moral de rebaño disfrazada de pacifismo y compasión. Sus líderes son presentados como «contables de almas» (Scholz, Macron, Von der Leyen), meros administradores de un sistema moribundo que, mientras condena retóricamente a Putin, practica una hipocresía institucionalizada al seguir dependiendo del gas ruso y de la protección estadounidense. Su «paz» no es una virtud, sino la máscara de una cobardía existencial y una adicción a la comodidad. La OTAN y el «derecho internacional» son denunciados como «trampas para ratones ideadas por mediocres», ídolos que Europa debe quemar para renacer.

La crítica se extiende a España con particular ferocidad. La derecha española (VOX y PP) es retratada como un «rebaño» que confunde ruido con poder y nostalgia con voluntad. VOX es un «histrión que vende reliquias» como la España imperial, ejemplificando el «nacionalismo de feriantes» de un pueblo que, habiendo perdido su voluntad de poder, se aferra a mitos. El PP es acusado de ser «mercaderes de ideales» que pactan por cálculo, no por convicción. España en su conjunto es un «mendigo en la corte de los titanes», cuya geopolítica es un «teatro para niños».

Frente a este panorama de decadencia, el texto no ofrece esperanza, sino una exigencia de transformación radical. La «esperanza» es despreciada como «consuelo de cobardes»; en su lugar, se proclama la «voluntad». Para que Europa resurja, debe dejar de ser un «puente roto que conduce a la nada» y realizar tres actos fundacionales: quemar sus ídolos (las instituciones vacías), parir un «ejército de hierro» que sea reflejo de su voluntad (no una imitación de amos pasados), y, sobre todo, «abrazar el caos». El camino propuesto es el del Superhombre nietzscheano: el león que primero dice «No» a la identidad decrépita (ser patio trasero de Washington, mercado de Moscú) para luego poder pronunciar su «Sagrado Sí» a nuevos valores. Estos valores no serían los decadentes de «paz» y «diálogo», sino los de «poder», «jerarquía» y «voluntad de vencer».

El mensaje final es una disyuntiva brutal: Europa y España deben elegir entre ser «enterradores» de su propia esencia, sepultureros que discuten el color de las vendas mientras Ucrania sangra, o atreverse a ser «dioses». Esto implica para España «matar sus fantasmas»: el nacionalismo que vive de glorias pasadas, la sumisión a poderes externos y el miedo a su propia fiereza. Solo entonces podría surgir una España que sea un «puente» entre continentes y entre el caos y el orden, una entidad que cree valor más allá del bien y el mal patriótico. La conclusión es que la única esperanza reside en una transmutación violenta de los valores, en dejar de ser «bestias de presa domesticadas» por una moral decadente para romper las cadenas y permitir que el Superhombre nazca del caos actual.

Ensayo
La guerra de Ucrania y la gran farsa de la moral: una guerra de esclavos y amos caídos

La guerra de Ucrania y la gran farsa de la moral: una guerra de esclavos y amos caídos

La guerra de Ucrania y la gran farsa de la moral: una guerra de esclavos y amos caídos
Segunda entrega
Mikel Garcia  22 marzo 2025

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Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

 

Autor
 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Presentación y contenido

Este texto, impregnado de una perspectiva nietzscheana, analiza la guerra en Ucrania como el síntoma de un orden mundial decadente, donde las narrativas morales han sido vaciadas de sentido y solo prevalece la lucha cruda por el poder. La figura de Donald Trump es presentada como un «transvalorador» que, con su desprecio por el multilateralismo y su fetichización de la fuerza como espectáculo, expone las entrañas podridas del sistema occidental. Al intentar negociar directamente con Putin, Trump ejecuta una transvaloración de las alianzas tradicionales: convierte lo que Occidente denomina «traición» en «negociación brillante», desenmascarando la «moral de rebaño» de la OTAN y la UE.

Frente a este juego de titanes, Europa es retratada como un fantasma de sí misma, la encarnación del «último hombre». Su burocracia kantiana, su culto al diálogo vacío y su diplomacia pacifista revelan una bancarrota existencial. La UE, obsesionada con la comodidad y el equilibrio técnico, venera reliquias de la Ilustración en las que ya nadie cree realmente. Carece de la voluntad de poder necesaria para imponer su relato, prefiriendo ser espectadora de la historia antes que un actor con la capacidad de mancharse de sangre o gloria. Su indignación ante las posibles negociaciones entre Trump y Putin no nace de principios sólidos, sino del pánico a quedarse sin amo, confirmando su papel de custodiar tumbas en lugar de crear futuros.

Las potenciales negociaciones entre Trump y Putin son interpretadas como la máxima expresión del nihilismo del realpolitik. En este escenario, la paz se convierte en una mercancía y el sufrimiento humano en una ficha de intercambio. Territorios y vidas son cosificados (Crimea por gas, Donetsk por sanciones), exhibiendo la lógica de que todo tiene precio pero nada tiene valor intrínseco. Ucrania deja de ser un pueblo para transformarse en un «problema de gestión» entre dos magnates del poder.

Finalmente, el texto desmonta el mito del «hombre fuerte». Tanto Trump como Putin son presentados como caricaturas del Übermensch; su fuerza es postureo y su autenticidad, un guion de reality show. Son payasos que dominan la escena porque el mundo prefiere aplaudir farsas antes que enfrentar el vacío y la responsabilidad de crear valores genuinos más allá de la geopolítica. La cita de Zaratustra —»¿Aspiro yo a la felicidad? ¡Yo aspiro a mi obra!»— sirve como contrapunto a la obsesión europea con el bienestar económico y la estabilidad, señalando que la grandeza exige sacrificio y voluntad de poder. La esperanza, si existe, reside en una posible transmutación europea que supere su autoengaño y decida finalmente aspirar a su propia obra.

Ensayo
La guerra de Ucrania y la gran farsa de la moral: una guerra de esclavos y amos caídos

La guerra de Ucrania y la gran farsa de la moral: una guerra de esclavos y amos caídos

La guerra de Ucrania y la gran farsa de la moral: una guerra de esclavos y amos caídos
Primera entrega
Mikel Garcia  20 marzo 2025

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Descripción de la imagen

Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

 

Autor
 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Presentación y contenido

El texto, escrito con el estilo filosófico de Friedrich Nietzsche, realiza un análisis genealógico de la guerra en Ucrania, desmontando las narrativas morales convencionales para revelar una lucha subyacente por la voluntad de poder. Según esta perspectiva, la guerra no es un conflicto por ideales como la libertad o la soberanía, sino el síntoma de un mundo decadente donde los valores tradicionales se han invertido y vaciado de sentido.

La invasión rusa es interpretada como el acto de un «amo caído», un imperio que actúa por el resentimiento de su propia decadencia pos-1991. Putin intenta resucitar la «Rusia eterna», negando la humillación histórica y reaccionando con violencia ante la emancipación de Ucrania, a la que considera su propiedad histórica. Por otro lado, Occidente, heredero de la «moral de esclavos» del cristianismo, ha secularizado esta ética en conceptos como los «derechos humanos». Su postura es de una hipocresía profunda: condena la guerra pero carece de la voluntad de poder genuino para imponer su fuerza, limitándose a sanciones que son «oraciones laicas».

Ambos bandos operan bajo una moral del resentimiento. Occidente expande la OTAN y la UE bajo la máscara del altruismo, mientras Rusia construye un relato de defensa contra un Occidente decadente para justificar su violencia. Ucrania, canonizada como mártir de la democracia, y Zelenski, convertido en mesías laico, representan la transfiguración cristiana del sufrimiento en virtud. Esta narrativa es, en esencia, otro disfraz del resentimiento, donde la victimización se usa para legitimar el poder.

La guerra es, por tanto, el campo de batalla de un nihilismo activo, donde chocan narrativas rotas y ficciones políticas en un intento de dominar el vacío dejado por el colapso de los grandes relatos. Los líderes son parodias: un actor interpretando a un zar y un bufón convertido en icono. La conclusión es que este conflicto es la regla, no la excepción, de una humanidad enferma que, intoxicada por relatos morales caducos y hambrienta de poder, es incapaz de crear valores más allá del bien y el mal. La guerra evidencia la necesidad de un nuevo tipo de ser humano que pueda superar este ciclo de venganza y crear nuevos valores.

Ensayo