Rescatadores altruistas. Arquetipo Cuidador y Complejo de Salvador

Rescatadores altruistas. Arquetipo Cuidador y Complejo de Salvador

Rescatadores altruistas. Arquetipo Cuidador y Complejo de Salvador

Mikel García García. 15 de octubre 2025

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Descripción de la imagen

Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

 

Autor

 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Resumen, contenido, palabras clave

Resumen

El texto explora la dinámica psicológica entre el Arquetipo Cuidador y el «Complejo del Salvador», este último entendido desde una perspectiva junguiana como la identificación patológica del ego con el arquetipo del Cuidador. El complejo se caracteriza por una inflación del ego donde el rescatador construye su identidad alrededor del acto de salvar, movido por motivaciones inconscientes como el deseo de reconocimiento, éxito o la proyección de sus propias heridas.

El documento analiza las raíces culturales y religiosas de este complejo, figuras como Cristo, el héroe cultural Prometeo, el chamán y el Bodhisattva, mostrando cómo estas representaciones colectivas pueden, por un lado, alimentar el complejo si hay identificación. Se enfatiza especialmente la figura del terapeuta, quien es particularmente vulnerable a caer en el rol de salvador debido a las proyecciones del paciente, riesgo que se mitiga con un trabajo personal profundo (la «nekyia» o descenso a los propios infiernos) que transforme al terapeuta en un testigo compasivo y un facilitador que «sostiene el espacio» de curación (temenos) sin dirigirlo.

La conclusión subraya que la verdadera sanación, ya sea en chamanes, bodhisattvas o terapeutas, requiere un viaje iniciático de autoconocimiento e integración de la sombra. De lo contrario, el complejo no solo lleva al agotamiento del cuidador, sino que puede perpetuar dinámicas de dependencia y convertirse en un lucrativo negocio que explota la necesidad de ser salvado, impidiendo procesos genuinos de individuación y sanación.

 Palabras clave: Altruismo, Complejo de Salvador, Arquetipo del Cuidador, Jung, Individuación, Sombra, Inflación del Ego, Contratransferencia, Temenos, Chamanismo, Bodhisattva, Sanador Herido.

Summary

The text explores the psychological dynamic between the Caregiver Archetype and the «Savior Complex,» the latter understood from a Jungian perspective as the pathological identification of the ego with the Caregiver archetype. The complex is characterized by an ego inflation where the rescuer builds their identity around the act of saving, driven by unconscious motivations such as the desire for recognition, success, or the projection of their own wounds.

The document analyzes the cultural and religious roots of this complex through figures like Christ, the cultural hero Prometheus, the shaman, and the Bodhisattva, showing how these collective representations can, on one hand, fuel the complex if identification occurs. It places special emphasis on the figure of the therapist, who is particularly vulnerable to falling into the savior role due to patient projections—a risk mitigated only by deep personal work (the «nekyia» or descent into one’s own underworld) that transforms the therapist into a compassionate witness and a facilitator who «holds the space» for healing (temenos) without directing it.

The conclusion underscores that true healing, whether for shamans, bodhisattvas, or therapists, requires an initiatory journey of self-knowledge and shadow integration. Otherwise, the complex not only leads to caregiver burnout but can also perpetuate dependency dynamics and become a lucrative business that exploits the need to be saved, hindering genuine processes of individuation and healing.

 

Keywords: Altruism, Savior Complex, Caregiver Archetype, Jung, Individuation, Shadow, Ego Inflation, Countertransference, Temenos, Shamanism, Bodhisattva, Wounded Healer.

Laburpena

 

Testuak Zaindaritzaren Arkitektipoaren eta «Salbatzaile Konplexuaren» arteko dinamika psikologikoa aztertzen du, azken hau ikuspegi jungiarretik ulertuz egoaren eta Zaindaritzaren arkitektipoaren arteko identifikazio patologiko gisa. Konplexuak egoaren puztura ezaugarritzen du, non salbatzaileak bere identitatea salbatze-ekintzaren inguran eraikitzen duen, aitortzaren nahia, arrakasta edo bere zaurien proiekzioa bezalako motibazio inkontzienteek bultzatuta.

 

Dokumentuak konplexu honen sustrai kultural eta erlijiosoak aztertzen ditu, hala nola Kristo, Prometeo heroi kulturala, xamana eta Bodhisattva figurak erabiliz, erakutsiz nola errepresentazio kolektibo hauek, batetik, konplexua elika dezaketen identifikazioa gertatzen bada. Bereziki azpimarratzen da terapeutaaren figura, pazienteen proiekzioengatik salbatzailearen rola hartzeko oso sentikorra dena, arrisku hau gainditzeko lan pertsonal sakorra behar duena («nekyia» edo norberaren infernurako jaitsiera), terapeuta lekuko errukitsua eta erraztaile bihurtuz, sendaketa espazioa («temenos») eusten duena baina zuzendu gabe.

 

Ondorioak azpimarratzen du sendaketa benetakoak, xaman, bodhisattva nahiz terapeutentzat, autoezagutza eta itzalaren integraziorako bidaia iniziatikoa eskatzen duela. Bestela, konplexuak ez du zaintzailearen agortzea eragiten baizik eta mendekotasun-dinamikak iraunarazten ditu eta salbatu beharra ustiatzen duen negozio erakargarri bihur daiteke, norberatze eta sendaketa prozesu benetakoak oztopatuz.

 

 

Gako-hitzak: Altruismoa, Salbatzaile Konplexua, Zaindaritzaren Arkitektipoa, Jung, Norberatzea, Itzala, Egoaren Puztura, Kontratransferentzia, Temenos, Xamanismoa, Bodhisattva, Sendatzaile Zauritua.

Ensayo

Rescatadores y altruismo.

A contracorriente del clima social imperante, unos individuos salvan a otros. ¿Por qué? ¿Qué mueve a los rescatadores? Pudieron ser simples espectadores, o pudieron quedar atrapados en «la fatiga de la compasión» (Sennett, 2009), o despeñarse en la resignación del horror. ¿Qué los hizo pasar a rescatadores?

Samuel y Pearl Oliner (1992) manejan el concepto de personalidad altruista, esto es, «cierta predisposición de un individuo para actuar desinteresadamente por otros y esta característica se desarrolla tempranamente en la vida». Señalan que este es un elemento importante, pero «… el rescate requiere más que la predisposición al altruismo, requiere el reconocimiento de las responsabilidades hacia los demás, despertando hacia la acción bajo severas condiciones».

Es conveniente tener en cuenta que «la solicitud de ayuda» es a menudo citada como el factor crítico para que se produzca la respuesta de rescate. Es el momento cuando el rescatador define su accionar.

El altruismo se define por la noción de comportarse desinteresadamente sin expectativa de recompensa. Se puede manifestar en innumerables rasgos como la generosidad, la compasión, la nobleza y la filantropía.

El altruismo predice el éxito del apareamiento en los humanos. Psicólogos de la Universidad de Guelph y la Universidad de Nipissing (Arnocky et al., 2016) descubren vínculos fuertes entre altruismo y el éxito sexual mediante la realización de dos experimentos que analizaban las historias sexuales de los participantes junto con sus tendencias altruistas. En el primer experimento, los participantes que se valoraron positivamente en rasgos altruistas tenían mayor número de parejas sexuales ocasionales y tuvieron relaciones sexuales con mayor frecuencia. También fueron vistos como más deseables para el sexo opuesto. En el segundo estudio, se les preguntó a los participantes si estarían dispuestos a donar ganancias financieras ficticias a un tercero, aquellos que dijeron que donarían tenían más parejas sexuales. Se controlaron factores de personalidad (Big Five personality dimensions), narcisismo -Inventario de personalidad narcisista (NPI)- (Ames, Rose, & Anderson, 2006) y deseabilidad social (BIDR, Paulhus, 1988). Las dimensiones de la personalidad (Big Five personality dimensions), que se ha demostrado que se correlacionan con el altruismo (Johnson et al., 1989). Por ejemplo, la extraversión se ha relacionado consistentemente con el aumento del comportamiento sexual en muchas regiones del mundo (pero no en todas) (Schenk & Pfrang, 1986). El narcisismo puede inflar el altruismo autoinformado y la deseabilidad autoinformada.

Estos hallazgos respaldan investigaciones previas sobre diversas poblaciones de cazadores-recolectores, que muestra que los hombres que cazan y comparten carne, incluso con no parientes, disfrutan de un mayor éxito reproductivo (Hill & Kaplan, 1988; E. A. Smith, 2004). En las culturas industrializadas modernas, la investigación ha demostrado que los individuos informan sobre preferir compañeros altruistas (Barclay, 2010).

Es sugerente la propuesta acerca de los componentes instintivos de la reciprocidad (Suchak & de Waal, 2012) en la que los autores prueban que los monos capuchinos comprenden la ventaja de la reciprocidad y la actúan sin la carga cognitiva negativa (de muchos humanos) que la frena.

Charles R. Figley 1995 («compassion fatigue: coping with secondary traumatic stress disorder in those who treat the traumatized»). Fatiga por compasión es el costo natural de cuidar a otros, un estrés traumático secundario que resulta de la exposición prolongada a personas traumatizadas. lo definió como un estado de agotamiento y perturbación biopsicosocial resultante de la ayuda prolongada a personas vulnerables o sufrientes.

Laurie Anne Pearlman y Karen W. Saakvitne en 1995 en su libro «trauma and the therapist: countertransference and vicarious traumatization in psychotherapy with incest survivors» acuñan el concepto trauma vicario, para describir la transformación profunda y permanente en la psicología del terapeuta como resultado de la exposición empática al material traumático de sus clientes. Se centra en cambios en la cosmovisión, las creencias y la identidad, como una pérdida de fe en la justicia o la seguridad en el mundo.

Beth H. Stamm en 2002 publica acerca de calidad de vida profesional y estrés traumático secundario. Integra tanto los aspectos positivos (satisfacción por compasión) como los negativos (fatiga por compasión) del trabajo de ayuda. su modelo conceptualiza la fatiga por compasión como la combinación de burnout y estrés traumático secundario. creó la escala ProQOL (Professional Quality of Life), una herramienta ampliamente utilizada para medir estos constructos. La versión más reciente es la ProQOL-5. Está diseñada como una herramienta de autocontrol para que los profesionales reflexionen sobre su bienestar y como una guía para iniciar conversaciones sobre el autocuidado.

Byung-Chul Han diagnostica nuestra era contemporánea como un cambio desde la «sociedad disciplinaria» de Michel Foucault (en Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, 2014) hacia lo que él llama la «sociedad del rendimiento» o «la sociedad del cansancio» (2012). En este nuevo paradigma, el problema principal ya no es la represión externa por un soberano, sino una presión internalizada para lograr constantemente más y optimizarnos a nosotros mismos. Del «deber» al «poder»: la antigua sociedad disciplinaria operaba con prohibiciones y mandatos de una autoridad externa («no debes», «debes»). En contraste, la sociedad del rendimiento opera a través de un mandato positivo e internalizado de «¡sí, puedo!». Nos impulsa la ilusión de la posibilidad ilimitada y el imperativo de realizar todo nuestro potencial.

El sujeto autoexplotado: en este sistema, el individuo se convierte a la vez en el explotador y el explotado. No somos forzados por un dueño de fábrica; nos explotamos a nosotros mismos de forma voluntaria y entusiasta, persiguiendo mayores logros, un mejor currículum y más «me gusta» en las redes sociales. Esto es lo que han llama «autoexplotación». Las patologías del rendimiento: esta constante autooptimización y la confrontación con nuestro propio potencial ilimitado conduce a dolencias psicológicas específicas. Han identifica la depresión, el burnout y el trastorno límite de la personalidad como las enfermedades características de nuestro tiempo. Describe famosamente la depresión como el «cansancio de ser uno mismo».

Arquetipo cuidador y complejo de salvador.

Desde psicoanálisis junguiano, el «Complejo del Salvador» puede entenderse como una manifestación poderosa, y a veces problemática, de un arquetipo activo en la psique: El Arquetipo del Cuidador.

1.- Cuidador y la sombra colectiva

El impulso de rescatar surge, en primer lugar, de la activación del arquetipo del Cuidador. Este es un patrón universal de comportamiento que impele a proteger, sanar y rescatar. En su forma más pura y genuina, se manifiesta como el altruismo descrito por Oliner: una «predisposición» que se desarrolla tempranamente y que responde a un reconocimiento profundo de la responsabilidad hacia el otro.

Sin embargo, Jung advirtió que cuando un arquetipo domina excesivamente la conciencia, puede inflarse el ego y dar lugar a un «complejo». El complejo salvador. El Complejo del Salvador es la captura de este impulso arquetípico por parte de un ego inflado que no ha reconocido su sombra.

El rescatador no solo actúa por el bien del otro, sino que su identidad se construye alrededor del acto de salvar. Aquí, el texto sobre el éxito reproductivo del altruismo es crucial.

Según entiendo yo diría que este comportamiento, aparentemente desinteresado, está cargado de energía psíquica (libido) que busca una realización, no necesariamente consciente. El estudio de Arnocky et al. (2016) revela la sombra del complejo: el impulso salvador puede estar teñido por motivaciones inconscientes de deseabilidad social, estatus, éxito de apareamiento y una forma de narcisismo que se alimenta de la gratitud y la admiración ajena. El rescatador, desde esta sombra, no solo salva a la víctima, sino que se salva a sí mismo de la insignificancia o de confrontar sus propias carencias.

  1. La proyección y la dinámica de la sombra.

Un mecanismo central en el complejo del salvador es la proyección. El rescatador proyecta su propio arquetipo de «víctima interior» o su «sombra vulnerable» en la persona que sufre. Al rescatar al otro, está simbólicamente intentando rescatar esa parte fragmentada y desvalida de su propia psique. La «solicitud de ayuda», citada como el factor crítico, es el gatillo que activa esta proyección: la psique del rescatador la interpreta como una llamada a sanar su propio conflicto interno.

La «fatiga de la compasión» de la que habla Sennett (2009) podría verse, desde una óptica junguiana, como el colapso del ego inflado. Cuando el rescatador se da cuenta de que no puede salvar a todos o de que su acción no produce la gratificación interna o externa que esperaba, el complejo se quiebra, llevándolo al agotamiento y la resignación.

  1. Individuación vs. inflación del ego

El verdadero trabajo del rescatador, en un camino junguiano, no es salvar a otros, sino integrar el impulso cuidador en su proceso de individuación. Esto significa:

Reconocer la sombra: Admitir las motivaciones inconscientes (deseo de reconocimiento, éxito sexual, poder) detrás del altruismo. El apartado sobre altruismo señala acertadamente que el narcisismo puede inflar el altruismo autoinformado.

Retirar la proyección. Comprender que, al salvar a otros, también está intentando salvarse a sí mismo. Debe enfrentar su propia vulnerabilidad y heridas internas directamente, sin proyectarlas en el mundo exterior.

Actuar desde el sí-mismo. Transformar el «complejo del salvador» en una expresión auténtica del arquetipo del cuidador. En lugar de actuar desde una inflación del ego («yo soy el salvador»), actúa desde una conexión con el sí-mismo, donde el acto de ayuda surge de una totalidad integrada y no de una necesidad neurótica. La acción deja de ser una búsqueda de recompensa (incluso evolutiva) para convertirse en un flujo natural de compasión.

La referencia final a los monos capuchinos que actúan con reciprocidad sin «la carga cognitiva negativa» que frena a los humanos es profundamente junguiana: esa «carga» es precisamente el conflicto interno, la sombra y la neurosis que complican el impulso humano de ayudar. La meta no es eliminar el impulso de rescatar, sino rescatar al propio impulso de las garras del complejo, permitiéndole convertirse en una fuerza de genuina curación tanto para el individuo como para la colectividad.

Raíces culturales y religiosas del complejo salvador. Héroes, redentores, chamanes, terapeutas.

1. El redentor cósmico: Cristo y el sacrificio expiatorio

La figura de Jesucristo es la expresión más pura y potente del complejo cultural del salvador en la cultura occidental, además se ser un héroe.

Proyección Colectiva. La historia de Cristo—el Hijo de Dios que desciende al mundo material (la encarnación), sufre y muere para redimir los pecados de la humanidad—es la proyección colectiva más clara del anhelo de la psique por ser salvada de su propia fragmentación y conflicto interno (la sombra). La religión enfatiza una lectura literal del mito sacrificial y acultura en esta línea, impidiendo la función del símbolo.

El Peligro del Complejo. El complejo del salvador se activa cuando el individuo, en lugar de ver a Cristo como un símbolo interno de transformación (el «Cristo interior»), se identifica con el arquetipo. Esto crea una inflación psicológica: la persona cree ser un redentor, cargando con los «pecados» (problemas, cargas) de los demás de manera masoquista y grandiosa. Se sacrifica no por amor, sino por una necesidad neurótica de cumplir un rol divino. El «salvador» puede ser destruido por la misma colectividad que busca salvar, o puede sentirse traicionado cuando su sacrificio no es apreciado.

2. El Héroe Cultural. El cuidador que trae el conocimiento.

Muchas mitologías, incluidas las indígenas, tienen figuras de héroes culturales que no mueren por los demás, sino que roban o traen un conocimiento para la comunidad (el fuego, las plantas sagradas, la agricultura). Prometeo es el ejemplo griego clásico.

Función Psicológica. Este héroe representa la capacidad del ego consciente (el héroe) de adentrarse en el inconsciente (el reino de los dioses) y traer a la conciencia un contenido valioso (un «complexio oppositorum», una unión de opuestos) que transforma la comunidad psíquica.

Alimentando el complejo salvador. La identificación con este arquetipo lleva a individuos a creer que son los «portadores de una verdad» que debe ser impuesta a los demás para «salvarlos» de su ignorancia. El misionero fanático, el gurú iluminado o el activista radical que no tolera otras visiones pueden actuar desde esta sombra del héroe.

3. El Chamán y las plantas sagradas. El cuidador como sanador mediador.

En las tradiciones indígenas, la figura del chamán es crucial para entender una expresión más integrada del arquetipo.

El viaje al Inframundo. A diferencia del redentor que muere una vez y para siempre, el chamán «muere» y «resucita» simbólicamente en cada trance. Su viaje al mundo de los espíritus (el inconsciente colectivo) guiado por plantas sagradas (enteógenos) no es para redimir a toda la humanidad, sino para restaurar un equilibrio perdido en un individuo o en la tribu. La Planta como Deidad y Puente. Las plantas sagradas (Ayahuasca, Peyote, Amanita Muscaria, Yopo, …) son vistas como deidades o espíritus maestros. Desde la perspectiva junguiana, son símbolos de transformación psíquica que facilitan un diálogo con los contenidos del inconsciente. El chamán no se identifica con el arquetipo del cuidador: es un mediador. Su poder no es propio, sino que lo recibe de las «plantas-deidad» y del mundo espiritual. Él canaliza la fuerza salvadora, no la personifica.

El riesgo de inflación. Incluso aquí existe el peligro del complejo. El chamán o el participante moderno en ceremonias de plantas medicinales puede inflarse, creyendo que el poder de la planta es suyo propio, convirtiéndose en un «gurú» que depende de la adoración de sus seguidores. La verdadera maestría chamánica, sin embargo, reside en la humildad y el servicio.

4.- El Bodhisattva como arquetipo del cuidador.

El Bodhisattva es un ser que ha generado el Bodhichitta (la mente del despertar) y pospone su propia entrada al Nirvana final (Parinirvana) por el compromiso de trabajar hasta que todos los seres sensibles estén liberados del sufrimiento (rueda del Samsara).

La Compasión (Karuna) y la Sabiduría (Prajna): Unión de Opuestos. Desde la visión junguiana, el Bodhisattva representa la síntesis perfecta de dos principios: El Anima (Compasión – Karuna). El principio de conexión, cuidado por todos los seres. Es el impulso emocional y relacional hacia el alivio del sufrimiento; El Espíritu (Sabiduría – Prajna). El principio de discernimiento, lucidez y comprensión de la naturaleza vacía de todos los fenómenos (Sunyata). Es la comprensión intelectual y experiencial de que no hay un «yo» separado que cuide a un «otro» separado.

La clave aquí es la integración. Un acto de compasión sin sabiduría cae en el apego y la identificación, que es la esencia del Complejo del Salvador (el «yo» soy el que salva «a otro»). Un acto de sabiduría sin compasión se vuelve frío, distante e indiferente. El Bodhisattva operaría desde la unión de ambos, lo que Jung llamaría una conjunción oppositorum. Actúa en el mundo con compasión intensa, pero desde la sabiduría de que no hay actor, ni acción, ni beneficiario inherentemente existente.

El camino del Bodhisattva es un proceso de desarrollo gradual a través de diez etapas (Bhumis). A lo largo de los Bhumis, el candidato a Bodhisattva debe enfrentar y transformar sus propios velos cognitivos y emocionales, trabaja con su propia oscuridad.

5.- El Terapeuta como salvador: La sombra en el témenos.

El paciente, en su dolor y desesperanza, proyecta naturalmente el complejo del salvador en el terapeuta, viéndolo como la persona que lo rescatará de su angustia. El peligro surge cuando el terapeuta, de manera inconsciente, se identifica con esta proyección. En lugar de ser un facilitador o un testigo compasivo, se convierte en el actor principal en el drama de la curación del paciente.

Señales de la Inflación. Necesidad de Resultados. La autoestima del terapeuta se vincula al «éxito» o «fracaso» del paciente. Si el paciente no mejora, el terapeuta se siente personalmente fracasado. Agotamiento y Fatiga de la Compasión (Sennett). Asume una carga emocional excesiva, creyendo que debe cargar con el dolor del otro para aliviarlo. Esto es insostenible y lleva al burnout. Salvar vs. Empoderar. En lugar de guiar al paciente para que encuentre sus propias respuestas y fortalezas internas, el terapeuta da consejos directivos, provee soluciones mágicas y fomenta la dependencia. Se posiciona como el «poseedor del conocimiento» que el paciente carece. Resentimiento Sutil. Si el paciente no sigue sus indicaciones o no muestra la gratitud esperada, el terapeuta puede sentir resentimiento, una clara señal de que su «altruismo» tenía expectativas ocultas de recompensa (como señalaban los estudios sobre narcisismo y deseabilidad social).

El Complejo del Salvador en el terapeuta es, casi siempre, un problema de contratransferencia no analizada. La contratransferencia, no es solo una reacción al paciente, sino una ventana a la propia psique del terapeuta. El terapeuta puede estar intentando salvar, a través de sus pacientes, a una figura de su pasado (un padre vulnerable, un yo infantil herido) o a esa parte de sí mismo que se siente dañada. Al «rescatar» al paciente, simbólicamente se está auto-curando. La intensa focalización en «salvar» al otro es un magnífico mecanismo de defensa para no enfrentar las propias fragilidades, conflictos y aspectos no integrados (la propia Sombra). El consultorio se convierte en un refugio donde se puede ser «fuerte» para otros, evitando la vulnerabilidad personal.

Cada paciente llega hasta donde haya llegado su terapeuta. El sí-mismo de paciente y terapeuta promueven, únicamente, la saliencia o emergencia de la información que el terapeuta puede escuchar. Lo no aceptable son terapeutas, semisordos, semiciegos … Tendrán pacientes en “puertas giratorias”, que se irán sin ser tocados y posiblemente iatrogenizados. En algunos casos, siendo optimista, considero que lo inconsciente del paciente los sacará del setting.

El Terapeuta Junguiano como Vaso Alquímico o Chamán, no como Salvador. La tarea principal del terapeuta es crear y mantener un espacio seguro y contenedor (el vas alquímico o temenos). Este es un espacio donde la Sombra del paciente puede emerger sin ser destruida, y donde las proyecciones pueden ser reconocidas y reintegradas. El terapeuta sostiene el espacio, no dirige la obra. Como el chamán que ha sanado sus propias heridas para poder guiar a otros, el terapeuta junguiano debe haber emprendido (y continuar) su propio análisis. El terapeuta es un testigo, un compañero de viaje y un intérprete de los símbolos que emergen del inconsciente del paciente.

La forja del ser terapeuta es ardua y compleja, no sobra conocer en propia carne la experiencia con entactógenos, siempre y cuando el terapeuta esté preparado para mantener un ojo observante en la experiencia, se relacione con el material emergente con buena capacidad dialógica, para dialogar con lo inconsciente, y dedique bastante tiempo a relacionarse con lo que ha emergido antes de repetir experiencias. Las experiencias en Estados no ordinarios de conciencia, se produzcan o de modo no buscado (raptos místicos, EMC, …) o buscados para integrar, facilitan el trabajo clínico.

Arquetipo del sanador herido

Se insiste en que en la relación terapéutica se activa el arquetipo del sanador herido, del que el mito del Centauro Quirón es una explicación simbólica. Se explica más profundamente en la pág. 31 en el artículo “La muerte del terapeuta junguiano. Palestra Junguiana. Revista SIDPaJ, 1(2), 12-36. García García, M. (2023).  https://sidpaj.es/revista-palestra-junguiana/

En este punto voy a retomar el mito de Quirón, pues conviene recordar que la inmortalidad no es un bien tan interesante. De Quirón los junguianos hacemos saliente el arquetipo del sanador herido, corriendo el riesgo de ser reduccionistas pues mito es más complejo. Quirón fue hijo de la oceánide Filira. Perseguida por Cronos que la deseaba Filira se transforma en yegua para esconderse, no le sirve pues Cronos se transforma en caballo y la viola. Rea los persigue. Al ver Filira su retoño tras parir, no puede soportarlo pide ayuda y es transformada en Tilo. Quirón tiene un origen traumático y un abandono maternal. Apolo adopta a Quirón y le transmite sus conocimientos. Quirón, educa y enseña a muchos, también a Asclepio, quien pasa a ser dios de la medicina. Aquiles no hubiera nacido sin la colaboración “violadora” de Quirón. Quirón ayuda a Peleo a tomar por la fuerza a Tetis, con lo que reedita su origen traumático de hijo de una violación. ¿Inconscientemente? Tetis quiere hacer inmortal a Aquiles quemándolo y curando sus heridas con ambrosía. Peleo arrebata Aquiles a Tetis, cuando esta no le había “tratado” todavía el talón. Tetis abandona a Peleo quien encarga a Quirón su educación. La herida que Heracles inflige a Quirón con una flecha es incurable y le obliga a Quirón a tratarse todos los días. ¿Incurable? Quirón no puede curarla a pesar de su sabiduría, y sin embargo cura la de otro centauro herido.  La flecha de Heracles es la llave que abre las heridas de Quirón, pero este se ocupa solo de la herida corporal manifiesta y no de las psíquicas desde su abandono, su trauma, sus veleidades de brujo colaborando con el mal, … Llega un momento que no puede soportar el dolor eterno por su inmortalidad. Experimenta la maldición de la inmortalidad. Es conocida la condición de Prometeo, un titán sufridor castigado por ser leal a su mandato de cuidar a la humanidad y para hacerlo ser traidor a su lealtad con Zeus entregando el fuego. Hércules, culpabilizado y compadecido, del sufrimiento de Quirón pidió a Zeus que le liberase de su inmortalidad y Quirón aceptó sustituir a Prometeo, pues el sufrimiento de Prometeo tenía más posibilidades de terminarse que el suyo propio. Prometeo fue liberado e inmortal. Cuando Quirón murió, Zeus lo inmortalizó elevándolo al cielo en la constelación austral de Centaurus.

Traicionar las lealtades impuestas por padres, sociedades o dioses, sean visibles o invisibles, es la condición para poder aceptar la mortalidad.

Los mitos de Quirón y Prometeo invitan a reflexionar acerca de muchos existenciarios que aparecen en la vida y en los procesos terapéuticos para resignificar las lecturas simplistas, reduccionistas, literales e idealizadas, todas carentes de simbolismo, que se hacen habitualmente. A Quirón se le asocia con la medicina y con cualidades positivas y benévolas, a diferencia de la mayoría de los centauros, cuya naturaleza era brutal y en algunas obras de arte aparece con piernas humanas obviando sus patas de caballo. Un asteroide ubicado entre Urano y Saturno descubierto en (1977) fue denominado Quirón. La astrología lo ha incorporado interpretando que el sujeto tiene una “herida” en el Signo y la Casa donde está posicionado en la carta astral. Quirón puede considerarse el talón de Aquiles del sujeto, donde hay expuesta una fragilidad y donde es necesaria una cura.

No es habitual tejer con distintos mitos para encontrar una significación profunda en sus intersecciones. Los mitos de Quirón y Prometeo, interseccionan en un área muy significativa, y, sólo posible por la historia de cada uno de los personajes y requiere algún conector, en este caso Hércules. ¿La psique los ha conectado para algo? Si Quirón hubiera sido rescatado por Marte los mensajes hubieran sido muy distintos.

La esencia de la relación de Quirón con Prometeo, su elixir alquímico, su simbolismo profundo, infiero que es la tesis: traicionar las lealtades impuestas por padres, sociedades o dioses, sean visibles o invisibles, es la condición para poder aceptar la mortalidad. La traición es condición de la individuación. Si el infante no traiciona las lealtades impuestas desde el deseo de los padres queda atrapado en complejos materno y paterno. El adolescente debe traicionar su lealtad al clan tribal. El adulto tiene otras tareas de traición. Quirón ni pudo traicionar a su padre Cronos (se identificó con su faceta de perpetrador violador), ni a su madre-padre sustituto: Apolo (se identificó con su sabiduría y mandato de servir).

El mito de Quirón hace saliente que uno solo no puede tratarse a sí mismo, como sostiene el psicoanálisis, pues uno no puede traspasar sus resistencias, se requiere otro-terapeuta. Hércules no es un terapeuta y si lo fuera actúa desde su necesidad de liberarse de la culpa, aunque actúe por compasión. La compasión ensalzada como virtud muchas veces contiene sombras. Hércules lo salva, pero Quirón no llega a ser consciente, y menos de que su “eutanasia” es un “suicidio encubierto” para descansar en la muerte. Cioran le diría a Quirón que siguiera su estrategia de escribir y reflexionado sobre sí mismo, para evadirse del sinsentido de la existencia, antes que la alternativa del suicido. En eso Cioran propone un desafío útil para los terapeutas como estrategia con sus pacientes suicidas. Queda evidencia de que las fuerzas de lo inconsciente colectivo, aunque actúen y rescaten, por si solas no conducen a la individuación, sino que, incluso congelan el desarrollo psíquico. Para la individuación se requiere el concurso de la consciencia.

Ética de los cuidados.

La psicoanalista y feminista Chodorow (1984) explica que el rol de cuidadora de la mujer se adquiere en la niña por identificación con su madre, que es el progenitor de su mismo sexo. Los niños al tener que separarse de la madre para construir su género no se identifican con el cuidar. La psicoanalista y feminista Reardon (1996), el niño, además, se siente vulnerable ante la madre y reacciona con un intento de dominio de lo femenino, que justifica el sexismo y la guerra, por el temor a perder el poder. Elisabeth Badinter (1991), desmonta el mito del instinto maternal como esencialista.

Carothers y Reis encuentran en un estudio (2013), con 109 hombres y 167 mujeres de edad media de 21.15 años (D= 7.68), que las construcciones de masculinidad, feminidad y orientación al cuidado son dimensionales, sin encontrar entre géneros diferencias significativas en el cuidado.

La capacidad de cuidar se adquiere en las relaciones con los sujetos cuidadores. Si el sujeto se siente cuidado aprende a cuidarse a sí mismo, condición necesaria para gestionar sus necesidades. Cuidar incluye cuidar las relaciones reciprocas en las que los otros, a su vez cuidan. Las dinámicas de cuidados son asimétricas, en circunstancias uno cuida al otro más que a uno mismo, con un cierto nivel de sacrificio. Los límites vienen dados por el punto de corte en que el sacrificio deteriore al cuidador y, siempre y cuando se tenga el sentimiento de que la relación de cuidados sea recíproca. Una de las consecuencias de una educación en la violencia es que la capacidad de cuidar no se adquiere y el sujeto es fácilmente inscrito en relaciones de explotación, que incluso tolera como mal menor, en una pseudo realización alienada y reificada.

El apego requiere comunicación colaboradora. El apego seguro se basa en que las señales emitidas por una persona reciben las respuestas directas y coherentes de la otra, es una comunicación contingente. Para Ainsworth consolidar un apego sano y seguro requiere que el cuidador posea la capacidad de percibir el estado mental del niño y de responder al mismo.

Los retoños tienen necesidades masivas, y mecanismos omnipotentes de seducción para conseguir que los padres respondan a sus necesidades y también tienen activadas informaciones arquetípicas que les condicionan en la relación objetiva con los padres y cuidadores. En las personas que han sufrido maltrato en la infancia el autoconocimiento es deficiente. Cuando los relatos que figuras significativas, como cuidadores, construyen acerca del niño, son diferentes de los que este tiene sobre si, se produce un déficit de mentalización, que, a su vez, tiene consecuencias negativas para la construcción de redes neurales en el cerebro. La construcción de la mente construye las redes neuronales.

En la etnia yanomami he encontrado un mejor equilibrio entre Justicia y Cuidados. Las afrentas que causan daño, sobre todo en las condiciones de cuidar a los otros y a la comunidad, se resuelven de un modo implacable, estando toda la comunidad presente y testigo, hasta encontrar un equilibrio reparativo al daño infringido (Cocco, 1987; García, 2010).

Mi investigación Experiencias tempranas de violencia. Desarrollo moral y actitudes hacia la paz para el doctorado internacional en Paz, Conflictos y Desarrollo la diseñé con el objetivo de encontrar estructuras coherentes que explicasen lo mejor posible las condiciones de los sujetos que les van a llevar a estar en dos posibles ejes 1.- Violencia temprana vivida (en fases precoces de la infancia)-trauma-un desarrollo moral heterónomo y una predisposición hacia la guerra ó 2.- Ausencia de violencia temprana y trauma-moralidad autónoma y predisposición hacia una Paz Resiliente. La hipótesis es que el eje 1 es donde se sitúa la mayoría de las personas.

Se ha analizado la escala del cuestionario sobre la espiritualidad “Cuidar a los demás” para ver si esa variable se acerca más al arquetipo de cuidador o al complejo salvador en esa muestra.

En la muestra no hay diferencias significativas entre géneros. En el análisis factorial exploratorio de las escalas de espiritualidad y estadios morales de Kohlberg se han encontrado tres factores. Encuentra que cuidar a los demás está asociada con actividades espirituales y ambas componen un factor latente que causa de disminución de paz.

La variable de personalidad Cordialidad correlaciona negativamente con cuidar a los demás y no tiene diferencias en los géneros.

Un análisis causal Unianova ha encontrado que cuidar a los demás está determinado por un desarrollo negativo de los sujetos basado en apegos inseguros y miedo a la muerte que explica un porcentaje importante de la varianza de cuidar a los demás (un 32%).

Se encuentra una relación causal significativa sobre cuidar a los demás que está condicionada por las siguientes variables: Miedo a la muerte, Asco a la muerte, Apego Evitante, Índice de trauma consciente, y Abusos sexuales.

Cuando se analiza la muestra con el discriminante de haber hecho o no psicoterapia en interacción con el apego evitante se reduce el impacto negativo lo que indica un efecto de mejora del modelo por la psicoterapia.

La conclusión es que en la mayor parte de los sujetos cuidar a los demás es una actitud derivada del complejo salvador. Si el sujeto se mueve cuidando a los demás desde su complejo esto determina que los cuidados realmente sean maltratados, pues el exceso de cuidados puede condicionar una hiperprotección, un atrapamiento de los cuidados en un complejo materno o paterno, en una simbiosis o peor aún en una psicosis.

Los sujetos que hacen psicoterapia modifican sus apegos lo que modifica el modo en que cuidan a los demás liberándolo del complejo salvador.

Integración: Byung-Chul Han, la perspectiva junguiana, la fatiga por compasión y el trauma vicario.

Estado del arte en la mayoría de los cuidadores

El sanador cuidador especialmente psicoterapeuta en la sociedad del rendimiento.

La autoexplotación del cuidador

El psicoterapeuta se convierte en un paradigma del sujeto autoexplotado. Su mandato profesional ya no se limita a aplicar técnicas, sino a optimizarse constantemente: debe ser un canal de compasión infinita, un contenedor de emociones sin límites y un profesional en permanente actualización. Este imperativo positivo de «tener que poder» escuchar, contener y sanar, sin quejarse y con una sonrisa de aceptación, genera una presión internalizada feroz. El agotamiento no se ve como un efecto colateral del sistema, sino como un fracaso personal en la gestión de la propia resiliencia. Así, la fatiga por compasión no es solo un agotamiento de recursos, sino la manifestación concreta de esta autoexplotación en el ámbito del cuidado. Es el colapso del «sí, puedo» aplicado a la esfera emocional.

La sombra del terapeuta: trauma vicario y heridas del alma.

El trabajo del terapeuta implica un encuentro constante no solo con el paciente, sino con su propia «sombra». La sombra alberga todo aquello que nuestra conciencia rechaza: nuestras vulnerabilidades, traumas no resueltos, impulsos oscuros y fragilidades. Al escuchar diariamente narrativas de dolor, abuso y trauma, el psicoterapeuta no solo se expone a un estrés secundario, sino que se ve confrontado con los contenidos de su propia sombra. El trauma ajeno resuena con el trauma latente en uno mismo.

El trauma vicario, entonces, puede entenderse como una «posesión» por parte de estos contenidos traumáticos, tanto personales como colectivos. El terapeuta no solo «aprende» sobre el horror, sino que este horror, al resonar con sus propias heridas arquetípicas, modifica su psique. Su visión del mundo se vuelve más sombría no por un sesgo cognitivo, sino porque ha sido iniciado forzosamente en los aspectos más oscuros de la existencia humana, aquellos que la sociedad del rendimiento ordena ignorar en pos de la positividad. La ingenuidad se pierde y, con ella, una cierta capa de protección psíquica. Aquí, el concepto junguiano del «médico herido» cobra fuerza: solo un terapeuta consciente de su propia herida puede servir de verdadero agente de transformación, pero es precisamente esa herida la que se ve exacerbada y reactivada constantemente por el trabajo.

La desconexión de lo numinoso y la pérdida del sentido.

La sociedad del rendimiento, al expulsar todo lo negativo y doloroso, también expulsa lo numinoso—lo sagrado, lo trascendente, el misterio profundo de la vida y la muerte. Todo debe ser transparente, positivo y productivo. Sin embargo, el trabajo terapéutico con el trauma se sitúa en el reino de lo numinoso: es un encuentro con el abismo, con el misterio del sufrimiento y la capacidad de resiliencia del alma.

El psicoterapeuta, atrapado en las exigencias de la autooptimización y agobiado por el peso de la sombra colectiva e individual, puede desconectarse de esta dimensión numinosa. Su trabajo se vuelve técnico, burocrático y desprovisto de sentido. Esta desconexión es un factor central en la fatiga por compasión. Ya no se siente parte de un proceso sanador y sagrado, sino un mero reparador de psiques rotas en una cadena de producción infinita. La «sociedad de la desesperanza» de han encuentra su eco en la desesperanza privada del terapeuta que ha perdido la conexión con el significado transpersonal de su labor.

De salvador a testigo compasivo y acompañante facilitador por haber recorrido un camino iniciático.

Hacia una ética del autocuidado radical.

Autocuidado como resistencia política: frente al mandato de la autoexplotación, el autocuidado tiene que ser un acto de resistencia consciente. Es decir «no» al «sí, puedo» omnipotente. Imponer límites, descansar y aceptar la finitud no es pereza, es una rebelión ética contra un sistema que cosifica al cuidador.

La Individuación —el camino hacia la totalidad psíquica—se vuelve esencial. El cuidador debe comprometerse de por vida con su propio análisis, no como un lujo, sino como una necesidad profesional. Integrar su sombra, dialogar con sus propias imágenes arquetípicas y conectar con el self (sí-mismo) es lo que le permitirá sostener el contacto con el dolor ajeno sin ser devorado por él. Es fortalecer el «vaso» interno para que no se rompa con el contenido corrosivo que debe contener.

Re-conectar con lo numinoso: es crucial que el cuidador cultive prácticas que le permitan reconectarse con el sentido sagrado de su trabajo. Esto puede ser a través del arte, la naturaleza, la meditación o el estudio de los mitos. Recuperar la perspectiva de que es un participante en un drama arquetípico mayor—el viaje del héroe de cuidad-sanar —puede transformar la carga en un servicio con propósito.

Los complejos culturales que alimentan el complejo salvador impidiendo la función sanadora del arquetipo cuidador son el ingrediente básico del vaso alquímico de la cultura.

Prácticamente todos los sujetos funcionan bajo el imperativo del complejo salvador. Por lo que es necesario que lo transformen en cuidadores de sí mismo, que, es a la vez, cuidar a los otros.

Vayan a ser chamanes, bodhisattvas o psicoterapeutas, si no hacen un trabajo real, profundo de descender a sus infiernos, en una nekyia, enfrentarse a sus demonios, y ascender en una catábasis integradora, su trabajo con otros estará contaminado con sus condicionantes y no podrán generar en quienes cuiden procesos reales de sanación.

La trampa del Complejo del Salvador es una de las sombras más insidiosas, difíciles de reconocer para un sanador, y como, además, resultan muy rentables ya que muchos sujetos acuden a ser salvados víctimas de sus complejos culturales, con ese panorama se puede hacer un negocio muy lucrativo manteniendo a los clientes atrapados en una red de dominación sin avanzar realmente en un camino de integración.

No puede ser terapeuta quien se identifica con el sufrimiento del paciente, proyecta su sombra, es un charlatán, un salvador altruista, o, que incluso, afirma que es un iniciador/a de los procesos del paciente, sean sexuales, espirituales, en definitiva, formas de vivir con sus pacientes lo que no vive en su vida … El terapeuta enamorado de sus propios poderes ilimitados, que se encarna, como Cristo, en lo carnal, débil y finito. La autocontención o enkráteia (Sócrates) es la madre de todas las virtudes del terapeuta. La enkráteia es semejante a la forma más madura del mecanismo psicoanalítico de la supresión: el terapeuta aparta, tanto de su consciencia como de su acción, el poder que le confiere la asimetría en los niveles de desarrollo entre su individuación y la del analizando. Los límites son borrosos y el terapeuta ético tiene que moverse en esa borrosidad teniendo clara su función exclusivamente hermenéutica. La obra de arte de la Paideia es el sujeto humano mismo, en la terapia terapeuta y paciente avanzan en su Paideia dando forma al acto mismo de vivir en de desarrollo de su ser: su individuación.

El testigo compasivo acompaña facilitando el proceso de quien cuida. En el caso del psicoanalista junguiano es ser un hermeneuta del sujeto que analiza. La verdad del sujeto que está en la individuación, es que está inmerso en un camino único de desarrollo y que es aquello que es en cada momento que se formule una pregunta autorreflexiva, y que camina siempre forjando aún más el alma y que será distinto en un futuro próximo. Es una verdad sencilla, humilde de barroquismos, que trasciende las verdades de desvelamiento (aletheia), antitética a los reduccionismos que predican que lo verdadero es que somos completos al nacer y que el destino humano es descubrir y constelar la misión que tiene para nosotros el sí-mismo. La individuación no es realizar aquello que ya éramos, —para lo que fuimos concebidos y hemos olvidado—, sino forjar el alma, desplegando potencialidades propias y adquiriendo nuevas en sintonía con lo inconsciente colectivo que también resulta transformado, modulado en informaciones arquetípicas previas y quizás sanado, por nuestra interacción.

Paracelso señaló que el hombre “es un profeta de la luz de la naturaleza” y aprende de ella a través de los sueños (von Franz, M. L., 1991).

Conclusiones

Conclusiones.

Doble naturaleza del impulso de ayudar. El texto establece una distinción crucial entre el Arquetipo Cuidador (basado en una predisposición temprana y un sentido de responsabilidad) y el Complejo del Salvador, entendido como una identificación patológica del ego con el Arquetipo del Cuidador contaminado con los problemas de la sombra. El segundo está impulsado por motivaciones inconscientes como la necesidad de reconocimiento, estatus, éxito reproductivo o la proyección de las propias heridas.

La Sombra del Salvador. El Complejo del Salvador surge cuando el ego se infla al capturar la energía del arquetipo, sin haber integrado la propia Sombra. El «rescatador» no solo ayuda al otro, sino que construye su identidad alrededor del acto de salvar, a menudo como un mecanismo para evitar confrontar sus propias carencias y vulnerabilidades internas. Esto lleva a dinámicas de dependencia, agotamiento («fatiga de la compasión») y resentimiento.

Raíces Arquetípicas y Culturales. El documento demuestra que este patrón no es solo individual, sino que está arraigado en la psique colectiva a través de figuras culturales como Cristo (el redentor sacrificial), el Héroe Cultural (como Prometeo), el Chamán y el Bodhisattva. Estas figuras representan la potencialidad del arquetipo, pero también encarnan el riesgo de que los individuos se identifiquen con él de manera inflada, creyéndose portadores exclusivos de la verdad o la salvación.

El Terapeuta en Riesgo. La profesión terapéutica es particularmente vulnerable al Complejo del Salvador. El terapeuta puede caer en la trampa de convertirse en el «salvador» del paciente debido a las proyecciones de este y a una contratransferencia no analizada. Las señales de esto incluyen una necesidad de resultados, agotamiento, dar consejos directivos (en lugar de empoderar) y un resentimiento sutil.

El Camino de la Integración. Del Salvador al Facilitador: La solución no es suprimir el impulso de cuidar, sino transformarlo a través de un proceso de individuación. Esto implica un viaje iniciático («nekyia») de autoconocimiento donde el sanador (terapeuta, chamán, etc.) debe descender a su propia «sombra», enfrentar sus demonios e integrarlos. Solo así puede pasar de ser un «salvador» a un testigo compasivo, un acompañante y un facilitador que crea un espacio seguro (témenos) para que el otro encuentre su propia individuación.

La Trampa Comercial. El documento concluye con una advertencia crítica: el Complejo del Salvador puede ser económicamente rentable. Un «sanador» no integrado puede, consciente o inconscientemente, mantener a sus clientes en un estado de dependencia dentro de una red de dominación que impide la verdadera sanación e integración, explotando los complejos culturales que impulsan la necesidad de ser «salvado».

En esencia, el texto argumenta que la verdadera maestría en el cuidado del otro—ya sea en la terapia, la espiritualidad o la acción social—requiere irremediablemente una maestría en el cuidado de uno mismo y un trabajo continuo de autoconocimiento e integración psicológica y espiritual.

Traición en la individuación. Arquetipo traición.

Traición en la individuación. Arquetipo traición.

Traición en la individuación. Arquetipo traición.

 Mikel García García  14 octubre 2025

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Descripción de la imagen

Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

 

Autor

 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Resumen, contenido, palabras clave

El texto explora el concepto de la «traición» no como un acto meramente negativo, sino como un arquetipo fundamental y necesario para el proceso de individuación. Se propone que este arquetipo se activa cuando hay una resonancia entre la experiencia personal y la información arquetípica.

El desarrollo se estructura en torno a una cadena de traiciones esenciales. La primera traición ocurre en la infancia, cuando el niño percibe que el amor de la madre no es completamente altruista, sino que sirve a sus propias necesidades y proyecciones. Traicionar estas «lealtades invisibles» es un dilema doloroso pero necesario para lograr autonomía, aunque conlleva culpa y la experiencia del vacío. Una resolución favorable permite un amor más real y saludable. La segunda traición sigue una dinámica similar con la figura del padre. La tercera y más difícil traición es la del «sí-mismo», específicamente la identificación con figuras arquetípicas como el ánima/ánimus, lo que consolida la individuación consciente. La Función Trascendente de Jung es presentada como el mecanismo que resuelve las tensiones de estos dilemas, generando una nueva síntesis.

El ensayo extiende esta dinámica al ámbito colectivo. Las instituciones (Estado, corporaciones, religiones) actúan como el dios Tláloc de la mitología mexica, ofreciendo pertenencia y sentido a cambio del sacrificio de la autonomía individual. El monstruo Ahuíztol personifica este mecanismo traicionero: atrae con señuelos, captura con lealtades invisibles y exige el sacrificio de la individualidad. Por lo tanto, «traicionar» a la institución—sus dogmas y mandatos heterónomos—se convierte en un acto de salud psíquica y de fidelidad al sí-mismo, equivalente a la traición infantil liberadora. Esta idea se analiza también a través de la dialéctica amo-esclavo de Hegel, donde el individuo (el esclavo) debe dejar de reconocer a la institución (el amo) como fuente absoluta de valor para forjar su propia autoconciencia y libertad.

Finalmente, el texto contrasta los sistemas sanos—caracterizados por su capacidad de autocrítica, desprendimiento y autoconciencia orientada a la evolución humana—con los sistemas distópicos, que se resisten al cambio y sacrifican la individualidad por su propia preservación. La historia de Lucía Joyce, hija de James Joyce, se presenta como un ejemplo trágico de un sistema familiar distópico y de una persona que, poseída por lo arquetípico, no pudo realizar las traiciones necesarias para su individuación, «ahogándose» en el inconsciente en el que su padre «nadaba» para crear su arte. El ensayo concluye con un poema que reflexiona sobre la necesidad de dejar morir ciertas estructuras (relaciones, instituciones) para permitir un renacimiento auténtico.

 

Summary

The text explores the concept of «betrayal» not as a merely negative act, but as a fundamental and necessary archetype for the process of individuation. It is proposed that this archetype activates when there is a resonance between personal experience and archetypal information.

Development is structured around a chain of essential betrayals. The first betrayal occurs in infancy, when the child perceives that the mother’s love is not entirely altruistic but serves her own needs and projections. Betraying these «invisible loyalties» is a painful but necessary dilemma to achieve autonomy, though it entails guilt and the experience of emptiness. A favorable resolution allows for a more real and healthy love. The second betrayal follows a similar dynamic with the father figure. The third and most difficult betrayal is that of the «Self,» specifically the identification with archetypal figures like the anima/animus, which consolidates conscious individuation. Jung’s Transcendent Function is presented as the mechanism that resolves the tensions of these dilemmas, generating a new synthesis.

The essay extends this dynamic to the collective realm. Institutions (State, corporations, religions) act like the Mexica god Tlaloc, offering belonging and meaning in exchange for the sacrifice of individual autonomy. The monster Ahuizotl personifies this treacherous mechanism: it lures with decoys, captures with invisible loyalties, and demands the sacrifice of individuality. Therefore, «betraying» the institution—its dogmas and heteronomous mandates—becomes an act of psychic health and fidelity to the Self, equivalent to the liberating infantile betrayal. This idea is also analyzed through Hegel’s master-slave dialectic, where the individual (the slave) must stop recognizing the institution (the master) as the absolute source of value to forge their own self-consciousness and freedom.

Finally, the text contrasts healthy systems—characterized by their capacity for self-criticism, detachment, and self-awareness oriented toward human evolution—with dystopian systems, which resist change and sacrifice individuality for their own preservation. The story of Lucia Joyce, daughter of James Joyce, is presented as a tragic example of a dystopian family system and of a person who, possessed by the archetypal, could not perform the necessary betrayals for her individuation, «drowning» in the unconscious in which her father «swam» to create his art. The essay concludes with a poem reflecting on the need to let certain structures (relationships, institutions) die to allow for an authentic rebirth.

 

Laburpena

Testuak «trakizio» kontzeptua aztertzen du, ez ekintza negatibo gisa soilik, baizik eta indibiduazio prozesurako (Norbera egiteteko prozesurako) funtsezko eta beharrezko arketipo gisa. Arketipo hau pertsonaren esperientzia eta arketypeko informazioaren arteko erresonantzia dagoenean aktibatzen dela proposatzen da.

Garapena traizio esentzialen kate baten inguruan egituratzen da. Lehen traizioa haurtzaroan gertatzen da, umeak amaren amodioa ez dela erabat altruista nabaritzen duenean, baizik eta bere behar eta proiekzioetarako dela. «Leialtasun ikusezin» hauek traizionatzea autonomia lortzeko dilema mingarria baina beharrezkoa da, nahiz eta errua eta hutsaren esperientzia ekarri. Ebazpen egoki batek amodio errealago eta osasuntsuagoa ahalbidetzen du. Bigarren traizioak aita figurarekin dinamika antzekoa jarraitzen du. Hirugarren eta zailena, «Norberaren» traizioa da, zehazki anima/animus bezalako figurekin identifikatzea, kontzientezko indibiduazioa sendotzen duena. Jungen Funtzio Transzendentea dilema horien tentsioak ebazten dituen mekanismo gisa aurkezten da, sintesi berri bat sortuz.

Saiakerak dinamika hau eremu kolektibora hedatzen du. Erakundeek (Estatua, enpresak, erlijioak) Mexikako Tlaloc jainkoaren papera jokatzen dute, pertenentzia eta zentzua eskainiz autonomia indibidualaren sakrifizioaren truke. Ahuizotl munstroak mekanismo traizetsu hau pertsonifikatzen du: amuekin erakartzen du, leialtasun ikusezinekin harrapatzen du eta indibidualitatearen sakrifizioa eskatzen du. Beraz, erakundea traizionatzea—bere dogmak eta agindu heteronomoak—osasun psikikoaren ekintza eta Norberarekiko fideltasuna bihurtzen da, haurraren traizio askatzailearen baliokidea. Ideia hau Hegelek Maisu-esklaboen dialektikaren bidez ere aztertzen da, non banakoak (esklaboak) erakundearen (maisuaren) aitorpena balio iturri absolututzat uzteari utzi behar dion bere buru-kontzientzia eta askatasuna forjatzeko.

Azkenean, testuak sistema osasuntsuak—autokritikarako gaitasuna, desprendimendua eta gizakiaren eboluziora bideratutako buru-kontzientzia ezaugarritzat dituztenak— sistema distopikoekin kontrajartzen ditu, zeinak aldaketari aurre egiten dioten eta indibidualitatea sakrifikatzen duten beren preservazioagatik. Lucia Joyceren istoria, James Joycen alaba, sistema familiar distopiko baten adibide tragiko gisa aurkezten da, eta pertsona batenarena, arketypekoaren menpe egonda, ezin izan zituena bere indibiduaziorako beharrezkoak ziren traizioak burutu, bere aitak bere artea sortzeko «igeri egiten» zuen inkonszientean «itoaz». Saiakerak poema batekin amaitzen da, egitura jakin batzuk (harremanak, erakundeak) hil uzteko beharrari buruz hausnartuz, berpizte autentikoa ahalbidetzeko.

 

 

 

Palabras Clave / Keywords / Gako-hitzak

  1. Traición / Betrayal / Traizioa
  2. Individuación / Individuation / Indibiduazioa
  3. Arquetipo / Archetype / Arketipoa
  4. Sí-mismo / Self / Norbera
  5. Lealtades invisibles / Invisible loyalties / Leialtasun ikusezinak
  6. Complejo / Complex / Konplexua
  7. Función Trascendente / Transcendent Function / Funtzio Transzendentea
  8. Institución / Institution / Erakundea
  9. Tláloc / Tlaloc / Tlaloc
  10. Ahuíztol / Ahuizotl / Ahuizotl
  11. Dialéctica amo-esclavo / Master-slave dialectic / Maisu-esklaboen dialektika
  12. Sistema distópico / Dystopian system / Sistema distopikoa
Ensayo

Traición. Dinámicas para la individuación

La traición es una experiencia humana profunda que deja huella en los campos arquetipales. Es percibida muchas veces como la forma más intensa del mal, resulta difícil de tolerar y es traumatógena. La traición es tratada en muchos mitos que exploran diferentes existenciarios cuando los hombres o las mujeres son agentes de traición, y es una fuente inspiradora para el arte.

Se puede proponer un arquetipo de traición que es un recurso para la individuación y que se activa en momentos en los que hay una resonancia cuántica entre la experiencia viva del sujeto y la información arquetípica.

¿Cuándo? En un sistema de traiciones en cadena en la que cada eslabón condiciona la operatividad del conjunto.

Primera traición. Cuando el infante tiene una suficiente diferenciación y empieza a vivenciar que el supuesto amor de la madre hacia él es un engaño, pues es un amor que sirve a los intereses de la madre más que a los suyos propios, y que además él es un objeto de proyección de las expectativas y deseos de la madre. Entonces se activa el arquetipo traición vivificado (resucitado en la información que porta) por la experiencia humana que lo despliega, y el rudimento de la propia experiencia es vivificado por la información arquetipal y el infante empieza a reconocer que ha sido traicionado por su madre, lo que es una experiencia del mal-daño, y que tiene que traicionar las lealtades invisibles que le atan, hacen dependiente y esclavo de una ilusión y mantienen un sentimiento de confianza que resulta tanático, “sabe” que al traicionarla va a hacer daño a la madre, y que de algún modo eso es constelar el dios oscuro que menciona Jung. Las lealtades invisibles están fuertemente ligadas a explicaciones morales que las sostienen, justifican, y son dictadas por la moral heterónoma de las instancias dominantes en la cultura. Moralidad que se inscribe en la instancia superyó. Sin duda el infante no tiene consciencia completa de esta complejidad, pero si en el nivel suficiente como para experimentar un tremendo dilema: si no traiciona se queda como esclavo, si traiciona consolida un grado de libertad. La traición lo aboca, al menos, a dos dimensiones difíciles de soportar: al vacío de la pérdida de la relación y a la culpa de hacer daño a la madre. Traicionar no resulta sencillo, aunque sea necesario. Un infante traumatizado no podrá no podrá elaborar la culpa llegando a la reparación resiliente, no podrá soportar el vacío de la orfandad, quizás ni siquiera llegue a iniciar el proceso de traición y quedará atrapado en el complejo materno con particulares modos de complejo traición (aferramiento celotípico, venganza oral, masoquismo-sadismo oral, ideal fusional del yo). Esto es lo frecuente en la experiencia humana como vemos en la clínica, en los mitos, en el arte que produce tanto en relación a la traición. Si la madre no exige tantas lealtades, una madre algo neurótica, el proceso será más fácil que se produzca, e incluso será una oportunidad para la madre. Sentirse traicionada le va a doler, pues es evidente que ha puesto mucho en la crianza, se ha sacrificado en lo personal aparcando muchas de sus necesidades, se experimenta la traición con injusticia que no se merece, pero será una oportunidad para conocer mejor su sombra, elaborarla e integrarla, además de que en ella también se activará el arquetipo de traición y podrá iluminarla acerca de su tarea a desarrollar. Alrededor de la traición también se convocan los arquetipos contrasexuales, ánima, ánimus, dotando al proceso de particularidades según los sujetos de la diada: madre-hija (dos ánimus), madre hijo (ánimus-ánima).

El lector puede ir sintiendo la complejidad y la dificultad de comprender los fenómenos con las simplezas dogmáticas de axiomas reduccionistas, que impiden el despliegue de la creatividad y el proceso de construir-hacer alma. Podrá ir entendiendo que alrededor de un momento crítico en el desarrollo el proceso convoca bastantes dimensiones. Desde el inicio de la hipótesis en la que solo se mencionaba el arquetipo traición se han ido convocando otros como los contrasexuales, pero también se activan los arquetipos sombra y paranoia, los cuales en el infante tendrán un componente mayor de lo colectivo que de lo personal, pero en la madre ya serán más complejos personales y culturales que arquetipos.

Los padres sabemos en carne algo que se dice en general: que la crianza es una oportunidad de desarrollo para los padres. De esa forma, en el mejor de los escenarios madre e hijx, mediante la traición, podrán dar un paso importante en la reconstrucción o construcción de un sentimiento amoroso real y saludable. En este escenario más favorable la traición no tendrá tintes tan trágicos como en los escenarios desfavorables. El desarrollo saludable tiene una mesostés más cercana al polo de la calma trágica con cierta alegría de vivir y más alejada del polo trágico con mayúsculas de mal profundo, dolor insoportable y aniquilación.

Sin traición no hay limpieza de un amor y una confianza reificadas, de una moral heterónoma deontologista, y no hay libertad. La traición forja el alma humana al canibalizar (ingerir) los restos cadavéricos que la putrefactan.

Segunda traición. La misma dinámica con el padre. Freud asoció la traición con la fase edípica, donde el niño «traiciona» a un padre para afirmar su independencia.

Tercera traición. La misma dinámica con el sí-mismo. Pero también con otras figuras arquetípicas.

«El ánima es algo diferente del yo. Cuando uno se identifica con el ánima, tiene un problema, es un neurótico» (en El Zaratustra de Nietzsche, Madrid: Trotta 2021. Jung, 1934, p. 283)

 

Se necesita negar para crear y crecer. La única fidelidad verdadera, por elección des-investida de moralidad, es aquella que atraviesa la traición. El infante necesita negar-traicionar 2 veces a los imperativos: de la madre, del padre y, en ocasiones excepcionales en las que el desarrollo se hace en suficientes buenas condiciones, la última traición: al sí-mimo, para afirmarse sin estar atrapado en complejos. Pero la cadena de negaciones no es infinita. La Función Trascendente ilumina, resuelve en salto cuántico, las tensiones, generando una síntesis entre los polos tesis y antítesis, lo que permite salir del samsara de las negaciones y elegir estados de vida, con cierta estabilidad (una mesostés), hasta que se requiera cambiarla. La función trascendente se experimenta con la emergencia de imágenes, símbolos, ideas, insights, en la conciencia de vigilia, en visiones o en la conciencia onírica. Estas emergencias se perciben numinosas, artísticas, se intuye que portan significado que hay que entender porque resuelve algo que necesita integrarse en la consciencia, ya que sin ese proceso de integración el movimiento de la función trascendente es estéril para el progreso del desarrollo o peor aún puede generar una respuesta de regresión patológica.

Resolver la primera traición aumenta la confianza y el amor para poder abordar la segunda, que en una cultura patriarcal es muy potente. El dolor de la traición activa un proceso de individuación—reconocer la propia sombra—y abre a la compasión auténtica.

Resolver las dos primeras permite abordar la tercera traición. Esta es más difícil todavía. Con las tres traiciones, instaura el rudimento de la individuación consciente en la que se constituye el rizoma del eje -sí-mismo/complejo yo-, que experimentamos con la imagen del árbol vertical que procede de personalizar el árbol con la proyección de nuestro eje que percibimos propioceptivamente y que es fundamental en el desarrollo de la Hominidad: la columna vertebral. La bipedestación es un hito evolutivo que acelera el proceso evolutivo hasta llegar al homo sapiens sapiens. Hay que señalar que hoy sabemos que algunas ramas evolutivas potencialmente humanas se extinguieron.

Este planteamiento señala también la dificultad existencial de los dilemas, la enorme tensión entre los polos y la dificultad para resolverlos. Especialmente en los dilemas morales.

Sin una adecuada resolución de la traición no hay, integración de lo femenino, de lo masculino, de eros, logos, … No hay resiliencia y los dilemas potencialmente traumatógenos se resuelven con más trauma y retraumatización.

Este planteamiento resignifica las posiciones en las que traicionarse es traicionar el yo verdadero que es el sí-mismo o el alma.

Este planteamiento está en proceso de verificación. No resuelve todavía algunos argumentos como el de Hillman con su afirmación de que la traición permite integrar el principio femenino como afirma. Entiendo que se refiere solo a una parte del proceso de la cadena de traiciones.

Caín experimenta la traición cuando siente el engaño del amor de Yahvé que prefiere las ofrendas en holocausto de animales que hace Abel a las suyas: un holocausto vegetal. Complejo traición, celotipia, venganza, mata a Abel como venganza contra el padre. El padre no lo mata, le pone una señal en la frente, para hacerlo intocable, nadie lo puede matar. Y le encarga el desarrollo de las ciudades. Mito de mayor complejidad que el reduccionismo que se narra. Y que señala que el desarrollo del alma humana requiere un nivel de violencia y de quitar vidas -animales- como señala Wolfgang Giegerich en Violencia del alma: (Giegerich, 2021).

La capacidad de hacer del advenimiento de la muerte, el estallido de la consciencia y su establecimiento por encima de la Naturaleza, es el hito fundacional y primordial del alma. Hegel ya lo anticipó afirmando que “la muerte del animal es el devenir de la consciencia”, hallazgo que parece retomar aquí Wolfgang Giegerich llevándolo más allá, mostrando que el acto sangriento de arrebatar la vida biológica dio lugar al primer destello del alma, el reconocimiento de la muerte que encendió las hermosas chispas de la vida consciente. En el animal cazado o inmolado el hombre se conoce a sí mismo. Mediante la matanza del animal (o de un humano, en el caso de sacrificios humanos), el hombre adquiría su autoconocimiento ini­cial, su primera consciencia de sí mismo, un autoconocimiento que más tarde se articularía en sus imágenes e historias de dioses.

Una paciente mía tuvo un sueño extraño con animales y en una sesión de imaginación activa “Intento hacer un ejercicio de IA y les pregunto a los animales quién son, qué hacen aquí. Me despiertan una especie de impulso asesino. Me dan ganas de matarlos. Me viene a la cabeza la imagen de una especie de cuchillo doble, que cojo con fuerza y clavo, una y otra vez, en la carne de los animales animal. Oigo el ruido, como en las películas.”

La palabra griega para mártir, martus, significa simplemente “testigo”, pero en el contexto específico de los mártires cristianos significa Blutzeuge (testigo-de-sangre). ¿Podríamos imaginar que la semilla de la verdad cristiana pudiese haber brotado como lo hizo si no hubiese estado nutrida por la sangre de sus primeros creyentes? Esta sangre autenticó y materializó la verdad cristiana tanto como esta verdad, a su vez, capacitó y empoderó a los mártires para dar su sangre por ella. Pero la sangre de la nube de testigos es doblemente secundaria. Es en sí misma dependiente del sacrificio sangriento de Cristo, el cual a su vez es de alguna manera la culminación de la historia milenaria de la matanza sacrificial.

Penélope y Telémaco, no pueden traicionar la lealtad invisible al padre. Ambos dan nombre particular a la no resolución de la traición: complejo de Penélope, complejo de Telémaco. La llegada de Odiseo en varias versiones del mito no acaba bien para Penélope que es asesinada por Odiseo quien llega a interpretar de modo paranoico su fidelidad.

Resolver el sistema traición es condición para dilemas muy extremos que nos acontecen en la vida. Los judíos que se traicionaban a sí mismos “colaborando” con sus carceleros por ejemplo trasladando los cadáveres de sus familiares desde la cámara de gas a la fosa común, como modo extremo de sobrevivir. ¿Qué harías tú? ¿te lo puedes imaginar? La película El superviviente de Auschwitz (Barry Levinson, 2021) explora este dilema.

Lo habitual es que solo los pacientes en psicoanálisis junguiano, además de traicionar a padres y salgan de complejos materno y paterno, lleguen a traicionar al sí-mismo. Pero necesitan una cuarta traición: a su terapeuta y a la institución que representa la propia díada terapéutica, con sus rituales, sus contenidos teóricos, …

El terapeuta junguiano, primero fue paciente y se supone que ya traicionó tres veces. Muchas veces los terapeutas pasan un período de identificación con los paradigmas en los que se han formado. Un tiempo para asentar su confianza. Pero finalmente necesitan traicionar sus lealtades al propio paradigma o episteme junguiano y al mismo Jung que no quería se hiciese religión con sus propuestas. La traición permite desplegar la creatividad y seguir profundizando en la comprensión de la complejidad. Con esa actitud el terapeuta puede temer el vacío del abandono de los vínculos con otros colegas y no romper las lealtades, pero entonces no desplegaría el conocimiento.

He planteado una revisión de la intencionalidad de lo inconsciente colectivo en relación a la función teleológica que es un axioma central para comprender la individuación. Propongo que no es necesario recurrir a la intencionalidad y que la física cuántica, como explico en Vida consciente más allá de la muerte (García, M, 2022), puede explicar la concurrencia sinérgica entre lo arquetípico y lo personal, e invierto el orden, enfatizando el desarrollo personal como núcleo que activa el cadáver del arquetipo vivificándolo resucitándolo, dotándolo de alma, cuyo resultado es que en el proceso se vivifican con reciprocidad sistémica tanto el propio eje si-mismo/yo como sus dos polos. Esta propuesta es novedosa, apropiada para evitar el riesgo del sesgo teísta de la intencionalidad, pero desafía la tendencia natural de la psique a personalizar. La redacción de este apartado acerca de la traición está hecha coherente con esta hipótesis.

Traición en y a las instituciones.

Los grupos humanos se institucionalizan en un grado variable desde grupos de amigos hasta instituciones muy estructuradas con objetivos muy diversos.

En los grupos humanos se reproducen las lealtades invisibles, juegos sucios, que se han interiorizado en las familias de origen de los componentes del grupo, de un modo que desborda y posee a los sujetos, dejando las razones conscientes de la función de los grupos en un segundo plano. Se experimentan movimientos, alianzas, creación de chivos expiatorios, narcisismos de las pequeñas diferencias (Freud), … y traiciones destructivas.

Žižek, inspirado en Kierkegaard, distingue tres modalidades de traición.

Traición estética. Movida por intereses egoístas (placer, venganza, orgullo). Ejemplo: la traición de Medea, quien asesina a sus hijos para castigar a Jasón, combinando despecho y reafirmación de su identidad herida. La traición puede nacer de un sentimiento de envidia o minusvalía, buscando “igualar” o vengarse simbólicamente del otro. El traidor actúa movido por contenidos inconscientes rechazados -la sombra- (ira, codicia) que proyecta sobre la víctima.

Traición ética. Justificada en nombre de un principio universal. Como el lema «Soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad», donde se sacrifica una relación por un ideal superior. Hay aquí una necesidad kierkegaardiana superior: traicionar la propia universalidad (ética). Para los románticos, traicionar convenciones sociales (como en Werther de Goethe) era un acto de libertad radical. La traición se vincula con la búsqueda de autenticidad. Kant calificaría la traición de violación absoluta del deber moral universal. Machiavelo, en cambio, la ve como instrumento político lícito si asegura el poder.

Traición religiosa. Acto paradójico de fidelidad a través de la ruptura. Según Žižek, Judas traiciona a Jesús para cumplir un designio divino, donde la traición se convierte en «última forma de fidelidad» Te traiciono y luego, cuando estas abatido, destruido por mi traición, intercambiamos miradas – si entiendes mi acto de traición, y solo si lo haces, eres un verdadero héroe. Todo verdadero líder, religioso, político o filosófico, tiene que provocar una traición así entre sus discípulos más cercanos. Así hay que leer la dirección de las últimas proclamas públicas de Lacan: a los que me aman, es decir, que me aman lo suficiente como para traicionarme.

La mayoría de estas traiciones no son la traición necesaria para la individuación sino complejos traición.

En la psicología profunda, Judas representa el lado oscuro de la lealtad. La traición surge no por falta de amor, sino por un exceso de identificación con el objeto amado. Jung identifica en Judas la parte de nosotros que sabe, teme y finalmente traiciona al “Cristo interior”, el sí-mismo. (la vocación ética o espiritual).

Mito Ahuíztol

El Ahuíztol, que comúnmente es emparentado con la nutria o el perro de agua, es un terrible monstruo de la mitología mexica. De acuerdo con las narraciones, era del tamaño de un coyote y se asemejaba a éste, sin embargo, poseía características únicas. El Ahuízotl tenía un pelo gris y resbaladizo, pero que fuera del agua se volvía duro y puntiagudo, asimismo tenía manos y pies de mono. El monstruo servía a las divinidades acuáticas, por lo que se desplazaba de un lado a otro a través del agua y podía aparecer en las charcas o cuerpos de agua. No era posible advertir cuando el Ahuízotl iba a aparecer, sin embargo, podía causar remolinos que arrojaban ranas y peces fuera del agua. La principal forma de ataque de la bestia era su cola, la cual poseía un mano con la que arrastraba a la víctima hasta el fondo del agua.

En Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México, México.

Las víctimas de Ahuízotl, elegidos de Tláloc. Se dice que el Ahuízotl atraía a sus víctimas llorando desconsoladamente como un bebé o imitando el movimiento de los peces para atraer a los pescadores, luego de lo cual atacaba. Las víctimas de la bestia se diferenciaban de los simples ahogados porque su cuerpo era hallado tres días después. En muchas ocasiones carecían de ojos, uñas y dientes, pues el monstruo se los arrancaba antes de liberar sus restos mortales. A los cuerpos de las víctimas se les honraba especialmente, pues se consideraban elegidos de Tláloc y Chalchitlicue, y residentes del Tlalocan.

Las instituciones traicionan, como Tláloc a los sujetos pertenecientes a ellas requieren su sacrificio.

La dinámica arquetípica de la traición no se limita al núcleo familiar. Se proyecta y repite a escala macro en las instituciones (el Estado, las corporaciones, los sistemas educativos, las religiones organizadas e incluso los mismos paradigmas científicos o terapéuticos). Estas funcionan como un Tláloc colectivo: un dios que ofrece pertenencia, identidad, seguridad y un sentido de orden (la lluvia que fecunda), pero que exige, a cambio, un sacrificio

El Ahuíztol, como brazo ejecutor de Tláloc, es la personificación perfecta del mecanismo institucional traicionero:

Atrae con un señuelo. Llora como un bebé, imita el movimiento de los peces. Las instituciones ofrecen progreso, comunidad, verdad o salvación, apelando a nuestras necesidades más profundas e infantiles de protección y significado.

Captura al fiel. Una vez el individuo ha confiado y se ha sumergido en las aguas de la institución, la «mano en la cola» del monstruo se activa. Son las lealtades invisibles institucionales, los contratos no escritos, las doctrinas inflexibles y la promesa de un lugar en el «Tlalocan» (el paraíso prometido por el sistema) lo que ata al sujeto.

Exige el sacrificio. La traición institucional se consuma cuando se revela que la pertenencia tiene un costo: la abdicación de la autonomía crítica, la renuncia a partes del sí-mismo (los «ojos» para ver por uno mismo, las «uñas» para defenderse, los «dientes» para morder la realidad). El individuo es «arrastrado al fondo» para ahogar su individualidad en pos de la preservación del sistema. Aquel que cuestiona es señalado como un traidor, aun cuando sea la institución la que ha traicionado primero su promesa de bienestar integral.

El «cuerpo» del individuo que logra escapar o ser expulsado de estas aguas institucionales aparece, simbólicamente, tres días después: tras un proceso de crisis (la noche oscura del alma), emerge transformado. Le han sido arrancadas las partes con las que antes se identificaba ciegamente con la institución, pero este despojo, aunque doloroso, es un honor. Es la señal de que ha sido «elegido» no para la sumisión, sino para la consciencia. Ha sobrevivido a la traición del sistema y, al hacerlo, ha iniciado su propia individuación a un nivel colectivo.

Por lo tanto, traicionar a la institución (sus dogmas, sus inercias, sus mandatos heterónomos) se convierte, en este marco, en un acto de salud psíquica y de fidelidad al sí-mismo. Es el equivalente adulto y colectivo de la primera traición del infante a la madre. El terapeuta que debe traicionar el paradigma junguiano para ser fiel al espíritu de Jung, tal como se menciona en el texto, es un ejemplo perfecto: debe sacrificar la lealtad ciega a la «institución» teórica para que el conocimiento siga vivo y creativo.

Quien no realiza esta traición, permanece como Penélope o Telémaco, eternamente esperando el regreso de un «padre» institucional que solucione su existencia, o como uno de los prisioneros en la caverna de Platón, confundiendo las sombras con la realidad. La traición a la institución es, en última instancia, el acto de canibalizar los restos cadavéricos de una identidad prestada para forjar un alma propia y soberana, capaz de relacionarse con los arquetipos y las instituciones desde la libertad, y no desde la esclavitud.

Una lectura desde la dialéctica amo-esclavo

La dinámica arquetípica de la traición no se limita al núcleo familiar. Se proyecta y repite a escala macro en las instituciones (el Estado, las corporaciones, los sistemas educativos, las religiones organizadas), las cuales funcionan como un Tláloc colectivo. Este dios institucional ofrece pertenencia, identidad y orden (la lluvia que fecunda), pero exige, a cambio, un sacrificio de la autoconciencia individual.

Es aquí donde la dialéctica amo-eslavo de Hegel ilumina el mecanismo psíquico de esta traición. La institución se erige en la posición del Amo. Su existencia y poder dependen del reconocimiento que le otorgan los individuos (los esclavos), quienes, a cambio de protección y sentido, le ceden su autonomía y le rinden pleitesía. Inicialmente, este pacto parece estable: el Amo (la institución) domina y el esclavo (el individuo) trabaja y obedece para él.

El Ahuíztol, como brazo ejecutor de Tláloc, personifica la violencia sutil de este sistema. Atrae con señuelos (llora como un bebé), igual que la institución seduce con promesas de seguridad y significado. Una vez el individuo se sumerge en sus aguas, la «mano en la cola» del monstruo—las lealtades invisibles, los dogmas, los mandatos heterónomos—lo atrapa.

El momento de la traición necesaria es el punto de inflexión hegeliano. El esclavo, en su trabajo para el Amo, comienza a ver que su propia esencia ha sido puesta en lo otro (la institución). Teme a la muerte simbólica que supondría romper el vínculo, pero ese mismo temor a la muerte (el vacío, la orfandad) es lo que debe enfrentar. Al experimentar la traición institucional—la revelación de que su sacrificio sostiene un sistema que no le reconoce como un ser autónomo—se enfrenta a la elección crucial:

Permanecer como esclavo. Seguir aceptando la traición institucional, sacrificando su potencial individual a cambio de una falsa seguridad. Es el «complejo de Telémaco» o de «Penélope» a escala colectiva: una lealtad infantil que impide la madurez.

Arriesgarse a la lucha por el reconocimiento: «Traicionar» al Amo institucional. Esto implica dejar de reconocer a la institución como la fuente absoluta de verdad y valor, y arriesgarse a la lucha—interna y externa—por su propia autonomía. Es el equivalente al infante que traiciona a la madre para dejar de ser su objeto.

Este acto de traición liberadora es un viaje al fondo de las aguas del Ahuíztol. Quien emerge, «tres días después», es un sujeto transformado. La institución (el Amo) le ha arrancado sus «ojos, uñas y dientes», pero este despojo, aunque doloroso, es la condición de su libertad. Al igual que el esclavo hegeliano que, a través del trabajo y la confrontación con el miedo, forja su propia conciencia, el individuo que sobrevive a la traición institucional ya no depende del reconocimiento del Amo para existir.

Ha descubierto que, en realidad, la institución depende de su reconocimiento. El poder del Tláloc institucional se evapora cuando los «elegidos» dejan de consentir su propio sacrificio.

Por lo tanto, la traición a la institución es el acto dialéctico por excelencia en el plano colectivo. Es la negación (la antítesis) necesaria para superar la relación de dependencia patológica. De esta lucha no emerge la destrucción de toda institución, sino la posibilidad de una síntesis superior: una nueva relación con lo colectivo, donde el individuo, ahora consciente de su valor y autonomía, puede participar en las instituciones sin ser devorado por ellas, co-creándolas desde una lealtad crítica, no desde una lealtad invisible y esclavizante. Como en el nigredo, la “oscuridad del alma” tras la traición permite, mediante reflexión consciente, la purificación (albedo) y recomposición (rubedo) de la propia identidad en formas más auténticas.

La Función Trascendente, en este contexto, sería el «insight» que resuelve la tensión entre la tesis (la sumisión al Amo) y la antítesis (la traición rebelde), generando una nueva síntesis consciente: la de un individuo que, habiéndose liberado de la necesidad de un Amo, puede relacionarse con las estructuras colectivas desde la libertad y la responsabilidad de quien ya no es un esclavo. Un liberto quien recupera los ojos, uñas y dientes antiguos en unos nuevos capaces de mirar viendo con los ojos cerrados, de usar sus uñas como zarpas cuando sea necesario y sus dientes como armas que mastican cualquier atisbo de poder y abuso de quien quiera erigirse en amo.

 

Sistemas sanos. Una utopía

Desde mi punto de vista, hay cuatro condiciones necesarias para considerar a un sistema, sano o con buen rendimiento, lo que incluye ser consciente de contribuir significativamente a la realización de la paradoja de humanizar los sistemas formados por personas, orientándolos a la mayor evolución del de los pertenecientes al sistema humano, y, por extensión, a toda la humanidad.

 

Capacidad de percibir disfunciones del propio sistema y de rectificarlas

No hay peor alienación que no percatarse de que se está alienado. Para ello es preciso disponer de una cierta altura en receptividad, humildad, inteligencia y capacidad de adaptación general y de readaptación a la situación modificada, desde las cuales se pueda observar el propio error y, en consecuencia, pueda desarrollarse el cambio, la innovación, la sustitución, la reorganización o la desegotización destinada a la recuperación del equilibrio perdido.

Esta capacidad incluye la posibilidad de que el sistema, en cuanto tal, para los casos extremos, tenga disponible y prevista la facultad de su autoanulación funcional, su reorientación global, su cambio radical o incluso su autodisolución como sistema (autoanulación o suicidio sistémico), porque su equifinalidad o alguna de sus repercusiones secundarias pudieran perjudicar la evolución humana en general, a costa del interés particular de algún elemento o parte del sistema, o de todo el sistema. Hay que recordar, en este sentido, alguna idea básica del evolucionismo de H. Bergson (1859-1941), quien, a propósito de lo que denominaba «moral cerrada» expuso, entre otras, la imagen de la sociedad, en función de cuyo interés general sus células se subordinaban sinérgicamente, hasta alcanzar el sacrificio de alguna de sus partes o elementos. No obstante, tal requisito, antes de poder proceder de tal manera, es preciso que el ego de sistema sea secundario respecto a la conciencia de evolución o al sentimiento activo de universalidad, y que después se actúe coherentemente a lo que dictan las ideas. Lo esencial de este aspecto es enunciado por B. Russell (1956) así: «Actualmente, el mundo está lleno de grupos centrados en sí mismos, incapaces de mirar la vida humana en conjunto y dispuestos a destruir la civilización antes de retroceder una pulgada»

Capacidad de reconocimiento de la autoimagen del sistema

No tanto respecto a sus coordenadas internas sino en cuanto a su relación con su entorno físico, su circunstancia histórica y su función dentro del proceso general de evolución humana.

Capacidad de desprendimiento y desinterés

Ha de entenderse en un sentido complementario a la primera cualidad, como tendencia al funcionamiento, aunque el sistema no fuera rentable para sí mismo, pero sí resultara altamente favorable y coherente con el proceso de evolución del ser humano. Probablemente en estos casos, precisaría la ayuda o el aporte necesario de otros suprasistemas o sistemas más potentes que, evidentemente, reunieran esta misma condición. O, en casos extremos, la renuncia de algún sistema, o partes y elementos de sistemas, a favor de la continuidad de otros, más convenientes para el interés evolucionista de la mayoría. Un sistema superior, dotado de una gran conciencia de humanización, no necesariamente ligaría el porvenir a «su» porvenir; así, el mejor porvenir del sistema debería ser el porvenir de todos.

Autoconciencia

En tanto que conciencia de sí, como ente sin límites reales, permanentemente responsable de todo lo que hace, por nimio que sea, y de lo que deja por hacer, quiérase o no, en conexión sinérgica con la humana labor de evolución (trascendencia sincrónica). En consecuencia, como ser comprometido históricamente con el derecho-deber de contribuir a ese proceso (trascendencia diacrónica), siempre con la mira puesta generosa y naturalmente en las generaciones venideras, cuyo imperativo deberá ser dar un paso más en el mismo sentido (vida en evolución), que no hay otro.

Sistemas distópicos

Esta totalidad no es ni puede ser solamente una referencia sistémica. Ha de ser equivalente al interés de la promoción de la condición humana, desplegado, transformado y representado extensivamente por el sistema social o humano en evolución. Evidentemente, un sistema incluido dentro del ámbito educativo ha de trabajar a la vanguardia, y debe ocuparse de recordar, formar y estimular para que el resto de los sistemas sociales trabaje al servicio de la evolución hacia la madurez del grupo humano, y jamás permitirse hipotecar esa capacidad.

Utopía es un «no-lugar» (su significado etimológico del griego ou-topos) que sirve para juzgar el «aquí y ahora». Al imaginar una sociedad perfecta, se revelan, por contraste, las imperfecciones de la sociedad real. Simboliza la confianza en el progreso y la perfectibilidad humana, pues los problemas sociales (guerra, pobreza, injusticia) no son naturales ni inevitables, sino que pueden ser superados mediante una praxis coherente.

Utopía no es distopía. En Nosotros de Yevgueni Zamiatin (1921) o Un mundo feliz de Aldous Huxley (1932), la utopía se revela como una distopía. El símbolo del «Estado Único» o la «World State» representa un orden tan perfecto que es inhumano, suprimiendo el amor, el arte y la libertad individual por la estabilidad. El mito de la Edad de Oro o el Paraíso Perdido son utopías retrospectivas. Simbolizan un estado que existió en el pasado y que hemos perdido. Cuando se han experimentado (vida intrauterina) fundamentan la motivación en la acción para lograr la utopía. Como motor de aspiración, pone atención a la imperfección del presente tratando de corregirla.

Pero lo común es que sea un objeto de nostalgia más que de planificación futura. Y que la utopía se convierta en una distopía. Por los que la mayor parte de los sistemas humanos e instituciones son distópicas.

Un sistema distópico no querrá morir. No querrá asumir la oportunidad de crecer y cooperar con la transformación del mundo. No asumirá la responsabilidad de las acciones particulares y grupales.

Podrá ser visto como un barco que declara su naufragio mientras la tripulación, aún en cubierta, sigue izando las velas hacia un horizonte que ya no existe, y mientras su capitán sigue apoyándose en la esperanza de sangre fresca y vientos y lluvia fertilizante.

Un sistema distópico en el arte. Joyce Jung.

James Joyce le dijo a Carl Jung, que era el terapeuta de su hija, que sus novelas no eran tan diferentes a los delirios de su hija. Jung respondió: es cierto, pero mientras usted nada en ellos, su hija se ahoga.

Jung está de acuerdo en que tanto el artista como la persona con psicosis exploran el mismo territorio: el inconsciente. Ambos acceden a un mundo de símbolos, arquetipos, conexiones no lineales y realidades alternativas que están más allá de la lógica consciente. Joyce, en su escritura, buceaba deliberadamente en ese océano para extraer material creativo. «… pero mientras usted nada en ellos, su hija se ahoga.» Nadar (Joyce): Implica control, voluntad y maestría. El artista se sumerge en el inconsciente, pero puede salir a la superficie. Utiliza el ego y la técnica para dar forma a ese caos, transformándolo en una obra de arte estructurada y comunicable. Es una inmersión con un propósito, un viaje de ida y vuelta. El arte es, para Jung, una forma de canalizar sanamente las fuerzas del inconsciente. Ahogarse (Lucia): Implica ser superado, perder el control y sucumbir. La persona con psicosis no «nada» en el inconsciente; es arrastrada por él. El inconsciente la inunda, rompe los diques de la conciencia y la desconecta de la realidad consensuada. No hay capacidad de darle un sentido o una forma ordenada; solo hay caos y sufrimiento. En definitiva, Jung le dice a Joyce: «Usted es el buzo que explora las profundidades y vuelve con tesoros. Su hija es la víctima de un naufragio que se está hundiendo». Es una forma profundamente humana y precisa de validar el genio de Joyce sin minimizar la tragedia de su hija.

Es un ejemplo tanto de un sistema familiar distópico como de lo que entiendo sobre la relación entre el artista y el arte, que suelo denominar como complejo creatividad. Además, hay una profunda reflexión que suscita el diálogo y es hasta qué punto Joyce mismo estaba equilibrado y su efecto en su hija. Su hija tenía una psicosis clínica, diagnosticada de esquizofrenia. Si no es un problema genético, que no lo creo, ¿cuál es el origen de la psicosis de Lucía? El origen familiar de una psicosis en padres desequilibrados es patente, además Joyce reconoce similitud entre los contenidos de su obra y los delirios de Lucía. ¿Una excesiva identificación edípica de una hija a la que los padres no han sabido ayudar en su desarrollo y que se convierte en una musa-ánima de su padre?  Lucía tuvo una fatal atracción por uno de los protegidos del padre, Samuel Beckett, y por su profesor de dibujo, Alexander Calder. Jung en la anécdota no se mete en esto, quizás por delicadeza, y quizás, esperando que Joyce capte un mensaje más profundo.

James Joyce no era un «loco» en el sentido coloquial clínico y cultural. Era un hombre con una constitución psicológica extremadamente frágil y una neurosis profunda, que incluía ansiedad debilitante, fobias y una alta dependencia del alcohol. Sin embargo, poseía una voluntad férrea y un genio disciplinado que le permitieron utilizar su propio sufrimiento y su rico mundo interior como material crudo para su arte. En esencia, su salud mental fue el campo de batalla donde se libró su creatividad. Sus demonios personales—el miedo, la paranoia, las obsesiones—fueron también los ladrillos con los que construyó sus obras maestras. Él, como le dijo Jung, «nadaba» en las aguas profundas del inconsciente, mientras que su hija, trágicamente, se «ahogaba» en ellas. De la madre de Lucía Joyce, Nora Barnacle, no hay indicios de que padeciera ningún trastorno de salud mental clínico. Nora era una mujer de origen humilde de Galway, con una educación formal limitada, pero con una inteligencia práctica y un carácter excepcionalmente fuerte. Mientras Joyce se consumía en ataques de ansiedad, celos paranoicos y crisis creativas, Nora era el pilar de estabilidad en la familia. Ella era la que gestionaba las finanzas (a menudo desastrosas), criaba a los hijos y mantenía un sentido de la realidad cotidiana en medio del caos que Joyce generaba. Nora no entendía ni le interesaba la obra literaria de su marido. Famosa es la anécdota de que, cuando le preguntaron por qué no leía «Ulises», ella respondió: «¿Para qué? Ya vivo con él». Esta distancia le permitía no verse arrastrada por las tormentas intelectuales y psicológicas de Joyce. Joyce veía la condición de Lucia como un misterio artístico, un fuego creativo similar al suyo. Nora, desde su sentido común, veía la realidad: su hija estaba gravemente enferma y necesitaba ayuda profesional. Esta divergencia causó gran tensión en su matrimonio. Esas tensiones se pueden entender desde la teoría de sistemas familiares junto a la psicoanalítica, como detonante de la psicosis de Lucía. El hermano mayor de Lucía era Giorgio, tuvo una vida difícil, marcada por la sombra de su famoso padre. Aspiró a ser cantante, pero no logró el éxito esperado. Se casó con Helen Fleischman, una mujer diez años mayor que él y adinerada, lo que generó cierto escándalo. Al igual que su padre, luchó contra el alcoholismo durante gran parte de su vida. Lucia mostró un talento temprano para la danza y fue una prometedora artista en ese campo. Sin embargo, a medida que crecía, su comportamiento se volvió cada vez más errático e inestable. Después de ser diagnosticada con esquizofrenia, pasó la mayor parte de su vida adulta, desde los 25 años hasta su muerte a los 75, internada en diferentes sanatorios psiquiátricos.

La vida de Lucía es narrada por Sofía G. Buzali en el libro Mi nombre es Lucía Joyce.    Sofía G. Buzali leyó la biografía de James Joyce escrita por Richard Ellmann y la biografía de Lucía Joyce escrita por Carol Loeb Schloss. Esta última abarca desde el nacimiento hasta su internamiento psiquiátrico en un hospital psiquiátrico francés (en Ivry). Os bombardeos nazis condicionaron que los internos de Ivry fuesen trasladados al Hospital Psiquiátrico de Charmettes, en Pornichet. Los padres de Lucia huyeron de Francia y a Zurich, donde moriría Joyce en 1941. Lucía es abandonada y se queda a la deriva. La albacea de Lucía, que era la mecenas de Joyce, se llamaba Miss Weaver, una solterona que toda su vida ayudó a Joyce, la rescató al Hospital Psiquiátrico St. Andrew’s, donde pasaría el resto de sus días. su mayor obsesión es escapar. Volar en busca de su padre, enterrado en el cementerio de Fluntern, en Zúrich, y de quien nunca pudo despedirse. La biógrafa decía que Lucía sentía que le habían quitado su alma a través de todos los distintos medicamentos que debía ingerir en el hospital, incluso le daban un tipo de medicamento que le hacía que le creciera la barba, se le pusiera el pelo blanco, que olvidara.

Lucía no pudo hacer ninguna de las tres traiciones básicas, ni siquiera entrar en la denominación complejo paterno, complejo materno, ya que probablemente era una mujer de estructura psicótica poseída por lo arquetípico que no podía entender ni situar pero que inspiraba a su padre.

 

Metamorfosis del alma de nuestra casa

No toda muerte es pérdida.
A veces, morir es dejar de sangrar
por una herida que no cierra.

Nos dimos cuerpo, nombre y voz,
y en la voz se fue el aliento.
Nos reunimos para pensar el alma,
y el alma quedó atrapada
entre papeles, demandas y silencios.

Una sombra se instaló en la puerta,
la casa se llenó de ecos,
y el fuego que encendimos para alumbrar
comenzó a arder hacia adentro,
devorando la fuerza, el sueño,
la fe del trabajo compartido.

Hoy elegimos morir despiertos,
cerrar los ojos de esta forma viva,
que ya no respira,
y ofrecer sus restos al suelo fértil
de lo que aún puede nacer.

No es rendición,
es el gesto sabio del otoño:
dejar caer la hoja
para que el árbol no se pudra.

El cansancio tiene nombre,
la justicia se volvió un laberinto,
y nuestros días, antes consagrados al sentido,
se consumieron en la defensa del aire.
Por eso decimos: basta.
Por eso decimos: hasta aquí.

Que se disuelva esta estructura
como un cuerpo que regresa al río,
para que el río vuelva a fluir.
Que el nombre que fuimos
se borre sin rencor,
que el dolor se haga aprendizaje
y el aprendizaje semilla.

De los restos nacerán otros círculos,
más ligeros, más vivos,
sin la carga del miedo ni del sello.
Seguiremos reuniéndonos,
pero ya no bajo el peso de una sigla,
sino bajo la luz que nos llamó al principio.

Así muere lo que amamos —con dignidad—
para que la vida,
la verdadera,
pueda volver a entrar.

Mikel García.  5 octubre 2025

Conclusiones

 

Conclusiones

El análisis presentado revela que la traición es un fenómeno radicalmente ambivalente, lejos de ser una simple ruptura moral o un acto de perfidia. Se erige como una categoría existencial, un arquetipo, que interpela los fundamentos de la identidad, la ética y la trascendencia, desplegándose en múltiples dimensiones.

La tipología de Žižek—inspirada en Kierkegaard—nos permite desagregar la traición en tres modalidades esenciales: la traición estética (movida por el interés egoísta), la traición ética (justificada por un principio superior) y la traición religiosa (un acto paradójico de fidelidad última). Esta última, ejemplificada en la figura de Judas, constituye el núcleo de una profunda paradoja: a veces, la fidelidad más radical exige la ruptura aparente. Judas no es un mero villano, sino un instrumento necesario en la economía divina, encarnando la idea de que «Dios pide que lo traicionen». Esto expone una lógica dialéctica donde el mal se integra en un plan superior de bien, y donde la traición se convierte en un acto fundacional.

Estas traiciones literales con complejo traición a diferencia del arquetipo traición que opera en fases evolutivas: a la madre, al padre, al sí-mismo y a las instituciones en grupos humanos.

Psicológicamente, Judas representa el arquetipo del traidor interno, la sombra que todos cargamos y que nos tienta a traicionar nuestro «Cristo interior» o vocación más elevada. Lejos de ser solo una falta, esta traición puede surgir de un exceso de identificación con el objeto amado, o de la necesidad de discernir la singularidad del Otro más allá de sus atributos universales.

La traición, por tanto, no tiene un desenlace unívoco. Puede sumirnos en la oscuridad del resentimiento y la venganza, como ilustra trágicamente Medea, iniciando ciclos de destrucción. Sin embargo, también puede operar una transformación alquímica en la psique.

Al igual que en el nigredo, la experiencia del dolor y la ruptura puede devenir en un proceso de purificación (albedo) y recomposición (rubedo) de la identidad, actuando como un catalizador para la individuación y una compasión más auténtica.

Finalmente, la reflexión se extiende al ámbito socio-político. La traición no es solo un drama individual, sino un motor histórico. La lectura de Žižek sugiere que el cristianismo institucionalizó la traición para mantener su hegemonía, una dinámica que se repite en la política cuando la «fidelidad a la causa» exige traicionar dogmas caducos. Esta lógica encuentra un eco distópico en el llamado «thanacapitalismo» o capitalismo mortuorio, donde el sistema se alimenta del espectáculo de la muerte y el sufrimiento ajenos, traicionando la base misma de la comunidad humana al fomentar un narcisismo que se reafirma mediante la exclusión.

En definitiva, la traición se nos presenta como un espejo de las contradicciones más profundas de la condición humana. Lejos de ser solo un tema literario o teológico, es una fuerza liminal que, al cuestionar nuestras lealtades más arraigadas, nos confronta con la posibilidad de caer en el nihilismo o, por el contrario, de acceder a una forma de libertad y creatividad más profunda y veraz. La única fidelidad que perdura sugiere este análisis, es aquella que tiene el coraje de atravesar la traición.

Traumas transmilenarios: arquitectos de la “paz perpetua” de los cementerios.

Traumas transmilenarios: arquitectos de la “paz perpetua” de los cementerios.

Traumas transmilenarios: arquitectos de la “paz perpetua” de los cementerios.

Mikel García. 1 octubre 2025.

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Descripción de la imagen

Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

 

Autor

 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Presentación y contenido

El texto denuncia la falsedad de la llamada “cultura de paz” cuando encubre genocidios bajo discursos vacíos. Retoma la advertencia de Kant sobre la “paz perpetua” frente a la “paz del cementerio”, es decir, una paz ilusoria basada en la aniquilación. A lo largo de la historia —desde la conquista de Canaán, la Pax Romana, el colonialismo británico hasta el conflicto israelí-palestino— se repite el patrón: la paz se impone mediante destrucción, desplazamiento y trauma transgeneracional. Frente a la propuesta hipócrita de líderes actuales, se plantea una paz real fundada en verdad, justicia reparadora, memoria compartida y soberanía mutua.

Ensayo

¡El ilusorio sueño dulce de la paz! Un deseo que barrerá el genocidio debajo de las alfombras: relegándolo a lo inconsciente colectivo.

La «cultura de paz» oficial puede convertirse en un eslogan vacío. Hablar de cultura de paz mientras se tolera o justifica un genocidio es una forma atroz de vaciar ese ideal de contenido, revelando la hipocresía de un orden internacional que acepta la violencia estructural cuando conviene a intereses geopolíticos.

El concepto de «paz perpetua» fue acuñado por el filósofo alemán Immanuel Kant en su ensayo de 1795,” Hacia la paz perpetua”. Cuenta la anécdota al ver escrito Paz Perpetua «Esta inscripción satírica que un hostelero holandés había puesto en el letrero de su casa, debajo de una pintura que representaba un cementerio, ¿estaba dedicada a todos los ‘hombres’ en general, o especialmente a los gobernantes, nunca hartos de guerra, o bien quizá sólo a los filósofos, entretenidos en soñar el dulce sueño de la paz?»

Kant utilizó esta imagen de humor negro como una advertencia sobre un concepto erróneo y peligroso. Aclara que ciertos actos de «guerra total» son inaceptables porque destruyen la confianza mutua y hacen imposible una paz futura. Argumenta que una guerra de exterminio así conduciría a una «paz del cementerio de todo el género humano». Por lo tanto, la «paz de los cementerios» representa el silencio de la aniquilación total: Una «paz» falsa lograda sólo mediante la destrucción completa sin dejar a nadie vivo para generar conflicto. Es la antítesis de la verdadera paz, que se opone directamente a la «paz perpetua» que Kant propone, que es una paz vibrante, basada en fundamentos legales, entre repúblicas libres y pueblos vivos.

Kant propuso un programa de paz para ser implementado por los gobiernos, basado en principios. Entre ellos: El derecho de naciones debe fundarse en una federación de estados libres; El derecho de ciudadanía mundial debe limitarse a las condiciones de la hospitalidad universal, es decir, el derecho de un extranjero a no ser tratado con hostilidad al llegar a otro país.

Tras el éxodo los israelitas llegaron a Canaán -la tierra prometida-, la conquistaron, masacrando a sus habitantes de un modo que hoy se podría llamar genocidio propiciado por Yahvé. Sucedió alrededor del siglo XII a. C., la Estela de Merneptah (de Egipto) es el hito histórico crucial que lo atestigua. La Pax Romana. Los romanos tenían un concepto muy claro: la paz se lograba mediante la victoria total y la sumisión. Como final de la Tercera Guerra Púnica (146 a.C.), tras décadas de conflictos, Roma exigió a los cartagineses que abandonaran su ciudad para ser destruida. Al negarse, los romanos sitiaron, arrasaron la ciudad y vendieron a los supervivientes como esclavos.  Una aniquilación total. La «paz» se logró mediante la completa destrucción del enemigo. El famoso «Carthago delenda est» («Cartago debe ser destruida») era un ultimátum. La paz fue la ausencia de Cartago.

La Primera Guerra Judeo-Romana (66-73 d.C.) culminó con el asedio y la captura de Jerusalén por el futuro emperador Tito. La destrucción del Segundo Templo no fue solo una catástrofe militar; fue un trauma religioso y nacional de proporciones incalculables, ya que el Templo era el único lugar de sacrificios y el corazón simbólico del judaísmo. Tras la caída de la ciudad, un enorme número de judíos fue masacrado, vendido como esclavo o huyó, dispersándose por todo el Imperio Romano y más allá. Este evento se considera el comienzo de la diáspora romana o exilio Edom, que definiría la existencia del pueblo judío durante los siguientes dos milenios. El desenlace de la última guerra romano-judía, la Rebelión de Bar Kojba (132-136 d.C.), fue el remate, particularmente en la imposición de términos tras la derrota contienda y sus profundas consecuencias para la población derrotada. Supresión de la autoridad política y religiosa judía. Prohibición de prácticas religiosas clave, como la circuncisión. El emperador Adriano borra el nombre de «Judea» del mapa y lo reemplaza por «Siria Palestina». Jerusalén se convierte en la ciudad pagana de Aelia Capitolina. Diáspora: Cientos de miles de judíos son asesinados o vendidos como esclavos. La población judía es expulsada de Jerusalén y se consolida la diáspora.

Imperio Británico en la India – Después de la Rebelión de los Cipayos (1857). La rebelión fue sofocada con una violencia extrema por los británicos. Pacificación por la Fuerza. La «paz» se estableció mediante una demostración de poder tan brutal que disuadió cualquier resistencia a gran escala durante décadas. La Compañía Británica fue reemplazada por el gobierno directo de la Corona.

Después de siglos de persecución y masacres del pueblo judío, surge el sionismo político que trata de volver a instalarse en la tierra prometida entonces bajo el imperio inglés, con compras de terrenos y terrorismo. Tras el holocausto nazi se decide en la ONU la solución del estado de Israel sin contar con el pueblo palestino. Después décadas de guerra, terrorismo, genocidio.

Lo último una propuesta de paz imperial del trio visible Trump-Blair-Netanyahu. El cansancio de las conciencias ante el genocidio activa el sueño de la dulce paz que atrae el consenso de muchos estados, gobiernos y población. Una paz falsa: un ultimátum de rendición ante la amenaza de aniquilación. La propuesta de paz para Gaza guarda similitudes conceptuales con el desenlace de la última guerra romano-judía, la Rebelión de Bar Kojba (132-136 d.C.), ahora de pretende la diáspora total de los palestinos que queden vivos. Es lamentable lo poco que se aprende de la historia y la vergüenza que se puede sentir por pertenecer a la especie humana al comprobar como la dialéctica verdugos víctimas es continúa y va alternándose. Las antiguas víctimas son los siguientes verdugos.

Estos pocos ejemplos, pues hay muchos más en otras regiones del planeta, aunque el polvorín milenario de oriente medio es especialmente ilustrativo, muestran un patrón histórico donde una «paz» victoriosa se impone mediante una combinación de fuerza militar abrumadora y una reestructuración política y territorial destinada a desmantelar por completo la capacidad de resistencia del adversario. En estos casos, la derrota del bando más débil es seguida de:

La imposición de un nuevo orden de seguridad: Los romanos establecieron una guarnición permanente y prohibieron las prácticas judías, mientras que el plan actual propone una fuerza internacional y el desarme completo de Hamás.

Un reordenamiento político forzado: Así como Roma eliminó las instituciones judías y renombró la región, la propuesta de Trump y Netanyahu busca reemplazar el gobierno de Gaza por una administración tecnócrata seleccionada externamente.

Consecuencias identitarias profundas: La Rebelión de Bar Kojba consolidó la diáspora judía y transformó para siempre el centro de gravedad del pueblo judío. El plan actual, de implementarse, redefiniría radicalmente el futuro político y territorial de los palestinos en Gaza.

Una paz de genocidio cultural que es acogida como evitar de miles de muertos más. Las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki también se justificaron con la misma idea.

Una paz en el cementerio de una franja de Gaza arrasada bajo cuyos escombros yacen muchos más cadáveres que los reconocidos oficialmente.

Una paz con la que se quiere hacer negocio reconstruyendo el territorio para lugar de ocio del imperio que busca plusvalías con el genocidio.

¿Debe quedar solo en manos de Hamas la respuesta? ¡No!

Un plan de paz real estaría basado primero en la paz kantiana, que al crear un marco estable y predecible sería el primer paso para abordar los traumas transgeneracionales esas «heridas heredadas» y «marcas epigenéticas en lo inconsciente colectivo» que se transmiten entre generaciones sin haber vivido el evento traumático original -el pecado original-, y no va  a haber ningún Cristo que venga a redimirlo.

La estabilidad política: elecciones libres de sus representantes, Estado Palestino… permite implementar procesos de sanación específicos:

Verdad y narrativas compartidas. Establecer comisiones de la verdad y la reconciliación que permitan a ambas partes narrar su sufrimiento. Esto «rompe el silencio» sobre el dolor, un elemento clave para detener la transmisión del trauma. Supera la dinámica actual donde, como se señala en el conflicto, cada lado siente que su existencia está amenazada, un sentimiento que siembra el trauma en nuevas generaciones.

Justicia reparadora. Complementar la justicia penal, absolutamente necesaria para terroristas de todas las partes, con mecanismos que reparen el daño a las víctimas, lo que ayuda a cerrar ciclos de «repetición por oposición o compensación». En este punto a los palestinos habría que reconstruir sus casas, escuelas, hospitales, cementerios, en Gaza para que las rehabiten, devolverles los territorios ocupados por colonos, ….  ¿Quién pagaría? Israel y quienes le han ayudado a la destrucción (EE.UU). Reconstruir no es solo levantar edificios, sino recomponer el tejido social e histórico de un pueblo, una tarea que lleva generaciones y es imposible bajo una administración impuesta externamente.

Educación para la Paz. Reformar los sistemas educativos para incluir la historia y narrativa del «otro», fomentando una «nueva narrativa» compartida que prevenga que el conflicto se perpetúe en la mente de los jóvenes.

Hay intentos históricos de este tipo de intentos en conflictos recientes. Algunas comisiones de la verdad han funcionado parcialmente, lo mismo que algunas justicias reparadoras, aunque muchas se han quedado solo en lo económico y sin completarlo, como las reparaciones a las pocas víctimas identificadas de sacerdotes católicos pederastas.

Este camino enfrenta grandes desafíos. Requeriría que actores como Hamás, que tiene como principio la destrucción de Israel, e Israel, con facciones que se oponen a un Estado palestino, acepten una coexistencia basada en la soberanía mutua. La clave está en una diplomacia persistente y un apoyo internacional mayoritario que incentive a ambas partes hacia este marco, aislando a los radicales.

¿Quién puede fiarse del trio de la paz propuesta?, que tienen un lenguaje militar blanqueando los sepulcros en los que se quiere seguir enterrando los que sobran, los que molestan, los disidentes. Trump insta a que los militares de EEUU empiecen a cazar izquierdistas, …

El lenguaje de la guerra, blanqueado oscuridades, opera cada vez más en sectores de la ultraderecha, a veces usando la pseudociencia como el alcalde de Madrid queriendo que se informe a las mujeres que quieren abortar de los efectos secundarios del aborto “alcoholismo, …suicidio” basándose en un estudio científico que no existe.

El futuro, como advirtió Kant, será la lógica de la «paz del cementerio de todo el género humano», una paz lograda solo por aniquilación, que no resuelve nada y siembra traumas para siglos, hasta llegar a un planeta poblado de Espectros Humanos que no podrá comprender una civilización de alienígenas que visite la tierra.

A no ser que despertemos y actuemos.

 

Te invito a leer este texto: Está ligado al mal quien no actúa https://ibiltarinekya.com/project/malnoactua/ 

La agonía del sí-mismo: Unamuno, Jung y la sombra invisible que nos somete.

La agonía del sí-mismo: Unamuno, Jung y la sombra invisible que nos somete.

La agonía del sí-mismo: Unamuno, Jung y la sombra invisible que nos somete.

Mikel García. 23 septiembre 2025.

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Descripción de la imagen

Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

 

Autor

 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Presentación y contenido

Miguel de Unamuno (1864-1936), se convirtió en una de las conciencias más incómodas de su tiempo. Su obra gira en torno a lo que llamó el sentimiento trágico de la vida, es decir, la experiencia existencial de la tensión entre el ansia de inmortalidad y la certeza de la muerte. Esa contradicción radical atraviesa tanto su biografía personal como su pensamiento, y se traduce en una constante lucha entre razón y fe.

El episodio central de su vida fue la crisis espiritual de 1897. Ante la enfermedad y muerte de su hijo Raimundo, Unamuno cayó en un estado de desesperación total. En medio de esa crisis, tuvo un sueño estremecedor: se le apareció el “Ángel de la Nada”, símbolo de la aniquilación y del vacío. Este encuentro onírico marcó un antes y un después. La figura del ángel representa la irrupción de la sombra, el rostro oscuro del inconsciente que lo confronta con la disolución del yo. Fue una experiencia límite que lo obligó a replantearse radicalmente su vida y su obra. Sin embargo, no resolvió su conflicto; más bien, lo convirtió en el núcleo de su pensamiento.

 

Un gesto de su esposa Concha, que lo consoló con ternura en su momento de mayor desesperación, le reveló que el verdadero sostén no venía de la razón sino del amor. Esa escena, cargada de simbolismo, puede interpretarse como una irrupción del arquetipo del Ánima en sentido junguiano: la dimensión relacional, afectiva y nutricia que lo salvó del abismo.

De esta experiencia nació una de sus obras fundamentales, Del sentimiento trágico de la vida (1913). Allí afirma que la fe no es certeza sino agonía, combate perpetuo contra la duda. Para él, una fe que no duda es una fe muerta. Este planteamiento lo aleja de cualquier dogmatismo y lo sitúa en una perspectiva vitalista: lo importante no es la resolución definitiva, sino el movimiento de lucha y búsqueda.

Esta concepción también atraviesa El Cristo de Velázquez (1920), donde explora la figura de Cristo no tanto desde la ortodoxia religiosa, sino como símbolo estético y vital. Para Unamuno, el arte revela lo sagrado en lo humano, y la belleza es un puente hacia lo divino.

Su pensamiento tuvo también un fuerte impacto político. Unamuno defendió siempre la libertad de conciencia frente a las imposiciones tanto del secularismo racionalista como del catolicismo institucional. Esta postura le valió repetidos enfrentamientos y destituciones como rector. Durante la Guerra Civil, inicialmente apoyó a los sublevados, pero pronto reaccionó contra su violencia y su culto a la muerte. Su intervención del 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de Salamanca es emblemática: ante el grito “¡Viva la muerte!”, replicó denunciando esa exaltación de la destrucción como una patología. Ese acto de valentía le costó el arresto domiciliario, en el que murió pocos meses después. Su último gesto público encarna su conflicto vital: la defensa de la vida frente a la idolatría de la muerte.

Desde una perspectiva junguiana, la vida de Unamuno puede leerse como un proceso de individuación marcado por un descenso al inconsciente —una nekyia. El “Ángel de la Nada” es un daimon, una figura arquetípica que lo confronta con el sentido último de su existencia. Su lucha constante contra la duda se convierte en la dinámica vital que lo mueve. Unamuno cargó también con la sombra colectiva de España, atrapada entre el dogmatismo religioso y un secularismo vacío. La consigna fascista “¡Viva la muerte!” condensaba esa sombra cultural: la fascinación por la destrucción. Su respuesta fue afirmarse en la vida, aunque desde la duda y la agonía. En esto coincide con Jung: ambos rechazaron la comodidad de los dogmas y sostuvieron que la plenitud se alcanza enfrentando la tensión irresoluble entre lo consciente y lo inconsciente, entre lo finito y lo infinito.

El autor presenta dos de sus poesías, analiza y amplifica contenidos, y anticipa una idea: la forma de morir revela cómo se ha vivido. Quienes se refugian en dogmas rígidos mueren espiritualmente vacíos; quienes habitan la agonía y la duda alcanzan una “inmortalidad relativa”, participando del despliegue arquetípico de la existencia. El legado de estos últimos es la invitación a vivir en lucha, con dignidad y confianza activa, en el corazón mismo de la contradicción que define la condición humana.

 

 

 

Ensayo

 

 

Sombra y esperanza,

camino sin certeza,

alma que late.

Muerte cercana,

un grito en la penumbra,

espera viva.

 

Quien no duda yace mudo, cadáver obediente; quien duda arde en el fuego de la conciencia, forja su eternidad en el yunque de lo inconsciente, y en ese mismo incendio descubre la vanidad de toda inmortalidad.

 

Miguel de Unamuno y Jugo (1864-1936), ha sido un referente para mí de un hombre honesto que trataba de dar sentido al sentimiento trágico de la existencia en general y de la suya en particular. Para ello tomaba como referente cultural la dicotomía entre fe y razón.

Conocí la historia y obra de Unamuno en mi adolescencia cuando ya estaba saliendo de mi fe católica, pues intuía una espiritualidad real, pero como a Unamuno el ver la praxis reaccionaria del catolicismo me apartó, aunque tuve un período final de permanencia con los movimientos del Catecismo Holandés, y la teología de la liberación de partes de la iglesia progresista en las postrimerías del franquismo.

Después de tantos años de aquel período me parece interesante repasar lo más relevante de Unamuno y hacer una lectura junguiana de su drama y ampliarlo al drama de lo humano.

En 1897, a sus 33 años, Unamuno sufrió una profunda crisis espiritual agudizada por la enfermedad de su hijo pequeño. Un ataque de meningitis dejó inválido y luego mató a su hijo pequeño, Raimundo, y Unamuno se sumió en una depresión, convencido de que Dios lo castigaba a él y a su hijo por haber abandonado su fe católica, lo que había hecho al ver la praxis ultraconservadora del catolicismo. La crisis se desató una noche en la que, tras estudiar a filósofos positivistas, soñó que era arrastrado por un «Ángel de la Nada» hacia un abismo sin fin. Se despertó sobresaltado, llorando, invadido por la imagen de la muerte y el acabamiento total. Al verlo en ese estado, su esposa, Concha, lo abrazó y le gritó: «¡Hijo mío!». Unamuno descubrió «todo lo que Dios había hecho por él en esa mujer», un consuelo que no provenía de la razón, sino del sentimiento y la entrega. Esta experiencia no resolvió su conflicto, pero lo marcó para siempre, impulsándolo a escribir sobre el «sentimiento trágico de la vida»(1913) que es su obra filosófica central, donde analiza explícitamente esta lucha entre la razón y la fe. Como diría San Juan de la Cruz: «De manera que, para conocer a Dios, esta Noche oscura es el medio, con sus sequedades y vacíos…». La angustia existencial en Miguel de Unamuno es un sentimiento profundo que surge directamente del conflicto entre la razón, que nos dice que la muerte es el fin absoluto, y el deseo visceral del corazón, que anhela desesperadamente la inmortalidad. Este choque interno es el núcleo de lo que él llamó el «sentimiento trágico de la vida». Él entendía la fe no como una posesión tranquila y segura, sino como una «agonía» (del griego agon, lucha). La verdadera fe, para él, es la que vive en y de la lucha contra la duda. Unamuno llega a decir: «Una fe que no duda es una fe muerta”. La culpa y el tormento de no poder alcanzar la certeza son, paradójicamente, la señal de que la fe está viva y es sincera.

Unamuno se obsesionó con llevar adelante lo que él veía como el destino de España iniciado por Cervantes y Juan de la Cruz: afirmar la fe en la inmortalidad frente a las afirmaciones de la razón de la Ilustración planteadas por intelectuales de otros países europeos. En el poema «El Cristo de Velázquez» (1920) contempla a Cristo no desde el dogma, sino desde la belleza y el sentimiento, buscando una experiencia de Dios a través del arte. En «San Manuel Bueno, mártir» (1931) presenta un perfecto reflejo de su conflicto. El protagonista, un sacerdote, pierde la fe racionalmente, pero sigue actuando «como si» creyera para dar consuelo a su pueblo, representando la idea de que a veces la conducta (lo vital) está por encima de la creencia intelectual.

Unamuno sufrió por su negativa a comprometerse ni con la intelectualidad secular ni con las fuerzas católicas conservadoras de su época. Fue relevado tres veces del rectorado de la Universidad de Salamanca por sus convicciones políticas. La tercera vez llegó casi al final de su vida, tras una celebración del Día de la Hispanidad en la universidad. Esa noche, un contingente de falangistas saludó un retrato de Francisco Franco, pronunció discursos dramáticos ensalzando el totalitarismo e incitó a la multitud a corear un lema fascista contemporáneo: «¡Viva la muerte!». Cuando Unamuno se levantó para hablar, comenzó con las palabras por las que muchos lo recuerdan: «A veces, callar es mentir». Luego señaló al imponente líder de los falangistas y continuó: «El general Millán-Astray es un tullido. No hace falta que lo digamos en voz baja. Es un tullido de guerra. Cervantes también lo era». El general, indignado, ordenó a punta de pistola que el anciano Unamuno saliera del auditorio y lo puso bajo arresto domiciliario. Diez semanas después, Unamuno, ya con mala salud, falleció.

Mi lectura junguiana.

Entiendo que la crisis de Unamuno representa un encuentro arquetípico con la sombra y una lucha heroica, pero incompleta, hacia la individuación.

La crisis de 1897 es la irrupción violenta de la sombra personal de Unamuno. Su identidad consciente, construida sobre la razón positivista, se derrumba ante el trauma (la muerte del hijo). La culpa («Dios me castiga») es la voz de la sombra, que contiene todo lo que él había reprimido: la fe irracional, el miedo a la muerte y la vulnerabilidad. El «Ángel de la Nada» del sueño es la personificación de un complejo autónomo proveniente del inconsciente: la negación absoluta de significado que su yo racional temía. No es un ángel divino, sino un daimon psíquico que encarna el horror al vacío: la muerte como Nirvana y salida de la rueda del Samsara, en la que la conciencia y el alma no continúa ya de ningún modo. Esto le aterra y lo vive como un castigo a su traición a la fe -que le ofrece un futuro de vida tras la muerte frente a la nada del Nirvana-. El hijo ya había muerto, pero la crisis surge cuando estaba leyendo textos positivistas alejados de la fe. Parece una experiencia mística que le lleva a leer la traición al padre-Dios con la traición al hijo -que no ha cuidado suficiente- y muere como consecuencia de la mala praxis del padre.

La respuesta de su esposa Concha («¡Hijo mío!») es un momento de profunda constelación del Ánima. Ella no lo salva con razones, sino con un acto de Eros (conexión, sentimiento, vida), opuesto al Logos (razón, análisis, muerte) que lo tenía paralizado. Este instante le muestra el camino de integración: la posibilidad que no niega el dolor, sino que lo abraza. Es la «Noche oscura» de San Juan de la Cruz como un descenso necesario, una nekyia, para quizás poder renacer.

Unamuno cargaba con la sombra colectiva de España. La España de su tiempo, atrapada entre un pasado católico dogmático y un futuro secular incierto, proyectaba su propia angustia de muerte e irrelevancia. El grito «¡Viva la muerte!» es la sombra colectiva hecha consigna: la celebración patológica de la negación de la vida. “VIVA LA MUERTE” es equiparable a “Matemos, aniquilemos”. Su obsesión por la inmortalidad era la contracara de la aniquilación genocida de esa muerte apelada y la intuición de vida que continúa por mucho que se la pretenda aniquilar. Su «agonía» era el síntoma de una cultura que no podía integrar racionalidad y espiritualidad.

Esa sombra colectiva lo aniquiló.

Su muerte de este modo me abre preguntas. Su enfrentamiento final con Millán-Astray ¿es la proyección al mundo exterior de su conflicto interno? Que Millan-Astray lo pudiera matar era bastante probable. Unamuno, al denunciarlo, ¿actuó desde su sí-mismo, defendiendo la vida que incluye la muerte, pero no la idolatra? ¿Su trabajo de individuación hasta dónde llegó? ¿Provocó a Millan-Astray en un acto de redención de su culpa? ¿Es posible colaborar con los asesinos siendo consciente de que colaboras con el mal? ¿Puede alguien justificar que, no viendo, no queriendo ver, no se es un colaborador del mal? ¿Qué decisión tomar ante del dilema denunciar al asesino o no hacerlo para que no te aniquile?

El genocidio en Gaza nos coloca ante dilemas iguales. El Millan-Astray actual es el sionista Netanyahu y la sombra colectiva va ganando intensidad no solo en España, que también, sino en todo el planeta.

¡Seamos unamunos!

Morir ya sabemos que va a ocurrir ¡Qué sea con dignidad y sirva para algo!

 

“Si la gente no despierta, Israel será una dictadura teocrática”. Irit Keynan historiadora israelí fundadora de Bandera Negra en la Academia, grupo que busca movilizar a las universidades hebreas contra la guerra en Gaza

 

A continuación, unos poemas de Unamuno. En este enlace pueden leerse junto a bastantes de sus poemas:  https://www.poesi.as/Miguel_de_Unamuno.htm

 

SALMO II

Marcos, IX, 16-24.

Fe soberbia, impía,

la que no duda,

la que encadena a Dios a nuestra idea.

«Dios te habla por mi boca»

dicen, impíos,

y sienten en su pecho:

«¡por boca de Dios te hablo!»

No te ama, oh Verdad, quien nunca duda,

quien piensa poseerte,

porque eres infinita y en nosotros,

Verdad, no cabes.

Eres, Verdad, la muerte;

muere la pobre mente al recibirte.

Eres la Muerte hermosa,

eres la eterna Muerte,

el descanso final, santo reposo;

en ti el pensar se duerme.

Buscando la verdad va el pensamiento,

y él no es si no la busca;

si al fin la encuentra,

se para y duerme.

La vida es duda,

y la fe sin la duda es sólo muerte.

Y es la muerte el sustento de la vida,

y de la fe la duda.

Mientras viva, Señor, la duda dame,

fe pura cuando muera;

la vida dame en vida

y en la muerte la muerte,

dame, Señor, la muerte con la vida.

Tú eres el que eres;

si yo te conociera

dejaría de ser quien soy ahora,

en ti me fundiría,

siendo Dios como Tú, Verdad suprema.

Dame vivir en vida,

dame morir en muerte,

dame en la fe dudar en tanto viva,

dame la pura fe luego que muera.

Lejos de mí el impío pensamiento

de tener tu verdad aquí en la vida,

pues sólo es tuyo

quien confiesa, Señor, no conocerte.

Lejos de mí, Señor, el pensamiento

de enterrarte en la idea,

la impiedad de querer con raciocinios

demostrar tu existencia.

Yo te siento, Señor, no te conozco,

tu Espíritu me envuelve,

si conozco contigo,

si eres la luz de mi conocimiento,

¿cómo he de conocerte, Inconocible?

La luz por la que vemos

es invisible.

Creo, Señor, en Ti, sin conocerte.

Mira que de mi espíritu los hijos,

de un espíritu mudo viven presos,

libértalos, Señor, que caen rodando

en fuego y agua;

libértalos, que creo,

creo, confío en Ti, Señor; ayuda

mi desconfianza.

 

Salmo II es un poema bello que usa varias paradojas y una metáfora brillante: «La luz por la que vemos / es invisible». No podemos ver la luz en sí, sino las cosas que ella ilumina. De la misma manera, no podemos «ver» a Dios, pero Él es la luz que nos permite «ver» (entender) el mundo. Los versos fluyen de uno a otro sin pausa, como cabalgando, reflejando el flujo ininterrumpido del pensamiento angustiado y la súplica y la duda, que es la que hace viva la fe.

Sustituir Dios y Señor por el arquetipo del sí-mismo no cambia el sentido del poema SALMO II de Unamuno, mantiene el sentimiento trágico entre razón y fe, y convoca a ir más allá: los opuestos en polaridad es un símbolo tenso.

El paradigma junguiano tiene confianza en la realidad psíquica de los arquetipos y en que estos predeterminan el modo de ver la realidad, aunque no pueden verse ni definirse. Ambos sistemas (el teológico de Unamuno y el psicológico de Jung) comparten una misma estructura profunda: la tensión entre la conciencia finita y una realidad trascendente/inmanente inaprehensible en su totalidad. El Dios de Unamuno (inconocible, sentido, pero no demostrado, la «luz invisible») y el arquetipo del sí-mismo (una realidad psíquica que se siente y predetermina la percepción pero que no puede verse ni definirse). Ambos conceptos ejercen una función similar: son un «trascendente» (Dios fuera/sobre el hombre; sí-mismo dentro/pero más-allá-del-ego) que atrae y organiza la experiencia humana. La «fe» en Unamuno y la «confianza» en el proceso de individuación en Jung tendrían un nexo común.

 

A LA ESPERANZA

ἁ… πολύπλαγκτος ἐλπίς

SÓFOCLES. Antígona 615 1

                      I

Esperanza inmortal, genio que aguardas

al eterno Mesías, del que sabes

que nunca llegará, tú la que guardas

a tu hija la fe con siete llaves

y que ante la razón no te acobardas

si no haces a los corazones aves

para volar sobre las nubes pardas

de la fosca verdad, ya en mí no cabes.

¡Esperanza inmortal, ave divina!

que es mi alma para ti harto mezquina

y te ahogas en ella, y por tal arte

huérfano me he quedado de tu abrigo,

y ahora lucho sin ti por si consigo

luchando así, a las ciegas, olvidarte.

                                                    Salamanca, 30-XII-1910.

                      II

Pero no, tú, inmortal, por siempre duras

pues vives fuera de nosotros, Santo

Espíritu, de Dios en las honduras,

y has de volver bajo tu eterno manto

a amparar nuestras pobres amarguras,

y a hacer fructificar nuestro quebranto;

sólo tú del mortal las penas curas,

sólo tú das sentido a nuestro llanto.

Yo te espero, sustancia de la vida;

no he de pasar cual sombra desvaída

en el rondón de la macabra danza,

pues para algo nací; con mi flaqueza

cimientos echaré a tu fortaleza

y viviré esperándote, ¡Esperanza!

 

                                                                                                                                                 Salamanca, 6-1-1911.

 

                                                                        Sófocles llama, en la Antígona, a la Esperanza «la esperanza que vaga mucho».

 

Para Unamuno la esperanza no es una virtud teologal serena, sino una fuerza conflictiva, personificada como un «genio» o un «ave divina» que habita en el corazón de la contradicción humana. La Esperanza no es un simple sentimiento, sino una fuerza autónoma, eterna y con una voluntad propia («sabes que nunca llegará»). Es algo que habita al hombre, pero no proviene de él. Esta es la paradoja brutal: la Esperanza sabe que su objeto es inalcanzable, pero sigue esperando. Es la guardiana de la Fe («a tu hija la fe con siete llaves»), pero una fe que debe ser protegida de la razón. La Esperanza no se acobarda ante la razón, pero se niega a convertir los corazones en «aves» para escapar de «la fosca verdad» (la verdad oscura y descarnada). Prefiere enfrentarla. La paradoja final de la poesía es sublime: «con mi flaqueza / cimientos echaré a tu fortaleza». La debilidad humana, la duda, —la lucha— se convierten en los cimientos sobre los que se construye la fortaleza de lo eterno. La vida se define como «viviré esperándote». La espera es ya la victoria.

«A LA ESPERANZA» es la crónica de un naufragio que se convierte en un modo de navegación. Unamuno no resuelve la contradicción: la habita. El poema encapsula el «sentimiento trágico de la vida»: la conciencia de que somos finitos, unida a la rebelión contra esa finitud. La última palabra no es la fe tranquila, ni la duda escéptica, sino la esperanza activa, luchadora y agonística, que encuentra su dignidad no en la posesión de la verdad, sino en la nobleza del combate por alcanzarla. La vida, para Unamuno, es un «vivir esperando», y en ese verbo —esperar— se condensa todo el pathos y la grandeza de la condición humana. La Esperanza es personificada como un «genio», un «ave divina» e «inmortal». No es un simple sentimiento, sino una fuerza autónoma, eterna y con una voluntad propia («sabes que nunca llegará»). Es algo que habita al hombre, pero no proviene de él. En la Parte II, identifica la Esperanza con el «Santo Espíritu, de Dios en las honduras». Es una fuerza trascendente que viene de fuera a dar sentido desde dentro.

Jung reinterpreta las figuras religiosas como expresiones de realidades psíquicas. El Espíritu Santo simboliza la función mediadora y unificadora en la psique, La “función trascendente” la energía que impulsa la transformación y la curación. Es la fuerza que permite que el diálogo entre el consciente y el inconsciente (la «lucha») sea productivo. La Esperanza unamuniana sería, por tanto, la experiencia subjetiva de este «Espíritu» arquetípico actuando.

 

Amplificaciones y aportaciones al debate

La Evolución de la Conciencia: Esperanza -> Fe -> Confianza. La fe es un estado provisional en el despliegue de la conciencia, entre esperanza y confianza. Primero hay esperanza, basada en que se tienen experiencias previas de encontrar salidas, respuestas, … Es un estado inicial, dependiente de lo externo. Un grado de mayor complejidad es el sentimiento de fe que añade a esperanza un grado de certeza, en parte empezando a constelarse por los efectos de la activación de la función trascendente. Un grado de mayor complejidad es el sentimiento de confianza, que resulta de añadir al estado anterior la resiliencia y de des-investirlo de fe. Esperanza-fe-confianza/Ilusión motivadora-cierta certeza en que hay significado, pero se depende aun de lo externo-Resiliencia e incertidumbre. La confianza se construye, y con ella retorna a la incertidumbre que se puede soportar, en un grado más maduro, porque el sujeto sabe que el resultado depende de iniciar su acción lo que, probablemente, moverá el misterio en sintonía – ¿sincronicidades? -. En Unamuno, esta fe «pura» sólo es posible después de la muerte. En teología, es un don: la fe procede de la gracia divina. Tenerla o no depende de Dios. La gracia abre las argumentaciones de la predestinación -Dios elige a quien quiere salvar- y la doble predestinación -Dios elije a quien quiera salvar y a quien quiere condenar-. Conceptos que pueden parecer terribles y contrarios al libre albedrio, pero que están fundamentados en prácticas de religiones monoteístas, especialmente en ramas del protestantismo y del judaísmo. Los arquetipos se infieren mediante las imágenes que la mente humana crea con la información que le llega -dependiendo de la capacidad simbólica del sujeto-. Es cierto que la ciencia también puede constatar su existencia por ejemplo en la psicoterapia y de este modo hay más confianza, más incertidumbre, se abandonan los dogmas, las moralidades heterónomas deontologistas, y se incrementa el proceso de investigación.

Esto encaja perfectamente con la súplica unamuniana: «dame en la fe dudar en tanto viva, / dame la pura fe luego que muera». La «fe que duda» es el estado vital (equiparable a la «Confianza» del texto), mientras que la «fe pura» es el estado post-vital (la «fe» como certeza).

La duda en Unamuno como en Descartes (dudo luego existo), como en Jung […] es consustancial a la conciencia humana. Sin ella no hay desarrollo y despliegue de la psique. Dudar es moverse en la incertidumbre: eso es la vida con confianza y ausencia de certezas. No dudar, -aferrarse a certidumbres-, es estar muerto colgado, hacia abajo, de clavos ardientes que crean una falsa ilusión de seguridad.

La duda unamuniana no es escepticismo, sino el dinamismo mismo de una fe viva. En Jung, el proceso de individuación requiere dudar de la máscara de la persona y confrontar la sombra; es un cuestionamiento constante de las actitudes conscientes. No dudar, -aferrarse a certidumbres-, es estar muerto colgado, hacia abajo, de clavos ardientes que crean una falsa ilusión de seguridad. Los «clavos ardientes» representan los dogmas rígidos que, aunque parecen ofrecer seguridad, en realidad crucifican – para aniquilar- y matan el alma.

¡No muere quien cuando muere ya está muerto! Esa es la paradoja de la inmortalidad de los muertos que sobreviven a la muerte porque no pueden morir al estar ya muertos viviendo como zombis. Aquellos que viven aferrados a certezas absolutas son «zombis» espirituales: han aniquilado su capacidad de dudar, buscar y, por tanto, vivir auténticamente. Han alcanzado una «muerte» en vida. La verdadera inmortalidad, es para quien muere habiendo vivido plenamente la duda (la vida) desplegando la individuación.

Unamuno se debate en terreno teológico, Jung en el psicológico.

Los dos comparten un sentimiento trágico (griego):

-La conciencia de los límites del conocimiento humano.

-La aceptación de la duda y la incertidumbre como el terreno de la vida auténtica.

-La lucha, el conflicto, la tensión de opuestos (la «agonía») como motor del desarrollo.

-El rechazo absoluto del dogmatismo y las certezas cerradas, que se ven como una forma de muerte espiritual.

-La búsqueda de una relación vital y dinámica con una realidad trascendente (Dios/sí-mismo) que se intuyen, pero no se poseen.

 

En el epitafio de Unamuno están los versos finales del SALMO III en la sepultura del poeta en el cementerio de Salamanca.

Padre eterno, en tu pecho,
misterioso hogar,
dormiré allí, pues vengo deshecho
del duro bregar.

 

Si Unamuno y Jung se hubiesen conocido ¿hubiera surgido una reacción química enzimática? ¿cómo hubieran evolucionado sus individuaciones?

¿Si Unamuno hubiera hecho psicoanálisis junguiano?

¿Si Jung hubiera aceptado la praxis política?

¿Se habrán encontrado en la inmortalidad relativa del vacío-nada de la disolución del Samsara? ¿Viven aun en las almas de algunos vivientes que dudan? Su encuentro no será en un cielo teológico, sino en la «psique objetiva» que ambos ayudaron a cartografiar y que se activa cada vez que un individuo permite que la tensión entre conciencia y confianza despliegue su alma.

La tensión entre la conciencia que duda (razón) y la confianza/fe, es tan aguda, en tantos que se lo permiten vivir, que casi podría hipotetizar y proponer que es un arquetipo fundamental de la condición humana ligado al arquetipo de la ciclidad vida/muerte.

Por mi experiencia de EMC y las investigaciones que he hecho en otros procesos, lo esperable al final de la vida, tras la muerte, no es un juicio externo, sino la consumación del camino interior recorrido.

Para el que vivió la agonía la muerte es el paso de la confianza en la vida a la «fe pura» (unidad con el sí-mismo/Trascendente). Es la disolución del sujeto que permite la experiencia directa de la realidad arquetípica. Es el «descanso final» que, sin embargo, es la máxima plenitud. Es la respuesta al anhelo unamuniano, cumplido a través del proceso junguiano. Esta es la «inmortalidad relativa» de la que habla el texto. No es una eternidad estática, sino la perduración de lo esencial de su ser en el gran patrón arquetípico de la existencia. Esperemos que eso incremente la luz de lo arquetipal.

Para el que vivió dogmáticamente. La muerte es la confirmación de la nada, porque nunca realmente existieron como individuos conscientes. Su vida fue una no-vida, y su muerte es una no-muerte, simplemente el fin de una ilusión. Al no haber vivido la agonía de la duda, no hubo un proceso de individuación real. Su psique no se ha diferenciado lo suficiente para tener una identidad sustancial que «sobreviva» de algún modo. Su destino podría ser una disolución impersonal y sin rasgos en el inconsciente colectivo, o, peor incrementando la sombra colectiva, con verdadera extinción de la individualidad.

En definitiva, lo esperable para el individuo tras la muerte es, paradójicamente, lo que ha preparado para sí mismo a través de cómo ha vivido. La muerte no es un castigo ni una recompensa, sino la consecuencia última y más profunda de nuestra vida consciente.

¡Quien no duda ya ha muerto, quien duda arde, y en ese fuego se hace inmortal!

¡El que no duda es un cadáver obediente, quien abraza la duda, se convierte en llama que devora sus propias cadenas y forja su eternidad en el yunque de lo inconsciente!

¡Quien no duda yace en la paz de los inertes, quien duda, arde en el fuego de la conciencia, y ese incendio ilumina la futilidad de toda inmortalidad!

Diógenes sigue buscando en al ágora a alguno que sepa que ha sido elegido por Dios para salvarse. ¿Qué le diría Diógenes si se lo encontrase?

 

Está ligado al mal todo aquel que no actúa

Está ligado al mal todo aquel que no actúa

Está ligado al mal todo aquel que no actúa

Mikel García. 19 septiembre 2025.

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Descripción de la imagen

Trabajando con inteligencia artificial. Por Mikel García.

 

Autor

 

Mikel García García[i]

[i] Médico y cirujano (Universidad Navarra, 1975). Psicólogo (Universidad San Sebastián, 1982). Psicoanalista junguiano. Formación experiencial y teórica en: Psicoanálisis, Terapia Sistémica Familiar, Psicoanálisis Reihiano (vegetoterapia), Psicología Analítica Junguiana, Psicoterapia Transpersonal. Experiencia de Muerte Cercana a los 33 años. Máster en “Astronomía y astrofísica” VIU (Universidad Valencia, 2014). Doctor Internacional en «Estudios Internacionales en Paz, Conflictos y Desarrollo», Universitat Jaume I (UJI Castellón, 2020). Máster en Fotografía Artística y Narrativa Visual (Universidad Internacional de la Rioja, 2022). Máster en Inteligencia Artificial (BIG SCHOOL, Madrid 2024) y Máster en Inteligencia Artificial (Universidad Isabel I, Madrid 2025). 

Colaborador con ONG médicas de intervención internacional, y en programas de formación a personal sanitario de atención Primaria; SIDA; maltrato infantil; muerte digna y a docentes. Especializado en maltrato infantil, trauma, duelo, tanatología, acompañamiento al muriente, integración de sistemas, estados de trance y místicos. Terapeuta de “Grupos de Duelo Online Ventana a ventana” desde confinamiento COVID-19. Psiconauta, antropólogo investigador del alma en la clínica médica y psicoterapéutica y trabajos de campo antropológicos cualitativos y cuantitativos, con énfasis en la Acción Participativa, docencia y divulgación psicopolítica de los hallazgos. Promotor de acciones participativas para el despertar del desierto interior y para la transformación social. Didacta  de la Sociedad Internacional Para el Desarrollo del Psicoanálisis Junguiano (SIDPaJ). Fotógrafo. Buceador. Alquimista. Hilozoísta. Hijo de Hermes. Creador herido. https://bit.ly/mikelcurriculum  iratxomik@gmail.com

Presentación y contenido

Presentación.

Este ensayo se articula en torno a la premisa central de Erich Neumann: la complicidad con el mal no se limita a quienes lo perpetran activamente, sino que se extiende a todos aquellos que, de diversas maneras, eligen no confrontarlo, que sirve como punto de partida para una profunda reflexión ética y psicológica.

El texto desglosa esta idea en cuatro formas de complicidad: la omisión consciente, la evasión voluntaria, la ignorancia intencional y la incapacidad involuntaria. Este marco, desarrollado por Neumann en su libro Psicología profunda y nueva ética (1949) como respuesta a la complicidad de la sociedad alemana con el nazismo, se propone como una herramienta vital para analizar la responsabilidad individual y colectiva en contextos de opresión sistemática.

La aplicación de este marco es inmediata y contundente: se utiliza para analizar la respuesta internacional al conflicto en Gaza, argumentando que la inacción de gobiernos y organismos internacionales ante lo que se presenta como un genocidio según la definición de la ONU constituye una forma de complicidad. El ensayo sostiene que el sionismo moderno, en su alianza con una lectura particular de los textos bíblicos que presentan a Yahvé como un Dios guerrero, utiliza un marco simbólico que legitima la violencia contra el pueblo palestino.

Para enriquecer este análisis, el texto contrasta las perspectivas filosóficas de Hegel, Jung, Nietzsche y el propio Neumann sobre la naturaleza de la violencia y su posible justificación ética. Desde la dialéctica hegeliana que ve en la violencia un instrumento de la Razón histórica, hasta la advertencia junguiana sobre la proyección de la sombra y la posesión por arquetipos inflados, o la afirmación nietzscheana de la vida frente a la moral de esclavos, el ensayo explora cuándo y cómo la fuerza podría ser una respuesta legítima ante el mal extremo. ¿Qué es estar en el laco correcto de la historia?

Este debate teórico se ilustra con el análisis bajo la perspectiva Hegel, Jung, Nietzsche y el propio Neumann de las respuestas prácticas de figuras paradigmáticas tanto femeninas como masculinas históricas y/o simbólicas de importancia cultural que no han colaborado con el mal. Cada caso sirve para matizar y complejizar la pregunta central: ¿Cómo se responde a las manifestaciones del mal? ¿Qué formas diversas hay de hacerlo? ¿Cómo debemos responder ante el mal? ¿Hay formas que propicien más la individuación ética?

El ensayo concluye con una autocrítica, identificando sus propios sesgos: una postura crítica hacia el sionismo mesiánico, una lectura hermenéutica de figuras femeninas y masculinas muy particular del autor; un enfoque predominantemente eurocéntrico en sus fuentes teóricas, una preponderancia de voces masculinas en el análisis y un enfoque mayoritario en tradiciones judeocristianas. Este ejercicio de reflexividad no invalida el argumento, sino que invita al lector a considerar estas perspectivas como parte de un diálogo más amplio y necesario sobre la ética, la historia y la responsabilidad humana en momentos de crisis moral.

En esencia, este texto es una llamada urgente a no desviar la mirada. Es una invitación a asumir la incómoda pero necesaria responsabilidad de ver, juzgar y actuar frente a la injusticia, integrando las sombras de nuestra historia colectiva e individual para evitar la perpetración y complicidad con el mal.

No me he centrado en el mal, concepto polisémico complejo y en el que cada cual se posiciona condicionado por sus vicisitudes en su desarrollo. Apelo a que el lector se imagine el mal que encaja con su perspectiva y la contraste con otras perspectivas. En este ensayo el mal se focaliza en el daño a los derechos humanos. La Carta Fundamental de los derechos humanos es la Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH), proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948 en París. Este documento histórico representa la primera vez que se establecieron derechos humanos fundamentales que deben protegerse en todo el mundo. La Declaración se basa en varios principios clave: Universalidad; Indivisibilidad; Inalienabilidad. Para poder ser leal al alma de esta declaración hay que traicionar al espíritu de los tiempos que nos imponen.

Individuación en la acepción junguiana responde a la pregunta ¿Qué significa exactamente “ser humano”? La existencia no depende de la voluntad, ya que somos “arrojados” al mundo y sabemos que es inevitable que nuestra vida termine. Heidegger propone buscar existenciarios para salir del totalitarismo de las categorías y bajar al sentido más común del existir. La individuación no lo es sin la mirada ética. Mirada que hay que develar, deconstruyendo primero la moral del rebaño -grabada a fuego con interiorización superyoica.

“De modo que la individuación sólo puede significar un proceso de evolución psicológica que realiza las determinaciones individuales dadas, o, en otras palabras, constituye al ser humano como ese ente singular que es. No por ello viene a hacerse «egoísta», sino que simplemente realiza su singularidad, lo cual, como queda dicho, está a distancia astronómica del egoísmo o del individualismo. (…) Ahora bien, el objetivo de la individuación no es otro que libertar el sí-mismo, por una parte, de las falsas envolturas de la persona y, por otra, de la fuerza sugestiva que ejercen las imágenes del inconsciente”. (Jung, 1928, p. 101). Esto significa que el sujeto tiene que integrar en una conciencia “integral” aspectos transpersonales y personales, deconstruyendo interpretaciones teológicas o sesgos teístas que imponen lo transpersonal como lo verdadero a lo que el yo debe someterse, y deconstruyendo lo mental-yoico que niega lo transpersonal.

 

 

Ensayo

PARTE I. ENSAYO

 

Ligazón con el mal.

 

«Está ligado al mal todo aquel que ha visto y no ha actuado; todo aquel que ha desviado la mirada porque no quiso ver; todo aquel que no ha visto, aunque hubiese podido ver; pero también aquel cuyos ojos no han podido ver»

 

Esta cita está en la pág. 9 del libro Psicología profunda y nueva ética. (Neumann, E. 2007). La utilizo a menudo, es relevante en mi texto “Reintegrar la dimensión religiosa en sujetos que han sufrido abusos sexuales por perpetradores sagrados”. (García, 2020).

La cita sugiere que la ligazón con el mal no solo reside en actuar de manera directa, sino también en:

La omisión: «ha visto y no ha actuado».

La evasión consciente: «ha desviado la mirada porque no quiso ver».

La ignorancia voluntaria: «no ha visto, aunque hubiese podido ver».

La incapacidad involuntaria: «cuyos ojos no han podido ver».

Erich Neumann (1905-1960) fue un psicólogo y filósofo judío-alemán, exiliado a Palestina en 1934 debido al ascenso del nazismo. Su experiencia personal con la persecución y el exilio influyó profundamente en su trabajo, centrado en entender cómo las sociedades y los individuos coluden con sistemas opresivos. En Psicología profunda y nueva ética, critica la «antigua ética» que permite a las personas evadir su responsabilidad moral al seguir ciegamente los valores del grupo. En su lugar, aboga por una ética que enfatice la integración de la sombra personal y colectiva y la confrontación con el mal. Discípulo de Carl Jung y miembro del círculo Eranos— su cita sigue siendo profundamente relevante en el contexto actual, especialmente ante crímenes como el genocidio en Gaza. Neumann escribió Psicología profunda y nueva ética en 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, como una respuesta a la incapacidad de la sociedad alemana para confrontar los horrores del nazismo. Su obra propone una nueva ética que exige asumir la responsabilidad individual y colectiva frente al mal, integrando tanto los aspectos conscientes como inconscientes de la psique humana que desde la perspectiva junguiana incluyen la responsabilidad individual por la conducta colectiva.

Es una posición antitética a la cristiana de la culpa colectiva por el pecado individual (Eva-Adán), que, además, no puede ser reparada por ningún humano hasta que Cristo (dios humanizado) la redime con su sacrificio. Esta idea equipara a Cristo con el chivo expiatorio judío.

Este marco ético-psicológico de Neumann es útil para analizar la compleja posición de ciudadanos, intelectuales y artistas bajo regímenes autoritarios, como el franquismo en España, en genocidios como el de Gaza, y es apropiada para revisar el silencio cómplice ante barbaries históricas como los genocidios de estados y de religiones. El concepto “genocidio” surge en el siglo XX, acuñado por Raphael Lemkin, un jurista polaco de origen judío, en 1944. En 1948, la ONU adoptó la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, donde se definió jurídicamente.

Genocidio según la definición de la ONU (1948). La convención lo define como actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, mediante:

  1. Matanza de miembros del grupo.
  2. Daños graves físicos o mentales.
  3. Sometimiento a condiciones de destrucción física.
  4. Medidas para impedir nacimientos.
  5. Traslado forzoso de niños.

La Convención de la ONU (1948) permitió reinterpretar retrospectivamente masacres anteriores como genocidios. Raphael Lemkin, ya en 1944, hablaba del caso armenio. El reconocimiento oficial depende de decisiones políticas y jurídicas. Algunos casos son indiscutidos, otros siguen en debate.

La expulsión de los judíos de España en 1492 (Edicto de Granada, firmado por los Reyes Católicos) suele generar debate. Se calcula que entre 40.000 y 100.000 judíos salieron de la península; otros se convirtieron bajo presión. Hubo saqueos, muertes y destrucción de comunidades, pero no hubo un plan de exterminio físico masivo. Algunos historiadores hablan de proto-genocidio cultural porque buscaba borrar la identidad judía de España. Otros prefieren llamarlo crimen de intolerancia masiva o expulsión étnico-religiosa, pero no genocidio, ya que no había un plan de exterminio. La expulsión de los judíos de España en 1492 no encaja del todo en la definición jurídica de genocidio, pero sí puede considerarse un acto de limpieza étnico-religiosa y cultural, con consecuencias devastadoras para el pueblo judío.

1492 en adelante – Pueblos indígenas de América. Colonización europea: guerras de conquista, esclavitud, epidemias y reducción demográfica masiva. No siempre llamado “genocidio” en bloque, pero sí múltiples procesos genocidas regionales.

Siglo XVI–XIX – Trata de esclavos africanos. Más de 12 millones de africanos fueron deportados, sometidos a trabajo forzado y millones murieron en el tránsito o en plantaciones. Algunos autores lo consideran genocidio, otros un crimen de lesa humanidad.

Exterminio de los pueblos indígenas de América (siglo XVI en adelante). La conquista y colonización de América implicaron la muerte de millones de indígenas por violencia directa, esclavitud y epidemias. No siempre se habla de un único “genocidio”, pero sí de múltiples procesos genocidas regionales.

1870s–1910s – Campañas coloniales europeas en África. “Guerra del Caucho” en el Congo bajo Leopoldo II (millones de muertos). Actualmente calificado como genocidio o crimen colonial.

1904–1908 – Genocidio Herero y Nama (Namibia, colonia alemana). Alemania ordenó el exterminio de estas poblaciones tras una revuelta. Reconocido por la ONU (1985) y por Alemania (2021) como genocidio.

1915–1917 – Genocidio Armenio (Imperio Otomano). Deportaciones y masacres sistemáticas de armenios, asirios y griegos pónticos. Reconocido por más de 30 parlamentos nacionales. Turquía lo niega.

1932–1933 – Holodomor (Ucrania, URSS). Hambruna causada por colectivización forzada bajo Stalin, millones de muertos. Reconocido como genocidio por Ucrania y otros estados. Muy debatido en derecho internacional.

1937–1938 – Masacre de Nankín (China, invasión japonesa). Asesinato y violaciones masivas de civiles chinos (200.000–300.000 muertos). Considerado crimen de guerra y de lesa humanidad. Algunos lo llaman genocidio.

Del holocausto y de genocidios posteriores a 1948 ya hay más conocimiento, no los cito.

Colaboración con el mal.

Neumann, va más allá de la ligazón, pues las describe cuatro formas descritas son modalidades de complicidad con el mal:

  1. Omisión consciente: Quien ve la injusticia, pero no actúa.
  2. Evasión voluntaria: Quien deliberadamente desvía la mirada para no confrontar el mal.
  3. Ignorancia intencional: Quien podría haber visto pero eligió no hacerlo.
  4. Incapacidad involuntaria: Quien literalmente no pudo ver debido a circunstancias más allá de su control. No poder ver no es atenuante. Los procesos dinámicos de represión y otros mecanismos defensivos que relegan al inconsciente los conflictos, aunque su origen sea traumático.

Hay que aclarar que quien perpetra el mal con consciencia no está en estas categorías pues ya lo ejerce. Sin embargo, el proceso de actuar el mal tiene una gradación.

Con la modalidad incapacidad involuntaria la definición de genocidio de la ONU se podría ampliar a masacres que tienen su fuente en procesos inconscientes que están reprimidos o contenidos, tanto del inconsciente personal, como de lo inconsciente colectivo. Los orígenes de esos contenidos son la violencia en las crianzas, los traumas personales, y transgeneracionales.

Son potencialmente emergentes y se manifiestan en actitudes, violencias de baja intensidad como describe Freud con el narcisismo de las pequeñas diferencias, el odio, el sujeto potencialmente fascista de Adorno. El perpetrador del mal va progresivamente justificando sus tendencias y hace propaganda para arrastrar a otros hacia su postura basándose en el potencial inconsciente. Los que no se convierten en actores directos, pero colaboran, en muchas ocasiones lo hacen porque quieren contener su tendencia, pero, en parte, están de acuerdo con el perpetrador.

Genocidio en Gaza.

Esta tipología es crucial para analizar la respuesta internacional al genocidio en Gaza, donde la inacción de muchos gobiernos y organismos internacionales ha perpetuado la violencia.

Raíces del mal.

Sionismo político.

La persecución a los judíos es un hecho incontestable desde la Diáspora iniciada tras las guerras judeo romanas, cuando los romanos destruyendo el Segundo Templo en el 70 d.C.

Los católicos les acusaban de deicidas en la Edad Media. En el siglo XVIII-XIX tenemos en Francia el caso Dreyfus. Alfred Dreyfus, un capitán judío del ejército francés, fue falsamente acusado de traición. El caso reveló el profundo antisemitismo en la sociedad francesa, incluso en una nación que se consideraba moderna y liberal. Tuvo un impacto crucial en el surgimiento del sionismo político. Dreyfus sufrió una ceremonia pública de degradación humillante, donde le arrancaron las insignias de su uniforme y quebraron su sable, ante una multitud que gritaba consignas antisemitas. Fue enviado a la colonia penal de la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa, donde permaneció aislado en condiciones extremas. En 1896, el nuevo jefe de la inteligencia militar, el teniente coronel Georges Picquart, descubrió que la letra del «bordereau» coincidía con la del comandante Ferdinand Walsin Esterhazy. Picquart fue silenciado y trasladado para evitar que la verdad saliera a la luz. En 1898, el famoso escritor Émile Zola publicó una carta abierta al presidente de Francia en el periódico L’Aurore. En ella, acusaba directamente a altos mandos del ejército y al gobierno de encubrir la verdad y condenar a un inocente. Esta publicación fue un punto de inflexión que dividió al país en «dreyfusards» (partidarios de Dreyfus) y «antidreyfusards» (sus detractores). Tras un segundo juicio en 1899 que lo volvió a declarar culpable por razones políticas, Dreyfus fue indultado por el presidente. No fue hasta 1906 cuando un tribunal civil anuló definitivamente la sentencia y lo rehabilitó por completo, reintegrándolo al ejército.

Bajo los zares, la política oficial de antisemitismo institucionalizado restringía a la población judía a una zona específica (Pale of Settlement). Los Pogromos fueron estallidos violentos de linchamientos y masacres a judíos rusos, con consentimiento o instigación de las autoridades. Leyes represivas (Leyes de Mayo). Fueron el desencadenante final del inicio del sionismo político.

Yahvé y el sionismo moderno-mesiánico.

El Yahvé bíblico (sobre todo en el Pentateuco y en Josué) aparece como un Dios guerrero que ordena a los israelitas exterminar a pueblos vecinos para ocupar la “tierra prometida”. El sionismo moderno (siglo XIX en adelante) es un movimiento político y nacionalista, no religioso en su origen, que buscaba la creación de un Estado judío en Palestina como respuesta al antisemitismo y a las persecuciones en Europa. Sin embargo, algunos sectores del sionismo religioso —y en el discurso de líderes como Netanyahu— recuperan narrativas bíblicas para justificar políticas actuales, presentando a Israel como cumplimiento de promesas divinas. Aunque Netanyahu es principalmente un político secular y pragmático, en momentos de conflicto (sobre todo con Gaza y Cisjordania) ha usado un lenguaje bíblico para enmarcar la lucha actual como continuidad de las guerras antiguas de Israel. Esto conecta con sectores del sionismo religioso y mesiánico, que ven en Yahvé el garante del derecho exclusivo del pueblo judío a la tierra.

Netanyahu y otros sionistas religiosos se apoyan en la figura del Yahvé bíblico (el que ordena expulsar o exterminar a los “enemigos”) como marco simbólico y legitimador.

Los relatos bíblicos del Antiguo Testamento describen órdenes atribuidas a Yahvé de aniquilar poblaciones enteras en la llamada Tierra Prometida.

Deuteronomio 7:1–2

“Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra en la cual entrarás para poseerla, y haya echado de delante de ti a muchas naciones… y Jehová tu Dios las haya entregado delante de ti, y las hayas derrotado, las destruirás del todo; no harás con ellas alianza, ni tendrás de ellas misericordia.”

Deuteronomio 20:16–17

“En las ciudades de estas naciones que Jehová tu Dios te da por heredad, ninguna persona dejarás con vida, sino que los destruirás completamente: al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Jehová tu Dios te ha mandado.”

Josué 6:21 (Caída de Jericó)

“Y destruyeron a filo de espada todo lo que en la ciudad había: hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas y los asnos.”

Josué 10:40

“Así hirió Josué toda la región de las montañas, del Neguev, de los llanos y de las laderas, y a todos sus reyes; no dejó nada, sino que todo lo que tenía vida lo destruyó, como Jehová Dios de Israel lo había mandado.”

1 Samuel 15:2–3 (contra Amalec)

“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: […] ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos.”

Si aplicamos la definición moderna de genocidio (ONU, 1948), que implica la intención de destruir total o parcialmente a un grupo étnico, religioso o nacional, los relatos bíblicos describen un genocidio. En la tradición judía y cristiana posterior, estos pasajes han sido interpretados alegóricamente (como luchas espirituales) para evitar justificar violencia real. Desde una perspectiva secular, se reconocen como narrativas de violencia sagrada que legitiman la posesión de un territorio mediante exterminio.

Los genocidios, la apología del genocidio, genera en las víctimas y los perpetradores marcas en el orden simbólico y el lo inconsciente colectivo que se transmiten generacionalmente e irrumpen periódicamente poseyendo a los sujetos y llevándolos al fanatismo.

El bloqueo israelí sobre Gaza, descrito como «la mayor cárcel a cielo abierto del mundo», ya ha llevado a una crisis humanitaria catastrófica. Según informes de organizaciones de derechos humanos, miles de palestinos han muerto debido a bombardeos, escasez de alimentos, agua y medicinas. La ONU ya he emitido un informe en el que tras revisar 16000 pruebas diagnostica que el gobierno israelí cumple cuatro de los cinco criterios para considerar genocidio. La situación actual de arrasar Gaza es un salto en la escalada que ya cuenta con más de 65000 muertos oficiales, aunque la relatora de la ONU los eleva a 650000.

Las formas de complicidad aplicadas a este genocidio.

  1. Omisión consciente: Gobiernos y organismos internacionales que conocen la situación, pero no toman medidas efectivas para detenerla. Por ejemplo, la lentitud de la ONU en imponer sanciones o proteger a civiles.
  2. Evasión voluntaria: Medios de comunicación que minimizan o ignoran la violencia en Gaza, contribuyendo a la desinformación. También ciudadanos que evitan informarse para no sentirse incómodos.
  3. Ignorancia intencional: Quienes, pudiendo acceder a información veraz, eligen creer narrativas que justifican la opresión. Neumann argumentaría que esto es una forma de «proyectar la sombra» sobre el «otro» (en este caso, los palestinos).
  4. Incapacidad involuntaria: Víctimas directas o testigos traumatizados cuya capacidad de acción está limitada por la opresión. Neumann señala que incluso en estos casos, la sociedad global tiene la responsabilidad de amplificar sus voces.

Neumann sostiene que demonizar al «otro» es un mecanismo de defensa para evitar confrontar la propia sombra. Por ejemplo:

La deshumanización de los palestinos permite justificar su sufrimiento.

La acusación de antisemitismo a quienes denuncian al sionismo también puede ser una forma de evadir responsabilidades históricas.

La «nueva ética» exige integrar estas proyecciones: reconocer que el mal existe dentro de cada individuo y sociedad, y que solo así puede combatirse de manera genuina.

La cita de Neumann nos interpela a no ser cómplices pasivos del mal. El genocidio en Gaza no es solo responsabilidad de los perpetradores directos, sino de todos los que, pudiendo actuar, eligen la comodidad de la indiferencia. Como señala Neumann, la verdadera ética no consiste en ser «bueno», sino en asumir la responsabilidad de confrontar el mal, incluso cuando eso implique desafiar a nuestro propio grupo o gobierno.

Posiciones ante el genocidio.

La Flotilla Global SUMUD es un ejemplo de acción directa para romper el bloqueo, destacando la urgencia de la solidaridad internacional.

Los movimientos de bloqueo a las pretensiones sionistas, de ciudadanos, de gobiernos, de multitud de judíos individuales y de asociaciones de judíos incluso dentro de Israel que presionan al sionismo empiezan a tener eco dada la magnitud de la catástrofe humanitaria. En España se boicotea la vuelta ciclista porque participa un equipo de Israel financiado por un amigo de Netanyahu, países europeos empiezan a desmarcarse de eurovisión si participa Israel. Se discute sobre qué es violencia en esas acciones si lo es tirar vallas, si lo es manipular el voto popular para ganar eurovisión y si lo es la prepotencia de Netanyahu para participar como un modo de lavar la imagen de Israel.

La situación colectiva es compleja, países responsables del holocausto judío, culpabilizados por el mismo -como Alemania-, omiten conscientemente la crítica al sionismo. La memoria del Holocausto, para países como Alemania, no es solo un recuerdo histórico, sino una piedra angular de su identidad moral contemporánea. Esta memoria, sin embargo, puede operar de forma paradójica. Por un lado, genera un imperativo ético de «nunca más» permitir un genocidio. Por otro, este mismo imperativo puede traducirse en un apoyo casi incondicional a Israel, percibido como el estado nacido de las cenizas de ese trauma. Criticar las acciones de Israel puede vivirse, a nivel inconsciente colectivo, como una traición a la memoria de las víctimas o como una repetición de la retórica que precedió al Holocausto. Esto plantea un problema filosófico profundo: ¿puede el deber de memoria hacia un pasado traumático obstaculizar el juicio ético sobre el presente? La dialéctica del perpetrador y la víctima. Para las naciones que propiciaron el Holocausto, existe una necesidad psicológica y moral de redimirse. Apoyar al estado que representa a las víctimas de aquel horror es una forma poderosa de expiación. En este marco, Israel es colocado en el rol de víctima por excelencia. Cualquier acción israelí que pueda ser vista como victimaria crea una disonancia cognitiva tan grande que es más fácil negar o justificar la acción que reconsiderar el rol asignado. Se prefiere mantener la narrativa de la víctima para no quebrar la narrativa de la redención del perpetrador. La identidad europea posterior a la Segunda Guerra Mundial se construyó, en gran medida, sobre el antinazismo y la defensa de los derechos humanos. Israel fue integrado simbólicamente en el «nosotros» occidental y democrático, frente a un «ellos» árabe o musulmán percibido como ajeno y, en ocasiones, amenazante. Esta construcción antropológica simplifica un conflicto extremadamente complejo. Criticar a Israel de forma abierta podría percibirse como un cuestionamiento a los cimientos de esa identidad occidental compartida. Para reducir este malestar, la psique busca atajos: se minimiza el sufrimiento palestino, se justifica como legítima defensa, o se atribuye la culpa integralmente a Hamás. Reconocer la complejidad requiere una carga psicológica mayor. Paralelamente, la animadversión que existía hacia los judíos en Europa puede «proyectarse» sobre los palestinos o los árabes, viéndolos como los nuevos objetos de una hostilidad que no se puede expresar abiertamente hacia los judíos en el contexto post-Holocausto.

Los sionistas explotan el victimismo y re-culpabilizan y amenazan de antisemitas a gentes críticas. No hay que obviar que las amenazas no son banales, la violencia de exterminio quirúrgico de opositores de Netanyahu es conocida y los lobbies sionistas tienen redes de poder en eventos culturales y empresas tecnológicas, sistemas de espionaje sutiles, … que hacen dependientes a muchas organizaciones y gobiernos. En España el 70% de los grandes festivales (FIB, …) están sustentados por empresas sionistas.

Los grupos sionistas tienen a crear redes económicas que condicionan la libertad de los que forman parte de la red. La relación entre la presidenta madrileña Isabel Ayuso y el empresario David Hatchwell es la más concreta en términos de vínculos personales y negocios. El apoyo de Ayuso a las posiciones del gobierno de Benjamin Netanyahu es público y notorio. Tras el ataque de Hamás en octubre de 2023, iluminó la sede de la Comunidad de Madrid con la bandera de Israel. Ha concedido la Medalla de Oro de la comunidad a un equipo ciclista israelí y se ha negado a calificar de genocidio la ofensiva israelí en Gaza, una postura idéntica a la defendida por Hatchwell. El gobierno de Ayuso anunció la cesión por 30 años de un edificio público en la calle Castelló de Madrid para que la Fundación Hispanojudía de Hatchwell construya el Museo Hispanojudío. Asimismo, las empresas vinculadas a Hatchwell, como la consultora de ciberseguridad Excem, han obtenido contratos con administraciones públicas. Nacho Cano, amigo íntimo de Ayuso y patrono de la Fundación Hispanojudía, actúa como un nexo adicional. Hatchwell es el productor de sus espectáculos, creando un triángulo de influencia que conecta negocios, cultura y política. Figuras históricas del catalanismo como Jordi Pujol manifestaron abiertamente su simpatía por el sionismo, viendo en la recuperación del hebreo y la construcción nacional israelí un modelo inspirador para Cataluña. Carles Puigdemont llegó a afirmar que Israel y Cataluña son «dos naciones perseguidas por proteger su lengua». En Junts se distingue entre «Israel y Netanyahu», defendiendo oficialmente la solución de dos estados. Esta evolución ha generado críticas desde los sectores tradicionalmente más cercanos a Israel dentro del espacio político convergente.

Netanyahu apela a la expulsión de los judíos de España para acusar hoy a los españoles de antisemitas, intentando aguzar la culpa y frenar las críticas a su genocidio. Sin duda en lo colectivo español habrá aún algo de la barbarie de la expulsión de los judíos, aunque se haya tratado de reparar ofreciendo a los sefardíes la nacionalidad española. España no ha mirado suficientemente su historia. En España, la transición democrática y la «política del olvido» (con el pacto de silencio sobre los crímenes del franquismo) podrían verse como un caso de «desviar la mirada» a nivel social para facilitar la reconciliación, pero con el costo de una justicia histórica pendiente. «El que no ve» (título de un libro de Leopoldo María Panero) es, en este sentido, una metáfora potente de la condición humana frente a la historia y la moral. La figura de Leopoldo Panero ejemplifica la ambigüedad moral de quien, habiendo tenido contactos con la izquierda en su juventud, se alineó después con el régimen franquista. Su poesía «arraigada» y su labor como propagandista cultural podrían interpretarse, desde la óptica de Neumann, como una forma de «desviar la mirada» o de no querer ver las consecuencias del sistema al que servía. Sin embargo, su obra también trasciende lo político y explora la condición humana con hondura.

Por otro lado, Leopoldo María Panero (su hijo) representaría la reacción violenta contra esa «ceguera» paterna y social. Su vida y obra son un grito desesperado por «ver» y actuar, aunque fuera desde el abismo de la locura y la autodestrucción. Su poesía no desvía la mirada, sino que confronta crudamente las sombras de la existencia, la familia y la historia de España. El documental «El desencanto» (1976) es, en sí mismo, un acto de no «desviar la mirada»: expone las contradicciones y heridas de una familia que simbolizaba los ideales franquistas, revelando el vacío y la descomposición bajo la superficie.

¿Qué es estar en el lado correcto de la historia a lo que se apela tanto hoy para justificar moralmente posiciones políticas?

Para Hegel, la historia no es una sucesión caótica de eventos, sino el proceso racional a través del cual el Espíritu del Mundo (Weltgeist) se va realizando y cobrando conciencia de sí mismo. La Razón (Vernunft) es la fuerza que impulsa y dirige este proceso. «Lo real es racional y lo racional es real»: Esta famosa y malinterpretada frase significa que la realidad histórica, en su desarrollo dialéctico, no es irracional, sino la encarnación misma de la razón desarrollándose. La historia tiene una lógica interna, un sentido o fin (telos): la realización de la libertad humana.

El mecanismo por el cual avanza la historia es la dialéctica (Tesis – Antítesis – Síntesis). Este proceso es inherentemente conflictivo. Tesis: Un pueblo, un estado o un principio ético (como un orden social establecido) se erige como la encarnación del Espíritu en su época. Antítesis: Surgen fuerzas contrarias que niegan ese orden. Estas fuerzas representan un nuevo principio, una nueva idea de libertad o derecho que el orden existente no puede acomodar. Este es el momento de la confrontación, que puede ser ideológica, social, política o violenta. Síntesis: Del conflicto surge un nuevo orden superior que preserva lo mejor de ambos bandos y supera (aufheben) la contradicción. Esta síntesis se convierte en la nueva tesis, y el proceso recomienza.

Aquí es donde entra la justificación de la acción, incluso violenta. Hegel introduce la idea del «Ardiz de la Razón». La Razón utiliza las pasiones, los intereses egoístas y las acciones (a menudo violentas) de individuos excepcionales, los «Individuos Mundial-Históricos» (como Alejandro Magno, César o Napoleón), para lograr sus fines. Estas figuras actúan movidas por sus propias ambiciones, pero sin saberlo, son instrumentos del Espíritu del Mundo. Su violencia y confrontación sirven a un propósito histórico más elevado: derribar órdenes caducos para abrir paso a nuevos principios de libertad y organización social más racionales. Desde la perspectiva limitada del individuo, su acción puede parecer solo destructiva. Pero desde la perspectiva global de la historia, es necesaria y progresiva.

Para Hegel, estar en el lado correcto significa estar alineado con el movimiento progresivo del Espíritu del Mundo hacia una mayor libertad. Un grupo que se enfrenta a un orden opresivo para defender derechos humanos fundamentales está, en la visión hegeliana, encarnando el nuevo principio que la razón histórica está tratando de actualizar. Su lucha, aunque violenta, no es un mero acto de sinrazón. Es la manifestación necesaria del conflicto dialéctico que impulsa a la humanidad hacia adelante. La violencia, en este contexto, no es un fin en sí misma, sino el «combustible» o el «doliente parto» (Hegel usa lenguaje de dolor y conflicto) del que nace un nuevo mundo.

El discurso hegeliano puede usarse para justificar casi cualquier violencia si, a la larga, resulta exitosa y conduce a un orden «más racional». ¿Quién decide qué es «más racional»? Parece una justificación a posteriori: el vencedor es quien escribe la historia y, por tanto, quien estaba del «lado correcto».

La clave está en que la justificación no es moral en un sentido simple («la violencia está bien»), sino teleológica e histórica («esta violencia, aunque terrible, fue un momento necesario en el inevitable camino de la humanidad hacia la libertad»). Estar en el «lado correcto» no significa ser moralmente puro, sino ser el agente que empuja la historia hacia su siguiente etapa dialéctica necesaria.

Es una filosofía que da un profundo sentido a la lucha humana, pero que también carga con la pesada responsabilidad de tener que definir, a menudo con terribles consecuencias prácticas, qué fuerza representa realmente el progreso del Espíritu Mundial.

Tanto la dialéctica hegeliana como el proceso de individuación junguiano no evitan el conflicto; lo necesitan. La confrontación—ya sea entre naciones o entre aspectos conscientes e inconscientes de la personalidad—es el combustible del desarrollo.

La antítesis en Hegel es el equivalente a la aparición de un complejo o un aspecto de la sombra en Jung: una fuerza que se opone al statu quo (consciente) y que, al ser integrada, conduce a un estado superior de síntesis o totalidad. El telos en Hegel se realiza primariamente en el mundo exterior, en las instituciones sociales y políticas (el Estado). La conciencia individual encuentra su libertad verdadera al alinearse y participar en este orden racional colectivo. La historia es el escenario principal. El telos en Jung se realiza primariamente en el mundo interior, en la psique del individuo. Las estructuras colectivas (como la religión o los mitos) son reflejos externos de procesos arquetípicos internos. El drama esencial ocurre en la subjetividad profunda. La historia, para Jung, a menudo puede ser un campo de proyección de las patologías psíquicas no resueltas de la humanidad. Jung «psicologiza» la teleología hegeliana, trasladando el drama del Espíritu del Mundo desde los campos de batalla y las cámaras legislativas al teatro interior del alma humana individual.

Nietzsche no evalúa la acción por un valor moral externo («el bien común»), sino por si es una expresión de afirmación de la vida y de la Voluntad de Poder. La violencia puede ser condenable si es síntoma de decadencia (e.g., resentimiento) o admirable si es un acto de auto-superación y fuerza creativa. En Así habló Zaratustra, el águila que caza un cordero no es «mala»; está actuando de acuerdo con su naturaleza. Condenarla desde la moral del cordero (el «bien común» de los corderos) es un error categorial. La violencia del fuerte que afirma su vida es más «natural» y «sana» que la no-violencia del débil que nace del resentimiento. Nietzsche justificaría la violencia en aras de la elevación de un tipo humano superior (el Superhombre), no para un «bien común» abstracto. La violencia creativa, la que rompe moldes decadentes y allana el camino para formas de vida más potentes, es parte del «juego divino» de la vida. La violencia para preservar una moral igualitaria universal sería, para él, la más condenable.

Para Jung, la violencia colectiva (guerras, genocidios, revoluciones sangrientas) es casi siempre una epidemia psíquica, una manifestación de la sombra colectiva no integrada. Surge cuando: Un grupo o individuo proyecta su propia sombra (sus impulsos agresivos, su ineptitud, su maldad) en un chivo expiatorio (otra raza, nación, clase social, etc.); Es poseído por un arquetipo inflado, un complejo (como el Héroe Salvador o el Purificador), que justifica cualquier medio para lograr su fin aparentemente «bueno»; Hay una regresión a un estado de conciencia de masas, donde el individuo pierde su responsabilidad moral y ética. Desde esta perspectiva, la violencia es síntoma de una psique individual y colectiva enferma, no de una elección ética consciente.

“… Dios a veces demanda de nosotros el mal y entonces cueste lo que cueste debemos obedecer. Hacer el mal – o el bien, para el caso es lo mismo- a la ligera, sin hacer el mínimo esfuerzo por asegurar el Kairós, lo que pertenece al momento justo o el momento oportuno, es en realidad sólo destructivo; pero hacer el mal de forma consciente – tal como Jung llevó aquel pensamiento blasfemo hasta el final- puede ser puramente creativo” El viaje interior (Hannah, 2010, p. 31).

Neumann justificaría el uso de la violencia defensiva no como un bien patológico, sino como un mal necesario y una responsabilidad ética. Su razonamiento seguiría estos puntos: Reconocimiento del mal real. Lo primero es discernir. No toda violencia es una proyección de la propia sombra. A veces, se está frente a una manifestación real y concreta del mal (como el nazismo). En estos casos, identificar al agresor real es crucial para no caer en la parálisis de creer que toda oposición es una proyección; La obligación de «Dejar de Colaborar». La «no-colaboración» es el primer paso. Pero Neumann llevaría esto más allá: colaborar con el mal, por pasividad u omisión, es tan culpable como perpetrarlo. Si un sistema maligno está activamente destruyendo vidas, la inacción no es neutral; es complicidad; De la no-colaboración a la resistencia activa: El siguiente paso lógico, si la no-colaboración no es suficiente, es la resistencia activa. Esto puede incluir, como último recurso, el uso de la violencia contra el agresor para proteger a las víctimas y detener el mal. La verdadera patología no es la violencia defensiva, sino la incapacidad de reconocer y enfrentar el mal real por miedo a ensuciarse las manos.

La nueva ética requiere el coraje de actuar y el coraje aún mayor de cargar con la culpa de esa acción, sin auto engrandecerse por ello. La violencia Ética (o Defensiva), nace de una decisión consciente y dolorosa, que implica: Haber integrado la propia sombra. Reconocer que uno también tiene capacidad para la violencia y el mal. Esto evita la proyección y la inflación moral; Asumir la culpa. Quien usa la violencia defensiva debe cargar conscientemente con la culpa de haber tenido que usar el mal para detener un mal mayor. No se regodea ni se cree un héroe. Sabe que su acto es terrible, pero necesario; Tener el objetivo correcto: El fin no es la victoria de una ideología, sino la protección de la vida y la dignidad humana y la detención de un mal concreto.

La integración de estas perspectivas no ofrece una respuesta fácil, sino un marco para un discernimiento ético profundamente consciente y trágico.

Desde una perspectiva hegeliano-neumanniana, la violencia para frenar un genocidio podría ser el instrumento doloroso que la razón histórica (o la conciencia ética) se ve forzada a utilizar para crear las condiciones de un futuro más justo. Desde una perspectiva nietzscheana, esa violencia solo sería legítima si nace de un impulso de auto-afirmación y preservación de la vida, no del odio ciego. La advertencia junguiana actúa como un recordatorio crucial: toda acción violencia debe ser examinada para evitar la posesión ideológica y la proyección de la sombra. Nos obliga a preguntar: ¿Estamos luchando contra el monstruo o nos estamos convirtiendo en él? La contribución de Neumann es la práctica: provee el criterio para la acción consciente. Nos dice que, a veces, la elección ética más responsable implica ensuciarse las manos, pero hacerlo con los ojos abiertos y cargando con el peso de esa culpa, sin autoglorificarse.

En el caso de Gaza, este marco sugiere que una intervención violenta defensiva podría encontrar justificación bajo la lente de Neumann y Hegel, siempre que su objetivo sea estrictamente detener el genocidio y no una victoria total o venganza, y que se asuma con la conciencia trágica de la culpa que advierten Jung y Neumann. Sin embargo, la perspectiva junguiana insistiría en que esto, en el mejor de los casos, es un mal necesario que no resuelve la patología de fondo y que puede perpetuar el ciclo de violencia. La solución última, aunque utópica, sigue siendo la integración de la sombra y el diálogo.

La cuestión de si los actos como tirar vallas para interrumpir la Vuelta Ciclista a España o presionar para excluir a Israel de eventos deportivos y culturales constituyen violencia y si están justificados es compleja y multifacética.

  1. Naturaleza de las protestas: ¿Violencia o desobediencia civil legítima?

Definición jurídica y contextual. Según el derecho internacional, una protesta no pierde su carácter pacífico por actos como cortar calles o derribar vallas, siempre que no impliquen agresiones físicas contra personas. El Comité de Derechos Humanos de la ONU y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos destacan que las manifestaciones pacíficas «pueden causar perturbaciones» por naturaleza, y acciones como bloquear vías son formas legítimas de protesta.

Incidentes en la Vuelta a España. En las protestas durante la Vuelta, aunque hubo actos aislados de violencia (como lanzamiento de objetos o enfrentamientos con policías), observadores de Amnistía Internacional y análisis jurídicos concluyeron que la mayoría de las manifestaciones fueron «eminentemente pacíficas». La presencia de 100,000 participantes con solo dos detenidos y heridos menores refuerza que la violencia no fue la norma, sino la excepción.

Tirar vallas o cortar eventos puede ser una forma de desobediencia civil no violenta cuando su objetivo es llamar la atención sobre una causa sin dañar a personas. Sin embargo, si implica agresiones físicas o destrucción grave, cruza la línea hacia la violencia punible.

  1. Justificación ética y política: El contexto del genocidio en Gaza

Antecedentes de exclusión deportiva. Históricamente, el deporte ha sido utilizado como herramienta de presión política. El boicot a Sudáfrica durante el apartheid y la exclusión de Rusia de competiciones tras la invasión de Ucrania sientan precedentes de que la comunidad internacional puede actuar contra países que violan derechos humanos.

Doble rasero con Israel: Organismos como el COI y la FIFA han justificado la no exclusión de Israel argumentando que no ha violado la Carta Olímpica de la misma manera que Rusia (que anexó territorios ucranianos). Sin embargo, críticos señalan que esto ignora las acusaciones de genocidio en Gaza, donde más de 70,000 palestinos han sido asesinados, y la participación de deportistas israelíes en campañas antipalestinas.

Sportwashing: Israel utiliza su presencia deportiva y cultural para blanquear su imagen internacional (sportwashing), similar a lo hecho por Qatar o Rusia. Esto convierte los eventos en escenarios de lucha simbólica, donde la protesta busca denunciar esta estrategia.

  1. Perspectivas filosóficas y legales sobre la justificación

Erich Neumann y la «ética de la resistencia». Desde la psicología junguiana, Neumann argumenta que, frente a males extremos como el genocidio, la no acción es complicidad. La resistencia activa (incluyendo protestas disruptivas) puede ser ética si es consciente y proporcional, evita la violencia innecesaria y asume la culpa por las molestias causadas.

Derecho internacional. El Relator Especial de la ONU para la libertad de reunión afirma que el bloqueo de carreteras es un medio legítimo de protesta y no debe ser criminalizado. Las autoridades solo pueden intervenir si hay «perturbación desproporcionada» (ej., bloquear acceso a hospitales), lo que no aplica a interrupciones deportivas.

Violencia vs. no violencia. Las protestas que evitan daños físicos y se enfocan en la disruptividad simbólica (como interrumpir una carrera) se alinean con la tradición de la desobediencia civil (ej., Martin Luther King). Sin embargo, cuando hay daños a personas, se vuelven indefendibles incluso para causas justas.

Los actos como tirar vallas para interrumpir la Vuelta a España no son inherentemente violentos si se limitan a la disruptividad no agresiva, según estándares internacionales. Su justificación ética depende de:

La proporcionalidad: ¿El daño causado (molestias, interrupciones) es proporcional al fin de denunciar un genocidio?

El contexto: La situación en Gaza, calificada como genocidio por la ONU, otorga urgencia moral a las protestas.

Los medios: Evitar la violencia física es crucial para mantener legitimidad.

La comunidad internacional enfrenta un dilema entre mantener la «neutralidad» deportiva y actuar contra crímenes de lesa humanidad. Mientras instituciones como el COI sigan aplicando un doble rasero (ej., vetar a Rusia, pero no a Israel), las protestas disruptivas pero pacíficas seguirán siendo una herramienta válida para demandar coherencia y justicia

El tiranicidio es el acto de matar a un tirano. Cuenta con una larga y compleja historia en el pensamiento político occidental, donde se ha esgrimido como una justificación radical para la rebelión contra el poder opresor. El término tirano surge sin connotación inicialmente negativa; luego se asocia al gobernante déspota. Se considera a los tiranicidas como héroes: Harmodio y Aristogitón (asesinos del tirano Hipias). El jesuita Juan de Mariana (1536-1624) es quizás el pensador más influyente sobre el tiranicidio. En su obra «De rege et regis institutione» (1599), argumentó sistemáticamente a favor de su legitimidad basándose en estos principios: Un tirano es la antítesis de un rey justo, alguien que desprecia la ley, impone impuestos injustos, daña la religión del reino, actúa solo por interés propio y se convierte en un enemigo público. Contra un tirano que toma el poder por la fuerza y sin derecho cualquier individuo puede matarlo justamente.  Un gobernante que inicialmente accedió al poder legítimamente, pero luego gobierna de forma tiránica. En este caso, la comunidad debe primero intentar corregirlo a través de asambleas representativas. Si esto falla y no hay otra forma de salvar al país, un individuo puede matar al tirano, especialmente si este prohíbe las reuniones públicas. Las ideas de Mariana fueron consideradas extremas. Su libro fue quemado públicamente en París en 1610 después del asesinato del rey Enrique IV de Francia, aunque nunca se probó una influencia directa suya en el asesino.

Para Hegel el tirano encarna un orden caduco que obstaculiza el progreso de la libertad, representa una tesis que niega la libertad y la racionalidad, su eliminación podría ser la antítesis necesaria para alcanzar una síntesis superior (un Estado más libre). Hegel desconfiaría de la violencia individual porque el Espíritu actúa mediante instituciones y pueblos, no mediante actos aislados. El tiranicidio sería legítimo solo si emerge como expresión de la voluntad colectiva y no como un acto de venganza personal. El nuevo orden resultante debe ser más racional y libre. Si el tiranicidio solo lleva al caos o a otra tiranía, sería un fracaso histórico. Nietzsche evaluaría el tiranicidio según la actitud detrás del acto, si nace del resentimiento, si el asesino actúa por odio, envidia o debilidad (la «moral de esclavos»), el tiranicidio sería condenable. Sería una reacción decadente, no una verdadera superación. El tiranicidio no debe glorificarse. Para Nietzsche, lo crucial es si el acto eleva la vida o simplemente reemplaza una tiranía por otra. Jung analizaría el tiranicidio desde la psicología de las masas y los arquetipos. El tirano no surge de la nada; es la encarnación de los impulsos no integrados de una sociedad (deseo de poder, sumisión, violencia). Matarlo sin abordar esa sombra colectiva solo perpetuará el ciclo de violencia. Quien mata al tirano puede identificarse con el arquetipo del Héroe Salvador, inflando su ego y convirtiéndose en un nuevo tirano («el salvador se transforma en opresor»). El verdadero cambio requiere individuación colectiva: que la sociedad integre su sombra y transforme sus estructuras psíquicas, no solo elimine al líder. El tiranicidio, sin trabajo interior, es una solución ilusoria. Neumann justificaría el tiranicidio como parte de la resistencia activa. Si el tirano es un agente de genocidio u opresión sistemática, la inacción es complicidad. Bajo condiciones estrictas: Último recurso. Tras agotar vías no violentas; Proporcionalidad. El acto debe evitar daños colaterales innecesarios; Conciencia de la culpa: El ejecutor debe asumir la carga moral de su acción, sin autojustificarse como «héroe». Neumann alertaría sobre la proyección de la sombra: no se debe matar al tirano por odio, sino para detener un mal mayor. Quien lucha contra monstruos debe cuidar de no convertirse en un monstruo.

 

 

PARTE II. EXPERIENCIAS PERSONALES.

 

Este apartado lo introduzco como un ejercicio de diversidad para ilustrar la parte teórica con el análisis bajo la perspectiva Hegel, Jung, Nietzsche y el propio Neumann de las respuestas prácticas de figuras paradigmáticas tanto femeninas como masculinas históricas y/o simbólicas de importancia cultural que no han colaborado con el mal. Cada caso sirve para matizar y complejizar la pregunta central: ¿Cómo se responde a las manifestaciones del mal? ¿Qué formas diversas hay de hacerlo? ¿Cómo debemos responder ante el mal? ¿Hay formas que propicien más la individuación ética?

Esta parte es un ejercicio especulativo hermenéutico en el que intento colocarme en la piel de esos autores para inferir que dirían sobre estas figuras. Además de la diversidad aporta un modo de ponerse en los mocasines de otros, un estilo de amplificar y hacer hermenéutica, para aprender distintos estilos de caminar y hacerse preguntas sobre el propio caminar.

 

Mujeres que han sufrido violencia por tener raíces judías.

 

Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz); Santa Teresa de Ávila; Simone Veil; Simone Weil; Etty Hillesum

 

Edith Stein nació el 12 de octubre de 1891 en Breslau, Prusia (ahora Wrocław, Polonia), en el seno de una familia judía practicante. Era la menor de 11 hijos y nació en Yom Kipur, el Día judío de la Expiación, un hecho que tuvo un profundo significado para su madre. Durante su adolescencia, Stein se volvió agnóstica, abandonando conscientemente la oración y la práctica religiosa, lo que entristeció profundamente a su madre. Estudió filosofía, psicología e historia en la Universidad de Breslau y luego se trasladó a la Universidad de Gotinga, donde fue alumna de Edmund Husserl, el fundador de la fenomenología. Obtuvo su doctorado en filosofía en 1916 con una tesis sobre la empatía, calificada summa cum laude. En el verano de 1921, Stein leyó la autobiografía de Santa Teresa de Ávila y exclamó: «¡Esta es la verdad!». Esta experiencia la llevó a solicitar el bautismo en la Iglesia católica el 1 de enero de 1922. Su conversión causó dolor a su madre, que no entendió su decisión. A pesar de ello, Stein permaneció profundamente conectada a su herencia judía. n 1933, Stein ingresó en el monasterio de las Carmelitas Descalzas en Colonia, tomando el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Vio su vocación como una ofrenda por el pueblo judío y por el mundo. Traslado a los Países Bajos: Debido a la creciente persecución nazi, ella y su hermana Rosa fueron transferidas al monasterio carmelita de Echt, Países Bajos, en 1938. En represalia por la condena de los obispos holandeses a las atrocidades nazis, Stein y otros conversos judíos fueron arrestados por la Gestapo el 2 de agosto de 1942. Murió en las cámaras de gas de Auschwitz el 9 de agosto de 1942. Edith Stein fue canonizada por el Papa Juan Pablo II el 11 de octubre de 1998 y declarada mártir. También fue nombrada copatrona de Europa en 1999. Sus escritos enfatizan el misterio de la Cruz, el papel de la mujer y la Eucaristía. Es conocida por su oración: «Señor Dios, dame todo lo que me lleve a Ti. Quita de mí todo lo que me aparte de Ti».

El trabajo de Stein continúa influyendo en la filosofía y la teología, particularmente sus exploraciones sobre la empatía, la dignidad de la mujer y la síntesis de la fenomenología con el pensamiento cristiano.

Stein veía la Cruz como la máxima expresión del amor y la redención de Dios. Su trabajo inicial sobre la empatía evolucionó hacia una comprensión más profunda del sufrimiento humano y la compasión divina. Creía que la búsqueda intelectual y la fe eran caminos complementarios hacia la verdad. «Sentí que aquellos que entendían la Cruz de Cristo debían cargar con ella en nombre de todos». «La realidad del alma y el cuerpo de la mujer está hecha para la maternidad natural…[y] la creación de una descendencia santificada».

El abuelo de Santa Teresa, Juan Sánchez, era un comerciante judío próspero de Toledo. En 1485, durante un período de gran tensión y persecución, se convirtió al cristianismo, probablemente por presión social o para proteger a su familia bajo el edicto de expulsión de los judíos de España en 1492. Al convertirse, se añadió el «de» a su apellido (de Ahumada, de Cepeda), un intento común entre los conversos de asimilarse en la sociedad cristiana vieja. En la España del siglo XVI, las leyes de «limpieza de sangre» (estatutos de limpieza de sangre) impedían a aquellos con ascendencia judía (llamados conversos o cristianos nuevos) acceder a cargos públicos, entrar en órdenes religiosas prestigiosas o estudiar en universidades. Aunque la familia de Teresa era económicamente acomodada y su padre había comprado un título de hidalguía, este origen converso era un estigma social del que la familia era muy consciente y que intentaban ocultar. Sus libros fueron revisados minuciosamente por la Inquisición. Ser una mujer de origen converso escribiendo sobre experiencias místicas directas con Dios la ponía en una posición de gran vulnerabilidad. Algunos historiadores sugieren que su impulso por reformar la Orden Carmelita, regresando a la austeridad original, podría estar relacionado con un deseo de probar su ortodoxia y fervor más allá de cualquier duda.

Simone Annie Liline Jacob, Simone Veil, nació en Niza (Francia) en 1927, en una familia judía secular y culta. Su padre era arquitecto, y su madre, Yvonne Steinmetz, era ama de casa. La familia se identificaba con la cultura judía pero no practicaba la religión de manera activa En 1944, durante la ocupación nazi de Francia, Simone y su familia fueron detenidos por la Gestapo. Su padre y hermano fueron asesinados en Lituania, mientras que ella, su madre y sus hermanas fueron deportadas al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. Posteriormente, fue trasladada a Bergen-Belsen, donde su madre murió de tifus. Simone y sus hermanas fueron las únicas supervivientes de la familia. El Holocausto marcó profundamente su visión del mundo. Decía: «Desde 1945, no albergo ilusiones. De esa terrible experiencia guardé la convicción de que algunos seres humanos son capaces de lo mejor y de lo peor”. Ministra de Sanidad de Francia (1974-1979): Ley de despenalización del aborto (1975): Conocida como Ley Veil (Loi Veil), fue un hito en la lucha por los derechos de las mujeres. Veil defendió la ley en una Asamblea Nacional mayoritariamente masculina, argumentando: «No podemos seguir cerrando los ojos ante los 300.000 abortos que, cada año, mutilan a las mujeres de este país, que pisotean nuestras leyes y que humillan o traumatizan a aquellas que tienen que recurrir a ellos». Acceso a anticonceptivos: También promovió leyes para garantizar el acceso a métodos anticonceptivos en Francia. Presidenta del Parlamento Europeo (1979-1982). Fue la primera mujer en presidir el Parlamento Europeo, elegida por sufragio directo. Defendió con firmeza la integración europea, considerándola una garantía de paz y estabilidad en el continente. Presidenta de la Fundación por la Memoria de la Shoah (2000-2007). Fue enterrada en el Panteón de París en 2018, honor reservado a las figuras más ilustres de Francia. Recibió premios como el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional (2005) y el Premio Carlos V (2008) por su contribución a la unidad europea.

Simone Weil (1909-1943) fue una filósofa y mística francesa cuya obra explora la espiritualidad, la justicia social y la experiencia de lo divino. Pacifista que luchó en la Guerra Civil española contra Franco y formó parte de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque de origen judío, se acercó al cristianismo y al misticismo, pero rechazó el bautismo para solidarizarse con los marginados. Su obra espiritual se caracteriza por su crítica a las instituciones religiosas y su enfoque en la experiencia personal de lo divino. Murió joven, pero su influencia perdura en la teología y la filosofía contemporáneas. “Ya sea que la máscara se titule como fascismo, democracia o dictadura del proletariado, nuestro gran adversario sigue siendo el aparato: la burocracia, la policía, el ejército. No el que nos enfrenta al otro lado de la línea de batalla, que no es tanto nuestro enemigo como el enemigo de nuestros hermanos, sino el que se proclama nuestro protector y nos convierte en sus esclavos. Sean cuales sean las circunstancias, la peor traición siempre será subordinarnos a este aparato y pisotear, a su servicio, todos los valores humanos, tanto en nosotros mismos como en los demás.” “Todos los movimientos naturales del alma están controlados por leyes análogas a las de la gravedad física. La gracia es la única excepción. La gracia llena los espacios vacíos, pero solo puede entrar donde hay un vacío que la reciba, y es la gracia misma la que crea este vacío. La imaginación trabaja continuamente para llenar todas las fisuras por donde la gracia podría pasar.” Weil practicó una solidaridad radical y ascética. Se negó a comer más de lo que comían sus compatriotas en la Francia ocupada, lo que le costó la vida. Su acercamiento fue más filosófico y político. Obras principales de Simone Weil. «La gravedad y la gracia». Es una colección de aforismos y reflexiones sobre la espiritualidad, la atención y la gracia divina. Weil explora cómo la gracia puede transformar el sufrimiento y la opresión. Cita clave: «La atención es la forma más rara y pura de generosidad”. Tema central: La necesidad de vaciarse (crear un «vacío») para permitir que la gracia divina actúe, en contraposición a la «gravedad» de los deseos egoístas. «A la espera de Dios» Compilación de cartas y ensayos donde Weil reflexiona sobre su experiencia espiritual y su acercamiento al cristianismo, aunque nunca se bautizó oficialmente. Cita clave: «El amor no es consuelo; es luz”. Tema central: La importancia de la espera activa y la atención como formas de conexión con Dios, incluso en medio de la aflicción. «La necesidad de raíces». Una obra que combina filosofía política y espiritualidad, donde Weil argumenta que la desconexión de las raíces espirituales y culturales lleva a la opresión y la alienación. Cita clave: «Estar enraizado es quizás la necesidad más importante y menos reconocida del alma humana”. Tema central: La necesidad de reconectar con fuentes espirituales y comunitarias para resistir las fuerzas deshumanizadoras de la modernidad. «Echar raíces» Similar a «La necesidad de raíces», explora cómo la justicia social y la espiritualidad están entrelazadas. Weil critica el capitalismo y el totalitarismo por destruir los vínculos humanos. Cita clave: «El capitalismo ha emancipado a la humanidad colectiva respecto de la naturaleza, pero esta humanidad colectiva ha asumido respecto al individuo la función opresiva que antes ejercía la naturaleza”.

Ester “Etty” Hillesum (1914-1943).

Etty Hillesum fue una mujer judía neerlandesa que murió en el campo de concentración de Auschwitz a los 29 años. Entre 1941 y 1943, escribió un diario íntimo y cartas que documentan su increíble viaje espiritual desde una joven intelectual llena de dudas y pasiones conflictivas hasta una mujer con una fe inquebrantable en la bondad fundamental de la vida. El 3 de febrero de 1941 comienza una terapia con Julius Spier, judío berlinés refugiado en los Países Bajos para huir del nazismo, quien se formó en psicología analítica y fue alumno de Carl Gustav Jung. Spier desarrolló un enfoque único al que llamó psicogurología, distanciándose deliberadamente de la quiromancia tradicional de carácter adivinatorio. Jung escribió el prólogo del libro de Spier, The Hands of Children (Las manos de los niños), elogiándolo como «una aproximación fresca y prometedora para comprender el carácter humano». Su madre, Rebeca Bernstein, nació en Rusia, y había escapado tras el llamado «enésimo pogromo». Según Etty, era una mujer muy distinta de su padre: pasional, caótica. Spier creía que, especialmente en los niños, este análisis podía ser una herramienta para un desarrollo personal más consciente y liberado de las proyecciones inconscientes de los padres. El método de Spier nunca fue aceptado por la psicología académica, que lo consideraba una pseudociencia. No obstante, su trabajo se mantiene como una curiosidad histórica fascinante en la intersección entre la psicología analítica y las técnicas de diagnóstico alternativas. Etty, aconsejada por Spier, empieza a escribir su diario. Spier le insistía en la importancia de escribir todo, de observar sus sueños y de registrar sus estados de ánimo. Los famosos diarios de Hillesum son, en gran medida, el resultado de esta prescripción terapéutica. Eran su «laboratorio» para el trabajo interior. En este diario, Etty evoca su evolución espiritual a través de una mirada profunda hacia su interior. La profunda transformación interior de Hillesum, que le permitió encontrar sentido y amor en medio del horror del campo de concentración de Westerbork, tiene una deuda indisociable con el trabajo terapéutico y espiritual iniciado con Spier «El partero de mi alma» como lo definía Etty, quien la introdujo en la lectura del poeta Rainer María Rilke. La obra principal de Etty, publicada póstumamente, es: «Diario (1941-1943)» (Het verstoorde leven – «La vida interrumpida»). Es un relato en tiempo real de su transformación interior. También escribió «Cartas desde Westerbork», describiendo la brutal realidad con una lucidez y humanidad sobrecogedoras. Etty se ofreció voluntaria para trabajar como asistente y enfermera en el campo de concentración de Westerbork (1942-1943). Etty actuó como correo de la resistencia y de los prisioneros, y recogía medicinas para llevar al campo. Se sentía solidaria con la persecución sufrida por los demás judíos y así comienza un camino de interiorización que expresa con gran profundidad en sus diarios, en los que describe síntomas de ansiedad y estrés extremo: palpitaciones, insomnio, jaquecas y «náuseas nerviosas», especialmente durante crisis existenciales. Ella los interpretaba como manifestaciones corporales de sus luchas internas. Hillesum veía su cuerpo como un «organismo de recepción» increíblemente permeable al dolor ajeno. Esta empatía radical —que ella cultivaba— le generaba un desgaste físico constante, pero también era la fuente de su escritura y su conexión con lo divino. En condiciones de horror, mantener una conciencia plena (sin negar la realidad) exige una energía inmensa. Su agotamiento era, en parte, el costo de sostener una mirada amorosa y lúcida frente al abismo. Su salud deteriorada reflejaba la de toda su comunidad bajo el terror nazi. Ella transformó esta vulnerabilidad compartida en un motivo de solidaridad: en Westerbork, se dedicaba a cuidar a otros enfermos, aun estando débil. Una de sus “vacaciones” la pasó en el hospital de Ámsterdam. Ante la barbarie, Etty se refugia en la oración. Mientras seguía aumentando el número de deportaciones de civiles judíos en 1943, se negó a aceptar los escondites que se le ofrecieron y se entregó a las SS el 6 de junio de 1943, junto a sus padres y hermanos.  Fue deportada con su familia a Auschwitz en septiembre de 1943, donde murió el 30 de noviembre de 1943. Testigos relataron que siguió ayudando a otros hasta el final.

 

Análisis de estas mujeres desde Hegel, Nietzsche, Jung y Neumann

Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz)

Respuesta al dolor: Conversión espiritual, consagración y aceptación del martirio como ofrenda.

Hegel. Su vida es una dialéctica: Tesis (identidad judía), Antítesis (agnosticismo filosófico), Síntesis (conversión al catolicismo que integra fe y razón, judaísmo y cristianismo). Su muerte en Auschwitz es un momento de «astucia de la razón» histórica donde el sacrificio individual se convierte en símbolo de reconciliación y denuncia.

Nietzsche. La criticaría como un caso sublime de «moral de esclavos»: niega la vida (acepta el martirio) por una «vida ultraterrena». Sin embargo, admiraría su voluntad de poder aplicada a la autodisciplina espiritual y su fortaleza para abrazar su destino («amor fati«).

Jung. Encarna la integración de opuestos: razón (fenomenología) y fe, judaísmo y cristianismo. Su vida es un proceso de individuación donde elige conscientemente su camino, integrando su sombra (dudas, sufrimiento) en una identidad coherente. El arquetipo de la mártir y la mística es evidente. Stein no eligió ser mártir. Fue asesinada. Jung advertiría que, en su búsqueda de totalidad espiritual, Stein podría haber reprimido aspectos clave de su sombra personal y colectiva. Para Jung, Stein podría representar un caso donde el ánimus (lo masculino espiritual) guió su vida de manera tan dominante que pudo opacar otros aspectos de su personalidad que necesitaban integración (como su raigambre judía o su lado intelectual secular).

Neumann. Su conversión y entrada al claustro son un acto de no-colaboración radical con la banalidad del mal. Elige «desviar la mirada» del mundo para enfocarse en lo absoluto, pero asume la culpa de su elección (dolor a su madre). Su muerte es la máxima expresión de la «nueva ética»: asume la responsabilidad de cargar con el mal del mundo (el pueblo judío) sin usar violencia.

Santa Teresa de Ávila

Respuesta al dolor: Reforma interior e institucional desde el misticismo y la acción práctica.

Hegel. Es un «individuo histórico-mundial» que actúa como antítesis contra la corrupción y relajación de la Iglesia de su tiempo (tesis). Su síntesis es la reforma carmelita, que busca un equilibrio superior entre contemplación y acción, mística y ortodoxia.

Nietzsche. Vería en ella una voluntad de poder extraordinaria. Es una «espíritu libre» que crea nuevos valores (la reforma) dentro de una estructura opresiva (la Iglesia patriarcal y la Inquisición). Su «transvaloración» es hacer de la debilidad (su sexo, su origen converso) su fuerza a través de la experiencia mística directa.

Jung. Las «Moradas» describen el viaje hacia el sí-mismo (Dios en el centro del alma). Lucha por integrar sus sombras (origen converso, sexualidad, ambición) a través de la práctica espiritual. Encarna el arquetipo de la sanadora/hermana que cura las heridas de la institución. Su labor como reformadora la puso en contacto con su sombra de poder. Jung preguntaría: ¿Su impulso reformador era puramente espiritual, o había en él una dosis de voluntad de poder personal y una necesidad de imponer su visión? La sombra a menudo se proyecta en los demás; sus enemigos dentro de la Iglesia podrían haber representado aspectos de ella misma que rechazaba. Las visiones y éxtasis místicos conllevan el riesgo de identificación con arquetipos (la Esposa de Cristo, la Profetisa), lo que puede llevar a una inflación del ego. Jung diría que el desafío es experimentar estos estados sin creerse literalmente que uno es ese arquetipo, sino integrando su energía simbólica para crecer. Teresa tuvo un éxito notable en equilibrar acción y contemplación. Sin embargo, Jung alertaría sobre los riesgos de que un ego fuerte, necesario para lidiar con la jerarquía eclesiástica, pudiera haberse «inflado» por su identificación con lo numinoso.

Neumann. Su respuesta es la acción ética desde dentro del sistema. No huye; reforma. Es la antítesis de «desviar la mirada»: confronta la corrupción con un proyecto positivo. Asume el riesgo de la Inquisición (culpa) por su obediencia a una autoridad superior (Dios).

Simone Veil

Respuesta al dolor: Supervivencia, acción política y legal dentro de las instituciones para prevenir futuros sufrimientos.

Hegel. Encarna la síntesis hegeliana por excelencia: tras vivir la antítesis absoluta (el Holocausto), dedica su vida a construir un orden político racional (la Unión Europea) y legal (leyes de salud pública) que encarne la libertad y la dignidad humana, superando la barbarie.

Nietzsche. La admiraría como un espíritu que afirmó la vida tras el horror. No se dejó destruir por el resentimiento. Usó su voluntad de poder para crear valores (derechos de la mujer, unidad europea) desde la cicatriz del trauma. Es la superviviente que se convierte en creadora.

Jung. Su vida es un ejemplo de integración del trauma. No reprimió la sombra del Holocausto; la transformó en la fuerza motriz de su compasión y su lucha política. Encarna el arquetipo de la cuidadora/sabia que usa el poder para proteger a los vulnerables. ¿Integró su propio trauma o lo sublimó en acción? La pregunta junguiana sería: ¿Su incansable actividad política fue una forma de procesar e integrar el horror del Holocausto, o fue una forma de escapar del dolor psíquico profundo mediante la hiper-adaptación al mundo racional y político? Jung alerta que lo no integrado vuelve de otras maneras. Veil operó magistralmente en un mundo dominado por la energía masculina (ánimus) de la ley y la política. Jung se preguntaría si esta identificación con lo racional y estructurado le permitió permanecer en contacto con su lado femenino intuitivo y emocional (ánima), o si lo relegó.

Neumann. Es la practicante perfecta de la «nueva ética». Tras ver el mal (Holocausto), actúa. No omite, no evade. Asume la responsabilidad de legislar sobre temas morales complejos (aborto) cargando con la culpa y la controversia pública, movida por la compasión y la justicia.

Simone Weil.

Respuesta al dolor: Solidaridad ascética, crítica radical a todo poder instituido y búsqueda mística de la verdad.

Hegel. Sería un fracaso dialéctico. Su rechazo a toda síntesis (no se bautiza, no se afilia a partidos) la mantiene en un estado de antítesis permanente contra todos los sistemas (comunismo, capitalismo, Iglesia). Su muerte es la negación trágica de la vida, no una superación.

Nietzsche. La vería como su alma gemela trágica. Su ascetismo radical y su rechazo a consolarse la acercan al ideal de «espíritu libre». Murió por ser fiel a sus ideas (comer como los oprimidos), en un acto extremo de voluntad de poder sobre sí misma. Es la crítica viviente de la «moral de rebaño».

Jung. Una vía de individuación truncada. Su negativa a integrarse en cualquier colectivo (Iglesia, partido) refleja una búsqueda de pureza que puede leerse como una dificultad para integrar la sombra de lo comunitario y lo imperfecto. Su misticismo del «vacío» y la «atención» podría ser un claro de un desequilibrio psíquico por exceso de espiritualidad. Ascetismo extremo como negación de la sombra: Su rechazo a comer, y su desprecio por lo corporal serían vistos por Jung como una represión extrema de la sombra instintiva y biológica. Para Jung, el instinto es sagrado y debe integrarse, no negarse. Weil intentó «vaciarse» hasta el punto de negar las bases mismas de la vida. Jung diría que Weil se identificó totalmente con el arquetipo del mártir intelectual y el sabio que renuncia al mundo. Esta identificación le impidió encarnar plenamente su humanidad. Su búsqueda de pureza absoluta es lo opuesto a la individuación, que requiere abrazar la totalidad de lo humano, incluida su imperfección y su dimensión corporal.

Neumann. Su vida es un acto de no-colaboración total. Se niega a «subordinarse al aparato» en cualquiera de sus formas. Su solidaridad ascética es la máxima expresión de asumir la culpa del otro: sufre con los oprimidos hasta las últimas consecuencias. Es la ética de la responsabilidad llevada a un extremo casi insoportable.

Etty Hillesum.

Hegel vería en Etty Hillesum un ejemplo concreto de la autoconciencia que surge a través del enfrentamiento con la negatividad y el sufrimiento. Para Hegel, el espíritu (o la autoconciencia) se desarrolla al enfrentarse y superar («aufheben») lo negativo. La experiencia de Etty en la ocupación nazi y el campo de Westerbork es la máxima expresión de esta negatividad. En lugar de ser aniquilada por ella, la utiliza como combustible para una transformación espiritual profunda. Su famosa frase, «aceptar este tiempo», es puramente hegeliana: es la aceptación activa de la realidad como el terreno necesario para el desarrollo de la libertad interior y el telos de la libertad racional del espíritu. Etty alcanza una libertad suprema al comprender que no puede cambiar su destino externo (la deportación), pero sí puede elegir su actitud interior hacia él. Su diario es el proceso fenomenológico de este esa dialéctica.

Nietzsche encontraría en Hillesum un ejemplo raro y potente de lo que significa afirmar la vida (Amor Fati) en su totalidad, incluyendo el dolor más abismal. Etty realiza una «transvaloración». En un mundo donde los valores tradicionales (la compasión, la seguridad, la vida) se han derrumbado, ella crea sus propios valores: la atención, la gratitud y el amor como fuerzas activas, no como resignación. No se rebela contra el poder (como la moral de los señores) sino que lo trasciende con una fuerza interior que es, en sí misma, un poder espiritual. Es la idea central de Nietzsche de «amar el destino». Ella no solo acepta su sino, sino que lo abraza: «Quiero compartir el destino de mi pueblo». Esto podría tener una dosis de masoquismo, pero también es afirmación de la vida, incluso en su aspecto más terrible. Es el «sí» dionisíaco a la existencia total en su aspecto de tragedia. Lo más anti-nietzscheano sería caer en el resentimiento contra los verdugos. Etty se niega rotundamente a ello. Trabaja activamente para erradicar el odio de su corazón, superando así la moral del esclavo que juzga y odia al «enemigo». Su fuerza no viene del resentimiento, sino de una capacidad de amar que Nietzsche tal vez no habría previsto, pero que cumple con su ideal de autosuperación.

Para Jung, la vida de Etty Hillesum sería un caso del proceso de individuación acelerado e intensificado por la presión extrema de lo colectivo. Etty emprende un viaje consciente hacia su propia «sombra»: sus pasiones, sus miedos, su lado oscuro. A través de la escritura de su diario (¿una forma de imaginación activa?), dialoga con sus conflictos internos para integrarlos, no para ser una persona «perfecta», sino íntegra. Su Dios no es una proyección externa, sino una realidad psíquica interior, a la que ella llama «lo más profundo que hay en mí». Esta es la definición misma del arquetipo del sí-mismo. Su oración y su meditación son formas de conectar con este sí-mismo. La situación externa catastrófica (la guerra, el Holocausto) actúa como un catalizador que fuerza el encuentro con lo numinoso de la psique. En medio del colapso del mundo colectivo («anima mundi» en crisis), Etty encuentra un orden interno sagrado. Su vida se convierte en un mito personal vivido en tiempo real.

Neumann, vería en Etty una respuesta evolutiva a la sombra colectiva del siglo XX. Neumann analizó cómo los grupos proyectan su sombra colectiva en un «chivo expiatorio» (los judíos, en el nazismo). Etty, siendo el blanco de esta proyección masiva, se niega a internalizarla. En lugar de identificarse con la víctima perseguida, trasciende la dinámica trabajando en su propia sombra individual. Se convierte en el «corazón pensante» que contiene la proyección sin devolverla con odio. La actitud de Etty es profundamente maternal (en el sentido positivo del arquetipo de la Gran Madre descrito por Neumann). Ella busca «ser un bálsamo para muchas heridas». Es una actitud de contención, cuidado y amor hacia la vida, incluso cuando esta se muestra destructiva. Es la respuesta del principio femenino (Eros) al Tánatos (pulsión de muerte) desatado. Neumann hablaría de cómo Etty desarrolla una conciencia «centroférica» (que gira hacia el centro interior, hacia el sí-mismo), en un mundo dominado por fuerzas «centrífugas» (de dispersión, destrucción y desintegración colectiva). Su diario es el mapa de este viaje hacia el centro, un acto de resistencia psicológica radical. Etty Hillesum encaja en la «nueva ética» de Neumann en la que una respuesta posible al mal colectivo es un trabajo individual, consciente y valiente de transformación interior, donde uno se hace responsable de la porción de sombra que le toca integrar y redimir y, simultáneamente, actúa, en consecuencia, en el exterior sin quedarse ensimismada y fascinada en su mundo interno. Una posición política de cambios internos que propician cambios externos en una circularidad.

Cada una de estas mujeres, a su manera, se negó a «desviar la mirada». Asumieron la responsabilidad ética de su tiempo, ya fuera desde el claustro, los campos de concentración nazis, el parlamento, la escritura, la espiritualidad. Sus vidas demuestran que no hay una sola respuesta ética al mal, sino un espectro de posibilidades que van desde la lucha dentro del sistema hasta el rechazo absoluto del mismo, siempre guiadas por la compasión y una inquebrantable voluntad de verdad.

 

 Hombres que han sufrido violencia por tener raíces judías.

Viktor Frankl; Julio Gartner; Dario Gabbai; Dan Pagis

 

Viktor Frankl (1905-1997)

Neurólogo y psiquiatra austriaco. Sobrevivió a cuatro campos de concentración, incluidos Theresienstadt y Auschwitz, donde perdió a su esposa, padres y hermano. Antes de la guerra, ya había desarrollado las bases de la logoterapia y organizando programas de prevención de suicidios juveniles. Fundador de la logoterapia, la «Tercera Escuela de Viena de Psicoterapia». Su teoría se centra en la búsqueda de sentido como fuerza motivadora primaria del ser humano. Su obra influyó en la psicología humanista y positiva. «El hombre en busca de sentido» (1946): Un clásico mundial donde describe sus vivencias en los campos y los principios de la logoterapia. Escribió un total de 39 libros.

Julio Gartner (1923-2018)

Judío polaco que sobrevivió al gueto de Cracovia y a cinco campos de concentración, incluidos Plaszow y Ebensee . Perdió a sus padres, quienes fueron enviados a la cámara de gas. Emigró a Brasil después de la guerra.             Dedicó su vida a la educación y la transmisión de la memoria del Holocausto. Dio numerosas charlas en colegios, enfatizando un mensaje de tolerancia y de superación del rencor para construir un futuro positivo. Su testimonio oral fue recogido en el documental «Sobreviví al Holocausto”. Es uno de los testimonios centrales del Memorial del Holocausto de Sao Paulo.

Dario Gabbai (1922-2020).

Judío sefardí de Salónica, Grecia. Deportado a Auschwitz-Birkenau en 1944, fue forzado a trabajar como Sonderkommando en el Crematorio II, donde fue testigo directo del proceso de exterminio. Considerado durante años como el último testigo superviviente del Sonderkommando. Su testimonio es una evidencia crucial contra el negacionismo, proporcionando un relato detallado del funcionamiento de la «Solución Final”. Participó en documentales como «The Last Days» (1998) y «Auschwitz: The Final Witness» (2000). Donó su archivo personal de 250 documentos a la USC Shoah Foundation.

Dan Pagis (1930-1986).

Nacido en Rumanía, fue deportado de niño a un campo de concentración en Ucrania (Transnistria). Tras sobrevivir, emigró a la tierra de Israel, donde se convirtió en un reconocido poeta y académico. Su poesía, marcada por la experiencia del Holocausto, explora la deshumanización y la ruptura del orden moral con un lenguaje metafórico e intenso. Sus poemas están grabados en memoriales como Yad Vashem. Poemas fundamentales: «Escrito con lápiz en el vagón sellado» y «Testimonio”. Utiliza la poesía como un medio para abordar el trauma de forma simbólica y universal.

Análisis de estos hombres desde Hegel, Nietzsche, Jung y Neumann

Víktor Frankl. El Sentido como Superación

Neumann (Nueva Ética): No evadió la realidad del mal (vio la muerte de cerca), pero eligió responsabilizarse de su actitud interior. Su «nueva ética» no fue violenta, sino existencial: incluso en el campo, es libre quien decide encontrar un sentido. Asumió la culpa de sobrevivir y la transformó en un mandato: ayudar a otros a encontrar significado. Es la no-colaboración con la desesperanza.

Jung: Frankl realizó un proceso de individuación en el infierno. Integró su sombra (el dolor, la pérdida) no proyectando odio, sino usándola como combustible para una psicología del sentido. El arquetipo que encarna es el del Sanador Herido, que cura a otros desde sus propias cicatrices. Su logoterapia es una herramienta para la individuación colectiva.

Hegel: La experiencia de Frankl es un momento dialéctico crucial. La tesis es el sinsentido absoluto del campo de exterminio. La antítesis es la decisión interior de afirmar la libertad espiritual. La síntesis es la logoterapia: un sistema que nace de superar esa contradicción, aportando un nuevo significado a la existencia humana tras la barbarie.

Nietzsche: Nietzsche vería en Frankl al espíritu libre que afirma la vida incluso en su negación más extrema. Su famosa frase («al hombre se le puede arrebatar todo, menos la actitud que adopta ante un conjunto de circunstancias») es pura voluntad de poder espiritual. No es un resentimiento; es una transvaloración: convierte el sufrimiento en un logro humano.

Julio Gartner. La Memoria como Imperativo Ético

Neumann (Nueva Ética): Gartner representa la obligación de «no desviar la mirada» y de actuar. Su acción fue la transmisión de la memoria. Al contar su historia, especialmente a los jóvenes, asumió la responsabilidad de combatir la ignorancia y el negacionismo. Es una forma de resistencia activa no violenta contra el olvido, que es una nueva forma del mal.

Jung: Gartner trabajó con la sombra colectiva de Brasil y del mundo. Al compartir su testimonio, ayudó a una sociedad a confrontar una parte oscura de la historia humana que no le era directamente propia, pero de la que no puede evadirse. Su legado es un acto de sanación colectiva mediante la integración de la memoria traumática.

Hegel: Gartner actuó como un agente de la Razón en la Historia, pero a escala micro. Su testimonio es un grano de arena en la dialéctica de la memoria contra el olvido. Contribuye a la síntesis de una conciencia global que dice «Nunca Más».

Nietzsche: Su enfoque en la superación del rencor es clave. Gartner no se dejó consumir por el deseo de venganza (resentimiento). En su lugar, usó su experiencia para crear valores positivos (tolerancia, educación). Afirmó la vida construyendo, no destruyendo.

Dario Gabbai. El Testigo de la Sombra Colectiva

Neumann (Nueva Ética): Gabbai enfrentó el dilema ético más extremo: ser forzado a colaborar con la maquinaria de muerte. Su «nueva ética» llegó después: la obligación de testimoniar. Asumió la culpa de haber sido testigo de lo innombrable y la transformó en un acto de responsabilidad histórica. Su vida fue una lucha por dar voz a los que no la tuvieron.

Jung: Gabbai cargó con la proyección máxima de la sombra: la del «cómplice», aunque fuera forzado. Su trabajo de individuación consistió en vivir con esa carga y, al final, integrarla al dar su testimonio. Encarnó el arquetipo del Testigo, una figura crucial para que la psique colectiva pueda procesar su trauma.

Hegel: Su testimonio es la antítesis viva de la negación nazi. Es la prueba concreta que niega la mentira. La síntesis que permite es una comprensión más profunda y terrible de la naturaleza del Holocausto, indispensable para que la historia no se repita.

Nietzsche: Gabbai no eligió su destino, pero sí cómo vivirlo después. Al testificar, ejerció una forma de poder: el poder de la verdad. Se negó a ser silenciado y afirmó la vida de las víctimas al contar su historia, desafiando la voluntad de olvido de los perpetradores.

Dan Pagis. La Metáfora como Catarsis Colectiva

Neumann (Nueva Ética): Pagis eligió una forma de «acción» diferente: la creación artística. Su poesía es un acto de confrontación simbólica con el mal. No desvió la mirada; la transformó en arte. Asumió la culpa y el trauma y los sometió al proceso alquímico de la creación, ofreciendo un camino de catarsis para sí mismo y para la sociedad.

Jung: Pagis es el arquetipo del Poeta-Vidente. Su obra es un esfuerzo monumental por procesar el trauma a nivel del inconsciente colectivo, usando símbolos y metáforas (como el poema «Escrito con lápiz en el vagón sellado») para expresar lo que el lenguaje literal no puede capturar. Hizo el trabajo de integración de la sombra a través del símbolo.

Hegel: Su poesía es la síntesis entre el horror indecible (tesis) y la necesidad humana de expresarlo (antítesis). El resultado es una nueva forma de conciencia sobre el Holocausto, más profunda y emocional que la puramente histórica.

Nietzsche: Pagis creó nuevos valores estéticos para hablar del horror. No se limitó a describir; transvaloró la experiencia del campo de concentración en arte. Es un acto de afirmación de la vida a través de la creación, típico del espíritu dionisíaco que transforma el dolor en belleza.

Estos hombres representan las vías que propone Neumann para no ser cómplices del mal, cada una adaptada a su naturaleza:

Frankl respondió con una ética del sentido interior (logoterapia).

Gartner respondió con una ética de la memoria y la educación.

Gabbai respondió con una ética del testimonio histórico.

Pagis respondió con una ética de la expresión artística.

 

Todos, desde sus trincheras, se negaron a «desviar la mirada». Su legado demuestra que la respuesta al mal no es única: puede ser filosófica, educativa, testimonial o artística, pero siempre debe ser consciente y responsable. Desde la óptica de Jung, los cuatro emprendieron un heroico camino de individuación para integrar la sombra más terrible del siglo XX.

 

Hombres históricos y figuras simbólicas de importancia cultural y análisis desde Hegel, Nietzsche, Jung, Neumann

Jesús de Nazaret; Buda; Mahatma Gandhi; Nelson Mandela

Voy a centrarme en figuras históricas y figuras simbólicas de importancia cultural

 

La escena de Jesús expulsando a los mercaderes del templo con un látigo (relatada en Juan 2:13-16, y en los sinópticos sin mención del látigo) es un episodio crucial y desafiante que parece contradecir la imagen tradicional de Jesús como modelo de pacifismo. Analizarlo desde los marcos de Hegel, Jung, Nietzsche y Neumann revela su profunda complejidad.

Análisis del episodio

Antes de aplicar los marcos filosóficos, es esencial entender el acto en su contexto:

No es una agresión personal: Jesús no ataca a personas por ira personal. Su acción es una purificación ritual y una protesta profética.

Es una acción simbólica: El templo era el corazón de la identidad judía. Los mercaderes y cambistas facilitaban el comercio de animales para sacrificios, pero su presencia en el atrio exterior profanaba el espacio de oración para los gentiles y convertía la casa de Dios en un «mercado» (en griego, emporion).

Es un juicio divino: En la tradición profética judía (ej., Jeremías 7:11), actos simbólicos como este anuncian el juicio de Dios contra la corrupción religiosa.

  1. Georg Wilhelm Hegel: La Violencia como Instrumento de la Razón Histórica

Para Hegel, este acto sería el momento de «antítesis» necesario en la dialéctica de la revelación divina.

Tesis: El orden religioso establecido (el sacerdocio del templo, las prácticas comerciales) se ha corrompido y ha perdido su verdadero espíritu religioso.

Antítesis: Jesús, como «Individuo Mundial-Histórico» consciente de su misión, utiliza una fuerza disruptiva y limitada (los latigazos) para negar radicalmente ese orden caduco. No busca destruir el templo, sino purificarlo.

Síntesis: El episodio apunta hacia una nueva síntesis: la sustitución del templo físico por el «templo de su cuerpo» (Juan 2:21) y una religión basada en el espíritu y la verdad, no en rituales comerciales. La violencia simbólica es el instrumento que la Razón (o el Espíritu Absoluto) utiliza para avanzar hacia una forma superior de conciencia religiosa.

Conclusión Hegeliana: La acción de Jesús no es irracional; es la negación necesaria que impulsa la historia de la salvación hacia su culminación.

  1. Carl Gustav Jung: La Sombra del Justo y la Integración de los Opuestos

Jung vería en este episodio la manifestación de un arquetipo potente y la inevitable aparición de la «sombra».

El guerrero divino: Jesús no actúa aquí como el «Siervo Sufriente» sino como el defensor celoso de lo sagrado, un arquetipo presente en muchas mitologías (ej., Zeus, Thor). Actúa con una «ira sagrada» (thumos).

Integración de la Sombra: La figura totalmente pacífica y amorosa es una imagen incompleta. Para ser un símbolo de totalidad (el sí-mismo), la figura de Cristo debe integrar también su lado oscuro: la capacidad de juicio, la ira contra la injusticia y la fuerza disruptiva. Este episodio muestra que la sombra no está reprimida en Jesús, sino que es expresada de manera consciente y controlada al servicio de un bien superior. Su acción en el templo (latigazos a mercaderes) mostraría una integración de la «sombra del justiciero», pero también el peligro de una ira sagrada que, si no está equilibrada, podría convertirse en autoritarismo espiritual.

Proyección y Purificación: El templo corrupto representa la «sombra» colectiva de la religiosidad farisaica: la hipocresía y la codicia. Jesús, al expulsar a los mercaderes, realiza un acto simbólico de purificación de la sombra proyectada de toda una institución.

Conclusión Junguiana: El acto no es un fracaso de la no-violencia, sino una demostración de que la verdadera integridad psicológica y espiritual incluye la capacidad de confrontar y purificar el mal con fuerza cuando es necesario. Jung cuestionaría si su mensaje de amor incondicional logró integrar plenamente la violencia simbólica de su acto, o si esta quedó como una tensión no resuelta en su psique.

  1. Friedrich Nietzsche: La Afirmación de los Valores del Espíritu Fuerte

Nietzsche, crítico del cristianismo como religión de débiles, encontraría en este episodio un Jesús mucho más interesante y afín.

Transvaloración de Valores: Jesús no actúa por el resentimiento del débil. Actúa desde una posición de fuerza espiritual absoluta. Su violencia no es reactiva, sino afirmativa: afirma el valor supremo de lo sagrado sobre lo profano, del espíritu sobre el comercio.

Voluntad de Poder Espiritual: Es un acto de pura Voluntad de Poder aplicada al ámbito espiritual. Jesús, el «espíritu libre», impone su jerarquía de valores (la pureza del culto) sobre la jerarquía decadente del poder religioso y económico establecido. Es un «¡Sí!» rotundo a la vida en su dimensión más elevada.

El Latigazo como Herramienta de Creación: Nietzsche diría que Jesús usa el látigo no para destruir por odio, sino para crear un nuevo espacio de valor. Barre lo decadente para hacer sitio a lo auténtico.

Conclusión Nietzscheana: Este es el Jesús que Nietzsche podría respetar: un creador de valores que no tiene miedo de usar la fuerza para defender su visión superior de la vida, lejos de la moral de esclavos que luego predicarían sus seguidores.

  1. Erich Neumann: La Violencia Ética y la Responsabilidad Profética

La «nueva ética» de Neumann encuentra en este acto un ejemplo paradigmático de acción consciente y proporcionada.

Reconocimiento del Mal Real: Jesús identifica con claridad el mal: la profanación sistemática de lo sagrado y la explotación de los pobres que venían a adorar. No es una proyección de su sombra; es una evaluación precisa de una corrupción institucional.

Acción Proporcionada y Simbólica: Su violencia es limitada y específica. No es una revuelta armada para tomar el poder. Es un acto de «violencia simbólica» dirigido contra la propiedad (volcar mesas, tirar monedas) y los animales, no contra las personas. El látigo era probablemente para arrear al ganado.

Asunción de la Culpa: Jesús actúa con plena conciencia de las consecuencias. Asume la responsabilidad y la culpa por alterar el orden público. Este acto fue, de hecho, una de las causas clave que llevaron a las autoridades a buscar su arresto y ejecución. Él carga conscientemente con el peso de esta acción disruptiva.

Conclusión Neumanniana: Jesús no «desvía la mirada». Se enfrenta al mal y elige una forma de resistencia activa que es éticamente responsable: proporcional, dirigida y asumida conscientemente. Es el deber profético de «dejar de colaborar» con la corrupción, incluso si eso implica un acto de fuerza disruptiva.

El Latigazo como acto de amor feroz

Lejos de ser una contradicción, el episodio completa la figura de Jesús:

No es violencia vengativa, es amor en forma de juicio. El amor que no se enfrenta al mal se convierte en complicidad. El amor por Dios y por los fieles que eran explotados exige esta confrontación.

Es la ira del Cordero (Apocalipsis 6:16). La combinación de vulnerabilidad (el Cordero) y poder de juicio (la ira) es la paradoja central de la figura cristológica.

Establece un principio: Hay un momento para la no-violencia paciente (el Sermón de la Montaña) y un momento para la acción disruptiva que defiende lo sagrado. La sabiduría está en discernir la diferencia.

Este acto encuentra su sentido más profundo no en justificar la violencia generalizada, sino en demostrar que la verdadera integridad espiritual a veces requiere una confrontación feroz y decidida contra la corrupción y la injusticia, incluso—y especialmente—cuando esta se esconde bajo un manto de religión.

 

Para Buda, la violencia (vihesa) es el resultado de los Tres Venenos de la mente:

Ignorancia (Avidya): No ver la realidad tal como es.

Apego (Raga): Deseo compulsivo.

Avversión (Dvesha): Odio e ira.

La violencia nace de estas raíces insalubres (akusala). Por lo tanto, la solución no es combatirla con más violencia, sino erradicar sus causas mentales a través del desarrollo de la sabiduría (Prajna) y la compasión. El concepto de «lucha» en Buda es interno: es la lucha contra los propios venenos mentales.

Hegel podría interpretar la iluminación de Buda como la síntesis final de una dialéctica cósmica del sufrimiento.

Tesis: El ciclo del sufrimiento (Samsara), impulsado por la ignorancia y el karma negativo (que incluye la violencia).

Antítesis: La práctica budista (el Óctuple Sendero), que es la negación activa y disciplinada de las causas del sufrimiento.

Síntesis: El Nirvana, el cese del sufrimiento y la realización de la realidad última. Es un estado de paz que supera y disuelve la contradicción entre la violencia y la no-violencia, ya que trasciende la dualidad misma.

La «acción» de Buda no es violenta ni no-violenta en el sentido dialéctico hegeliano; es no-dual. Su legado (el Dharma) actúa en el mundo como una fuerza que disuelve las condiciones para el conflicto, no que se enfrenta a él directamente.

Jung vería en Buda el arquetipo del iluminado o el sabio.

La sombra de la existencia: La violencia, la ira y el deseo son partes de la sombra colectiva humana. Buda no lucha contra ella externamente ni la reprime. Al observar la naturaleza de la mente, ve cómo surgen estos impulsos y, al comprenderlos, se disuelven. Jung criticaría a Buda por su negación extrema de la vida instintiva (deseos, cuerpo, mundo material). El camino del Nirvana podría interpretarse como una fuga de la realidad terrenal, evitando la integración de la sombra biológica y emocional.

Individuación a Escala Universal: El proceso de iluminación es la individuación perfecta. Buda no proyecta su sombra en los demás; la reconoce, acepta y transforma en compasión. Un Buda iracundo es una contradicción ontológica, porque ha erradicado las raíces mismas de la ira.

El Guerrero Bodhisattva: En el budismo Mahayana, el ideal del Bodhisattva es un ser que pospone su propio Nirvana para ayudar a liberar a todos los seres. Este es un arquetipo de compasión activa y enérgica, pero nunca violenta. Su «guerra» es contra la ignorancia.

Conclusión Junguiana: La no-violencia de Buda no es pasiva; es el síntoma de una psique totalmente integrada que ha transmutado la energía de la agresión en compasión activa. La compasión universal budista, aunque noble, podría ser una forma de evasión de los conflictos humanos concretos. Jung diría que la verdadera individuación requiere encarnar y transformar los aspectos oscuros de la existencia, no trascenderlos mediante la disolución del ego. Jung preferiría un equilibrio entre la espiritualidad y la aceptación de lo humano imperfecto.

Nietzsche sería el crítico más feroz de Buda, a quien probablemente vería como el máximo representante de la «moral de esclavos» y la negación de la vida.

La Voluntad de Poder Negada: Para Nietzsche, Buda es el genio que diagnostica el sufrimiento humano pero que prescribe la aniquilación de la voluntad como cura. El Nirvana le parecería la última forma de nihilismo: la negación total del mundo, los deseos, las pasiones y la lucha—todo lo que constituye la vida ascendentemente.

Crítica a la Compasión: Nietzsche despreciaba la compasión (Mitleid) porque creía que debilitaba tanto al que la da como al que la recibe. La compasión universal budista le parecería una fuerza decadente que drena la vitalidad y el impulso heroico por superarse.

¿Un Nietzsche Oriental?: Sin embargo, Nietzsche podría admirar aspectos de Buda: su fortaleza mental increíble, su rechazo a la metafísica (Buda se negaba a hablar de dioses o primeros principios), su foco en la experiencia humana y su disciplina ascética. Pero concluiría que Buda usó esa fuerza para negar la vida, no para afirmarla.

Conclusión Nietzscheana: Buda es el «último hombre» llevado a su expresión más sublime y genial: un ser que ha extinguido todo deseo de luchar, crear y superarse, prefiriendo la paz de la nada al dolor del devenir.

Desde la perspectiva de Neumann, la postura de Buda es la forma más radical y absoluta de «no-colaboración» con el mal.

El Mal como Ignorancia: Para Buda, el mal fundamental es la ignorancia. Por lo tanto, la acción ética por excelencia es iluminar, no luchar.

No-Colaboración en la Raíz: Mientras Neumann justifica la violencia defensiva contra un mal externo, Buda va a la raíz: rehúsa colaborar con el mecanismo mental que genera violencia. Es una no-colaboración tan radical que se niega a participar en el juego de la dualidad «víctima-victimario».

Acción Compasiva Consciente: El Bodhisattva que elige permanecer en el Samsara para ayudar a los demás es el ejemplo máximo de acción ética consciente. Asume el «peso» y el «karma» de involucrarse en el mundo del sufrimiento, pero lo hace desde una base de compasión pura, no de violencia. Su herramienta es la sabiduría (Prajna).

Conclusión Neumanniana: El camino budista es más exigente que la «nueva ética» de Neumann. No solo exige no colaborar con el mal externo, sino erradicar la semilla del mal dentro de uno mismo. Es una responsabilidad ética llevada al extremo de la transformación interior total.

La posición de Buda es única y radical.

No es pasividad: Es una acción interna constante de erradicación de las causas del sufrimiento.

Transforma el conflicto: No se enfrenta al enemigo externo; disuelve el concepto mismo de «enemigo» al transformar la mente que lo crea.

El Verdadero Poder: Para Buda, la verdadera fuerza no es la capacidad de vencer a otros, sino la de vencerse a uno mismo. El hombre que se ha vencido a sí mismo es invencible, porque ya no tiene puntos débiles que explotar (apego, aversión, miedo).

Mientras que Jesús con los mercaderes o Neumann con el nazismo aceptan el uso de una fuerza limitada, Buda rechaza toda violencia por principio, porque ve que toda violencia, por «justa» que parezca, perpetúa el ciclo del karma y el sufrimiento (Samsara). Su solución es cortar el ciclo de raíz, desde dentro.

Buda representa el extremo opuesto al «Ardiz de la Razón» hegeliano o la «violencia ética» de Neumann. Para él, el fin nunca justifica los medios, porque los medios impuros contaminan irremediablemente el fin. Solo un camino puro (el Óctuple Sendero) puede llevar a un fin puro (el Nirvana).

 

Analizar a Mahatma Gandhi a través de los marcos de Hegel, Jung, Nietzsche y Neumann revela una figura de una profundidad excepcional, cuya práctica de la no-violencia (Ahimsa) y la verdad (Satyagraha) desafía y complementa las visiones de estos pensadores.

Para Hegel, la historia avanza a través del conflicto dialéctico. La lucha de la India por la independencia sería la «antítesis» que se enfrenta a la «tesis» del colonialismo británico.

La No-Violencia como Fuerza Dialéctica: La genialidad de Gandhi fue transformar la no-violencia en la forma más potente de conflicto y confrontación. No era pasividad, sino una antítesis activa y poderosa. La Marcha de la Sal, por ejemplo, fue un acto de desafío directo a una ley injusta que desencadenó una crisis moral y política para el Raj británico.

¿Ardiz de la Razón? Gandhi podría ser visto como un «Individuo Mundial-Histórico» utilizado por el «Espíritu del Mundo». Sin embargo, a diferencia de Napoleón (que Hegel citaba), el instrumento de Gandhi no era la violencia, sino la fuerza moral. Logró la síntesis (la independencia) no derrotando militarmente al opresor, sino haciendo insostenible moral y económicamente su dominio.

Conclusión Hegeliana: La no-violencia gandhiana fue el mecanismo dialéctico perfecto para su contexto. Forzó una síntesis que, aunque imperfecta (la partición de la India), fue un paso hacia un orden más racional y libre.

Jung vería en Gandhi a un líder que intentó guiar el proceso de individuación no de una persona, sino de toda una nación.

Integración de la Sombra Colonial: El colonialismo crea una dinámica psíquica donde el colonizado proyecta su sombra (su sentido de inferioridad, su ira) sobre el colonizador, y viceversa. Gandhi rompió este ciclo. No proyectó odio; en vez de ello, confrontó al opresor con humanidad y dignidad, forzándolo a ver su propia sombra (la brutalidad y la injusticia del colonialismo).

El Arquetipo del Sabio: Gandhi encarnó el arquetipo del viejo sabio o el santo, actuando como un símbolo de unidad y moralidad para la India. Su vida ascética y su compromiso con la verdad eran una representación viva del sí-mismo (Self) colectivo al que la nación aspiraba: una identidad india unida, soberana y ética.

Conclusión Junguiana: Su método buscaba sanar las heridas psíquicas del colonialismo integrando la sombra a través de la no-violencia, no de la represión o la proyección violenta. Jung vería en el ayuno y la auto-negación de Gandhi una represión de los instintos básicos (agresividad, sexualidad, necesidad de poder). Su no-violencia podría ser una forma sublimada de lucha por el control, no solo del opresor, sino de su propia naturaleza instintiva. Al enfrentar al Imperio Británico, Gandhi proyectó la sombra de la opresión en el colonizador, pero Jung preguntaría si evitó confrontar su propia sombra de poder (su influencia sobre las masas, su rol como líder casi mesiánico). Gandhi sería un ejemplo de individuación colectiva, pero su path personal podría haber estado marcado por una inflación espiritual al identificarse con arquetipos de santidad. Su asesinato simbolizaría la irrupción violenta de la sombra que no fue integrada.

Nietzsche sería el crítico más feroz de Gandhi, pero también encontraría en él aspectos admirables.

Crítica Nietzscheana (El Gandhi «Decadente»): Nietzsche rechazaría la compasión y la humildad gandhiana como valores de la «moral de esclavos». Vería el Ahimsa como la estrategia suprema de los débiles para gaining poder a través de la culpa y la compasión. Diría que Gandhi usó el resentimiento de manera magistral para derrotar a los británicos.

Elogio Nietzscheano (El Gandhi «Afirmativo»): Sin embargo, Nietzsche admiraría la increble fuerza de voluntad, la autosuperación y la disciplina férrea de Gandhi. Su ayuno, su dominio de los deseos y su capacidad para movilizar masas eran una manifestación colossal de la Voluntad de Poder. No era la voluntad de poder sobre otros, sino el poder sobre uno mismo llevado a su extremo, para luego ejercer una influencia monumental sobre el mundo.

Conclusión Nietzscheana: Gandhi sería una figura ambivalente: por un lado, el sacerdote ascético que Nietzsche despreciaba; por otro, un ejemplo sobrehumano de autodominio y creación de valores.

La «nueva ética» de Neumann encuentra en Gandhi a un practicante radical.

Confrontación Consciente con el Mal: Gandhi no desvió la mirada. Se enfrentó directamente al «mal» del colonialismo. Su no-violencia no era evasión; era la forma de confrontación que él consideraba éticamente responsable y efectiva.

Integración de la Sombra sin Violencia: Aquí, Gandhi se separa de Neumann. Mientras Neumann justifica la violencia defensiva como un mal necesario, Gandhi se negó a integrar la sombra a través de la violencia física. Para él, usar la violencia sería haber sido poseído por el mismo espíritu opresor que combatía. Su integración de la sombra fue absorber la violencia del opresor y transformarla en resistencia moral.

Asunción de la Culpa y el Sufrimiento: Gandhi cargó con la culpa y el sufrimiento de manera consciente y extrema. Sus huelgas de hambre eran actos de máxima responsabilidad, destinados a detener la violencia entre hindúes y musulmanes. Asumía el dolor para evitar un mal mayor.

Conclusión Neumanniana: Gandhi llevó la «nueva ética» a un nivel superior: demostró que es posible «dejar de colaborar» con el mal de manera tan radical que se vuelve innecesario el uso de la violencia defensiva. Su vida fue un experimento para probar que la fuerza moral puede ser más poderosa que la fuerza física.

Perfeccionó la «no-colaboración» hasta el punto de volver obsoleta la justificación de la violencia defensiva, cargando con el sufrimiento de manera consciente para purgar la violencia del mundo.

Gandhi no eligió el camino de Neumann (violencia ética) ni el de Jung (pasividad introspectiva). Forjó un tercer camino: la acción directa no-violenta como la forma más elevada de responsabilidad ética y confrontación política. Su legado es la prueba de que la fuerza del espíritu humano, adecuadamente dirigida, puede ser la fuerza más revolucionaria de todas.

 

Nelson Mandela: La No-Violencia Estratégica y la Aceptación de la Violencia como Último Recurso

La postura de Mandela es más pragmática y evolucionó con el tiempo, lo que lo acerca a la «ética de la resistencia» de Erich Neumann.

Fase Inicial de No-Violencia (Inspirada en Gandhi): Mandela comenzó su carrera abogando por la desobediencia civil no violenta, las huelgas y las protestas pacíficas a través del Congreso Nacional Africano (CNA).

Evolución hacia la Resistencia Armada: Tras la masacre de Sharpeville en 1960, donde 69 manifestantes negros fueron asesinados por la policía, y la prohibición del CNA, Mandela y sus compañeros concluyeron que la no-violencia era insuficiente frente a un estado apartheid que usaba la violencia brutal de forma sistemática.

Fundación de «Lanza de la Nación» (Umkhonto we Sizwe): En 1961, Mandela cofundó el ala armada del CNA. Su justificación fue clara:

Objetivo Estratégico: No era matar civiles, sino realizar sabotajes contra infraestructuras gubernamentales y militares (simbólicos y económicos) para forzar al gobierno a negociar.

Último Recurso: La violencia no era el primer, sino el último recurso, adoptado sólo cuando todos los caminos pacíficos fueron cerrados con violencia por el régimen.

Sin Odio: En sus discursos, Mandela siempre enfatizó que no luchaban contra el pueblo afrikáner, sino contra el sistema de opresión.

Análisis desde los marcos filosóficos:

Neumann: Mandela es el ejemplo perfecto de la «nueva ética». Reconoció el mal real del apartheid. Su decisión de usar la violencia fue consciente (sabiendo que era un «mal»), proporcionada (apuntando a símbolos, no a personas) y asumió la culpa por ello (aceptó su condena a cadena perpetua en el Juicio de Rivonia). No se glorificó; asumió la terrible responsabilidad de la acción.

Hegel: La lucha armada del CNA podría verse como la «antítesis» violenta necesaria para derrocar la «tesis» opresora del apartheid y llegar a una «síntesis» (la democracia multirracial).

Nietzsche: La resistencia armada podría interpretarse como un acto de «afirmación de la vida» y Voluntad de Poder de un pueblo que se niega a ser aniquilado, superando la condición de víctima.

Jung: Mandela, tras salir de prisión, hizo un trabajo monumental de integración de la sombra colectiva. No buscó venganza, sino que promovió la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, entendiendo que la nación necesitaba enfrentar su trauma para sanar. Jung elogiaría a Mandela por su capacidad para integrar la sombra de la lucha armada (su etapa en el Umkhonto we Sizwe) y luego transmutarla en compasión activa (Comisión de la Verdad). Esto reflejaría un proceso de individuación maduro. No obstante, Jung cuestionaría si Mandela logró integrar plenamente su trauma personal (27 años en prisión) o si lo sublimó en acción política. ¿Su enfoque en la reconciliación nacional le impidió procesar su dolor individual? Mandela sería la figura más cercana al ideal junguiano de individuación equilibrada: integró la sombra sin negarla, usó el poder sin inflarse y canalizó la agresión hacia la construcción de un nuevo orden. Su vida mostraría que la verdadera fuerza nace de la integración de los opuestos.

 

 

Nodos argumentales centrales del artículo

El texto se articula en torno a los siguientes ejes:

La complicidad con el mal no es solo activa, sino también pasiva:

La cita de Neumann sirve como punto de partida para argumentar que la inacción, la evasión y la ignorancia voluntaria son formas de colaboración con sistemas opresivos.

La necesidad de una nueva ética basada en la responsabilidad individual y colectiva:

Frente a la «antigua ética» que permite evadir la responsabilidad, Neumann propone una ética que integre la sombra y enfrente el mal de manera consciente.

La aplicabilidad del marco de Neumann a contextos históricos y actuales:

Desde el franquismo hasta el genocidio en Gaza, el texto sostiene que la complicidad sigue patrones similares: omisión, evasión, ignorancia voluntaria e incapacidad involuntaria.

La violencia como herramienta ética bajo ciertas condiciones:

Se explora cuándo y cómo la violencia puede ser justificada desde marcos filosóficos (Hegel, Neumann, Nietzsche) y cómo se contrasta con posturas no violentas (Buda, Gandhi).

La tensión entre acción y contemplación, entre violencia y no violencia:

A través de figuras como Jesús, Buda, Gandhi y Mandela, el texto examina diferentes respuestas ante la opresión y la injusticia.

La importancia de la integración de la sombra y la conciencia histórica:

Tanto a nivel individual como colectivo, el texto enfatiza la necesidad de enfrentar las heridas históricas y las proyecciones psicológicas para evitar la repetición de ciclos de violencia.

 

Resumen autocrítico de los sesgos del texto.

El texto, intenta ser riguroso y bien fundamentado, y presenta los siguientes sesgos:

Sesgo político-ideológico:

Hay una postura claramente crítica hacia el sionismo mesiánico, y aunque se apoya en argumentos jurídicos y morales, en ocasiones podría malinterpretarse

Sesgo eurocéntrico:

El enfoque principal está en tradiciones intelectuales occidentales (junguiana, hegeliana, nietzscheana, …).

Sesgo teórico:

El texto privilegia marcos psicológicos y filosóficos sobre análisis legales o sociológicos más amplios.

Sesgo de confirmación:

En ocasiones se citan ejemplos y fuentes que corroboran la tesis principal (p.ej., informes de la ONU sobre Gaza), pero no se incorporan visiones alternativas o críticas a esas mismas fuentes.

Sesgo de género: Aunque se mencionan figuras femeninas, la reflexión central está anclada en autores.

Sesgo cultural-religioso:

El texto se centra en tradiciones judeocristianas y europeas, con una mención tangencial del budismo y estando el islam ausente en la reflexión, a pesar de su relevancia en el conflicto palestino-israelí.

Estos sesgos no invalidan el texto, pero sugieren la necesidad de complementar su análisis con perspectivas más diversas y plurales para lograr una comprensión más equilibrada y compleja de los temas tratados.

 

Conclusiones.

Este texto es una llamada urgente a no desviar la mirada. Es una invitación a asumir la incómoda pero necesaria responsabilidad de ver, juzgar y actuar frente a la injusticia, integrando las sombras de nuestra historia colectiva e individual para evitar la perpetración y complicidad con el mal.

 

Referencias

 

García, M. (2020). Reintegrar la función religiosa en sujetos que han sufrido abusos sexuales por perpetradores sagrados. En Sí-mismo, naturaleza y creatividad (pp. 117-170). Madrid: CITAP.

Hannah, B. (2010). El viaje interior. Ensayos sobre psicología junguiana. México.

Hegel, G. W. F. (1966). Fenomenología del espíritu. Fondo de Cultura Económica.

Nietzsche, F. (1986). La genealogía de la moral (A. Sánchez Pascual, Trad.). Madrid: Alianza Editorial (2005).

Jung, C. G. (1928). Las relaciones entre el yo y el inconsciente. Barcelona: Paidós (1990).

Neumann, E. (2007). Psicología profunda y nueva ética. Alianza Editorial.