El segundo día, fue el día en que asistimos nosotros en el funeral de Maoki, una anciana de la aldea Rembom, que falleció a los 71 años de edad, y permaneció 24 meses esperando. Desde lo alto de su Lakian el cuerpo de Maoki vigilaba su festejo mientras su alma deambula por el espacio ceremonial. Debajo del altar, el sacerdote, a izquierda y derecha los palcos donde se sentarán familiares e invitados y en frente de ellos los graneros reservados para las castas más altas. El segundo día es el día más concurrido en el que acuden todos los invitados, la familia extensa, vecinos, amigos y el día de la matanza del cerdo por excelencia, pudiendo llegar a matar cientos de cerdos. Algunos los cocinan, otros los despiezan repartiéndolos entre los invitados, hacen desfiles y cánticos y reparten vino de palma entre los que allí se reúnen. Comienza el funeral y el sacerdote ordena sacrificar primero una serie de cerdos para agasajar la memoria del fallecido y dar de comer a los cientos de invitados, llegados desde muy lejos. En la hora del submit sale a escena un búfalo, encadenado a través de una hebilla en el hocico, agarrado con una simple cuerda, comienza el desfile dando vueltas en círculos en frente del féretro. Los familiares están obligados a sacrificar búfalos y cerdos, ya que creen que el espíritu del muerto vivirá en paz a partir de entonces, sin dejar de pastorear los búfalos que han venido a reunirse con él o ella. Comienza la matanza, el búfalo es ajusticiado con un firme machetazo en el cuello, los cerdos reciben una puñalada directa en el corazón. Fuimos invitados a pasar, el guía facilita todo, nos descalzamos, y nos sentarnos en uno de los galpones dispuestos para recibir a los invitados, donde comen, conversan y pasan el calor. Todos están descalzos y sonrientes en cubículos marcados con números, donde se asienta cada grupo familiar, hombres mujeres, niños,..
Hemos comprado unos paquetes de tabaco que regalamos al familiar presente. Es claro que los adultos mayores son los más respetados. Por razones obvias de barrera idiomática, no podemos mantener una fluida conversación, pero eso no evita que nos comuniquemos por gestos, sonrisas, nos demos la mano, nos faciliten a hacer fotos y vídeos y nos mantengan con comida y bebida en la mano. Pastelitos, arroz negro, café, agua, el zumo de aguacate con chocolate y la carne de cerdo. Esta última, en sate (brocheta) estupendísima, mientras que en su plato tradicional, cocinada en bambú (curanto), demasiado seca. El zumo de aguacate con chocolate, ¡exquisito! De una fruta enorme de árboles cercanos a Lemo llamada Pani, cortan su carne en tiras finas y se deja a secar (kaloco Pani) que se usa para condimentar carne o pescado, el hueso del Pani es negro, duro y dentro tiene una sustancia Pamarrasan que se deja secar al sol y se hace polvo, usándose como condimento que da un sabor agridulce y coloración negra a los guisos de carne de cerdo o pescado. El cerdo con Pamarrasan estaba delicioso.
Todos son bien recibidos al funeral, lo clave es transmitir una actitud de respeto. Favoreces con ello a conservar la armonía que subyace en cada acto de la ceremonia si vas vestido de negro, utilizando el Sorong negro cubriendo las piernas, aceptas su modo de estar, siendo espontáneo, fuera de encorsetamientos y comunicando alegría, satisfacción de participar y agradecimiento ante sus atenciones, en su idioma toraja: “kurre sumanga” significa gracias, y “pole paraya”, de nada. Es todo una fiesta. Sin duda la aceptación de lo que ocurre supone no estar escandalizado ante los sacrificios de animales, no se andan con monsergas, la carne tiene rostro y no se esconde tras el anonimato del celofán. Lo que en occidente ocultamos se muestra tal cual y no sorprende a nadie. El espectáculo de la muerte, que como la vida misma, es crudo e implacable. Llegaron al galpón 3 franceses, una madre con su hija y la pareja de ella. Hablamos, en francés, la madre y yo. Dijo que residía en Tailandia y que no podía soportar la brutalidad de las muertes porque era vegana. Esa inquietud le impidió estar y sobre todo relacionarse con la gente. Su hija llevaba un miniblusón corto, tan mini que al moverse se le veía el tanga o mejor dicho, las nalgas y las mujeres del habitáculo cruzaban entre ellas miradas interrogantes y compartían expresiones de disgusto.
En medio de los aledaños de la plazoleta tiene lugar el sangriento sacrificio. Los gritos de los cerdos, colgados de la patas en palos de bambú, se entremezclan con el jolgorio de la fiesta. Los charcos de sangre riegan el contenido de los estómagos de los animales que yacen tendidos en el barro y riegan la tierra. El fuego omnipresente por todo lado. Hogueras solitarias salteadas con otras muy ocupadas, en las que templan cuchillos. Tal fuego aparece, en forma artística, como la abismal contradicción entre dilatación máxima de la fuerza analítica del intelecto y la voluntad de mirar el mundo con ‘ojo solar’, pero en lo pragmático usan lanzallamas conectadas a bombonas de gas, para quemar la piel del animal antes de descuartizarlo.
Tras horas de matanza, el jefe con micrófono en mano, procede a repartir la carne entre todos los asistentes. Los niños corretean por medio de las pieles ensangrentadas y juegan a arrancarles el rabo a los animales descuartizados. En pequeñas montañas cárnicas separan los cuernos, que más tarde lucirán en la entrada de sus casas, los corazones, las patas, costillas, etc. Unos 25 ó 30 cerdos y no menos de cinco búfalos yacían en el epicentro de la fiesta. Otros tantos estaban siendo ya preparados para dar de comer a los invitados. Aperitivos, comida, bebida, te, de nuevo bebida, comida… Todo el mundo era bienvenido allí y los familiares y ayudantes desfilaban con cuanta comida, bebida y tabaco fuera necesario para agradecer la visita a los invitados. Los gritos de los agonizantes cerdos se ahogaban con las músicas de los “mabadongs” (cantos y danzas tradicionales interpretadas por hombres), componiendo una sinfonía sin terminar de entender si alcanzaba a disfrutar.
“La esencia secreta de la naturaleza no pertenece al arte. El poeta miente demasiado. El arte es, en Nietzsche, metáfora total del Anticristo. El arte que Zaratustra quiere es arte pagano. Este arte adora las apariencias, concibe a los dioses únicamente en su proceder en el mundo, por lo tanto, como felices azares o combinaciones, sujetos al cielo cósmico común. “Creería sólo en un dios que supiese danzar” está escrito en el Zaratustra” (Mikel).
Las matanzas de sacrificios. Esta parte de la tradición Toraja no deja de provocar sensaciones encontradas. Se puede apreciar la manera natural en que ellos lo viven. Los hombres son los encargados de la matanza, mientras las mujeres se dedican a cocinar y servir. Los búfalos son respetados y codiciados, siendo símbolo de opulencia. Están de pie, cogidos por un anillo en el hocico, esperando su turno, su posición es digna. Sin embargo, los cerdos son apelotonados a pleno sol, arrastrados, dejados en cunetas, sujetos a cañas de bambú, atados, sin poder moverse y muchas veces chillando. No vimos a nadie maltratarles pero estaban abandonados a su suerte en la espera, captándose su sufrimiento.
“Recordaba la época en que trabajé en una fábrica de embutidos. Los sábados matábamos 200 cerdos. En aquella época el maltrato animal no se tenía en cuenta, yo me lo pasaba mal. Sin embargo en esa escena Toraja no llegaba a sentir tanto malestar como en la fábrica. Sobre todo porque el momento concreto de la muerte era rápido y limpio, una puñalada directa en el corazón atestada por un solo hombre. En la fábrica había un trato más vejatorio. También es más ligero que en las matanzas en caseríos donde se sostiene al animal entre varios hombres, para que el matarife clave el cuchillo en la yugular y lo desangre. Hay mucha tensión previa, nerviosismo, temor a la reacción del animal que pudiera escaparse, la escena dura mucho y es tensa” (Mikel). “Ese contraste enorme entre la alegría de los humanos junto al sufrimiento de los animales, la vida que fluye en unos alimentada por la que se arrebata a otros, no me evoca crueldad ni nada parecido al vitoreo y aplauso de la plebe que presencia ajusticiamientos o quemas de brujas en hogueras, en esos casos todos los presentes están muriendo. Lo que nos toca del sufrimiento es su falta de sentido, lo que nos hace esclavos y mata es su sinsentido. Vivir implica ubicar el sufrimiento en su punto adecuado para el despliegue de la conciencia. El veneno es la ignorancia. ¿Incluir en el rito una mirada de agradecimiento al animal que va a ser sacrificado por su sacrificio no le daría aún más sentido? ¿O eso sería una irrupción rompedora de un estado de participación mística colectiva que no se pueden permitir en el rito? Disimuladamente, tras el objetivo de la cámara, pude mirar con ternura y agradecimiento a un cerdo en el momento de ser apuñalado” (Mikel). “¿Existe consideración hacia el animal en estos ritos? ¿Qué tipo de relación se mantiene con él desde que se le cría hasta que se le da muerte en el funeral? ¿Hay un reconocimiento hacia el animal y la colaboración que presta para el rito? ¿Podríamos comparar esta actitud con la que se tiene en occidente con los animales en las fiestas?” “No conocí en profundidad a los toraja, pero en los campos, se les veía comportarse de forma muy natural con los animales, en los funerales, no estoy segura de si llegan a preguntarse sobre si el animal sufre o no. Pero sí percibo algo distinto de lo nuestro, pues creo que se ha perdido el papel original que podía tener el animal, que servía a las tradiciones siendo respetado y que ahora se ha convertido, en general, en un deseo de triunfo humano sobre él, con intención de controlarlo y dominarlo.” “El animal, simbólicamente representa nuestro instinto y la manera en que nos relacionamos con él. En ocasiones cuando aparece en los sueños con un animal este deseo de control y dominio, expresa un complejo de poder, tras el cual existe una dificultad para escuchar y entablar relación con nuestro propio instinto. (Carmen)”
El alma de estos animales muertos en el funeral son psicopompos que llevarán en volandas la del fallecido a la vida eterna junto a todos los animales muertos en todos los días de la ceremonia funeral. La gente Toraja cree que la persona fallecida necesitará los búfalos para hacer el viaje a Puya, al mundo de las almas, así que los cadáveres de los búfalos, incluyendo sus cabezas, se alinean en espera a la persona fallecida para marchar al más allá. Hemos visto hacer lo mismo con las cabezas de los cerdos. El olor metálico de la sangre se huelo poco en medio de la cantidad de preparaciones que se realizan alrededor: bebidas con y sin alcohol, verduras, otras carnes. Pero inevitablemente se pisa al deambular por el terreno. La sangre copiosa y esparcida sin cortapisas, es omnipresente y también se puede beber en cañas de bambú para adquirir la fuerza de las bestias. Actualmente está función es más reservada a unos iniciados y al chamán oficiante, y se sustituye por otras bebidas. Allí nos ofrecieron “balok”, un fuerte vino de palma que probamos directamente en cañas de bambú. No estaba muy bueno, demasiado ácido, ¡si no se bebe en fresco se oxida y avinagra rápidamente! Pero seguramente no pretenden la calidad del brebaje sino medirse con la sangre de la palma. Y mientras tanto allí, desde lo alto de una estructura, el cuerpo del fallecido vigilando su festejo. Físicamente metido en su ataúd pero con el alma preparándose para caminar al cielo como ellos querían. Apenas un par de metros más allá, la voz de un “speaker” salía a todo volumen por unos altavoces como si de una verbena de pueblo se tratara. El locutor gritaba nombres de invitados, su procedencia, obsequios que habían traído a la familia… Junto a él, en otra de las estructuras que la familia ha de construir para la fiesta, varias personas cortaban la carne de los animales ya sacrificados. Otros ayudantes chamuscaban la piel de los cerdos y preparaban la comida con la carne de cerdos y búfalos. Ataviadas con sus mejores galas, las mujeres de las distintas tribus llevan altos zapatos de cuña, a pesar de lo irregular del terreno. Muchas de ellas cargan cacerolas con exquisitas preparaciones que han traído desde sus aldeas, las que entregan a los familiares de los festejados en procesión. Si asomas por la cocina verás que no sólo es centro de trabajo, también punto de reunión sobre todo de mujeres, que hablan de sus cosas, hacen bromas y ríen. Te sientes bien observándolas en esta actitud abierta, sin recelos, rivalidades ni competencias. Eres extranjera pero te acogen de manera natural, te ofrecen dulces, rollitos de arroz envuelto en hojas. Puedes conversar con alguna de ellas en inglés, te preguntan por tu origen, dónde vives, si tienes marido, si tienes hijos. No parece un intencionado interrogatorio, es su manera de darte la bienvenida, te reciben y te incluyen como una más de sus relaciones. Más allá, los hombres, enfundados en sus sarong, realizan danzas tradicionales en un gran círculo y, a pesar del griterío que tienen los chanchos a punto de pasar a mejor vida, nada parece capaz de acallar los cánticos. Afuera, en los alrededores de cada actividad, siempre están los niños curiosos. Se acercan, exploran, quien jugar. Si los tocas, o haces cosquillas, se ríen, si juegas a perseguirles siguen el juego. Algunos con sus ropas de juego, otros con trajes ceremoniales para el desfile y las procesiones que hacen los visitantes. A los niños les gusta fotografiarse y, cada vez que pueden, se acercaban a mí y con señas me pedían que les hiciera a un retrato, que luego querrán ver en la pantalla de la cámara. Si lo haces acaban viniendo más y no se cansan de poner posturas,… cuando tienes que cortar tú, porque ya es suficiente, lo aceptan bien. No son pesados. Ningún adulto les ha frenado.
Todos los estímulos citados chocan mucho con lo apolíneo que es lo que nuestra cultura nos propone como lo adecuado. Shiva-Dionysos, sin embargo, ‘liberan’ las propias formas de la lógica del sentido. En este cosmos, del eterno retorno, del tiempo del funeral rito, el ritmo está totalmente al servicio del singular evento que nada esconde: ningún fundamento, sustancia, sujeto, o más allá del sujeto, y que a nada alude. Por eso es difícil de soportar y pone en crisis al espectador, al convocarle a dejar fluir lo escondido o a arrastrarle hacia ello quiera o no quiera. La idea del aforismo nietzscheano, de que la hegeliana muerte del arte apolíneo no es más que el efecto de la disolución del cosmos teofánico, transmutando la manifestación del dios en algo humano, o incluso, demasiado humano. (Mikel).